Mientras viajaba en auto por los mismos lugares que recorría cuando era una niña en Etiopía, Jessica Beshir notó que algo había cambiado en el paisaje. De un lado y otro de la carretera, en los campos donde antes había distintas variedades de cultivos ahora solo había khat, una planta cuya hoja tiene efectos estimulantes y que es utilizada en rituales por musulmanes sufíes. La directora de cine, de madre mexicana y padre etíope, conocía la planta y su uso, pero no estaba enterada de cómo esta se había transformada en una fuerza económica, en la principal fuente de comercio del país africano.
Interesada en el tema, empezó a investigar. Por 10 años viajó al país africano con su cámara para documentar a una comunidad en la región de Harar —lugar de donde es su familia paterna—, ubicada al sudeste de Etiopía. El resultado de estos viajes es su opera prima Faya Dayi, un film que, en un lenguaje poético y grabado en un deslumbrante blanco y negro, se sumerge en el mundo espiritual del khat.
“Esta película trata de la relación que los humanos siempre hemos tenido con estas plantas sagradas. Los sufís la han utilizado como forma de sanación espiritual”, dice Beshir en conversación por videollamada con Infobae Cultura.
Pero el khat no fue lo único que la motivó para hacer la película. Desde que se fue de Etiopía cuando tenía 16 años —se había ido a vivir al país africano cuando tenía tres años—, Beshir no encontraba imágenes del lugar donde creció, un cine que mostrará cómo es la vida allí. Por supuesto que hay películas de Etiopía pero todas estas son del norte del país, y no del sur, que es la parte musulmana de donde es su familia.
“Esos lugares donde creciste, de tu niñez, de tus memorias, nunca te dejan. Pero están aún más presentes cuando hay un desarraigo no voluntario”, dice. Beshir creció en Harar, en un campamento militar donde su padre era el director del hospital. Todo esto fue durante el periodo socialista. Habían otros campamentos con soldados de Cuba y Rusia. Durante las noches, Beshir se colaba para ver películas rusas, y los fines de semana escuchaba radio cubana.
A pesar de haber vivido en un periodo convulsionado en Etiopía, los recuerdos de su infancia son felices. Y siempre pensaba en volver. “Cuando regresé a Etiopía lo hice para visitar a mi abuela, a mi familia y mis amigos, y en eso me compré una cámara para filmar a mi abuela y traer noticias de ella a mi papá”, cuenta. Beshir no tenía en mente hacer una película sobre el khat, pero le impactó ver cómo su comercio y consumo había aumentado en Etiopía. La planta es ilegal en muchos países y es considerada una droga. “Para mí no era un tabú el tema del khat, no era una cosa nueva, pero la fuerza con la que lo vi sí lo era”, dice.
Beshir hizo la película casi sin apoyo, solo consiguió fondos para la postproducción. Nadie parecía interesarse en financiar una película sobre agricultores etíopes. Y quienes mostraron interés querían hacer algo muy distinto a lo que tenía mente, un documental más convencional. La intención de Beshir era transmitir cómo viven esas comunidades que siembran, comercian y consumen khat, cómo se siente estar ahí, una experiencia más sensorial que informativa.
La directora de cine mexicana-etíope hizo un par de cortos que fueron exhibido en festivales antes de Faya Dayi, que es su primer largometraje. No tenía mucha idea de cómo afrontar un proyecto más grande, sin financiación. Además, no tenía una estructura muy clara, un guión; ella simplemente estaba ahí con su cámara, viviendo el día a día con la comunidad, captando todo.
“Todo el proceso fue muy intuitivo y también me ayudó mucho pasar tiempo con los sufís, que tiene una idiosincrasia, una forma de ver la vida, que a mí la verdad me llena mucho. Por ejemplo, al principio, cuando iba a filmar a los cosechadores, siempre estaba corriendo, y ellos me decían que tenía que dejar la prisa para así poder recibir los regalos, todo el conocimiento. Y aparte, la noción del tiempo, de alguien que vive en Nueva York, donde todo es vertiginoso, allí no funcionaba así. Esa noción la tienes que dejar en la puerta, me dijeron. Y cuando entras aquí tienes que darte cuenta que el tiempo funciona de otra manera”, cuenta.
Faya Dayi está impregnada con esa forma de ver el mundo, donde el ritmo lento, el tiempo, lo contemplativo marca el tono de la película. Sus personajes reflexionan, hablan del futuro, de sus amores. Y está la poesía sufí, sus mitos, narrados ocasionalmente por una voz en off, pero también están en un primer plano ellos, los sufís, con sus rituales con incienso y rus rezos.
Otra tema presente en el film es el de la migración, expresado en el deseo de unos adolescentes en la película que quieren irse del país. Etiopía está inmerso en una cruenta guerra civil que empezó en noviembre de 2020. La única posibilidad de lograr un mejor futuro para millones de jóvenes que no consiguen empleo, sumado a la violencia en algunas regiones del país africano, es migrar.
“Cuando yo estaba filmando no había guerra civil, hoy estamos en el segundo año de conflicto. Y esa guerra tampoco se vive en todas partes de Etiopía, hay lugares específicos donde está pasando. Cuando estaba filmando nunca me sentí en peligro. Por ejemplo, grababa en el mercado a las tres o dos de la mañana. Lo que sí sentí junto con la comunidad es esa incertidumbre hacia el futuro y cuando terminé de filmar en marzo de 2020 se sentía mucho la inminencia de la guerra. Por eso también el tono de la película es melancólico”, dice.
Beshir también buscó honrar a su familia paterna, por esta razón decidió que el idioma de la película sea el oromo, el cual estuvo vetado en Etiopía de 1974 hasta 1991, y no el amárico, que es el oficial en el país africano. Además, los oromo (grupo étnico que también se encuentran en el norte de Kenia y partes de Somalia) han sufrido mucha opresión por el Estado y parte de la sociedad.
“Nunca lo aprendí y siempre se me quedó esa idea de por qué no nos lo ensañaban en la escuela. Y para mí estar ahí con los agricultores oromo era como estar con mi abuela, escucharla hablar esta lengua, como cuando era una niña. Y fue difícil porque no lo entiendo, pero igual intuía lo que estaba pasando. Por eso también digo que la realización del filme fue un proceso intuitivo”, dice.
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