¿Qué es un jardín? ¿Qué significa que algo es fantástico? ¿Qué es un jardín fantástico? Nada ni nadie tiene certezas para estas preguntas, y tal vez desde esa postura, un grupo de adolescentes ensayen mundos, historias y recorridos posibles desde y a partir de un jardín. Sí, un espacio verde, con una hamaca, una pileta, varios árboles, una enredadera, un limonero y hasta un gato.
Jardín fantástico es eso, un mundo sin adultos –más allá del público presente, entre voyeur y cómplice–, que se compone, descompone y recompone, como sucede entre la pubertad tardía y la adolescencia, cuando se vive con total impunidad la libertad de hacer y decir, aun con la carga de los miedos y prejuicios. Tal vez se inscriba en esas categorías, entre inútiles e innecesarias –pero cuán placentero es hallarlas–, a la vez que imaginarias, que incluye la Tierra de Nunca Jamás o la película El día que resistía, o tampoco importe, pero la falta de un dique de contención produce una sensación que oscila entre la inquietud y lo fascinante.
Sin embargo, el discurso adulto aflora, en lo lúdico, en lo que se conversa, en la invitación a oírlas, incluso en una obra improvisada a la entrada del quincho en la que las marcas del deber ser, de lo pesado de las responsabilidades, rozan y alcanzan con los dedos hurgadores su presencia, y salen a la luz.
Se “da sala” –por decirlo de alguna manera– en la vereda, en el portón mismo de Zelaya, y tras él, sucede la magia, lo inesperado. No existen la cuarta pared ni más música que el sonido de la naturaleza, los murmullos, los silbidos y unas pocas canciones tocadas en el piano, en vivo –como los acordes, oh casualidad, de “Chiquitita”, de ABBA–, por algunas de sus protagonistas, por lo que, en algún punto, el público se convierte en testigo o parte del paisaje, si no, también, compañía de lo que allí sucede.
No está de más aclarar que espacio y tiempo son, asimismo, parte de la obra. La luz natural, los banquitos de madera que el público irá trasladando aquí y allá a lo largo del jardín, aguzando el oído para no perder las palabras al aire de sus protagonistas como si espiáramos tras alguna de las plantas que las circundan, constituyen elementos primordiales para completar la experiencia.
Y sí, de algún modo hay una participación de parte de los asistentes, entre los que se puede encontrar, sentada entre el público, como una más, a su directora, Agostina Luz López. Con una sensibilidad especial para construir este universo en un espacio único, con una estética muy sensible y dirigiendo a un semillero de actrices sub-16 impecable, López merece el aplauso que todo el público presente les dio en el estreno oficial abierto –tras un ciclo de funciones privadas en el otoño–.
No es la primera vez, por otra parte, que Agostina toma como eje lo natural, lo exterior, el jardín –organizaba en este mismo lugar lecturas al aire libre– para dar cuenta de lo misterioso y lo vulnerable. Pero en esta oportunidad ofrece una propuesta que no escatima en detalles ni gestos que quedarán resonando aun luego de salir de allí.
Una mención final merece el elenco; es impactante descubrir que las actrices no tienen más de 14, 15 años; y el compromiso actoral que asumen para encarnar una historia que puede categorizarse como más o menos densa, más o menos cercana, pero que no es fácil de digerir o asumir si alguien se detiene a mirarla a cierta distancia, es para destacar. Y logran salir airosas.
Naturaleza es lo que define esta obra única, seguramente original, por el ámbito, por la construcción buscada por Agostina y por el trabajo logrado con seriedad por sus protagonistas, que apenas ayer dejaron la infancia y que hoy invitan a adentrarse a un jardín. Mágico. Un jardín fantástico.
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* Jardín fantástico se presenta en Zelaya, Zelaya 3134, CABA. Funciones: sábados y domingos a las 18 horas, hasta el 13 de noviembre. Se suspende por lluvia. Entrada: $ 1.200.
Actúan: Antonia Brill Perrotta, Catalina Burak, Sofía Guerschuny Pesci, Giulia Heras, Jacinta Perez Berch, Carolina Paula Rojas, Catalina Pietra, Noah Salamanca Tola, María Luz Silva, Lina Ziccarello. Asistencia de dirección y colaboración dramatúrgica: Ana Montes; producción: Poppy Murray, texto y dirección: Agostina Luz López.
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