En la primavera de 1965, Lou Reed tenía apenas 23 años y estaba a menos de un año de su graduación universitaria. Acababa de experimentar su primer éxito musical, al frente de una banda formada de apuro y llamada The Primitives con un simple de rock de garaje escrito por encargo, llamado “The Ostrich”. El joven Lou también estaba cautivado por el escritor Delmore Schwartz, de Syracuse, profesor universitario-mentor que insistía en que el arte literario debía reflejar la sangre y las entrañas de la lucha emocional de la vida real.
Esa dicotomía (catarsis contundente de rock and roll y realismo lírico absoluto) definiría la asombrosa carrera de Reed, que abarcó décadas de reinvención estética continua desde su primer acto con Velvet Underground hasta su muerte por una enfermedad hepática en 2013. Pero una nueva colección, Words & Music: May 1965, la primera de una serie de archivos planificada de Light in the Attic Records, captura al artista en constante evolución y constantemente transgresor en la forma más improbable de todas: un compositor profundamente folkie.
El lanzamiento incluye demos acústicos de algunas de las canciones más conocidas de Reed, incluidas “Heroin” y “I’m Waiting for the Man”, un par de tesoros menos conocidos como “Wrap Your Troubles in Dreams” y un puñado que nunca habían sido editados. Aunque cuentan con su compañero y complemento musical en The Velvet Underground, John Cale en armonías e instrumentación de acompañamiento, estas grabaciones caseras son anteriores a las primeras sesiones de la banda completa y no tienen la intrépida amplitud y las ambiciones vanguardistas de Velvet. Este es un documento íntimo de dos nuevos amigos que descubren un sonido que luego daría forma a innumerables músicos y estilos a su paso. Para los fanáticos y para las múltiples generaciones que veneran a Reed como una estrella polar creativa, incluso filosófica, es un sabroso descubrimiento.
“Cuando escucho estos demos del 65, se siente una entrada muy poética, las raíces de lo que vino después”, dice el fundador y copropietario de Light in the Attic, Matt Sullivan. “Puedes escuchar a la generación beat, puedes escucharlo a él y a John fusionándose. Pero también puedes escuchar elementos de punk rock. Cuando escuchas ‘Heroin’ o ‘Waiting for the Man’ desglosados, es un recordatorio de la composición de Lou, la mezcla de poesía callejera con rock and roll”.
Words & Music se produjo en colaboración con los archivistas de Reed y su viuda, la estimada performer Laurie Anderson. Ella y Reed se conocieron en la década de los años 90 y se convirtieron en una especie de hito vivo en Nueva York durante las últimas dos décadas de su vida: dos genios gemelos inseparables que representaban reinos completamente diferentes del mundo creativo de Manhattan. Hablando por Skype, Anderson dice que la cinta de mayo de 1965 “suena exactamente como el Lou que conocí. Es el fantasma de un joven muy ambicioso que estaba trabajando en canciones. Se ríe, está hurgando. Es la misma persona. Puedes escuchar a alguien explorando posibilidades.”
Reed fue un arriesgado ejemplar en su vida y en su arte, razón por la cual Words & Music no puede descartarse como mera juvenilia. Sí, presenta las primeras interacciones de su trabajo definitorio, pero también lo captura en un momento y en un escenario que incluso el devoto más profundo nunca ha experimentado. Y con Reed, los momentos y los escenarios lo son todo. Antes de ser un habitante vestido de negro del demimonde de Warhol, un progenitor del punk, un violador de los límites sexuales ataviado con collar de perro, un cronista de la desviación de Nueva York que hostigaba a los críticos, un rockero de estadio desafiantemente “tipo promedio”, colaborador de Metallica, intérprete de Edgar Allan Poe y, finalmente, un anciano aficionado al tai chi y la meditación, Reed era simplemente un joven con una guitarra y un montón de influencias dispares. Era un estudiante de inglés, un fanático de Bob Dylan.
Cuando el biógrafo de Reed, Anthony DeCurtis, escuchó por primera vez las grabaciones de Words & Music, fue la escritura de Reed lo que lo golpeó con más fuerza. “Había estado tocando en bandas desde que tenía 14 años”, dice DeCurtis, y la cinta lo muestra “imitando tantos tipos de canciones... Pero en estas grabaciones, las letras son infinitamente más avanzadas que la música”.
Del libro de DeCurtis de 2017 Lou Reed: A Life, sabemos que 1965 fue un período incierto pero decisivo en la vida del hombre. Vivía con sus padres en Long Island, pero pasaba gran parte de su tiempo en Queens, escribiendo innumerables canciones para la fábrica de hits para adolescentes Pickwick Records, y en Manhattan, colaborando con Cale, un prodigio de la música clásica experimental galesa que se unió a los Primitives, tocando en barrios marginales efectivamente como un rock-and-roller.
La historia de origen común y reduccionista de Velvet Underground dice que Reed aportó el canto y una visión lírica sórdida, mientras que Cale introdujo un ambiente monótono y explotó por completo los límites musicales del pop. Pero eso no explica por qué un archi-ultramodernista como Cale tomaría con tanto cariño a un fanático del doo-wop como Reed en primer lugar, hasta el punto en que Cale, averso al folk, llegó a encontrarse tocando en una calle de Harlem con su amigo compositor. Una afinidad mutua por las drogas sin duda jugó un papel importante, pero Words & Music hace que la conexión sea más clara: la escritura de Reed fue tan apasionantemente única que Cale vio la superposición de sus sensibilidades.
Tomemos “Heroin”, por ejemplo, una fuente de lo que más tarde se llamaría punk o rock alternativo, el “Like a Rolling Stone” de la música rock comercialmente despreocupada. En The Velvet Underground & Nico de 1967, el verdadero debut de Reed como artista de grabación, la canción es un conjuro, un viaje sensorial a través del lánguido éxtasis y la pesadilla de un opioide. Pero las letras desgarradoras, ahora sabemos, estaban básicamente completas mucho antes de que el dúo conociera a su benefactor y protector Andy Warhol, y más de un año antes de que grabaran la versión histórica con Maureen Tucker y Sterling Morrison en percusión y guitarra, respectivamente. La interpretación de Words & Music tiene una estructura musical similar, aunque mucho menos dramática; Reed y Cale aceleran y reducen la velocidad. Pero por lo demás lo tratan como una canción de fogón. La visión musical que cambiaría el mundo aún estaba por llegar.
Por otro lado, una versión de 1965 de “Pale Blue Eyes” es musicalmente similar a la balada cristalina que finalmente apareció en el álbum homónimo de 1969, Velvet Underground (el primero sin Cale), pero la letra aquí es completamente diferente excepto por su coro. La canción se originó en Syracuse, donde Reed la escribió para su primera novia más importante, Shelley Albin. En 1965, era una cantinela casi infantil sobre los celos. En este punto, Albin ya lo había dejado después de un trato abusivo; cuando ella se casó después de la universidad, él siguió enamorado, a menudo rogándole que dejara a su marido. Ahora podemos ver que llevó el esqueleto de esta canción desgarradora en su cabeza durante años, reescribiendo sus versos hasta que se volvió irritantemente autoinculpatorio y arrepentido, un punto culminante de la dulzura de Reed.
Words & Music es realmente un demo, en el sentido de que el joven compositor parece haberlo grabado principalmente con fines de gestionar y comercializar derechos de autor. La cinta sobrevivió porque se la envió a él mismo por correo y así conservó el paquete sin abrir por el resto de su vida, casi medio siglo. Si eso suena extrañamente obsesivo, los archivistas de Reed, Jason Stern y Don Fleming, dicen que retuvo una enorme cantidad de documentación a lo largo de toda su carrera, desde vestuario teatral hasta recibos de peaje (Su hermana Merrill aparentemente piensa que esto fue influencia de su padre contador).
Casi todo este material fue donado por Laurie Anderson a la Biblioteca Pública de Nueva York para las Artes Escénicas ubicada en el Lincoln Center, donde una exposición multimedia inmersiva, Lou Reed: Atrapado entre las estrellas retorcidas, estará abierta hasta marzo de 2023. Entre esta celebración gratuita, la serie recién inaugurada de Light in the Attic, un documental reciente de Velvet Underground del cineasta Todd Haynes e incluso el libro de DeCurtis, Reed se ha convertido en un serio tema de estudio, de una manera que su arte voluble y su reputación de confrontación dificultaron durante su vida.
Anderson ha insistido, sin embargo, en que el legado póstumo de su esposo sea tan inmediato y accesible como las emociones en las canciones de Reed. “Quiero que esta y la exposición de la NYPL estén abiertas a todo el mundo”, dice. “No es una cosa de guante blanco. Cualquier niño que comienza una banda, cualquiera, ahora puede escucharlo”.
Para Anderson, la pista más importante de Words & Music es “Men of Good Fortune”, que comparte el título y nada más con una canción del disco conceptual romántico-drogadicto de 1973, Berlin, citado ocasionalmente como el álbum más deprimente que jamás se ha hecho. En lugar de la producción grandiosa y las letras espeluznantes de ese disco, “Men” de 1965 se asemeja a una Child Ballad, el tipo de canción británica que inspiró la música popular estadounidense temprana y sus revivalistas de la década de los años 60. Es un vals triste cantado por una joven “doncella” que pierde su oportunidad de casarse, debido a las advertencias de su madre sobre los hombres descarriados.
¿Qué podría ser menos característico del hombre que escribió “Walk on the Wild Side”, y mucho menos “Sex With Your Parents”? Como señala Anderson, Reed continuaría escribiendo maravillosamente desde una perspectiva femenina en canciones como “Stephanie Says” y “Candy Says”. Como todo en Words & Music, “Men of Good Fortune” predice su futuro tanto como se parece al pasado.
“Se convirtió en una niña pequeña para escribir esa canción, con su pequeño traje rojo”, dice Anderson. “Era shakesperiano: podía meterse en la mente de las personas. No se compadecía de sí mismo en sus canciones, salía. Vio a todas estas personas, se hizo pasar por ellas, entró en sus mentes. Este es un compositor único. La importancia de este disco es que se puede ver que siempre lo fue”.
Fuente: The Washington Post
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