Fui, vi y escribí: “Argentina, 1985″ y la edad de la ilusión

Es fuerte volver a este capítulo de la historia hoy, cuando cruje la democracia en el mundo y lo que parecía un consenso definitivo empieza a deshilacharse. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

Ricardo Darín, como el fiscal Strassera y Peter Lanzani, como el fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo.

No voy a hacer una crítica de cine: no tengo las habilidades para eso y hay infinidad de colegas que lo hacen infinitamente mejor que yo. Solo puedo contar lo que viví durante la proyección de Argentina, 1985, el modo en que este relato sacudió mi memoria y me regaló la sensación -que agradezco tanto- de estar ante una película emocionante, inteligente y, sobre todo, una película que toma el pasado ya no para detenernos en aquello que fue sino para, a partir de allí, poner las cosas en su lugar en el presente y estimular un mejor futuro para este país. Y eso para mí, y supongo que para la mayoría de ustedes, es mucho, muchísimo.

Ya habrán leído seguramente varias notas sobre el film dirigido por Santiago Mitre, que toma la historia del Juicio a las Juntas durante el gobierno de Raúl Alfonsín y el modo en que los militares terminaron siendo juzgados por la justicia civil, puntualmente por la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital. El fiscal era entonces Julio César Strassera y la actuación de Ricardo Darín como este hombre gris a quien la vida le da la oportunidad de juzgar a los genocidas es sencillamente extraordinaria y plena de matices.

“La historia no la hacen hombres como yo”, dice el Strassera de Darín, palabras más, palabras menos, cuando está por tomar la decisión que no solo cambiaría su vida sino la de todos los argentinos.

Se equivocaba, claro.

El ex presidente de facto Jorge Rafael Videla, durante las audiencias del Juicio a las juntas militares. (Foto NA)

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Resulta interesante volver a ver ese capítulo de la historia en este momento, cuando cruje la democracia en la Argentina, en la región y en todo el mundo. Cuando lo que pensábamos como consenso definitivo -la democracia, aún con sus imperfecciones, como el mejor sistema político- empieza a deshilacharse y la forma de dirimir diferencias ideológicas amenaza con retornar a una prehistoria que aquellos que la conocimos no queremos volver a vivir.

Cuando el negacionismo gana terreno.

Cuando el fascismo abandonó el libro de historia y se hace presente elegido como gobierno en un país central.

La película de Santiago Mitre hace foco en la juventud del equipo que acompañó al fiscal Strassera, como hace foco en el discurso de defensa de la democracia dirigido a los jóvenes de hoy.

Cuando hablo de la mirada a futuro de la película, me refiero al modo en que se resalta la juventud de aquellos que formaron parte del equipo conducido por Strassera, a quienes debieron apelar una vez que la gran mayoría de los convocados, que gozaban de más experiencia y conocimiento, se negaron a participar porque no creían en la causa o porque no se animaban a enfrentar un desafío tan riesgoso. Hoy son los más jóvenes quienes deben entender lo que está en riesgo cuando se juega fuerte con el sistema. Y por eso es importante apuntalar la democracia y recordar de dónde venimos sin manipulaciones ni mezquindades. Algo de esto piensa el propio Darín.

“Estoy orgulloso de la película y de lo que significa. Esperemos que sirva, sobre todo para la juventud, para los que tienen que ir para adelante. Mi máxima aspiración es esa, que los chicos la capten, la abracen y recuperen el sentido de la dignidad, la justicia, la memoria, la verdad y de saber exactamente poner en su lugar lo que está bien y lo que no está bien. O sea, lo que está mal”, me dijo días atrás, a pura convicción, cuando yo todavía no había salido del impacto que me provocó verla.

Trailer de "Argentina, 1985", una película inspirada en la historia real del Juicio a las Juntas que condujeron los fiscales Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo.

Un álbum familiar

Solemos confundir la juventud con el tiempo histórico que nos toca vivir. Mezclamos las cosas, a veces creemos que extrañamos una época y lo que extrañamos es la edad que teníamos entonces y el momento que estábamos viviendo. Le atribuimos a la Historia con mayúsculas cosas personales y tal vez ahí radique el famoso viejazo de “en mis tiempos todo era mejor”. Pero la verdad, queridos lectores, es que en mis tiempos todo era mejor: no imagino más fortuna que la de tener poco más de veinte años y ver cómo el horror iba quedando atrás mientras lo impensado, el regreso de la democracia, se iba haciendo realidad. ¿Cómo no va a ser hermoso ser joven y estar lleno de ilusiones?

Por todo esto, para mi generación la película de Santiago Mitre ocupa por momentos el lugar de un álbum familiar: esos escenarios, esas calles, esos colectivos. Las manos del personaje de Alejandra Flechner en los bolsillos de adelante de los pantalones tiro alto, la música de Los Abuelos de la nada y la reconstrucción de una emisión del Tiempo Nuevo de Neustadt, el programa por el que pasaba toda la política, la que nos gustaba y la que no. Esa ropa, esos raros peinados viejos; esos usos y costumbres, como el de ver a una jovencita, pucho en mano, pidiéndole fuego a su padre.

Los abuelos de la nada, centrales en la música de "Argentina 1985" y centrales en esa época de democracia renacida.

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El Juicio a los comandantes era con entrada abierta y lo que hoy llamaríamos “aforo limitado”. No tuve que hacer cola para conseguir la entrada: mi amiga María trabajaba en el Servicio de Paz y Justicia con Pérez Esquivel y me dio el pase para asistir a una de las audiencias. Las imágenes que vi en la película de Mitre reproducen lo que en su momento vi en persona y lo que el resto de los días que duraron las audiencias vi por televisión, como tantos otros argentinos.

Sé que soy flojita, de modo que no puedo ser parámetro para nadie, pero Argentina, 1985 me movilizó desde el comienzo, por lo que agradezco especialmente a quienes la hicieron el haber contemplado la importancia del humor y de algunos pasos de comedia mínimos, delicados, de modo de aligerar el drama. En la Argentina real de 1985, con los sobrevivientes dando testimonio en Tribunales, ya no había forma de mirar para un costado ante lo que fue la violencia de Estado instalada desde 1976 y durante siete largos años, y la represión inmoral de los militares que condujo a ese infierno de desaparecidos, campos de concentración, torturas, tumbas clandestinas y niños robados. Y la película también es eso, el horror vuelto palabra y detalle bajo juramento de decir la verdad y nada más que la verdad.

Adriana Calvo de Laborde, durante su testimonio en el Juicio a las Juntas Militares

A propósito, le debo un agradecimiento especial a la mujer que estaba sentada a mi lado en la sala a oscuras y me socorrió con un pañuelo de papel cuando el llanto no me dejaba buscar tranquila en mi cartera. Fue el recuerdo de la física y docente Adriana Calvo de Laborde (1947-2010) lo que disolvió en mí cualquier control de la emoción. La actuación de Laura Paredes (Petróleo, Las Cautivas) es demoledora: su modo de contar en primera persona cómo Calvo parió a su hija Teresa con los ojos vendados y las manos atadas detrás de la espalda en un patrullero, rumbo al Pozo de Banfield, y cómo la obligaron inmediatamente a limpiar pisos y mesadas en su nuevo destino me devolvió a ese tiempo y a esa hora de revelaciones aterradoras.

Fue volver a verla, a escucharla. Y fue también volver a pensar que es a ese testimonio infernal y valiente, cuando aún recorrían las calles personajes siniestros, mano de obra desocupada y resentida, que le debemos gran parte de la toma de conciencia de hombres y mujeres que hasta ese momento se permitían seguir confiando en la institución militar.

Los sueños y los héroes

Por estos días, a partir de la película, podemos releer muchos artículos que narran cómo fueron las cosas, cuál fue la trama que condujo al presidente Raúl Alfonsín a embarcarse en una apuesta casi inverosímil como era someter a juicio civil a los militares que hasta unos meses antes eran los dueños de la vida y la muerte de los argentinos. Entre esos detalles que se olvidan y que permitieron llevar adelante un hecho épico y un episodio jurídico visto como excepcional en todo el mundo, el jurista y profesor de Filosofía Jaime Malamud Goti -asesor de Alfonsín junto con Carlos Nino- le contaba en una entrevista para la revista Seúl a Gustavo Noriega la trastienda de sus conversaciones tanto con el presidente como con los ministros. Y explicitaba detalles de ese ajedrez, que incluía la estrategia acerca de los jueces que deberían llevar adelante el juicio.

”Tenían que ser personas que hubieran tenido alguna participación, en un sentido muy amplio, en el poder judicial durante el gobierno militar. Una idea que quería evitar a toda costa era dar la sensación de que metíamos gente por la ventana. (...) la idea era que los jueces que iban a juzgar habían sido de alguna manera avalados por los militares”, explicaba.

Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo junto a las madres de Plaza de Mayo, en el Juicio a las Juntas.

Posiblemente uno de los mejores momentos de la película es el encontronazo entre Strassera y su fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo (sensiblemente protagonizado por Peter Lanzani) a propósito de este tema. Un hombre joven y a puro impulso deja caer una frase que lastima, ofende, irrita al hombre mayor, que no había pensado en la posibilidad de una segunda vida, como sucedió. Sobrevuelan en esa escena las preguntas que conocemos: qué se hizo, qué no se hizo, qué se pudo hacer durante la dictadura. Hasta dónde se podía llegar en la pelea y por qué no se llegó. Qué es el valor. Qué es ser valiente. ¿Todos nacimos para ser héroes? ¿Podemos tener momentos heroicos siendo ciudadanos comunes?

Esta película tiene mucho de la vibración teatral y eso se consigue a través de actores con experiencia y trajín en escenarios. Es el caso de Claudio Da Passano y su inolvidable Carlos Somigliana. Cuando digo que la película ayuda a poner las cosas en su lugar, me refiero por ejemplo al papel cumplido por el dramaturgo (uno de los grandes nombres que llevaron adelante el ciclo Teatro Abierto), quien también trabajaba en la Justicia y trabajó con Strassera en la redacción del alegato final del histórico juicio.Yo misma, que trabajo en Cultura desde siempre, sé quién fue Somigliana como autor y tengo la edad suficiente para ejercitar la memoria, no recordaba su participación y siento algo de pudor al reconocerlo.

Darín, Peter Lanzani y Claudio Da Passano, quien compone un Somigliana espectacular. El gran dramaturgo argentino coescribió el histórico alegato final de Strassera en el juicio.

Pero hay más en esta dirección. Argentina, 1985 ayuda también a recordar que la pelea de los familiares y los organismos de derechos humanos comenzó temprano, ya en dictadura, y siguió en democracia con el histórico Juicio a las Juntas. Lo que la película no cuenta es que se continuó con la resistencia a leyes de impunidad que enturbiaron la historia y que encontró reconocimiento en el nuevo impulso que dio el kirchnerismo y que fue bienvenido por quienes aún esperaban saber qué pasó con los desaparecidos.

En la vida hay personas que, vaya a saber los motivos -tal vez porque no soportan quiénes fueron, cómo se comportaron-, eligen reescribir el pasado y reinventarse su propia historia personal de méritos y gestos heroicos. Hay también gente que ni siquiera había nacido en 1985 o no tenía la edad para tomar grandes decisiones y que, sin embargo, cuestiona a los adultos de entonces y también a quienes en plena dictadura se refugiaron en sus casas para preservar sus vidas.

Una frase desgraciada (“¿Qué hizo Fulano durante la dictadura?”) se convirtió en emblema para un sector de la población que por arrogancia, desconocimiento o mala fe decidió ser único protagonista de un espacio de todos, el de los derechos humanos, exigiendo a los demás dar pruebas de credenciales democráticas.

Es así que el mismo Strassera fue motivo de cuestionamientos: por haber sido funcionario judicial durante la dictadura (la lista es larga pero el dedo acusador no se levanta sobre todos) y, más tarde, por acusar al kirchnerismo de querer hegemonizar el tema derechos humanos y a varios organismos de dejarse cooptar por el entonces oficialismo.

Alfonsín durante el viaje desde el Congreso hacia Plaza de Mayo el 10 de diciembre de 1983, día de su asunción como presidente (Víctor Bugge)

Fue el mismo Strassera que juzgó a los genocidas. ¿Qué más hay que exigirle?

Los héroes fueron pocos, siempre son pocos, y me permito decir que, seguramente, aún quienes se jugaron por los demás y protagonizaron una épica han tenido una vida cargada de contradicciones. Y es que los humanos somos eso, contradicciones vivientes, y durante aquellos años, los más oscuros pero también los de la democracia recién ganada, los de la ilusión, la mayoría hizo/hicimos lo que pudimos, lo que nos permitía la edad, el miedo más profundo y también aquello que habilitaba nuestra conciencia, esa modesta soberanía personal.

Derechos humanos

Nombres de desaparecidos menores durante la dictadura el Monumento a las víctimas del Parque de la Memoria (Adrian Escandar)

Viví en una casa en la que la masacre no era ignorada.Tuve un padre médico y militante por los derechos humanos que estuvo siempre cerca de la política. Conocimos temprano casos de detenciones y torturas y hubo también un desaparecido en la familia. Hernán Nuguer fue secuestrado en la puerta de su casa el 21 de octubre de 1977. Era estudiante de Arquitectura y militante comunista, tenía 26 años y un accidente lo había dejado parapléjico. Un grupo armado de ocho sujetos lo detuvo cuando estaba dentro del auto especial en el que se desplazaba. Su madre, Juana, estaba con él cuando se lo llevaron.

Como abogado, su hermano mayor, Jaime Nuguer, interpuso hábeas corpus por Hernán y otros desaparecidos cuando muy pocos se animaban a hacerlo. No logró encontrarlos, pero consiguió que por la causa de Inés Ollero, otra militante comunista desaparecida, fuera detenido el vicealmirante Rubén Chamorro, director de la ESMA durante el período más duro de la represión. Chamorro fue detenido en tiempos de Alfonsín, 1984, y murió también durante su gobierno, dos años después.El nombre de Hernán es uno de los nombres que pueden leerse en el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado del Parque de la Memoria.

El gran juez

Recién hoy, tres meses y medio después de su muerte, pudimos arrojar las cenizas de mi papá al río. Las decisiones que envuelven a la muerte querida no se parecen a ninguna otra; todo se hace bajo presión emocional, incluso cuando pasó cierto tiempo. El viejo tenía una personalidad tan fuerte que ante cada paso sigo sintiendo su mirada de gran juez. Soy hermana mayor y ahora todo el tiempo me pregunto a mí misma: ¿esto está bien? ¿Lo aprobaría él, estaría de acuerdo? ¿Lo enojaría, acaso?

No sé, la verdad, qué habría querido mi padre para su despedida final. No parecía tener presente su finitud; actuaba y vivía como si no fuera a morir nunca, de modo que no hablaba del tema, no dejó instrucciones ni sugerencias. Él, que era pura voluntad y deseo, no postulaba deseos para cuando no estuviera, solo pensaba en seguir viviendo.

Cuando el final estuvo tan cerca que le fue imposible ignorarlo, ya no hablaba; había perdido toda capacidad de comunicación por medio de la palabra oral y la palabra escrita. Solo quedaba su mirada y allí lo que veíamos era tristeza y paternidad. Sí, paternidad: no hubo en él nunca un gesto desesperado o un pedido explícito de ayuda. Como si, pese a la imposibilidad de ser autónomo, siguiera siendo dueño de su destino, como si se hubiera propuesto evitar que nos hiciéramos cargo de su pena y de su dolor. Como si necesitara, hasta último momento, hacer evidente que el padre era él, que quien nos seguía cuidando y protegiendo de todo lo malo era él.

"Recontrucción del retrato de Pablo Míguez", de Claudia Fontes (Buenos Aires Ciudad)

El sol peleaba esta mañana entre las nubes y se volvía reflejo sobre la conmovedora escultura de Claudia Fontes, Reconstrucción del retrato de Pablo Miguez, esa delgada figura de acero que en medio del río marrón mira hacia el horizonte y que recuerda al adolescente que en 1977 fue secuestrado junto a su madre, en Avellaneda, y aún sigue desaparecido. Creo que mi papá habría dicho que sí, que ese espacio era un buen lugar para despedirse.

”Supongo que no tiene sentido especular sobre los deseos póstumos de una persona. Si la voluntad y la vida son dos cosas imposibles de separar, la muerte y el azar lo son también”. Esto dice Valeria Luiselli en el ensayo “La habitación y media de Joseph Brodsky”, incluido en el volumen Papeles Falsos (Sexto Piso), en el que narra una visita al cementerio San Michele de Venecia, en busca de la tumba del gran poeta ruso.

Y esto pienso ahora, cuando pudimos finalmente promover el reencuentro entre mi papá y Mabel, su gran amor durante más de cuarenta años. Las cenizas de ambos ya son parte del Río de la Plata.

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Naturalmente recomiendo mucho que veas Argentina, 1985, por todo lo que dije y por mucho más que no dije. Y recomiendo, además, dos novelas que leí por estos días y que se vinculan con este envío pero no por una búsqueda voluntaria de mi parte. No se si te pasa, pero es común que me suceda que cuando tengo un tema fuerte en la cabeza, en todo lo que leo o miro o registro hay algo que se vincula con ese tema que me tiene tomada.

Leí La bahía, del galés Cynan Jones, el autor de Tiempo sin lluvia. Publicada por Chai, esta novela cuenta la historia de un hombre que sale con su kayak a mar abierto sin avisarle a su mujer, que está embarazada. Lleva con él las cenizas de su padre, piensa arrojarlas en el océano. Una tormenta lo pone a prueba y así comienza una lucha por la supervivencia. Es una novela breve y hermosa, muy bien traducida por Matías Battiston, y con grandes hallazgos narrativos, como el manejo de los tiempos.

También leí Avenida 10 de julio (Eterna Cadencia), de la actriz y escritora chilena Nona Fernández. Es la reedición de una novela de 2007 y cuenta la historia de Juan y Greta, quienes a los 14 años, en 1985, fueron dos de los adolescentes que participaron de la toma de una escuela con Pinochet todavía en el poder. Ambos crecen en un Chile que ingresa a la democracia pero con la tremenda sombra tutelar del dictador y con un sistema económico que no contempla a todos por igual. La novela es desgarradora y tremenda y, con todas las diferencias, comparte con Argentina, 1985 la idea de la oportunidad de las segundas vidas, las reflexiones sobre de dónde venimos, lo que hicimos y lo que aún podemos hacer con nuestras democracias.

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Ya vamos llegando al final.

Si te dan ganas, escribime y contame algo que te haya pasado en 1985 o, si aún no habías nacido, algo que tenga que ver con tu idea sobre la democracia, que seguramente será bien diferente a la mía y a la de todos los que vivimos en dictadura y conocemos bien el valor de poder elegir a nuestros gobernantes y también expresar libremente nuestras opiniones, entre tantas otras cosas que a veces damos por naturales y no lo son.

Mi correo es hpomeraniec@infobae.com, ahí podés escribirme. A veces me demoro, pero respondo siempre.

Me despido con varias imágenes de la escultura de Claudia Fontes, cada una de ellas con una luz diferente. Como verás, son todas conmovedoras y hermosas.

Hasta la próxima.

La maravillosa escultura de Claudia Fontes, homenaje a Pablo Miguez, desaparecido en 1977 a los 14 años. La obra está emplazada en el Río de la Plata.

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