
—¿Cuál es tu intención al crear arte?
—La primera es convertir en material (obra) algo que fue una visión dentro mío. Mi obra es una expresión de mi interioridad, de mi inconsciente y que intento articular mediante un acto consciente. Es un camino de autoconocimiento en tanto revela contenidos ocultos al consciente que se manifiestan en flashes de imágenes, que son visiones que tengo (a veces). Otras veces se van manifestando en capítulos hasta que toma forma definitiva en la tela.
Mi intención es claramente comunicativa. Mi obra, como te darás cuenta, es una parte de mi cosmología, aunque no toda. Refleja un pensamiento. Una concepción del mundo. No tengo interés –por ahora– en descubrir formas nuevas de la pintura, en el sentido en que se buscaba en las vanguardias del siglo pasado, pues siento que sería como pretender inventar nuevas letras del abecedario. No, creo que como estética está todo inventado, y lo que hago es buscar nuevas fórmulas de combinación de los elementos dados. Algo así como buscar nuevas formas poéticas utilizando el lenguaje de siempre, lo que me parece un desafío aun mayor, pues el riesgo de repetir elementos del pasado es enorme. Sin embargo, es mi apuesta. Y creo que, justamente, mi originalidad reside en la complejidad del sistema simbólico de mi obra.
Me interesa mantener el concepto de “aura”, tal como lo concebía Walter Benjamin y lograr obras aparentemente convencionales, que tengan impacto simbólico y que no renuncian a crear belleza, pero no buscando lo decorativo.
Intento crear una obra que impacte en la belleza sin renunciar a que esa belleza esconda sutilmente un contenido, generalmente paradójico, que sea estimulante intelectual y emocionalmente. Creo que mi pintura se resiste a una interpretación lineal y literal. No es aparentemente claro lo que sugiere pero esconde una coherencia simbólica en su contenido.

—Dicho esto, cómo definirías tu línea de trabajo o tu estilo?
—Descreo bastante de las definiciones de estilo. Una definición provisional, no exenta de humor, sería que es un Neobarroco Posmo-Pop. Tengo una fuerte admiración por la pintura del Barroco, por el proceso de las vanguardias del siglo XX que de alguna manera forzando lo conceptual llegan al Pop, y quizás a pesar mío, no puedo evitar notar que la mezcla que hago de estilos visuales puede ser encuadrada dentro de lo que en la mirada posmoderna se denomina pastiche, que no es una definición peyorativa sino que evidencia lo heterogéneo de las influencias.
—¿Cuál es el mensaje predominante en tu arte?
—No hay un solo mensaje. Mi obra es un gran puzle en el que se va armando un sistema simbólico personal, que sin embargo remite a la deconstrucción y desciframiento de lo inconsciente, en tanto eso puede ser leído como un proceso de liberación de creencias heredadas.
Para mí, un arte que se pueda llamar verdadero tiene siempre algo inconcluso, pues es un constante desplegarse de la propia conciencia y de una verdad a la que no termina nunca de arribarse. Intento transmitir el proceso de construcción de mi concepción del mundo y de la vida, en la que lo espiritual es el desarrollo de la consciencia, a través del amor, la belleza, y el pensamiento simbólico. Juntos esos tres elementos. Intento un triunfo del Eros sobre Tánatos. Y en ese proceso es donde recién aparece lo establecido, lo viejo, las formas religiosas falsificadas como representación de lo tanático frente a lo creativo, lo nuevo, lo bello, que sería el Eros.
A partir de la modernidad, nosotros vivimos –aparentemente– en una cultura laica. Sin embargo no podemos pasar por alto 1.700 años de adoctrinamiento eclesiástico. Nos guste o no, estamos completamente imbuidos de imágenes bíblicas y, lo que a mi criterio es demencial, es que en plena modernidad seguimos considerando la mitografía bíblica como un relato histórico. A mi criterio, esto tiene consecuencias devastadoras sobre el sentido poético de la humanidad. Justamente en el Renacimiento se cuestionan ideas fijas, pero lo que me interesa resaltar es que en el arte dejan de aparecer solamente los motivos religiosos (por supuesto siempre cargados de drama para que no olvidemos la culpa eterna que debemos pagar) y empiezan a aparecer muy diversos motivos de la mitología griega.
Aquí llegamos a Boticcelli y al doble motivo de mi elección para pintar una y otra vez el nacimiento de Venus. Una es la sencillez de su belleza y su –¡por fin!– salida del tenebroso mundo judeocristiano. El segundo motivo es que desde hace mucho tiempo creo que el mito del nacimiento de Venus encierra una clave importante, pero que queda deslucido frente a la variedad y masculinidad de la mitología griega en general.

—La reiteración de la figura de Venus me lleva a notar que hay otras figuras que aparecen en distintas situaciones en varios de tus cuadros. ¿Cuál es la idea de fondo?
—Esto es parte de un proyecto de formar una suerte de alfabeto o gramática visual, como si esas figuras fueran equivalentes a las palabras o ideas dentro de un poema. En este caso son imágenes con las que intento articular un discurso visual y espacial, que escape a la tentación de ser interpretado como un discurso lineal en palabras.
También forma parte de este proyecto crear una suerte de nueva mitología poética que permita acercarse o que sugiera la necesidad de recuperar o interpretar de una forma nueva lo que sería una suerte de pensamiento mítico. Lo mítico no está separado del Logos, sino que se complementan. Sucumbimos demasiado pronto a la tentación del pensamiento racional, sin comprender que detrás de toda esta fascinación con la ciencia, con su supuesta capacidad para explicarnos los misterios del mundo, se esconde la misma mirada que siglos antes esperaba explicarse el mundo con el discurso religioso.
Mi crítica a la religión organizada no es una defensa del racionalismo ni del ateísmo, sino que creo que la religión organizada es como la burocracia de la espiritualidad verdadera.

—¿Es así como deberían entenderse los elementos referidos a lo religioso en tus obras? Es decir, la monja desnuda o las otras mujeres que parecen vírgenes o diosas griegas.
—La monja desnuda remite al título de la obra Nuestra Señora del Deseo Prohibido, que forma parte de la serie “Nuestras señoras del Statu Quo”, que de por sí muestra una paradoja. Son mujeres idealizadas pero que colaboran con el statu quo, es decir con el orden imperante/conservador.
La imagen de la monja desnuda de cintura hacia abajo simboliza un doble mensaje: por un lado existe como ser de atractivo sexual pero al mismo tiempo su parte superior –su conciencia– está vestida de ropaje religioso, es decir, concomitante con el statu quo y sobre todo reprimida. Puede ofrecerse como ser sexuado pero su cabeza, su mentalidad, está cubierta por ropajes religiosos, pues aunque no sea religiosa, la cultura imperante está teñida de elementos religiosos.
Es decir, en esa paradoja se expresa la prohibición religiosa sobre la mujer, la prohibición de que ejerza libremente su sexualidad y su independencia. Nace en el esplendor pero es sometida al orden imperante. Por eso el cuadro tiene dos versiones: El Nacimiento de Venus en plena Inquisición y la segunda, Venus y el juicio de Eva.
Lo que se quiere transmitir es el desacuerdo sobre el rol de la mujer para la Iglesia y la represión indiscriminada ejercida sobre el pensamiento disidente en general, en especial durante la Inquisición (es importante remitirse al verdadero y original sentido de la palabra hereje, que simplemente quiere decir “el que piensa distinto” y que no tiene nada de sacrílego, simplemente ejerce su derecho a pensar diferente).
La Inquisición para mí es la metáfora perfecta de la opresión de la cultura en la que vivimos, ya que la Inquisición no aparece en 1478 en España, que es cuando se funda la inquisición española, sino que aparece en Languedoc, Francia, alrededor del 1134 para reprimir a formas libertarias del cristianismo como eran los albigenses que curiosamente promovían el amor libre (este tema está muy bien tratado en la novela de Umberto Eco El nombre de la rosa).
Es interesante notar el paralelismo entre la actual cultura de la cancelación en las redes sociales y la mirada inquisitorial.
—¿Por qué hay una figura de Shiva sosteniendo a Dios? ¿Cómo debe interpretarse esto?
—Esto forma parte de lo que es mi concepción del universo. En el origen de las religiones siempre hay un conocimiento esotérico que se transmite sólo a los iniciados. En el caso del cristianismo, los apóstoles eran los iniciados de un conocimiento secreto que Jesús, como maestro, impartía. Hay toneladas de literatura sobre esto, no es un invento mío.
No debe olvidarse que la religión propiamente dicha nace con la muerte del guía, porque mientras el guía o maestro está vivo lo que trasmite es una doctrina o un conocimiento. La religión nace para suplantar la figura del maestro original, que siempre es contraria a las formas de religión imperantes en su momento. Esto significa muy claramente que mi mirada crítica no va ni hacia la figura de Jesús ni hacia su doctrina, sino a la deformación posterior de su palabra por parte del aparato burocrático de la Iglesia. Y sobre todo hacia el concepto de monoteísmo absoluto, a la idea de una verdad única.

—¿Tus obras de arte tienen elementos de intención ofensiva o sacrílega?
—Ni ofensiva ni sacrílega. En todo caso, mi obra es irónica e irreverente, pero te diría que un arte que no es irreverente y que no cuestiona el orden establecido es un arte puramente decorativo.
Sólo podrías hablar de algo sacrílego si dieras por verdadero algún orden sagrado o estuvieras dentro de él. Y no nos olvidemos que nunca nadie estuvo en contacto con algo (objeto) sagrado. Lo sagrado es una convención. La gente cree en cosas sagradas porque le enseñaron a hacerlo y no por haber tenido una experiencia directa con lo sagrado. Es algo que remite a otro momento de la historia en el que no había suficientes conocimientos científicos y psicológicos. Es como pensar que el Papa de Roma es sagrado, o santuarios donde se dice que hay un trozo de la cruz de Cristo. Obviamente no es así. Son formas establecidas por la Iglesia para mantener el “temor a Dios“ siempre presente.
La religión, como institución, nace para mantener el orden social. Toda religión tiene un trasfondo político de mantener vigente el statu quo y, sobre todo, una concepción del mundo de la que la Iglesia o el poder son los máximos depositarios de su comprensión, mientras que el pueblo llano, que es tomado como ignorante de las verdades divinas, debe someterse a la guía de estos poderes, como las ovejas al pastor. Pienso, pero no estoy seguro, que lo que quieres decir es si hay una intención agresiva hacia la religión imperante en mi obra. Fundamentalmente soy crítico con las consecuencias históricas del monoteísmo y de la conversión del cristianismo en religión del imperio.
—Entonces dejame preguntarte: ¿quién es Dios para vos?
—Dios no es quién, sino qué. Si es quién, soy yo, tú, todos los humanos, porque todos estamos hechos de la misma energía, que es la misma energía del plano superior del que hablamos antes.
Es la energía que forma todo el universo. Entonces todos somos Dios. Entonces hay que buscar otra manera de encontrar las diferencias. Y las diferencias están en el plano de la conciencia. Cada nivel tiene su plano de energía y su plano de conciencia. En los humanos están los cuatro planos uno dentro del otro. El origen del camino espiritual es llegar hasta la energía más pura y la conciencia más elevada. Pero es una experiencia interior y personal, y no puede ser mediatizada por una Iglesia o cualquier autoridad religiosa. Cuando es así siempre hay una manipulación de poder. Pero yo no niego la realidad del espíritu. Lo que quiero decir es que la religión organizada dictamina las reglas de una búsqueda espiritual que es un fake, privando así a la gente de vivir una experiencia espiritual verdadera.
Al contrario de lo que parece, lo que yo propongo es cuestionar la concepción del mundo de la religión cualquiera establecida, para poder buscar (que no necesariamente encontrar, pues “muchos son llamados, mas pocos elegidos”). Lo que reclamo es el fin de la concepción de la vida como una camino de piedras para tener en el más allá la bienaventuranza. Porque la bienaventuranza, la verdad, el amor y Dios mismo están acá y ahora conmigo y allí y ahora contigo.
—Lo que me encanta de tus piezas es que piden mucha participación del espectador, el significado no es explícito sino que nos piden que busquemos entender. Eso en sí mismo es un ejercicio. Un ejercicio intelectual del que tanto carece el arte contemporáneo.
—Borges define el hecho estético como “la inminencia de una revelación que no llega a producirse del todo”. Es decir, el espectador percibe estar viendo algo en un idioma que desconoce pero que intuye vagamente sin poder definirlo con precisión. Es en este esfuerzo emocional/intelectual, como si estuviera tratando de rearmar el contenido de un sueño que no puede recordar del todo al momento de despertar y que siente que ese sueño tiene un significado revelador. El verdadero arte despierta y estimula el deseo de ir más allá del significado evidente. De descifrar el simbolismo.
(*) Geraldine Pinzón es licenciada en Curaduría e Historia del Arte. Reside en Vancouver y ha sido curadora en galerías en Miami, París y Vancouver.
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