El lado visual de Alejandra Pizarnik se hace notar en la Biblioteca Nacional

A 50 años del trágico punto final de la poeta dark, la muestra “Entre la imagen y la palabra” expone valiosos materiales que revelan su fase creativa y su faceta plástica: dibujos, collages y valiosos materiales gráficos

Alejandra Pizarnik, en una serie fotográfica de Lucrecia Plat que se exhibe en la Biblioteca Nacional (Adrián Escandar)

Es sin dudas una de las figuras más influyentes de la poesía argentina en las últimas décadas. Sin embargo, a 50 años de su muerte trágica, todavía hay facetas de Alejandra Pizarnik desconocidas por muchos de sus lectores. No se trata solamente de la cantidad de papeles inéditos que quedaron dispersos en distintas partes del mundo, o de las lecturas siempre nuevas que habilita su obra –signo claro de su vigencia–, sino también de otro aspecto poco atendido como lo fue su pasión por las artes plásticas. Lejos de ser anecdótico, ese interés se tradujo en una fuerte inquietud por la materialidad de su escritura y determinó muchas de sus imágenes poéticas.

Con el doble propósito de resaltar el lenguaje visual de la escritora y dar a conocer sus papeles personales, la Biblioteca Nacional inauguró este jueves una muestra que celebra el legado de Pizarnik a través de una suerte de sala de montaje donde se despliegan tanto sus influencias como los materiales y los principios constructivos de su obra. Además, Alejandra Pizarnik. Entre la imagen y la palabra incluye reproducciones de los dibujos y collages de la autora conservados en la Universidad de Princeton, originales que les obsequió a las escritoras Ivonne Bordelois y Graciela Maturo, y algunos trabajos del pintor surrealista Juan Batlle Planas, quien fue su maestro.

Dibujos y otras piezas visuales de Alejandra Pizarnik fueron reunidos para la muestra que se puede visitar en la Biblioteca Nacional

“Quisimos darle una impronta visual potente a la muestra, por eso la pared azul que simboliza la noche, la pared roja por la sangre y la verde por el jardín prohibido heredado del romanticismo”, le dice a Infobae Cultura la curadora Evelyn Galiazo, quien además dirige el área de investigaciones de la Biblioteca Nacional. En uno de los pasillos se armó una suerte de atlas warburgiano que recupera las influencias de artistas plásticos que aparecen diseminadas en su obra, desde El Bosco hasta los grafismos de Henri Michaux, los collages de Max Ernst o el universo onírico de Remedios Varo, casi un alma gemela de Pizarnik, cuyos puntos de contacto explora Mariana Dimópulos en el catálogo de la muestra.

Alejandra Pizarnik, "En un pueblo perdido: OJOS ALBA", collage, 1970. Colección Graciela Maturo.

Aunque participó de exhibiciones en galerías porteñas como La Ruche, Guernica y Galatea, la mayor parte de la obra plástica de la poeta tuvo un destino incierto. Las piezas disponibles y sus dibujos sobre distintos soportes como cartas y cuadernos dan cuenta de un estilo primitivo e infantil cercano al arte ingenuo que por su espontaneidad y pureza de formas cautivó al surrealismo. Como se sabe, la poética “alejandrina” muestra las huellas del movimiento fundado por André Breton, no solo presente en su imaginario visual sino también en el proceso creativo de la autora, quien se sirvió muchas veces de la escritura automática y el montaje.

(Adrián Escandar)

“Su forma de trabajar con citas y referencias apela al corte y el pegado, a la intervención, a la extrapolación de fragmentos de su contexto habitual para construir totalidades nuevas que, por provenir de lugares muy distintos y por aparecer en contextos que no son los habituales, justamente provocan un cuestionamiento en nuestra percepción cotidiana del mundo y de las cosas”, le dice Galiazo a Infobae Cultura. Figuras como “la alucinada con la maleta de piel de pájaro”, en uno de sus poemas de Árbol de Diana, son el resultado de estas formas híbridas que también manifiestan sus cuadernos y fichas, donde se puede rastrear –como señala Mariana Di Ció en otro de los textos del catálogo– “el escamoteo de las fuentes, el borrado o la disimulación de ciertas referencias contextuales, la migración y el desplazamiento de sintagmas ‘prefabricados’”.

Una copia de "Partición de mediodía", de Paul Claudel, subrayada por Pizarnik (Adrián Escandar)

El cotejo de ejemplares subrayados y marcados con su inconfundible letra, junto a los facsimilares del Palais du vocabulaire –una serie de cuadernos donde recopilaba citas de sus lecturas y comentarios textuales– enviados por la Biblioteca de la Universidad de Princeton, permite al visitante ver el movimiento de reescritura y apropiación de textos ajenos, que eventualmente finalizaba en los textos publicados. Así, por ejemplo, una frase que toma de Partición de mediodía de Paul Claudel (“Me parezco a ciertos animales que solo viven de noche”) con la intención de emplearla como parlamento de uno de los personajes de Los poseídos entre lilas, pero que termina incorporando en “Esbozo”, en su Prosa completa.

Uno de los objetos más preciados de la exhibición es el famoso cuaderno verde de la escritora, una especie de libro de artista donde reunía fragmentos diversos de sus autores predilectos, transcriptos, interpretados e intervenidos con dibujos y collages. Sus hojas revelan la debilidad de “la niña de tiza rosada” por los materiales que conforman las herramientas de trabajo, ya sean lápices, biromes y marcadores de distintos colores y grosor como una variedad de papeles.

Cuaderno verde. Colección Ivonne Bordelois.

“En cuanto a la inspiración creo en ella ortodoxamente, lo que no me impide, sino todo lo contrario, concentrarme mucho tiempo en un solo poema. Y lo hago de una manera que recuerda, tal vez, el gesto de los artistas plásticos: adhiero la hoja de papel a un muro y la contemplo; cambio palabras, suprimo versos. A veces, al suprimir una palabra imagino otra en su lugar, pero sin saber aún su nombre”, escribió Pizarnik en el prólogo de una antología de poetas jóvenes. Las diferentes versiones de un mismo texto demuestran su observación atenta al impacto visual de las palabras y la intención de “tratar al poema como si fuera un cuadro”, a través del desplazamiento de las palabras en los versos, de los versos en el poema y del poema en la página. Sin embargo, la pintura y el dibujo le allanaban un camino libre del rigor de las palabras.

La curadora Evelyn Galiazo junto a las diseñadoras de la muestra (Adrián Escandar)

650 volúmenes de la colección personal de Pizarnik que la Biblioteca Nacional adquirió durante la gestión de Horacio González, más otro centenar donado por Myriam Pizarnik de Nesis, heredera y hermana mayor de Alejandra, quien también cedió a la institución un número significativo de manuscritos y dactiloescritos originales de la poeta, como el de su entrevista con Marguerite Duras, además de distintas versiones de textos corregidos a mano y pasados en limpio, correspondencia, notas personales, separatas y recortes de prensa, integran el Fondo Pizarnik creado en 2018.

“Estos materiales arrojan nuevas luces sobre la belleza oscura de su obra e inauguran una etapa prometedora para las investigaciones sobre Pizarnik desarrolladas en Argentina”, asegura Galiazo. Una selección representativa se utilizó para la muestra recién inaugurada, acompañada con fotografías de Enrique Pezzoni, Lucrecia Plat y Anatole Saderman que tallan su imagen autoral, más los papeles y dibujos enviados desde Princeton –donde se aloja gran parte del archivo personal– y otras pertenencias como su máquina de escribir Olympia. También se incluyen entrevistas en formato video a la hermana de la poeta, a Antonio Requeni y a Ivonne Bordelois por el vínculo que tuvieron con ella.

"La jaula se ha vuelto pájaro", en "Zona prohibida" (Poemas y dibujos), Xalapa, Papel de envolver, 1982

“En su obra conviven dos lealtades en disputa: la que defiende una concepción sacrificial del arte, cuyo estigma alentó hasta sus últimas consecuencias, sembrando contraseñas autorreferenciales en cada uno de sus escritos, y una nueva fascinación por la vanguardia, caracterizada por su alta conciencia de que ningún artista es el único autor de lo que escribe”, dice la curadora en el catálogo de la muestra. Esta otra afinidad, que atenúa su mito romántico, es la que a través de César Aira y Arturo Carrera, a quienes impulsó tempranamente con su contribución a la efímera pero legendaria revista El Cielo, renueva su obra para las generaciones recientes de poetas y la ubica en línea con el arte argentino reciente.

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