“Semen”. Esa es la primera palabra que oye este cronista cuando arriba a la Lectura deformática de larga duración hecha por el escritor Iosi Havilio en la sala Código Lux del Centro Cultural Recoleta. Una peculiar experiencia inmersiva que duró desde las 15:15 hasta cerca de las 22 horas
¿El objetivo? El escritor argentino intentaría leer, de punta a punta, su obra inédita 1590. Niech zdechną nowelistiści!. “Es una novela que vengo trabajando hace un par de años y está llegando a su punto de coccion. Es una novela formada por 1590 capítulos, compuestos cada uno desde tres palabras hasta varios párrafos. A medida que trabajaba el texto lo iba leyendo en voz alta, algo que lo percibo como una exploración y corrección tal cual lo implemento en los talleres que doy en la universidad. Lo aliento, creo en la lectura en voz alta como una instancia de placer máximo del texto”, reconoce el escritor al teléfono con Infobae Cultura, un día antes de su disertación en vivo.
“Desde ayudar a curar las caries hasta utilizarse como máscara facial”, completa el concepto como parte de la cualidad del fluido seminal que brota desde la lectura de Havilio. Unas 20 personas ubicadas en la sala escuchan en silencio a Iosi, parecen hechizados. Los visitantes se ubican lejos, como si el escritor fuese un vórtice de succión y expulsión de palabras que no para de elaborar. Y así lo hará, con breves pausas, durante casi siete horas.
La gente que circula por los pasillos del Recoleta asoma su cabeza hacia esa experiencia, se quedan de pie frente a la entrada, algunos se animan a entrar y acomodarse en alguna de las pocas sillas o colchonetas que completan el minimalista espacio. Hay cierto escepticismo, se los nota tímidos. Nerviosos murmullos no desconcentran al protagonista de la maratónica lectura. “El texto es lo de menos, es sólo una partitura para interpretar e ir más allá. Nuestro instrumento es la voz, las cuerdas vocales y se produce algo efímero y, al mismo tiempo, algo más durable que el propio texto”, sostiene Havilio sobre su innovación literaria.
Una chica, joven poetisa ella, está con un block anotador en la mano, se despereza y cierra los ojos, dejándose llevar por el sostenido discurso de Iosi y parece dejarse llevar por las aguas de la lectura. “Vine a escucharlo nomás, me parece interesante”, confía sin perder jamás la sonrisa. “Siempre las cosas suceden, ahora o nunca”, “Lo que usted cree, es lo que va a suceder”, son algunos de los fragmentos que se escuchan de esta multiplicidad de 1590 capítulos. Los expide con fruición, como máximas, la obra lo monopoliza. Y deja pensando a más de un presente.
El ruidoso entorno es el corazón (¿o garganta?) de la sala Código Lux dentro del marco del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba). “Descabezado, despanzurrado” relata visceralmente Iosi sobre un crimen, el paso a paso forense de un asesinato ocurrido en Punta Indio, en dónde se desenvuelve el libro locutado. “En esta obra hay una trama bastante clásica, desopilante, terrorífica y divertida, también algo distópica, es el rodaje de una película en Punta Indio que se degenera a través de una invasión de cerdos salvajes que deriva en una pata de ciencia ficción que explica esta invasión”, explica Havilio sobre la obra que leería un día después.
Desde la falta de futuro del cine (hola streaming) hasta las virtudes de la marihuana, son temáticas aleatorias que brotan a gran velocidad de la boca de este escritor nacido en 1974 quien le pone mucho énfasis en la lectura y sirve, a su vez, de banda de sonido humana y oral en este espacio rectangular. Paredes blanquísimas, espejos de pared a pared, círculos, medio círculos y vidrios de colores ambientan un espacio etéreo, onírico, aséptico, digno de la miniserie Maniac o el film Ex Machina.
Dos papeles celofán de caramelos de limón y miel descansan debajo del atril de madera que sostiene las hojas sueltas del libro de Havilio. Algunas botellas plásticas de agua mineral, manzanas y frutos secos forman parte del kit de supervivencia del escritor para atravesar la maratónica lectura. Él transpira, por momentos, levanta levemente la mirada pero jamás pierde el grado de concentración. Está inmerso en su obra, abstraído. “Esta experiencia tiene el carácter de los juglares y la caverna. La idea es el concepto de la plaza, el paseante. Abraza el rito de la lectura y se ríe de la solemnidad de la ceremonia misma”, afirma Iosi.
Los pocos momentos de silencio en la sala, en donde los espectadores se miran unos a otros y observan al escritor algo desconcertado, es cuando Havilio toma agua. “Hay algo peor que un millonario bruto? Una aristócrata ilustrada”, lee en uno de sus capítulos. “¿Cómo cambiar pensamientos tóxicos por pensamientos saludables?”, se pregunta en otro que enhebra.
Cada una de estas palabras despiertan tibias risas, signos de aprobación con la cabeza y cierta posición expectante, estirando el cuello y sentándose hacia adelante. Como el de una mujer con anteojos espejados y pantalón rojo que no le quita la mirada al escritor. Tiempo después se sienta más cerca de él y espía lo que lee. Intenta decodificarlo, o así parece.
Una mujer con un carrito de bebe ingresa al espacio y no distrae a Iosi quien tiene la vista imantada al texto. Dos chicos de no más de 12 años lo escuchan con cara de sorprendidos mientras se observa que del lado izquierdo del recinto ya no queda nadie. Todo es muy dinámico y fluctuante, aunque también emana cierto carácter de opresión y sopor, por lo monocorde de la experiencia.
Los chicos jóvenes ya se fueron, las colchonetas negras vacías son testigos de la ansiedad e inquietud de los visitantes al espacio. Mientras tanto, Iosi parece poseído, ajeno a todo lo que ocurre a su alrededor. Un fotógrafo le dispara sin misericordia de frente, atrás y de perfil. Él, nada, inmutable en su continúa alocución. “Es difícil concentrarse, hacer la abstracción del mundo exterior”, lee Iosi y parece que le habla a la chica que se ríe de algunos pasajes que lee. Pero no, es parte de un capítulo que coincide con el momento. En esta lectura se pierden la frontera entre la performance y la “vida real”.
“Pausa”, dice Iosi roboticamente, el reloj marca las 18 horas y pasaron casi tres horas de lectura. El escritor se levanta y desaparece por detrás de una pared mientras el aplauso cerrado felicita su tenacidad literaria. Al principio de la experiencia, él dijo solo una palabra: “Comienzo”. Y arrancó.
Durante el intervalo, de no más de 10 minutos, hay una chica que se hace una selfie sacando una foto hacia un espejo que la refleja. “Me gusta este estado, me abstraigo”, dice Iosi a este cronista en el paréntesis de la lectura, de los pocos momentos que se puede interactuar con él.
Al regreso, el ritmo del fraseo, toma otro ritmo, acelera de a poco y ajusta precisión luego de un comienzo algo trabado. Hay diez personas en la sala. “Entré en 200, 180, 460″, se dicen unos a otros como si fuese un código secreto, según el número de capítulo al que lograron conectar.
“Tu culo apesta, tus versos apestan”, lee Iosi, como también pasan fragmentos en otros idiomas y él cambia el tono de voz, imposta, recita mantras, fórmulas, todo parece encerrado y encriptado en su obra. Mientras tanto, una chica se pone en posición fetal y recuesta sobre una de las colchonetas, cierra los ojos y se deja arrullar por la lectura sostenida. Otros miran desde afuera y dudan en entrar a la sala de recitación. Sin dudas, es una propuesta que sorprende. Distinta.
Ya hay sólo cuatro personas en la sala, el tiempo depura y recambia a los espectadores. Como si fuese un profesor que toma examen, Havilio cruza alguna mirada escrutadora. ¿Qué pensará mientras lee horas y horas? “Lo deforme de esta experiencia es que me pareció divertido por el tiempo que insume. Trasciende. Nunca lo ensayé. Moviliza el concepto de performance”, agrega Iosi en la charla con Infobae Cultura.
Luego de seis horas y media de lectura, y con algunos saltos de páginas, los 1590 capítulos, ya eran historia en la noche del sábado. Sólo un “gracias” del escritor, cerró la particular experiencia. Misión cumplida.
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