Nació en Buenos Aires en 1980. Es periodista, escritor y docente. Con un talento natural y un elaborado dominio del oficio y de los diferentes géneros del periodismo, Javier Sinay publicó los libros Camino al Este: Crónicas de amor y desamor (2019); Cuba Stone: Tres historias (en coautoría, 2016) y Los crímenes de Moisés Ville: Una historia de gauchos y judíos (2013) y La caja de letras, un trabajo sobre un libro del periodista Pinie Katz, una figura de la cultura judía argentina a comienzos del siglo XX. En 2015 ganó el Premio Gabriel García Márquez de la Fundación Gabo por su crónica “Rápido. Furioso. Muerto”, publicada en Rolling Stone, revista de la que fue editor. Sus textos han aparecido en los diarios La Nación y Clarín, de Buenos Aires; y en el sitio Redaccion.com.ar. Además, fue corresponsal en Sudamérica para El Universal (México), además de colaborar con publicaciones de Europa y Asia. Dicta habitualmente seminarios de escritura creativa de no ficción.
Editorial Tusquets acaba de reeditar -con algunos leves cambios y añadidos- su celebrado libro Sangre joven: Matar y morir antes de la adultez (Premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra de Gijón, 2009), un trabajo que consagró a Javier como uno de los grandes cronistas en lengua castellana y que reúne historias de víctimas y victimarios que tienen en común la juventud y la tragedia. Las historias de los crímenes, pero también las historias de vida de los protagonistas y sus familias, son narradas con sensibilidad pero sin juicio en un estilo distanciado que, sin perder ni elegancia ni empatía, le permite al lector asumir su propia mirada sobre los episodios que se cuentan.
Lo que sigue es la transcripción de la charla que mantuvimos semanas atrás, en la que hablamos sobre el periodismo y los grandes cambios que se dieron en los últimos años en el oficio y también sobre las diferencias entre la edición original y la nueva versión de su libro, diferencias que tienen que ver con un país y un mundo que son otros pero, también, con un autor que hoy, a partir de su propia experiencia como adulto, ya no mira a los protagonistas de sus historias como un par.
— ¿Qué significa volver a tomar un texto, revisarlo, retocarlo tantos años después? ¿Cómo fue esa experiencia?
— Bueno, cuando Paola Lucantis, la editora de Tusquets, me ofreció volver a publicarlo yo le dije que sí, encantado, obvio, pero dejáme que lo vea un poquito, que lo vuelva a leer, a ver cómo se siente. Y lo hice y me pareció que estaba un poco desactualizado, que tenía que traerlo un poco a este 2022 desde el lenguaje, incluso. O sea, no tanto los casos, porque están como muy fechados, son del momento, no se pueden traer, pero sí el lenguaje. Y a un libro de 300 páginas le hice más de mil correcciones. O sea que son como más de tres correcciones por página, creo que hay algo de autoedición que, en este caso, fue sin piedad.
— Ahora, ¿cuántas de todas esas correcciones tenían que ver con que cambió tu modo de escribir o cambió el sentido común de la época y te encontrabas con cosas que decías “si dejo esto, me matan”?
— Bueno, las dos cosas. Te voy a contar. Respecto de lo primero, yo cuando publiqué ese libro era un pibe, un cronista de 28 años ansioso por contarle al público lector sobre su mundo y su generación a través de estas historias y estos crímenes. Pero, básicamente, eran crónicas urgentes de la propia identidad. Y en este momento había que darle un barniz más atemporal. O sea, ahí hubo un trabajo de lenguaje y de mirada. Y, después, respecto a cómo evolucionó el mundo, hay algo muy puntual que es que en el año 2009, cuando se publicó por primera vez Sangre joven, el femicidio no estaba en el Código Penal.
— Claro.
— Empezó a estar en el 2012. Y uno de los capítulos es un clarísimo femicidio. Entonces, obviamente, ahora, cuando revisé ese capítulo no puse “este femicidio”, no incorporé la palabra como fluidamente pero sí lo puse entre paréntesis en un lugar puse algo como “lo que hoy es un femicidio”.
— Ahora, esto de retocar en función también de cómo cambió la cabeza de uno y el sentido común social, ¿cómo afecta el modo en que vos -entre comillas- habías cerrado los casos? Porque, finalmente, lo que hacías era una investigación, también. Entonces te pregunto si se dio en esta historia, que es la del femicidio de la calesita, un capítulo tremendo, o en alguna otra que también cambió tu manera de ver el caso.
— Yo diría que sí pero, a la vez, fue un trabajo un poco sutil el de esta reescritura porque tampoco tenía que cambiar tanto el texto. Creo que el de la calesita es un buen ejemplo y también el primer capítulo, que es un triángulo en el que dos chicos se pelean por una chica y un policía y algunos amigos del chico que muere le cargan mucho las tintas a la chica. Esos dos casos son buenos ejemplos. A lo sumo agregué una oración en algún lugar, como para acentuar una idea, pero no más de una línea.
— Justo te iba a preguntar por ella, por la Pimpollo. Porque también es el otro caso en el cual puede sentirse cómo cambió la mirada sobre las mujeres en estos años.
— Claro, ahí por ejemplo hay una parte donde hablo con un policía y el policía dice “ella los volvió locos a los dos pibes”. Entonces, lo que agregué, o sea obviamente fue una entrevista real, no podía cambiar las palabras que me dijo ese policía y tampoco quería cambiar esa tensión que se va creando sobre la Pimpollo en el capítulo, entonces lo que decidí agregar fue una línea que dice “El policía, comprobaría yo, no era la única persona que veía a la Pimpollo con saña”. Como para decir “bueno, están todos contra esta pobre chica”.
— Claro. Encima ella como la responsable de que haya habido un crimen…
— Eso es lo que ahora salta un poco más a la vista. Y es muy loco porque cuando este libro salió, nadie dijo “es un libro machista”. Pero leído hoy hay partes donde yo mismo digo: hoy esto hay que contarlo de otra manera.
Cuando uno hace una crónica policial desanda el camino de los hechos y va viendo cómo las cosas van a ocurrir y es como que decís: por favor, que alguien haga algo para que esto no ocurra.
— Por momentos la sensación es como que tu búsqueda tiene que ver también con encontrar la humanidad, los rasgos humanos incluso en los criminales. Que es una búsqueda interesante porque es lo que deja a la vista que cualquiera podría llegar a ser en algún momento, por alguna situación, un asesino. En este sentido, lo que uno advierte es un narrador, un periodista, que se para en determinado lugar. ¿Dónde se paraba Javier Sinay en ese momento entre las víctimas y los asesinos?
— Se paraba en una posición de desesperanza, en la cual cada vez que hago una de estas historias sigo cayendo o sigo, inevitablemente, encontrándome y como diciendo todo esto es muy triste… Cuando uno hace una crónica policial desanda el camino de los hechos y va viendo cómo las cosas van a ocurrir y es como que decís: por favor, que alguien haga algo para que esto no ocurra. Pero los hechos ya ocurrieron. Entonces, ya sabés el final y decís “si hubieran movido esta piecita” o, no sé, “si esta persona no hubiera hecho esto tan chiquito”. Pero bueno, las cosas son como fueron.
— Si se hubiera despertado más tarde, si no hubiera salido.
— Claro. Y a mí lo que me genera, más que pararme en una posición de denuncia o en una posición maniquea o lo que fuera, es tristeza y desesperanza de ver que algunas cosas parecen sistemáticamente mal o estructuralmente mal. Obviamente, la responsabilidad es de las personas pero hay cosas que parecen que ocurren en un circuito preestablecido. Hay cosas que sabemos que funcionan mal en nuestra sociedad y es como que a veces no le veo, no sé, la solución o la salida.
— Hay una pregunta que aparece en varios momentos del libro y que es por qué matan los jóvenes. Los otros días escuchaba a Dolores Reyes leyendo un texto increíble en el Foro de la Lectura del Chaco en el que hablaba justamente de los chicos, de los más jóvenes, y decía “los chicos están muy solos”. Cuando uno lee tu libro encuentra cosas que tienen que ver con el pasado pero hay otras que podrían suceder hoy mismo y, de hecho, suceden hoy mismo. Esto que estás diciendo en relación a la cuestión estructural, ¿cómo lo analizás? ¿Por qué matan los jóvenes en la Argentina?
— Mira, obviamente que, como decía Dolores Reyes, están solos. Solos y atomizados, me parece. Porque los espacios de amistad, compañerismo y construcción colectiva son pocos, la verdad. No sé, voy a pecar de viejo choto por ahí pero yo todavía la vida fui rockero, me gustó toda la cultura pop y rock y hoy escucho las letras del trap y me parecen tristísimas. O sea, plantean una visión del mundo bastante berreta, viste Pero aparte de todo esto, lo que quiero decir es que hay una cuestión que me llamó mucho la atención, que aparece en algunas sentencias, es una cuestión del Derecho, lo toman a veces los jueces en estos casos como un atenuante para el asesino. Para chicos que cruzaron la línea, digamos, y el atenuante es “inexperiencia de vida”. Siempre me llamó la atención. Y escribiendo estos casos me di cuenta de que hay algo de eso. Hay algo como de no tener real noción de lo que estás haciendo, que es muy típico de la edad también. O sea, con muchos de estos chicos yo me sentí identificado no porque hubiera estado en mi vida en alguna situación muy límite, muy violenta, pero sí porque siendo adolescente probé los límites, viste, traté de ver hasta dónde sí, hasta donde no. Y como dijo un fiscal que entrevisté, quizás tuve más suerte en situaciones no tan diferentes a las de estos chicos, ¿no?
“Los espacios de amistad, compañerismo y construcción colectiva son pocos, la verdad. No sé, voy a pecar de viejo choto por ahí pero yo todavía la vida fui rockero, me gustó toda la cultura pop y rock y hoy escucho las letras del trap y me parecen tristísimas.”
— No digo que no haya en algunos casos una clara voluntad de daño pero hay otros en los que no. Hay algo que aparece en algunos capítulos y que tiene que ver con el modo en que fuiste trabajando y cómo quienes están alrededor de aquellos que tenías que entrevistar persuaden a la persona para que hable; les dicen que es necesario hablar con alguien. Eso es algo que te ocurrió en varios casos, ¿no?
— Sí, y hasta el día de hoy me pregunto qué es lo que lleva a una persona a querer hablar o a querer callar y guardarse la historia. Sabés que cada vez pienso más que los cronistas o los periodistas creemos que podemos convencer a la gente de que nos hable, de hecho en el libro -como decís- hay momentos donde pongo en escena algunos de mis recursos para intentar que la gente me hable pero cada vez creo más que la gente ya está convencida de hablar o no y no es tanto que somos nosotros los que podemos convencerla.
— Qué interesante eso.
— O sea, nosotros podemos mostrar una, dos, tres razones pero en el fondo la persona ya lo decidió, me parece. Desde que te sentás a hablar, o sea a negociar por primera vez, creo que la persona ya sabe si va a hablar o no. Ahora, para responder a tu pregunta de por qué me hablaron. Por qué esta gente, según mi nueva teoría, ya quería hablar y solo estaba esperando la oportunidad, en muchos casos obviamente es por honrar la memoria de alguien que ya no está. O sea, por amor. En otros casos creo que, por ejemplo para autojustificarse, autoexplicarse, pero me acuerdo el caso de Andy, que es una chica que apuñaló a dos chicos en una bailanta en una noche durante una pelea entre grupos. Ella tenía 18 años y estaba su sobrino de 15, y creo que ella habló conmigo para darle un mensaje a ese sobrino y a los amigos del sobrino, a esa generación posterior. Como para dejar una enseñanza si se quiere. Y, después, hay casos en los que no sé por qué la gente habla, ahí me supera.
— Recién hablabas de los recursos del periodismo y quería preguntarte cuánto pensás que cambió, que creció o que perdió el periodismo de terreno en estos años. Es complicado lo que te estoy preguntando pero es algo sobre lo que vengo reflexionando mucho.
— Sí, porque me llevas a un lugar políticamente incorrecto. Me querés decir que obviamente perdió bastante terreno. Perdió tierra, viste, perdió polvo, mugre, y lo que ganó es el terreno de los likes, de los retuits y todo eso, ¿no? Yo mismo incluso resuelvo completamente o parte de mis notas consiguiendo testimonios en las redes sociales.
— Por supuesto, claro. O WhatsApp.
— Sí. Y cuando empecé como periodista hace 20 años, no sé, me quedé pensando si es mucho o poco pero, digamos, cambió tanto la época que cuando empecé era cadenas de teléfonos hasta conseguir a alguien e ir a entrevistarlo a un McDonald´s o a la casa o a un café. Era muy diferente.
— Sí, al mismo tiempo, como tratando de no ponernos completamente negativos uno podría decir que hay materiales que antes a uno le llevaban infinidad de tiempo porque tenía que ir a bibliotecas, a hacer recorridas de diarios y demás, y hoy tenés un montón de recursos a la mano. Pero se perdió el mirar a los ojos al otro. Muchísimo.
— Sí, sí, se perdió el tema de los sentidos. Cómo se sentía pisar tal lugar. Cómo se veía, por supuesto. Cuál era el aroma. Es increíble, ¿no? Porque se ganó en una cantidad monstruosa de información sin cuerpo o sin materia porque la información que tenemos hoy es espectacular. Documentos, como decías vos, conseguir gente más rápido. Pero bueno, es inmaterial, creo. La cualidad de nuestras historias hoy pasa más por ahí.
— Sin embargo se podría decir también que esto mismo lo puede llevar a uno a trabajar otros géneros. Cuánto, por ejemplo, de lo que hoy se puede hacer a través de la tecnología te ayudó para La caja de letras, por ejemplo. Para la cuestión de trabajar también algo de la historia pero visto desde hoy. Contanos un poco exactamente quién fue Pinie Katz y qué es La caja de letras.
— Mira, tengo una respuesta que te va a gustar para eso pero primero te voy a hacer la introducción que me pedís. La caja de letras es un libro que publiqué el año pasado que es mi versión, o sea mi traducción al español de un libro publicado originalmente en 1929 en Buenos Aires escrito en idish por un periodista que fue Pinie Katz, un gran periodista del ICUF, que era el ala o la acepción argentina del Partido Comunista, y fue un gran hombre de letras y de cultura del judaísmo argentino de la primera mitad del siglo XX. Un tipo que tradujo el Quijote, que tradujo el Martín Fierro al idish y que tradujo piezas del idish al español y que dirigió un diario que fue masivo que salió hasta el año 93. Pinie Katz murió en el 59 y el diario era Di Presse. Bueno, y el libro, que no te dije, era Tsu der geshijte fun der idisher dyurnalistik in Argentine, o sea, Sobre la historia del periodismo judío en la Argentina y contaba esta historia entre los años 1898 y 1914. Era un libro fascinante porque estaba lleno de chismes y de aventuras y yo lo usé como fuente para mi libro Los crímenes de Moisés Ville y después dije: hay que traducirlo, hay que rescatarlo.
— Claro, claro.
— Ahora, lo que te quería contar sobre la tecnología y las redes es que este libro, el libro original de Pinie Katz, menciona un montón de nombres y de gente de esos primeros años del siglo XX y menciona a un diputado y escritor conservador de Rosario de apellido Söere, con diéresis, ¿no? Un apellido alemán. Escrito en idish sonaba cualquier cosa, o se leía como sin diéresis, menos sutil. Y yo lo transliteraba, lo buscaba y decía “quién es este tipo”, no lo encontraba. Ponía, no sé, Sore o Sure diputado Rosario.
— Sí, lo que nos pasa cada vez que hay que pensar en español nombres que fueron escritos en otra lengua bien diferente.
— Claro. No me aparecía nada en Google y era lo último que me faltaba descifrar de ese texto para cerrar el libro. Un texto lleno de referencias a anarquistas, a personajes locales de 1908. Había ido nombre por nombre y me faltaba ese. Entonces le saqué una foto al texto en idish, lo puse en Twitter un día como a las tres de la mañana, que no sé ni por qué lo puse, y ya estaba como cansado y al toque me responde Leivi Grunblatt, hijo del director general de Jabad Lubavitch en la Argentina. Y me responde: Jorge Söhle. Me da el nombre con la diéresis, con todo. Lo googleo y efectivamente dice diputado, escritor, conservador, etcétera, etcétera. Fue increíble. Al toque, me lo respondió. Y ahí es cuando aparece el lado bueno de las redes y el mundo utópico que nos proponen.
— Otro de tus libros, que es un libro que cuenta un viaje que tiene que ver con una historia de amor, es Camino al Este y vos, que sabés de qué se trata esto de viajar lejos, también sabés que hoy si llegás y tenés señal de internet ayuda enormemente, también a la hora de comunicarte con otra gente, ¿no?
— Ni hablar. Yo este viaje que decís lo hice desde España hasta Japón, yendo país por país, nueve países, y en cada país al que llegaba me compraba un chip y lo metía en mi teléfono, que estaba liberado, y me manejaba con los mapas, con el traductor. O sea, es muy, muy útil tener eso en el bolsillo.
— No reemplaza lo otro pero en todo caso lo que hace es enriquecer ese poder estar en terreno y tener acceso a cosas que, de otro modo, uno no tendría. Te hago todas estas preguntas porque sos una persona que está todo el tiempo entregando tu conocimiento en talleres, en cursos. Y me imagino que poder enseñar lo que son las herramientas para un cronista incluye todo esto, incluye decirles a los alumnos: no te quedes adentro de tu casa, tratá de salir y ver, pero también incluye decirle “mirá que las redes ayudan mucho”.
— Bueno, sabés que yo tomé un taller de crónica y viajes en 2017 en México con un gran, gran, gran cronista de viajes, justamente escritor cronista de viajes, un tipo muy generoso, dejame no decir su nombre, es un americano, no quiero decir su nombre porque él es muy de viajar en tren, de la era del 70, viajó por todo el mundo, y él decía: viajen sin celular.
— Mirá vos.
— Porque él se compra los mapas, los estudia. Pero no, yo digo: viajen con celular. Él considera que el celular te aísla del territorio y te dispersa.
— Es posible que pasen ambas cosas y también creo que es inútil resistirse. Que, en todo caso, lo que hay que hacer es ser selectivos con lo que se nos ofrece. Muchas me pregunto eso, vos te lo habrás preguntado, cómo habríamos sido nosotros como periodistas si no hubiera llegado internet. Yo recuerdo algunas cosas porque soy más grande que vos, pero digo, qué habría pasado con tantas cosas que uno hizo a partir de la llegada del email, por ejemplo.
— Yo creo que, quizás, hubiéramos tenido que hacer la crónica más difícil de todas según Martín Caparrós, que es “cuenta tu propia cuadra”. Quizás no hubiéramos ido lejos de nuestra propia cuadra.
— Una pregunta que te quiero hacer tiene que ver con los tonos, con el registro de la escritura, porque hacés cosas muy diferentes. ¿Cómo te planteás el tono que vas a usar en cada caso? ¿O sale solo?
— No, es una buena pregunta porque aprecio mucho el tono de grandes escritores de no ficción como Caparrós, Leila Guerriero, Carrère, Fuguet. Pero mi propio tono no lo veo, viste. Me preocupo, obviamente, por cómo empezar un texto; planteo bien la estructura antes de empezar, sé para dónde voy cuando escribo. Le doy dos o tres versiones al tema de las palabras. Una versión más cruda, después voy afinando las palabras. Pero nunca me doy cuenta de cuál es mi tono. Creo que todavía estoy muy cerca del árbol como para ver el bosque.
— ¿En qué estás trabajando ahora?
— Ahora estoy trabajando en un libro sobre paternidad. Tengo un hijo de 3 años. Pero es sobre la paternidad tamizada por algunos hechos metafísicos digamos.
— Me dejaste intrigada.
— Recién estoy empezando y no sé bien para dónde voy. Creo que sí, pero tengo que verlo. Digamos que pasó algo medio raro y eso me disparó a escribir sobre ese episodio y, tangencialmente, sobre la paternidad y lo que no esperamos cuando tenemos un hijo, seamos madres o padres.
— Por último, ¿quién te imaginas que es hoy el lector de Sangre joven?
— Creo que lo van a leer muchos de lo que leyeron la primera versión porque en las redes me dicen que lo recuerdan y que los marcó, pero me encantaría, me volvería loco, si lo pueden leer pibes que hoy tienen 20 años. Y me encantaría saber qué piensan y cómo les pega.
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