Desde San Sebastián, España. A través de películas que encaran, de distintas maneras y usando diferentes formatos, temas relevantes de la vida real, parece moverse buena parte del mejor cine latinoamericano que se está viendo en el Festival de San Sebastián. Films como Pornomelancolía, El caso Padilla y Ruido funcionan entre el documental y la ficción, optando por modelos narrativos cercanos para reflejar sus historias.
En un estilo que se podría considerar mixto, que usa el documental como punto de partida pero incorpora la ficción en lo que se suele llamar “híbrido”, está Pornomelancolía, la película que el realizador argentino Manuel Abramovich rodó en México. Centrada en la vida de un sex influencer real llamado Lalo Santos, el film que se presenta en la competencia internacional relata distintos episodios de su vida, desde lo íntimo y personal hasta lo público y profesional.
Lalo es una estrella real dentro del mundo de la pornografía gay, con populares redes sociales que le generan sus buenos ingresos económicos pero a la vez manteniendo un trabajo convencional en una fábrica. El hombre vive su vida pública con una mezcla de contradictorias emociones, comprobando que la popularidad online no soluciona sus problemas personales ni la sensación de soledad que a menudo lo atraviesa.
Aquí lo veremos primero en distintos aspectos de su vida cotidiana, dedicándole gran parte de su tiempo a estar frente al celular, bien sacándose fotos, filmando videos o respondiendo las decenas de mensajes de todo tipo que recibe. De ahí la película pasará a mostrarlo en el rodaje de un film porno gay sobre la Revolución Mexicana en la que interpreta nada menos que a Emiliano Zapata.
Si bien Pornomelancolía no muestra nada que pueda ser considerado pornográfico –lo que filma Abramovich es el detrás de escena de ese rodaje–, se trata sin dudas de una película fuerte, que no dejará a nadie indiferente. Un cine creativo que busca transmitir la verdad de un personaje real que de alguna manera “actúa” de sí mismo, Pornomelancolía habla de la soledad y los miedos que atraviesan aquellos personajes que se muestran en público de una manera, pero que, en sus vidas privadas, tienen otra cara.
Presentada en la sección Horizontes Latinos a modo de estreno mundial, El caso Padilla, de Pavel Giroud, también pone en conflicto lo público con lo privado, pero en este caso desde el documental puro y duro, armado en base a materiales de archivo gubernamentales de Cuba que datan de 1971. La película se centra en una conferencia dada por el escritor cubano Heberto Padilla para hacer una autocrítica pública por lo que, él mismo se acusa, fue su actuación en contra de la revolución castrista.
Padilla había sido encarcelado ese año tras la controversia por la publicación de un libro suyo de poesía que contenía algunos fragmentos críticos contra la revolución. Tras unas semanas en la cárcel, el hombre fue liberado por la presión internacional ejercida por famosos escritores latinoamericanos, como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, además de varios intelectuales europeos. Pero su salida incluyó esa “autoincriminación” en la que seguramente se vio obligado a asumirse culpable de lo que lo acusaban y pedir perdón.
El registro es impactante por su complejidad política y humana, por la manera virulenta en la que Padilla se acusa a sí mismo –y a varios colegas suyos– de haber sido demasiado críticos con Fidel Castro, de no entender la lógica o las metas del proceso revolucionario. A la vez, en la tensión que se vive en el ambiente –y en algunas de las cosas que suceden promediando su larga conferencia– es más que claro que se trata de una confesión forzada, exigida por el Gobierno y que terminará provocando rupturas dentro del mundillo intelectual latinoamericano, que se dividirá de ahí en adelante en su posición respecto al Gobierno cubano y su relación con la libertad de expresión.
Ruido, estreno mundial en Horizontes Latinos de la realizadora mexicana Natalia Beristáin, toma el tema de los femicidios en su país a partir de la historia de una madre (interpretada por Julieta Egurrola) que busca a su hija, que se fue de vacaciones con una amiga y desapareció del mapa, nueve meses atrás. La película sigue a la mujer en su investigación personal del caso –que pasa de lo burocrático a lo policial, del drama al thriller– y en su recorrido la va llevando a descubrir a muchísimas otras mujeres y organizaciones dedicadas a la misma y dolorosa tarea de buscar hijas y familiares desaparecidas, seguramente asesinadas.
Es, también, un viaje de lo personal a lo social, de alguien que va descubriendo que comparte con muchas otras mujeres el miedo y la inseguridad ligadas a una problemática en la que el estado no parece querer intervenir ni resolver. Beristáin trabaja con organizaciones reales y con las mujeres que militan en ellas, que acompañan a la protagonista en los distintos momentos de su recorrido, compartiendo sus dolorosas historias personales pero también saliendo a la calle a exigir justicia y a enfrentar la represión policial. Se trata de una película fuerte, de denuncia, que lidia con un tema irresuelto que afecta a México y a toda América Latina.
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