¿Quieres ser David Byrne? Un show que mezcla el teatro y la instalación artística lo hace posible

El músico que marcó los años 80 con Talking Heads, no se detiene. Ahora presenta “Theatre of the Mind”, una curiosa experiencia escénica que invita a recorrer episodios de su vida con guías-actores que dicen llamarse (todos) “David Byrne”... Y no son él, obviamente

Hay personas reunidas para el funeral de David Byrne. Están sentados en una habitación iluminada frente a un ataúd que ha sido personalizado para que también sirva como piano. Una foto del difunto en su infancia aparece en un puesto cercano. Un libro de visitas, también. Pero antes de que alguien pueda llorar, la tapa del ataúd se abre y aparece David Byrne. Excepto que no es el flaco cantante de “Psycho Killer”, sino un actor negro de 1,90 llamado Donnie I. Betts, que acribilla con preguntas a los presentes: “¿Todavía estoy muerto? ¿Sigo siendo yo? ¿Estoy vivo de nuevo? ¿Sigo siendo David?”.

Unas filas más atrás, el verdadero Byrne, el músico de cabello blanco que hace varias décadas lideró una gran banda de rock llamada Talking Heads, se ríe. Ha visto la escena del ataúd muchas veces. Todavía lo atrapa. “Es gracioso que el actor salga de un ataúd que parece un piano”, dice. “No creo que sea yo mismo”.

Byrne está en Denver dando los toques finales a Theatre of the Mind, un proyecto en expansión que es en parte una instalación, en parte una actuación. Esto sucede solo unos meses después de que terminó American Utopia, el éxito de Broadway que lo presentaba descalzo y vestido de gris, cantando, bailando y dando breves comentarios. La producción ganó un Tony y estableció un récord de entradas vendidas en el Teatro Hudson de la calle 44, en Manhattan. Como es típico de Byrne, estas dos piezas no comparten estilísticamente casi nada

A los 70 años, Byrne sigue siendo original, una reconocida estrella de rock que tiene tantas probabilidades de publicar un libro de bocetos en blanco y negro como de hacer un nuevo álbum de canciones. En una cultura impulsada por la nostalgia, parece alérgico a la repetición fácil. Durante la última década, Byrne ha creado un musical sobre Imelda Marcos ambientado en una discoteca, filmado un documental sobre guardias de una banda universitaria de marchas, colaboró en un disco con St. Vincent, lanzó una revista online y apareció en John Mulaney & The Sack Lunch Bunch, un embriagante espectáculo infantil para el que usó un vestido azul de Frozen y confesó su miedo a los volcanes. Lo que no ha hecho es reamar su antigua banda, Talking Heads. Tocaron juntos por última vez en su inducción al Salón de la Fama del Rock and Roll en 2002. Jerry Harrison, el multiinstrumentista del grupo, dice que ha dejado de pedirle a Byrne que lo haga. “Hay muchos fanáticos a los que les gustaría vernos reformados, así que estoy decepcionado de que no lo hagamos. Pero David siempre ha dicho que nunca quiere hacer algo solo por el dinero”.

Theatre of the Mind es anterior a American Utopia. Byrne y Mala Gaonkar, una manager de fondos de inversión que también es escritora creativa, han estado trabajando en versiones de esta proyecto desde 2015. La producción cuesta 4 millones de dólares y la organización sin fines de lucro de Byrne, Arbutus Foundation, proporciona el 15 por ciento del presupuesto. Se presenta con el Centro de Denver para las Artes Escénicas en un edificio industrial de la ciudad capital del estado de Colorado. El músico no formará parte de las actuaciones, pero varios guías -algunas mujeres, algunos hombres, todos con el nombre de David Byrne- guiarán a grupos de 16 personas a través de siete salas que representan etapas diferentes de la vida. Aunque el personaje-guía comparte algunos detalles personales con el verdadero Byrne, Theatre of the Mind no es abiertamente autobiográfico. Él mismo espera que la producción haga contemplar, no su vida, sino las ideas que la impulsan.

Uno de los temas principales de Theatre of the Mind es cómo cambia la gente. La idea está salpicada a lo largo del guion y es un tema que Byrne y Gaonkar discuten a menudo.

“Lo que sentimos es que hay una continuidad y somos iguales”, dice Byrne. “Sí, tal vez tengo algunas opiniones diferentes ahora o ya no haría algo, pero supe hacerlo. Y luego, cuanto más lo pienso, es posible que pueda tener el mismo cuerpo en algún sentido, pero soy una persona completamente diferente de lo que era hace muchos años. Existe una posibilidad real de que realmente seas una persona completamente diferente. Eso es profundo”.

Esto es lo más cerca que David Byrne está de vincular su vida personal con el trabajo. Siempre se ha resistido a la idea de una memoria directa (“sería demasiado aburrido”), pero es consciente de lo que significa ser una persona pública con reconocimiento de marca. Es por eso que dudó, al principio, en usar su nombre para el personaje principal de Theatre of the Mind . Esa carta puede ser útil, admite, pero “quiero asegurarme de que no me estoy promocionando a mí mismo. Estoy promocionando el show”.

Oportunamente, Theatre of the Mind elude a aquellos que buscan migajas de la historia real de Byrne. El guion encuentra al guía hablando sobre tener 19 años y aceptar un trabajo para el que no es necesario un cerebro, como guardia de seguridad en Glasgow, Escocia, para apoyar su arte. Pero la familia del verdadero Byrne se mudó de Glasgow cuando él tenía 2 años. La madre del guía, nos enteramos, se dedica a la pintura y el departamento de utilería le ha proporcionado algunos de sus lienzos salvajemente sexualizados. Pero en realidad es Tom Byrne, el difunto padre del verdadero Byrne, quien pintaba como pasatiempo. De profesión ingeniero eléctrico, prefería obras al estilo de Henri Matisse.

“Para mí, es más emocionante pensar que es la vida de David porque lo respeto y estoy interesada en indagar sobre eso, sea cierto o no”, dice LeeAnn Rossi, quien ha trabajado con el artista como productora durante una década. “De todos modos, de eso se trata el show ¿Qué es real? Ha sido bastante claro y honesto acerca de cómo sintió esos cambios a través del tiempo”.

David Byrne es educado y cálido en la conversación. Si no acepta una pregunta, no finge y sigue el juego. Da una respuesta rápida y espera un tema que le interese más. No invita a indagar en su vida personal y tiende a mantener la conversación con los datos que ha compartido -sobre la historia de un lugar, un nota que leyó en una revista o una pregunta inocua sobre sus propios hábitos. (“¿Cocinaste algo durante la pandemia?”)

Sus modales y su clara falta de interés en lo confesional, pueden hacer que el entrevistador se sienta algo incómodo en abaratar la conversación para salir del ámbito profesional (para que conste, se divorció de la artista Adelle Lutz en 2004; comparten una hija y un nieto). También parece infructuoso presionar demasiado para ver dónde se fusiona la vida con el arte. De alguna manera se siente más cómodo en dejar ese arte abierto a la interpretación.

Ese tipo de dislocación abstracta hizo que Talking Heads fuera tan efectivo. Lo creó con sus ojos esquivos, esa voz ansiosa, que a veces parecía estar gritando, y los ritmos irregulares entregados a través de su guitarra Gibson de 12 cuerdas. Las canciones eran historias cortas, donde los personajes descubrían los agujeros del Sueño Americano (“Once in a Lifetime”) o simplemente intentaban sobrevivir (“La vida durante la guerra”). Y de alguna manera, así logró escribir una de las canciones de amor más dulces de la década de los años 80: “This Must Be the Place (Naïve Melody)”.

Hace unos años, el comediante John Mulaney, un fan de larga data, le envió un correo electrónico para decirle cuánto significaba para él “Glass, Concrete and Stone”. La canción, apertura del álbum de 2004, Grown Backwards, resonó cuando Mulaney comenzó a notar lo temprano que su padre tenía que levantarse para ir a trabajar. Volvió a pensar en ello cuando empezó a viajar intensamente por sus , despertándose antes del amanecer para cada vuelo.

“Y él respondió”, se ríe Mulaney, “y me dijo: ‘Es increíble la cantidad de canciones que tengo sobre tu vida’”.

Este aire de misterio también le permite explorar su propio crecimiento de una manera tanto pública como privada. Hace años, se autodiagnosticó como perteneciente al espectro del autismo. La sugerencia vino primero de su amiga Darcy Lee, que dirigía una tienda de regalos. Ella había observado en él, un comportamiento que otros etiquetaban como extraño o extravagante. Acurrucarse en la esquina en las fiestas. Desaparecer de eventos sociales sin previo aviso. Un día, Lee estaba leyendo un artículo sobre el síndrome de Asperger.

“Nunca había oído hablar de eso y ella me dijo ‘David, sos vos’”, cuenta Byrne. “Ella continuó leyendo sobre personas que estaban bastante levemente en el espectro. Y pensé, ‘no soy así ahora, pero muchos de esos tipos de comportamientos y sentimientos eran cosas que tenía’”.

Cuando era niño, Byrne recuerda una fiesta de cumpleaños en la que simplemente se escondió en otra habitación hasta que terminó. Y cuando Talking Heads probó por primera vez el estrellato en 1977, su inaccesibilidad se convirtió casi en una característica definitoria, excepto que no era una actuación. El escenario, dice Byrne, era el único lugar en el que podía escapar y sentirse libre para expresarse.

Ese sentimiento de ser diferente comenzó temprano. En Baltimore, donde su familia se instaló después de emigrar -Tom Byrne, ingeniero eléctrico, había sido contratado en Westinghouse-, vivían en un barrio relativamente de clase trabajadora. Pero empezaron a leer la revista Scientific American y fueron a protestas políticas y a museos de arte.

“Los otros niños de la escuela primaria iban a Ohio y pensaban que eso era ir muy lejos”, dice su hermana menor Celia Byrne, ahora epidemióloga en Maryland. “Acampamos por todo el país porque mis padres sentían que explorar Estados Unidos era importante. También íbamos a visitar a familiares en Escocia”.

La música se convirtió en una salida. David tocaba la guitarra. Experimentaba con loops y sobregrabaciones en una máquina de cinta que instaló su padre. Siguió tocando cuando llegó a la Escuela de Diseño de Rhode Island en 1971, y eventualmente formó una banda con sus compañeros de clase, Tina Weymouth y Chris Frantz, y el ex tecladista de Modern Lovers Jerry Harrison. Durante poco más de una década, desde aproximadamente 1977 hasta 1988, demostraron ser capaces de tocar cualquier cosa: funk, electrónica, world music o rock de cuatro acordes, y pasaron de ser los niños mimados de la escena del CBGB en Nueva York a ser una de las bandas de rock más grandes del mundo.

En Theatre of the Mind, el guía-Byrne le habla a una versión anterior de sí mismo. “Tal vez solo vemos las cosas de manera diferente”, dice. “Lo suficientemente diferente como para que tal vez vos y yo ya no seamos la misma persona”.

Es fácil ver cómo esa línea en particular podría relacionarse con Byrne. En Denver, educadamente hace sugerencias a sus colaboradores. En las memorias de Chris Frantz publicadas en 2020, Remain in Love, es un exaltado que lanza micrófonos y rara vez, si es que sucede alguna vez, le da crédito a alguien más. Byrne, que no ha leído el libro, no cuestionó la descripción.

Frantz habla de cuando grabaron Stop Making Sense (1984), la película de Jonathan Demme sobre el concierto cuidadosamente coreografiado de la banda. El Byrne que supervisó la producción, con sus señales de iluminación detalladas y la apariencia de su icónico traje de gran tamaño, no es el “DB” de voz suave que se encuentra en los ensayos de Theatre of the Mind. Dice que cambió, en parte, después de trabajar en la película True Stories de 1986. Esa producción le enseñó a aprender a confiar en los demás y a delegar autoridad. Eso también ayudó a aliviar la intensa presión que sentía por hacer que todo fuera perfecto.

“Antes de eso pensaba, ‘Nadie entiende lo que quiero hacer’”, dice hoy. “Tengo que ser el jefe. ‘No, no lo hagas de esa manera. Tienes que hacerlo de esta manera ¡No, maldito idiota!”. Y podría haber tenido razón, pero hay que tratar con las personas de esa manera. Podes incluir a las personas y hacerlas parte de tu visión o idea”.

¿Anhela hacer las paces con Franz y Weymouth e intentar una última gira de despedida? No. Byrne habla de haberse físicamente enfermo por la tensión mientras la banda grababa su último álbum, Naked de 1988. Le complace saber que Harrison, con quien se lleva bien y que ha visto American Utopia en Broadway, ha estado explorando el disco de Talking Heads de 1980, Remain in Light, con una banda que incluye al guitarrista Adrian Belew. Sobre el enojo de Franz, está perplejo.

“Como dije, sé que no era la persona más fácil para trabajar”, dice. “Pero supongo que una parte de mí sabe que eso fue hace mucho tiempo. ¿Podes seguir adelante? Seguramente tenes mejores cosas que hacer”.

En el pasado, que Byrne se haya alejado de lo esperado le ha costado fans. Justo después de que Talking Heads terminó, grabó Rei Momo, un álbum bailable de inspiración latina que incluyó a Celia Cruz y Johnny Pacheco. En la gira que siguió, tocaba solo dos canciones de Talking Heads. Y no eran “Psycho Killer” o el único éxito Top-10 de la banda, “Burning Down the House”. Un álbum de inspiración latina puede no haber atraído a los Patrick Bateman del mundo, pero al menos era música. Pronto, Byrne pasó a conferencias centradas en presentaciones de PowerPoint. Publicó un libro de fotos. Comenzó a mostrar su arte en galerías y museos.

El niño de la escuela de arte torpe y retraído que, de alguna manera, también se convirtió en un gran colaborador que Pitchfork describió una vez como alguien que se asociaría con otro artista si le prometiera “una bolsa medio vacía de Doritos”. “Eso no fue un cumplido”, escribió Byrne en How Music Works”, su libro de 2012, “aunque, para ser honesto, no está tan lejos de la verdad”.

Hizo música con Fatboy Slim y Selena. Lanzó proyectos que le permitieron satisfacer sus propias curiosidades. En la película Contemporary Color de 2016, quiso crear una nueva apreciación de las guardias de bandera, los equipos que suelen acompañar a las bandas de música de los colegios secundarios o universitarios. Reclutó a Nelly Furtado, Nico Muhly y al locutor de radio pública Ira Glass para se protagonistas. También mantiene en funcionamiento Reasons to Be Cheerful, una revista online que presenta historias escritas por Byrne y otros acerca de cómo los problemas, desde la propagación de enfermedades hasta la escasez de alimentos, se resolvieron a través de nuevas ideas.

El hilo conductor de todos estos proyectos es su deseo de hacer arte que la gente no considere inmediatamente arte. O para traer elementos de una disciplina a otra. En American Utopia, una producción repleta de elementos básicos y familiares de su catálogo, Byrne se enorgulleció especialmente de colaborar de nuevo con la coreógrafa Annie-B Parson.

“Había trabajado con ella durante un tiempo y realmente me gustaba su trabajo y pensé: ‘Este público nunca iría a uno de sus espectáculos’”, dice. “Simplemente lo mueves a un contexto diferente y adquiere un significado completamente diferente. La gente puede decir, ‘Oh, ahora lo entiendo’. "

Algo cambió dentro suyo. Se sintió más cómodo consigo mismo y, a su vez, con su pasado de estrella de rock. Tuvo la epifanía del Asperger y aprendió a adaptarse, ya no necesitaba huir de los entornos sociales. Pero todavía hubo cosas a las que se resistió. Por ejemplo, desestimó cortésmente la sugerencia de Mulaney de usar un traje de gran tamaño al estilo Stop Making Sense” en un especial de Netflix, pero también aprendió la alegría que puede traer al abrazar algo de su pasado. En American Utopia, la multitud se levantaba y bailaba tan pronto como él comenzaba a tocar “Burning Down the House”.

“Inspirador, emocionante, estimulante, poético”, dijo el actor Jude Law después de ver el espectáculo. “Es muy difícil capturar ese tipo de alegría”.

En Denver, Byrne llega para un ensayo justo antes del mediodía, entrando por la puerta trasera de la fábrica. No hay demandas de M&M verdes para su camarín, pero para esta producción sí requirió que se enviara su bicicleta plegable negra Tern (el último automóvil que Byrne tuvo fue un Citroën que condujo a fines de los 1980 cuando vivía en Los Ángeles). El equipo ya está reunido, resolviendo los problemas en el elaborado software que genera efectos en cada habitación, hablando sobre el presupuesto y las proyecciones de audiencia, haciendo actualizaciones al guion. Cuando llega Byrne, primero se junta con Charlie Miller, el director ejecutivo del programa Off-Center del Complejo de Artes Escénicas de Denver , y luego con Mala Gaonkar, quien llega en una bicicleta que él le alquiló.

Theatre of the Mind, que estará abierta hasta el 18 de diciembre, mezcla la experiencia teatral y participativa de la audiencia de la obra teatral inmersiva Sleep No More con la narración en reversa de una vida. Hay juegos mentales que modifican la percepción, momentos serios de contemplación y fragmentos también destinados a entretener. En una habitación, en una puesta en escena de la fiesta de cumpleaños de 10 del personaje de David Byrne, Lynyrd Skynyrd suena en una pequeña radio mientras los miembros de la audiencia se ponen gafas e intentan arrojar arandelas de metal en un balde extrañamente esquivo. La actividad dice algo sobre la percepción: las gafas fueron desarrolladas por un científico en Londres, pero la escena también es simplemente divertida. Byrne se echa a reír mientras observa a los recién llegados al grupo descubrir lo difícil que es embocar en el balde.

“Si les preocupa que este cambio sea permanente, que les hayamos estropeado la vista por completo, sé que lo era, bueno pero no se preocupen, sigan tirando las arandelas”, dice el guía al grupo.

Byrne está orientado a los detalles, mantiene un lápiz en su mano izquierda para garabatear notas en papel. Él no supervisa pero sí participa en el recorrido, queriendo entender cómo se sentirá el público. Durante dos días de observación, nunca levanta la voz.

Sus semanas en Denver terminaron cuando comenzó Theater of the Mind. Entonces Byrne se metió en su próximo proyecto. Su hogar sigue siendo Manhattan, donde trabaja en un espacio de oficina repleto de viejas cintas, libros e incluso un Oscar (Mejor partitura original, El último emperador, en 1987).

En ese espacio, un martes de agosto, una bicicleta Ramis modificada por él, está frente a la puerta. Incluso en las noches de invierno después de American Utopia, salía de la puerta del escenario con el casco puesto, para dirigirse a su casa en su vehículo de dos ruedas. En Denver, le pedí viajar con él una mañana al ensayo, pero tuvo un problema con una rueda y terminó alquilando un scooter eléctrico para el viaje de casi 5 kilómetros desde su apartamento temporal.

En Nueva York, en un día de lluvia, comenzamos a andar por Grand Street en la hora pico de la tarde. Seguirle el ritmo puede ser engañosamente desalentador. Ese día no usó casco, solo un sombrero Panamá y un par de Mary Janes sin medias. Pasamos por un mini mercado y una pescadería, giramos hacia la autovía del Este y la usina eléctrica Con Edison. “Me encanta la sensación de flotar con la bicicleta”, dice durante el viaje. “No es que esté haciendo algo elegante. Me encanta tener el control”.

Busco a tientas mi teléfono cuando paramos por un semáforo rojo, para grabar lo que está diciendo.

En una parada, me cuenta cómo había luchado para escribir música durante la pandemia, pero ahora tiene una pila de letras en su escritorio, esperando que tome su guitarra Quinto y componga. Le pregunto si alguna vez podría irse de Nueva York. Me imagino que toda el ritmo, el ruido y la acción despiertan su creatividad. “Siempre me digo a mí mismo, ‘¿no sería bueno vivir en un lugar un poco menos rápido, un poco menos agresivo’”, dice. “Pero no lo hice”.

A lo largo de East River, bajamos por el camino junto al río. No hay más coches, pero la acera está congestionada de peatones y otros ciclistas. Byrne no parece darse cuenta. Ocasionalmente hace sonar su campana, pero la mayor parte del tiempo entra y sale como en un slalom de esquiador. A esta altura, puse mi teléfono en el bolsillo, demasiado concentrado al volante para hacer más preguntas. Él está más adelante, flotando sobre el cemento. Solo quiero asegurarme de que puedo seguir el ritmo del hombre del sombrero Panamá.

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