Santiago Vega (1971) pasó a llamarse Washington Cucurto y se convirtió en uno de los escritores más reconocidos, leídos, estudiados y renovadores de la generación del noventa. Su obra no se detuvo ahí y se expandió en el siglo XXI. Evolucionó en distintos géneros (cuento, novela, poesía, el cómic, etc.) hasta llegar a un punto en el que necesitó gestar un desvío. ¿Cuántas vidas es posible tener en esta vida? Estamos en presencia de un nuevo cambio de piel, una suerte de renacimiento o, quizás verlo de esta manera, la sumatoria de un grado más de complejidad en su recorrido incansable o en su obra: Cucurto ahora pinta, expone, vende sus cuadros. Cuenta sobre sus comienzos en la escritura: “Cuando descubrí la literatura me divertía mucho hacerlo. La pasaba re bien. Era como un juguete nuevo, algo que yo podía hacer y nadie más de mi entorno podía. Eso me gustaba. También entendía que era algo privado, solitario y no podía compartir mucho. Era como que tenía un secreto. Después empecé a conocer gente blanca, culta, universitaria y vi que todos hacían lo mismo. Pero yo siempre sabía que era el mejor”.
—¿Te alejaste de la literatura, Cucurto?
—No, para mí es un poco parte de lo mismo. Porque lo que hice en su momento fue un procedimiento. Y el mismo procedimiento que hice con la literatura lo hago ahora con la pintura. De pronto cambian los materiales pero son dos mundos muy cercanos, en mi caso. Incluso todo lo que pinto está relacionado con la literatura.
—¿En algún momento sentiste un agotamiento de tu relación con la literatura en cuanto texto escrito para pasar a otro formato?
—Lo que sucedió fue que la palabra apareció en un principio. Era lo primero que tenía a mano. Y lo fui trabajando con los años y con la vida. Pero yo ya tenía mi procedimiento, descubrí al toque que lo podía hacer y me tiré para ese lado de la literatura. Me fui quedando ahí. Nunca pensé que me iba a quedar tantos años escribiendo, publicando. Y eso lo trasladé a la pintura. Un poco de casualidad, no lo busqué ni se trató de un plan. Se fue dando así en los últimos años, más que nada, ya de grande. Y llegó a punto en el que no los diferencio: cuando pinto, también estoy narrando. Se trata de seguir desarrollando mi proceso creativo. Algunos se pasan a la música o a otras artes, lo importante para mí es seguir creando.
—¿En qué consistía tu procedimiento con la literatura?
—A veces es temático, a veces es con las palabras. Tomar un barrio o algo realista y llevar eso a otro lugar. Eso se vuelve un procedimiento. También la mezcla se vuelve procedimiento. Y después todo lo que está adentro de la literatura que uno aprende cuando lo va leyendo.
—¿Te pasaba de ver tu realidad de forma exagerada o eso aparecía solo cuando escribías?
—Había mucha fabulación en el momento de escribir. Para mí eso es la literatura. No soy un escritor realista, nunca lo fui. Tomo algunas cosas del realismo pero no me interesa como género. Lo elementos de la literatura son muchos, así que ceñirse a una sola cosa es muy limitado. Pienso que hay que usar mucho, es mejor, pienso. Es más divertido, es lo que traté de hacer siempre. Exagero, invento. También voy dejando que el personaje se desarrolle, no es que yo tengo todo en la cabeza, quiero que el personaje haga por su cuenta. Me parece más fácil para mí, así no trabajo tanto.
—¿Crear el personaje Cucurto te dio libertad?
—Nunca tuve traumas con mi identidad ni con mi nombre. Se fue dando. Por otra parte, el ambiente cultural ya me llamaba Cucurto y fue quedando. No lo pensé mucho, lo usé. Me di cuenta de que era un personaje atractivo, que tenía cierta libertad, y eso yo lo utilizaba. Así se construye la literatura: con los elementos que hay alrededor. Hay que tomarlo todo. Todo lo que se pueda, lo que la moral de uno le permita. Como yo no venía de ninguna cosa académica ni cultural ni nada, tenía una libertad total. En mi casa no había biblioteca ni circulación de libros, por ejemplo.
Santiago Vega, antes de ser Washington Cucurto, nació en el barrio Los Pinos en Berazategui. “Todavía sigue igual, como hace cien años”, dice. Ahí vivió hasta los 17 años, donde hizo solo la primaria (la secundaria la terminó hace unos pocos años), y se fue a Capital Federal para “vivir y trabajar”: “Había en mí una necesidad de venir a la ciudad, todo el mundo venía. Hasta el día de hoy pasa eso. Siempre estuve trabajando. Nunca estuve sin laburo”, explica. Es en este lugar donde hizo lo que considera su verdadera formación intelectual y emocional. Sus primeros libros llamaron muchísimo la atención: los poemarios Zelarrayán y La máquina de hacer paraguayitos; y la novela Cosa de Negros, sobre todo, mostraron una nueva voz que se imponía como cambio de escenario generacional.
Cumbia, inmigración, supervivencia, lecturas caóticas, escritores casi secretos y un trabajo estilístico impresionante y musical le dieron a Cucurto una zona muy personal de la literatura argentina para moverse. Dice ahora mismo en su taller del barrio de Once: “Eran temas muy de la época: de los noventa pero que también tenían que ver con los ochenta. Era temas que estaban en la ciudad. Un día empecé a escribir de eso, que era lo que tenía cerca, y no paré más. Ya cambio todo. Ese mundo que yo mostré es un mundo antiguo, ya no existe más. Estaba bueno ese mundo.” Era un tiempo en el Cucurto era joven y vitalista: “Cuando uno tiene cierta vitalidad todo se transforma. También era una época de la inconsciencia de la juventud y el ambiente social. Yo tenía la misma vida que la gente de mi entorno, no hice nada especial. Eran los comportamientos de esos años.”
Las referencias de la prosa musical y exuberante de Cucurto tiene sus antecedentes en la literatura latinoamericana (Reinaldo Arenas, Lezama Lima) y argentina (Perlongher). Y él amplía el espectro: “Los primeros libros de Jorge Asís son un poco así, de laburar mucho el lenguaje, con esa onda.” De pronto, su nombre empezó a ser estudiado en las universidades. Piglia y Sarlo hablaban de sus libros.
—¿Te facilitó la vida en algún aspecto el reconocimiento?
—Sí, empecé a conseguir más trabajo. Eso. No había mucho gente que tratara los temas que trataba yo, y eso llamaba la atención, era peculiar en esa época. Son momentos. Igual, uno que escribe no se tiene que enganchar con eso: si viene lo disfrutás pero si no viene seguís escribiendo. Todo se da vuelta. No hay que pensar que la época es determinante. Cuando yo empecé había gente que quería escribir el Gran Libro. Había que escribir bien, no quedaba otra. Y yo me dije: “No, ni en pedo”. No le veía sentido a eso. Estaban años escribiendo un libro. No, ni en pedo, salí corriendo, hice exactamente lo contrario.
—¿Qué recuerdos tenés de los comienzos de Eloísa Cartonera?
—Para mí fue muy parecido a mis comienzos con la escritura: voy a llevarlo adelante como sea y con lo tenga a mano. Ese fue siempre mi espíritu y fui muy consciente de eso. Y es lo que aplico ahora con lo pintura. Porque yo realmente de pintura no sé, pero lo hago como puedo y con lo que tengo, voy aprendiendo constantemente. Y me ayuda la inspiración, estar inspirado. Después trabajo muchísimo, como cuando escribía y leía.
—¿Cómo te formaste políticamente?
—Nunca me formé políticamente. Lo mío siempre fue el hacer, de ahí viene todo. Por ejemplo, con Eloísa cartonera, además del proyecto social y la inclusión, me interesaba difundir a los otros autores y publicar mis cosas. En ese momento me gustaba. Editar un libro con fotocopias y cartones era una necesidad, porque sacar un libro en este país por imprenta es carísimo. También era un momento de auge de la independencia.
En 2018, Cucurto publicó su última novela, Con todas mis fuerzas (Emecé), y en 2019 salió el poemario El gran plan (Villa Mora). En ese mismo año se metió a fondo con la pintura. Si bien ya venía mostrando en distintos libros su faceta de arte plástico (collages, historietas y dibujos estuvieron presente en varios de sus libros), de pronto se le abrió e un mundo para explorar: “En ese momento estaba terminando una novela grande que ahí la tengo todavía. Tendría que sentarme y corregirla. Pero me agarró la pintura y ya no pude hacer nada con la literatura. Me absorbió. Y después vino la pandemia. No tuve más tiempo que para la pintura. Lo que nunca dejé es la lectura, eso es constante.”
Cucurto se levanta y muestra su taller. Es grande y todas las paredes están llenas de pinturas en distintos niveles de terminación. Además hay bocetos en el piso que próximamente serán cuadros. Son imágenes que reflejan sus intereses literarios (Perlongher, Hemingway, Lezama Lima, Virgilio Piñera, entre otros), políticos (Eva Perón, Frantz Fanon), personales (su madre) y sociales (los vendedores ambulantes de Once, las personas que se fugan de Cuba hacia Miami): “El tema es saber mirar la pintura, disfrutarla. Lo fui aprendiendo y me largué totalmente. No dudé mucho, si dudás no lo hacés. Así como ahora voy a museos y muestras. Nunca había ido.” La obra pictórica de Cucurto ya pasó por varios museos, entre ellos el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, con la muestra Todo es ficción.
—¿Encontraste tu estilo en la pintura?
—Me inventé mi propia técnica con lo que tengo, porque no quería pintar como un académico. Si no tenés tu propia técnica estás cagado. Por eso algunos cuadros tienen grandes dimensiones: retratan todo el mundo de un personaje o de un autor que me gusta. Y eso lo puedo hacer porque vengo de la literatura. Tengo temas de sobra. Un cuadro me lleva a otro, como links infinitos. Sin la literatura, sin mi recorrido por los libros, no podría pintar nada ahora.
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