No lo sabía, pero en 1972, cuando grabó su primer hit, Charly García pintó la Argentina de 1985. “Hubo un tiempo que fui hermoso y fui libre de verdad; guardaba todos mis sueños en castillos de cristal.” ¿Existe una manera mejor de evocar aquel año que los primeros dos versos de “Canción para mi muerte”? No es una canción “del 85″ –de hecho, ese año florecieron mil canciones acaso mucho mejores hasta del propio García, que publicó nada menos que Piano Bar–, pero la candidez adolescente de su letra, esa desolación iniciática ante lo inevitable del fin, su atmósfera fogonera hippie & folk describen con exactitud de genio vanguardista el clima de época de esos 365 días que quedaron en el inconsciente colectivo como la “primavera alfonsinista”.
1985 es el año dos del gobierno de Raúl Alfonsín, el año en el que quienes por entonces tenían más de 13 y vivían en la Argentina sintieron que todo era posible. Después de la censura, las prohibiciones, el terror y las desapariciones, y tras doce meses sin militares en el poder, todavía con la esperanza de que la democracia era suficiente para comer, curar y educar, y con el preámbulo de la Constitución rebotando aún en la memoria, el aire que se respiraba en todo el país olía a una pureza inédita. Es el año en que, sin que importe la edad en la libreta cívica o de enrolamiento, casi todos y todas se sintieron jóvenes, con todo por hacer y sin limitaciones para lograrlo. Es, claro, el año del Juicio a la Juntas, el año –y el juicio– que por estos días vuelve a ser revisado gracias a Argentina, 1985, la película inspirada en el fiscal Julio Strassera y su equipo legal, que reconstruye el proceso judicial fundacional de la democracia de nuestro país.
De la película que ya se estrenó se ha dicho mucho y se dirá más. De lo que tal vez venga bien decir algo, también, es del contexto en el cual transcurrieron aquellas jornadas históricas. ¿Qué pasaba en la Argentina y en el mundo mientras en los tribunales se desarrollaba el juicio a los dictadores que gobernaron el país entre 1976 y 1983? Admítase de entrada: para este repaso se hizo uso y abuso de Los 80 - La década, libro escrito por los periodistas José Esses y Dalia Ber que es un manual indispensable para quien desee repasar lo ocurrido entre 1980 y 1989. Hecha la aclaración, ¡al túnel del tiempo!
El año del Juicio a las Juntas fue también el del Plan Austral, programa económico que reemplazó el peso argentino por el austral: la moneda nueva, con tres ceros menos, fue presentada en junio por el ministro Juan Vital Sourrouille después de haber obtenido el visto bueno del Fondo Monetario Internacional. Fue el año del lanzamiento del plan Megatel, que prometió un millón de líneas telefónicas en todo el país a través de ENTel, empresa estatal de teléfonos que no daba abasto con la demanda y demoraba años en instalar un aparato. Fue el año de las amenazas de bombas en las escuelas y las bombas propiamente dichas (como la que explotó el 22 de septiembre en la terraza del canal 7, entonces todavía ATC), hechos que, sumados a los atentados contra una sede del Ejército y el ministro del Interior, Antonio Tróccoli, motivaron un decreto de Estado de Sitio por 60 días.
Y también fue el año de la visita de los Reyes de España; el de la nunca esclarecida desaparición de la médica Cecilia Giubileo en la Colonia Montes de Oca, donde investigaba un presunto tráfico de órganos en la institución neuropsiquiátrica cercana a Luján; el de la detención en España y extradición del ex represor y custodio presidencial Raúl Guglielminetti, representante mediático de la llamada “mano de obra desocupada” acusada de llevar adelante algunos de los secuestros extorsivos más resonantes de los primeros años de la democracia, como el del empresario metalúrgico Enrique Menotti Pescarmona; el del hallazgo, en San Isidro, del sótano donde la familia Puccio escondía a las víctimas de sus secuestros; también el del segundo secuestro del ingeniero Osvaldo Sivak (ya había sufrido un ataque igual en 1979), y de la condena a María de las Mercedes Bernardina Bolla Aponte de Murano, popularmente conocida como Yiya, “la envenenadora de Montserrat”. Y entre otros muchos acontecimientos, el año de la reelección de Ronald Reagan en los Estados Unidos, del trágico terremoto en México que causó miles de muertes, y de la llegada del sandinismo al poder con Daniel Ortega en Nicaragua.
Pero al mismo tiempo que sucedían estas cosas en los planos político y social, la “primavera alfonsinista” transformó a la Argentina en una usina formidable de producción cultural y deportiva, algo así como la antesala de lo que al año siguiente se consolidó con la consagración internacional con el Oscar para La historia oficial y la obtención de la Copa del Mundo en México. En 1985, Camila, dirigida por María Luisa Bemberg, fue candidata al Oscar en la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa, y se estrenó uno de máximos clásicos del cine nacional: la comedia Esperando la carroza. También llegaron a los cines Mirame la palomita (de Enrique Carreras), El telo y la tele (de Hugo Sofivich), y Adiós, Roberto, uno de los primeros filmes que se atrevió a tocar un tema hasta entonces tabú: la homosexualidad. Protagonizada por Carlos Calvo y Víctor Laplace, la película de Enrique Dawi escandalizó a los sectores más conservadores de la sociedad, y resultó uno de los más saludables productos del llamado “destape” que invadió el cine, la televisión y los medios gráficos, y que con más o menos buen gusto, básicamente consistió en exponer cuerpos de mujeres con poca ropa en pantallas y páginas de revistas.
Pero no fue solo eso: en ese contexto de libertades hasta entonces nunca exploradas apareció Cable a tierra a ATC. Conducido por el periodista José “Pepe” Eliaschev y con los muy jóvenes Marcelo Figueras, Sandra Russo, Alan Pauls, Daniel Guebel, Ari Paluch y Mario Pergolini en el staff, el muy buen programa que tomaba el título de uno de los primeros hits de Fito Páez hizo historia por dos razones: una, por haber sido el lugar donde Charly García y Luis Alberto Spinetta presentaron juntos “Rezo por vos”, único tema de un proyecto común que nunca terminó de concretarse; y dos, por haber sido uno de los más discutidos casos de censura ocurridos durante el gobierno radical. ¿El motivo? Salir a la calle a preguntar si el tamaño del pene tenía relación directa con la satisfacción sexual de la mujer. Tras la emisión de la encuesta, Cable a tierra no pudo verse más.
Figuras de aquel “destape” fueron las actrices, modelos y vedettes que compartían cartel con capocómicos como Alberto Olmedo, Jorge Porcel o Juan Carlos Altavista, y protagonizaban espectáculos, programas de televisión y tapas de revistas revelando sus voluptuosidades todavía sin cirugías plásticas, y algún que otro romance. Amalia “Yuyito” González (por entonces pareja del representante de futbolistas Guillermo Cóppola), Susana Traverso, Susana Romero (y una fugaz relación con Guillermo Vilas), Beatriz Salomón, Silvia Pérez, Noemí Alan y, por supuesto, Susana Giménez (de novia con el “galancito” Ricardo Darín) y Moria Casán: casi todas tuvieron su tapa en la edición argentina de Playboy, publicación que llegó a los kioscos por primera vez en el país en junio de –claro– 1985, y que en su primera edición llevó en la portada a la cordobesa Silvana Suárez, Miss Mundo en 1978 y, tres años después, esposa de Julio Ramos, periodista y fundador de Ámbito Financiero.
En 1985, los aparatos para reproducir videocasetes aún no se habían popularizado, la televisión por cable era privilegio de un puñado de vecinos de la zona norte de Capital y Gran Buenos Aires, y el consumo “on demand” e individual no estaba en los planes de nadie, de manera que la única forma de ver o escuchar algo era presenciándolo en el lugar del hecho, mirándolo en el momento en que se emitía por la tele, o sintonizando la estación de radio que lo transmitía en directo. La experiencia era simultánea y colectiva, lo cual explica unas cifras de rating hoy inimaginables. Con un promedio de 25 puntos, El infiel, telenovela protagonizada por Arnaldo André y María del Carmen Valenzuela no fue considerada un éxito. El 9, por entonces el único canal privado de alcance nacional, con Alejandro Romay a la cabeza (bautizado “el Zar de la televisión”) estaba acostumbrado a números mayores: Finalísima y Sábados de la bondad, ambos conducidos por Leonardo Simmons, alcanzaban 30 y 22 puntos respectivamente, con un detalle: cada sábado, el ómnibus benéfico permanecía 10 horas al aire. Uno de los dueños del éxito era Mario Sapag, actor cómico que a caballo de imitaciones de Raúl Alfonsín, el canciller Dante Caputo, César Luis Menotti, Tita Merello, Roberto Galán y Jorge Luis Borges, lograba más de 40 puntos con Las mil y una de Sapag.
Canal 9 también fue sede de la versión local de “We Are the World”, la canción benéfica creada por USA for Africa que en los Estados Unidos interpretaron, entre otros, Michael Jackson, Bob Dylan, Bruce Springsteen, Stevie Wonder y Tina Turner; aquí, artistas como Jairo, Palito Ortega, Sergio Denis, Estela Raval, Valeria Lynch, Paz Martínez, Marilina Ross, Sandra Mihanovich y Víctor Heredia grabaron “Argentina es nuestro hogar”, en este caso a beneficio de los damnificados por inundaciones en el Chaco. Diez de los doce programas más vistos ese año por los argentinos y las argentinas eran del “canal de la palomita”. Hubo también ocasión para un debut: el 4 de agosto, por ATC, salió al aire por primera vez Fútbol de primera, con la conducción de Enrique Macaya Márquez.
El fútbol, como el tenis y el boxeo, aportó sus alegrías. La Selección logró la clasificación al Mundial de México con un empate agónico contra Perú en el Monumental gracias al empuje de Daniel Passarella y el pie derecho de Ricardo Gareca, los hinchas de Racing celebraron el regreso de la Academia a la Primera División, y Argentinos Juniors no sólo ganó la Libertadores: en los penales, después de un 2 a 2 para el infarto, el Bicho casi le arrebata la Copa Intercontinental a la Juventus de Platini y Laudrup. Gabriela Sabatini llegó por primera vez al Top Ten, y en Italia, por KO técnico, Ubaldo “Uby” Sacco se coronó campeón mundial en la categoría Superligero de la Federación Internacional de Box. Hasta el ballet dio motivos de orgullo nacional cuando Julio Bocca obtuvo el primer puesto en el 5º Concurso Internacional de Danza en Moscú, organizado por la prestigiosa compañía del Teatro Bolshoi. Lejos de la Unión Soviética, en otro teatro, en este caso porteño, Enrique Pinti subía por primera vez a escena para hacer Salsa criolla, la obra que a lo largo de dos décadas alcanzó 3 mil funciones y cortó dos millones de tickets.
Unas semanas más tarde, en el Teatro Coliseo de Capital Federal (como se la conocía en esos días a CABA), Miguel Mateos-Zas registraba en vivo lo que fue Rockas vivas, durante años (hasta El amor después del amor, de Páez) el LP –y casete– más vendido de un rock argentino que ese año generó algunos de los mejores discos de sus 50 años de historia. Un repaso incompleto permite tomar dimensión del asunto: además de los mencionados Piano Bar y Rockas vivas, la batea “85″ del “rock nacional” incorpora a Gulp! (debut de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota), Nada personal (Soda Stereo), Locura (Virus), Divididos por la felicidad (Sumo), Giros (Páez), Riff VII (Riff), Detectives (debut solista de Fabiana Cantilo), Y ahora qué pasa, eh? (Los Violadores), y el primer volumen de De Ushuaia a La Quiaca, el magnífico álbum triple que también fue libro y documental para tele que León Gieco y Gustavo Santaolalla grabaron junto a músicos folklóricos profesionales y amateurs de todo el país, en sus lugares de origen: de Leda Valladares al Cuchi Leguizamón, pasando por el Cuarteto Leo, Sixto Palavecino y Mercedes Sosa.
El rock no solo fue protagonista por sus conciertos multitudinarios, sus ventas millonarias y sus primeras giras por América latina, en lo que fue el inicio de la exportación de artistas que resultaron influencia clave para las siguientes generaciones de todo el continente. En 1985, mientras afuera Mick Jagger debutaba como solista, Madonna arribaba al cine tras su boda con el actor Sean Penn, y en Brasil se organizaba el primer Rock in Rio, aquí nacieron dos leyendas: Cemento y la Rock & Pop. La radio fundada por Daniel Grinbank (hasta entonces mánager de músicos y productor de conciertos) comenzó sus emisiones en enero en el 106.3 de la frecuencia modulada de Buenos Aires, y fue una revolución tanto en términos artísticos como comerciales. Su éxito fue casi inmediato, su influencia fue arrasadora, y su participación en el negocio, crucial: en octubre ya había montado su primer festival en un estadio (Vélez) con lineup internacional (Nina Hagen, Inxs, La Unión, John Mayall), y tenía su propia revista en los kioscos. En menos de 365 días, la Rock&Pop definió lo que era y lo que no era rock, y en menos de un lustro, cambió para siempre el concepto de lo que debe ser un programa de radio.
En paralelo, en Estados Unidos al 1200, donde antes había un estacionamiento, Omar Chabán (ex mentor del Café Einstein) y su pareja, la actriz Katja Alemann, inauguraron Cemento. Pensado inicialmente como un espacio para expresiones del teatro y la música más experimentales, el enorme galpón pronto se transformó en cueva y semillero de las bandas de rock más populares de los 80 y los 90, una lista que incluye pero excede a Sumo, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Babasónicos, La Renga, Los Piojos, Todos Tus Muertos, Los Auténticos Decadentes, Bersuit Vergarabat, Flema, Divididos, Las Pelotas y muchísimos más. No era hermoso, Cemento, pero sí libre de verdad. Como mucho de lo que floreció en la Argentina de 1985, poco a poco se fue desvaneciendo como pompas de jabón.
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