Estamos todos rotos
Annie Erneaux se disecta a sí misma en su escritura. Usa su vida, su cuerpo y sus tragedias como materia prima. Se estudia en un espejo descarnado y el resultado es que ese reflejo es colectivo y podemos vernos reflejados. Ella está rota y lo cuenta. Está rota porque tuvo una infancia difícil, sus padres se odiaban, fue muy pobre en la época posterior a una Segunda Guerra Mundial de la que nadie salió entero.
Mujer, nacida en 1940, de familia de clase trabajadora pobre, su vida fue signada por su condición. Y a la vez, esa condición de género y clase social, es la radiografía que muestra en su obra y nos presenta sobre una mesa que bien podría ser la de una morgue: por lo frío, desamparado y tremendamente humano que ve lo que allí se presenta. La vida, la enfermedad, la muerte, las causas de nuestras acciones y las consecuencias, muchas veces insostenibles, tremendas.
Su obra es un paseo por el siglo XX, desde el sueño de la sociedad del bienestar, el matrimonio y los hijos; al fracaso del sistema, la caída del velo que encierra secretos de familia que ahogan y nos convierten en mujeres heladas. Las luchas internas entre el deber ser que se impone desde arriba y desde afuera, desde la sociedad y la familia, la enseñanza y la educación y ese ser que lucha por salir a la luz y gritar a los cuatro vientos quién es en verdad.
La tesis de Annie Erneaux parece ser algo así. La sociedad y la familia construyen las bases sobre la que planeamos nuestras vidas, y son hegemónicas y no permiten grietas, ni digresiones de la norma. Cuando eso sucede, cuando alguien se rebela y se propone una vivienda diferente, todo se desmorona. Todo se rompe. La vuelta de tuerca de esta tesis es que tanto la sociedad como la familia cambian esa base de manera bastante aleatoria e impredecible, así que aun si construimos con comodidad en esa matriz, eventualmente todo se rompe. Y mas si sos mujer, mucho mas.
Y aquí es donde Erneaux se vuelve fundamental. Las mujeres y el derecho a sus cuerpos parecen aún hoy un espacio de lucha que no fluye sino que se conquista con dolor. El sexo, la pasión o la falta de pasión, el embarazo, la maternidad y el aborto, la búsqueda de complacer la mirada del otro, el rol de madre, esposa, hija, e incluso de escritora, son las aguas empantanadas por la que transita su narrativa. Si todo acto es político, la escritura de Erneaux viene a levantar la bandera de las desigualdades que aún hoy siguen existiendo en referencia a los cuerpos y la autonomía, el deseo y la concreción del deseo, la habilitación de la palabra y la búsqueda de la libertad.
Erneaux mete el dedo en la llaga sin asco.
En La vergüenza abre con “Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio, a primera hora de la tarde”. Y denuncia en un libro desgarrador la condición de una pareja de obreros, atrapados entre lo que desean y sus posibilidades, las expectativas y la realidad. Sus historias siempre se mueven entre dos mundos, el posible y el real. Y cuando la leemos es muy difícil no imaginarnos zigzagueando en nuestras propias vidas entre eso que deseamos, lo que tenemos y lo que se espera de nosotros. Erneaux escribe ese espacio intersticial que provoca el ahogo de saber que no necesariamente la vida que tenemos es la que deseamos. O peor, que la vida que proyectamos –hoy en redes sociales, por ejemplo- no se parece en nada a la vida real. Pero, de nuevo ¿Cuál es la vida real? ¿Hay una sola manera posible de habitar la realidad?
Ella llevó al extremo el proyecto de narrar su vida. El libro El acontecimiento, que cuenta la historia de un aborto que realizó en su juventud, lo escribió a escondidas de su marido, que no apoyaba en absoluto su escritura. Y a partir de la publicación de La mujer helada, el matrimonio llegó a su fin. Se ve que fue demasiado para el marido que ella ventilara los trapitos de su relación. La mujer helada es ella misma, es quien se convirtió luego de años y años de una relación para afuera, sin amor. En este libro también cuestiona la maternidad. Y en un giro apasionante, la vida de la autora contada en su literatura le devuelve el cachetazo y le cambia la vida. Escribir la vida, vivir la escritura.
Annie Erneaux plantea que solo puede escribir sobre su vida. Pero ese gesto individual se vuelve colectivo en la forma en la que narra episodios domésticos, ordinarios, sin aparente trascendencia y que a la luz de su forma narrativa que es quirúrgica, nos interpela porque mucho de lo que le pasó a ella, nos pasó a nosotros. La insatisfacción en la pareja, un abuso sexual que se disfraza de sexo consentido, la frialdad de una relación que tiene como sola intención la proyección exterior de un modelo de pareja que encaje en esa idea social sobre el matrimonio, los secretos familiares que se apoderan de nuestra mente y nos dominan.
Su obra estimula el pensamiento, es incisiva y ascética, remite a lo mas profundo de nuestros anhelos y frustraciones y grita todo el tiempo que: todo bien, que si vos no te animás a decirlo, ella lo va a decir por vos. Y lo va a decir sin pelos en la lengua así que si la leés, bancátela. Porque ella está rota y lo cuenta. Pero al hacerlo, nos demuestra que estamos todos rotos.
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