Samuel van Hoogstraten (Dordrecht, 1627-1678) no fue un pintor muy destacado en su tiempo y de hecho su nombre está más asociado a la teoría pictórica del Siglo de Oro holandés que su obra colgada en museos -aunque han sobrevivido varias que ocupan diferentes espacios culturales del mundo.
Y es que Samuel no tuvo en sí una voz propia, no destacó en nada de los parámetros de la pintura barroca holandesa, aunque tampoco por eso podemos denominarlo como un mal pintor, solo que no encontró a lo largo de su carrera una marca, un estilo que lo hiciera diferenciarse de otros que sí son recordados tres siglos después.
Sin embargo, desarrolló una serie de las extrañas cajas, a las que se llamó wonderlijke perspectyfkas (una curiosa caja de perspectiva), que aún hoy genera sorpresa y admiración y que condensa los saberes de aquellos tiempos. Una caja a la que se denomina peepshow, por la palabra inglesa que se aplicaba a una imagen o película de contenido sexual, de corta duración, que se observaba a través de una mirilla.
Dicho esto, repasemos algunas de las claves de su obra que lo hicieron olvidable en pos de la comparación con otros, y por qué su peepshow no es solo un artefacto digno de ser una Belleza, sino cómo condensa lo mejor de su obra, como si en esa pequeña caja se pudiera apreciar toda una vida de trabajo.
Van Hoogstraten fue primero alumno de su padre, y tras la muerte de éste se mudó a Ámsterdam, donde ingresó en la escuela de Rembrandt. No sabemos cuál fue la relación con el maestro, pero sí notamos su influencia, como un Autorretrato (1645) o el Retrato de un caballero (1650).
Por su labor como maestro de pintura y sobre todo como retratista, podría haber copiado, por ejemplo, los retratos grupales de Rembrandt, que sin dudas rompieron con todo en la época, aunque tampoco. En cambio, continuó con esas obras estáticas que se hacían hasta entonces de personas en fila, alineadas, mirando al frente. Así que de Rembrandt, no aprendió al menos una de las cuestiones de estilo que lo diferenciaron o, sencillamente, tampoco tenía la mano siquiera para intentar imitarlo.
Hay también algunas obras religiosas que sobreviven, como La adoración del niño (1647) o La Anunciación de la Muerte de la Virgen (1670) ambas bien del estilo del barroco, con el recurso del claro oscuro para separar fondo y frente, y un uso de la luz artificial, sin poder atribuir dirección de entrada, para resaltar la cuestión del dramatismo. Más allá de esto, que fue común en su época, la factura de las figuras, sobre todo los rostros, tampoco es muy destacada.
Y ahora entramos en las llamadas “pinturas de interiores”, uno de los géneros más característicos del Siglo de Oro holandés. Cuando se piensa en este tipo de obra la figura de Vermeer parece eclipsar a tantos otros, pero si bien el pintor de Delft es uno de los más destacados por esa capacidad de captar el instante, no fue el único que ingresó en esta construcción de la intimidad.
La lista de neerlandeses que desarrollaron la vida puertas adentro es extensísima y entre ellos se encuentran los exquisitas piezas de Gabriel Metsu y Pieter De Hooch, pero van Hoogstraten toma otro camino sin romper tampoco del todo con la tradición arquitectónica, de pisos de damero, perspectivas y habitaciones que se conectan a través de aberturas que juegan con la mirada y que llevan la atención en ese “más allá”.
Una vista del Hofburg de Viena, datado en 1652, muestra su habilidad como pintor de arquitectura. En contraste, una obra en La Haya que representa a una Dama leyendo una carta al tiempo que cruza un patio (Mauritshuis) o una Dama consultando con el médico (en el Rijksmuseum de Ámsterdam), se acerca más a de Hooch.
El peepshow, en ese sentido, es una expresión que da una vuelta más de tuerca en ese tipo de trabajo, ya que presenta una caja por la que se podía ver el interior de una casa holandesa a través de dos mirillas.
Este peepshow que ha sobrevivido tiene forma rectangular y en su interior está pintado en tres de sus paredes, además de su superior e inferior. Una sexta “pared” se encuentra abierta, ya que se considera que por allí, a través de un papel especialmente tratado, ingresaba la luz, por lo que el artefacto se colocaba cerca de una ventana o alguna fuente artificial como la vela.
Hombre viajero (Viena, Roma y Londres), el artista fue además un autor de sonetos y tragedias como un intelectual de la pintura, ya que sin dudas su gran legado a la Historia del Arte fue su Introducción a la Academia de Pintura (1678), un ambicioso compendio que entre otros temas ingresa en la cuestión de la persuasión pictórica, el ilusionismo y la belleza como una armonía que se puede expresar matemáticamente gracias a la ciencia de las proporciones.
En ese sentido, el artista continuó la tradición renacentista con respecto a la perspectiva sobre la que escribió Leon Battista Alberti, que afirmaba que las obras de arte debían ser reales como si se las observase desde un hueco, o una construcción arquitectónica. Además, no sería extraño que estuviese relacionado con los estudios de Perspectiva de Jan Vrederman de Vries, también una referencia crucial en aquel momento.
Seis cajas sobreviven de aquel periodo, que duró 25 años, aunque la que aquí hacemos referencia es la que se encuentra en la británica National Gallery, ya que es la que mejor ha resistido el paso del tiempo.
Si se observa la caja desde el costado abierto solo se verán paredes y ventanas distorsionadas, puertas que parecen por sus ángulos haber sufrido algún tipo de sismo, baldosas torcidas, sillas deformes y una forma animal que solo por la pareidolia, la capacidad de crear formas reconocibles por parte del cerebro, podemos distinguir como un perro.
La magia ocurre cuando se observa a través de la mirilla, por supuesto, ya que se ingresa en una representación tridimensional del siglo XVII, donde se observan tres habitaciones: en una, se ve durmiendo en la cama; en otra, una dama lee sentada en una silla, mientras que en la tercera aparece el perrito, mirando de frente.
¿Es la casa del artistas? No sé sabe con exactitud, pero se encargó de dejar algunos indicios que así podrían certificarlo, ya que sobre la silla de la habitación central se apoya una carta dirigida a él, mientras el escudo de la familia aparece a la izquierda de la puerta del dormitorio.
La wonderlijke perspectyfkas tiene, además, una dosis de sentido del humor bastante extraña para la época. Si este es el hogar de Van Hoogstraten, él nos dice que nuestra intromisión a su privacidad no pasará desapercibida. El perro, como sabemos, ha descubierto nuestro voyeurismo, y si observamos el detalle del cuarto donde la mujer lee tranquilamente, podemos notar una sombra masculina detrás de una ventana.
Los exteriores de la caja también presentan escenas de corte alegórico, a partir de inscripciones latinas en rollos de papel: “Amoris Causa” (por amo’), con un joven artista dibujando a Urania, una de las Musas; “Lucri Causa” (por el bien del dinero), con un putto vertiendo monedas de una cornucopia mientras un pintor trabaja en un retrato; y “Gloriae Causa’ (en aras de la gloria), con un putto colocando una corona de laureles sobre la cabeza del pintor y una cadena de oro alrededor de su cuello.
Estas pinturas no presentan ninguna deformación, algo que no sucede con la imagen que se encuentra en la parte superior del gabinete, donde aparece una mujer desnuda (Venus) acostada en la cama en compañía de Cupido. Estas figuras vuelve a ser tratadas de manera anamórfica; o sea, solo puede verse desde un ángulo correcto, tal como el interior.
Sin dudas, la obra más conocida con este trabajo es la calavera de Los embajadores (1533), de Hans Holbein el Joven, también en la National Gallery, aunque fue Piero della Francesca, a quien se reconoce como principal teórico. Este juego óptico continúa vigente en la actualidad y puede apreciarse en el trabajo del artista callejero Julian Beever, por ejemplo, entre muchos otros.
La pintura superior de la caja ha despertado incógnitas en los estudiosos, ya que no se conseguido a simple vista encontrar el ángulo desde el cual se vería de manera equilibrada, postulando algunos que no el trabajo no estaría bien resuelto, aunque teorías más actuales especifican que posiblemente se deba a la ausencia de un aparato de visualización específico que, unido a la caja, pudiera generar la forma deseada.
Samuel van Hoogstraten jugó con la perspectiva a partir de los principios renacentistas, generando un instrumento lúdico, que se adelantó a la virtualidad 3D de la actualidad, utilizando el conocimiento de la época para generar un engaño que varios siglos después continúa vigente.
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