Oscar Barney Finn: “No me va a alcanzar el tiempo para hacer todo lo que quiero”

El realizador de extensa trayectoria en cine y teatro, dirige “Mármol”, una obra de la dramaturga irlandesa Marina Carr. Sobre esta puesta en escena, proyectos truncos, temores y una envidiable biblioteca, dialogó con Infobae Cultura. Allí dejó una sentencia: “El teatro se ha empobrecido, todo es un monólogo o una obra de dos”

Barney Finn dirige la obra "Mármol", basada en el guion de la dramaturga irlandesa Marina Carr, que se presenta los jueves a las 20 en El Tinglado

El departamento de Oscar Barney Finn parece infinito como la biblioteca que cubre las paredes del living y el estudio. De madera blanca, de piso a techo —techos altos—, los estantes, ordenados por temáticas, están repletos de ejemplares. Hay biografías de Elizabeth Taylor, Alfred Hitchcock, Jack Kerouac y muchos otros; hay libros en francés y revistas de cine, hay poesía, teatro, hay un lugar destacado para Bioy y también para Silvina, Manuel Mujica Lainez, Beatriz Guido, hay libros de autores japoneses, alguna novela policial, un par de antología de Neruda.

Oscar, si me diera cinco minutos a solas con su biblioteca…

Barney Finn se ríe con un poco de vanidad. Tiene 83 años y, en un punto, la biblioteca es uno de los grandes hechos artísticos que ha logrado. “Siempre me han fascinado las bibliotecas enormes”, dice y recuerda cuánto le impresionaba la de un compañero de colegio, el hijo de Luis Horacio Velázquez, autor de Pobres habrá siempre. “A la mía la fui desarrollando lentamente”, dice. La fue poblando con cada puesta en el teatro, con cada película: “Cuando hice Cuatro caras para Victoria tuve que investigar todo lo que no había hecho sobre Victoria Ocampo; lo mismo cuando hice Misteriosa Buenos Aires, que fue mi etapa Mujica Lainez, y fue muy enriquecedora, muy fascinante”.

Sentado ahora en el escritorio con un mar de fotos a sus espaldas —hay tantos actores y personalidades que sería ocioso amagar una enumeración— mira la biblioteca y por un par de segundos, dos o tres, se pierde en una idea. “No me quiero poner nostálgico ni melancólico, porque uno tiene que ir siempre adelante”, dice, “pero la evocación también me alimenta y me sostiene”.

Con todo hay una ausencia paradójica: en ese universo no hay ni un solo libro de Borges.

—Es que está en mi dormitorio —dice y se ríe otra vez—. Pero es una buena observación porque durante mucho tiempo no fui adicto a Borges. Recién cuando viví en París, que estuve varios años, hubo una publicación muy importante de la revista de L’herne y yo empecé a tener una proximidad mayor a él. Yo tenía mucha afición a Bioy Casares y me gustaban mucho los cuentos de Silvina antes de esta fiebre que se dio después de su muerte. También leía revistas que acercaban material. Yo frecuentaba mucho El grillo de papel y El escarabajo de oro. Cuando uno tiene la voracidad adolescente apela a todo.

Barney Finn, guionista y director de cine y teatro

Los libros y la noche

La literatura está muy presente en la obra de Barney Finn: en el cine, en el teatro, incluso en la televisión, donde adaptó clásicos como El proceso, de Kafka —con protagónico de Alfredo Alcón— y se jugó con autores poco conocidos para el momento, como cuando hizo Memorándum Almazán, de Juan Forn.

—De los jóvenes, me gusta algo de Samanta Schweblin y Mariana Enriquez —dice—, y de la generación intermedia siempre me fascinó Acerca de Rodeder, de Guillermo Martínez. En la época que hice a Forn también traté a Rodrigo Fresán, porque Historia argentina era un excelente libro. Y el que me parecía un gran valor y lamento que haya muerto tan joven es Leopoldo Brizuela. Un tipo serio y de una gran humildad.

¿A quién le hubiera gustado filmar y no pudo?

—Estuve a punto de filmar Sombras suele vestir, de José Bianco. A Bianco lo tengo en aquel estante, está junto a Gloria Alcorta y Ernesto Schoo.

La forma en la que Barney Finn llegó al Bianco fue, podría decirse, casi como si fuera en cuento de aquel. Bianco es el escritor del go between: “quiero aquello a través de esto”. Y Barney Finn cuenta que todo comenzó con la propuesta de hacer Ceremonia Secreta, de Marco Denevi. Habían estado trabajando, pero no hubo acuerdo con los sobrinos que tenían los derechos —”los sobrinos de los escritores son un problema”, dice, “son la máquina de impedir o de querer sacar réditos de ese pariente famoso”— y, entonces, el equipo que se había armado continuó su tarea, pero ahora con el cuento de Bianco. El guion se terminó, aunque una cuestión de presupuesto le puso fin al proyecto.

—Todo esto —dice y se refiere a su trabajo—, tiene una correspondencia con los libros. Todo en mí tiene una unidad de gustos, de orientaciones, de búsquedas. A veces sale muy bien, otras veces quizás no, pero siempre hay un compromiso con un texto o una idea.

Y a renglón seguido:

—Por eso me desconcierta un poco no encontrar en el cine y en el teatro un motivo o una temática donde se pueda ver la narración. El teatro se ha empobrecido. Se ha despojado tanto, que uno encuentra que todo es un monólogo o una obra de dos. Se ha perdido el juego de la estructura, de los personajes, de la intriga.

El juego de la vida

El jueves pasado, Barney Finn estrenó la obra Mármol, basada en el guion de la irlandesa Marina Carr. Va los jueves a las 20 en El Tinglado (Mario Bravo 948). Con las actuaciones de Cecilia Chiarandini —que además tradujo el texto—, Diego Mariani, Pablo Mariuzzi y Alexia Moyano, el argumento cruza la historia de dos matrimonios en crisis: un conflicto donde chocan mandatos, pasiones inconscientes, la amistad y la fidelidad. Barney Finn dice que se ocupó particularmente de que el dinamismo de las escenas no perdiera la sensación de melancolía y soledad. Lo consiguió con un profundo trabajo de la iluminación; un elemento central que está inspirado en la pintura de Edward Hooper.

¿Qué destaca de Marina Carr?

—Marina es una mujer de cincuenta y pico. Tiene una obra muy feminista, aunque ella no se dice a sí misma feminista. Durante mucho tiempo peleó para le borren eso de ser “una mujer dramaturga” y que simplemente la llamaran “dramaturga”. Tiene una gran formación académica y en su dramaturgia ha seguido etapas distintas, porque empezó haciendo obras que tenían más que ver con el absurdo y tenía un tono beckettiano, y después evolucionó y la búsqueda más importante que hace ahora es a través de los clásicos griegos. Ella empodera a las mujeres de las tragedias, les da una actualidad y un mayor valor.

Carr tiene casi treinta obras —y una se llama The map of Argentina—. ¿Por qué eligió Mármol?

—Yo iba a hacer una obra distinta antes de la pandemia. Había comprado los derechos para hacer Mármol y Mujer espantapájaro. La pandemia hizo que no quisiera meterme con un texto tan negro, tan denso, y tomamos el camino de Mármol. No es un texto más llevadero —decir eso sería minimizarlo—, pero sí es más amable.

“Supongo que la vida es un trauma, ¿no?”, decía Marina Carr hace un tiempo en la Universidad de Granada. Y en la misma respuesta más adelante: “Uno se pregunta qué es lo que nos hace volver al teatro, y creo que tiene algo que ver especialmente con las tragedias, obras que suelen terminar con la muerte de nuestros protagonistas, nuestro héroe o nuestra heroína. Tal vez la razón por la que nos encanta ver tragedias es porque en nuestra propia vida, no podemos ver el comienzo ni el final”.

Si el trauma es un hecho de la vida, el teatro habla de ese conflicto.

Oscar Barney Finn y los protagonistas de la obra "Mármol" (Lucas Suryano)

Oscar, ¿piensa en la muerte?

—Sí, pienso bastante. Pero soy una persona que nunca va a dejar de ir hacia adelante. Esto tiene que ver con Mármol, que es una obra donde se habla del sentimiento de las parejas en crisis. En el sentido de finitud, yo siento que hablo de la pérdida de los sentimientos. En mi infancia, el luto era muy importante. Cuando había luto no se encendían ni las radios. Yo creo que todo esto se aceleró —y más peligrosamente con la pandemia—, y no se cumplen algunos rituales de despedida que acarrea la muerte.

Sebreli decía que cuando uno se hace viejo el mundo se vacía, porque se mueren los amigos, los afectos.

—En ese aspecto, sí, pero el mundo no se termina cuando uno se va. Uno también debe asumir por qué los afectos ya no están. Hay cosas que se pierden naturalmente y hay otras que quizá nunca se han tenido. Uno tiene que saber qué le está pasando y qué elección consciente o no consciente hizo.

¿Le tiene miedo al fracaso?

—¡Todos los días! Hay muchos fracasos, no solamente aquellos de la profesión, que son públicos. Están también los fracasos pequeños, imperceptibles, que son sólo tuyos. Son los que aparecen cuando cerrás la puerta de casa y, no importa cuántos libros tengas, se te instalan en el pensamiento. Ante eso, uno tiene que permitirse tocar fondo. Mentiría si dijera que nunca estoy mal. A veces me viene cierta rabia que me parece demasiado juvenil y adolescente para la edad que transito.

Una deuda pendiente

Barney Finn tiene una actividad casi permanente en el teatro, pero no se olvida del cine aunque ya hayan pasado más de dos décadas desde el último largometraje. Ahora, dice, está ocupado en la escritura de un guion. Lo dice con entusiasmo, pero lo dice también en voz baja —”con el cine aprendí a hacer cauto, temeroso”— porque para filmar hace falta dinero y eso es un trabajo en sí mismo.

¿Las plataformas de streaming son una salida para producir?

—Prefiero hacer la película primero y ver después si se puede meter en una plataforma. Como toda novedad, yo creo que las plataformas tienen algo beneficioso y algo perjudicial. Y dentro de lo perjudicial está que se instaló un formato. Todos los estrenos de una plataforma tienen un mismo esquema, un mismo estilo, una misma búsqueda temática. Hay series que me gustan: Peaky Blinders me fascina, Ozark me gusta. Pero para llegar a esas vi tantas otras que no me gustan. El reino, de Marcelo Piñeyro, es una buena producción. Él sabe cómo manejarse. Está recién dentro de esa plataforma y hay que ver cómo sigue a futuro.

La protagonista del trabajo en el que está abocado es Beatriz Guido. Varios años atrás —décadas—, Barney Finn le dedicó mucho tiempo a la adaptación de “Chocolates Uberhallen”, el cuento de Guido. “Recorrí el mundo, vi productores y estudios, firmé un acuerdo con el gobierno polaco, trabajé con muchos guionistas”, dice, pero finalmente no consiguió llevarlo a cabo. Tal vez esa piedra en el zapato es lo que lo llevo a plantear un documental ficcional sobre la vida de Beatriz Guido, justo en el año del centenario de su nacimiento. En el proyecto participa también Elsa Osorio, que escribió una biografía de Guido.

—Pienso en la muerte —dice y vuelve sobe el tema— pero también pienso qué voy a hacer mañana. Siempre dije que no me va a alcanzar el tiempo para hacer todo lo que quiero. No voy a tener tiempo.

* Mármol, con versión y dirección de Oscar Barney Finn, y las actuaciones de Cecilia Chiarandini, Diego Mariani, Pablo Mariuzzi, Alexia Moyano, se presenta todos los jueves a las 20 hs en El Tinglado (Mario Bravo 948, C.A.B.A.)

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