Camina por los pasillos de la planta alta del museo mientras va comentando detalles de las pinturas allí exhibidas, a la manera de un guía. Hablar de su trabajo no lo distrae de las obsesiones: no puede evitar acomodar las piezas colgadas en las paredes que ve -o cree ver- algo torcidas. Afuera hay una falsa niebla y un humo persistente y provocado que, además de hacer daño, despierta ira e impotencia, pero adentro del Museo Castagnino de Rosario, Daniel García (1958), uno de los mayores artistas locales, se entusiasma reflexionando sobre su pintura y hasta es posible olvidarse por un rato de los incendios intencionales que vienen ahogando la ciudad.
Daniel García suele ser presentado mayormente como autodidacta, aunque estudió con Eduardo Serón y en los 90 con Guillermo Kuitca. Expone desde 1981 y varias de sus obras integran colecciones privadas y también de museos públicos y privados (MNBA, Malba, entre otros) del país y el extranjero. Recibió diversos premios, entre ellos el Konex de Platino de la Fundación Konex en 2002.
Participó en numerosas muestras colectivas y bienales importantes y entre sus últimas muestras individuales se encuentran: Damas de Shanghái, Fundación OSDE, Rosario (2018) y Galería Gachi Prieto, Buenos Aires (2019); Pequeñas pinturas de Flores, Galería Mar Dulce, Buenos Aires (2019); Identidades, Galería EstudioG, Rosario (2020); Figuras, Galería EstudioG, Rosario (2020) y Encuentros, Museo municipal de Arte Decorativo Firma y Odilo Estévez (2021). La muestra que estamos viendo esta mañana, en realidad la muestra que tengo el placer de ver de la mano del artista en el Castagnino, se llama Trance y otras pinturas y puede visitarse hasta el 6 de noviembre.
Esto escribe García en su blog en lo que de alguna manera preanuncia las obras más impactantes que pueden verse en el Castagnino. “2020. En ese año realicé una pinturas sobre papel, cuya iconografía (aunque no su sentido, para mí), está inspirada, entre muchas otras fuentes, por algunas imágenes de hipnotismo y por las famosas fotos de las pacientes de Charcot en La Salpêtrière. El año pasado comencé a pintar en tamaño grande algunas de esas imágenes que antes había hecho sobre papel.”
Leo en el diccionario acerca de la palabra “trance”:
1- Momento o situación muy difícil o apurada de la vida de una persona.
2- Estado en el que se suspenden las funciones mentales normales de una persona, especialmente cuando un médium manifiesta fenómenos paranormales.
Tal vez la palabra trance concentre como ninguna otra ese espacio de la vida de los deudos en el que acabás de perder el amor a manos de la muerte y creés que junto con esa jugada artera del destino vos también estás fuera del juego de la vida.
Trance: ese tiempo y espacio en el que tu presente y tu futuro están condicionados por el pasado y podés llegar a pedirle a quien ya no está que vuelva por vos.
Trance: una zona a caballo entre la vida y la muerte que en algún momento se termina para devolverte definitivamente de este lado, menos confiado, con la cabeza y el corazón en alerta pero también, cuando tuviste suerte, con la capacidad de crear y producir intacta y enriquecida por el viaje involuntario al mayor dolor.
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Si sabés de arte, seguramente lo conocés. Si sos un buen lector de literatura argentina, también. Las ilustraciones de Daniel García fueron desde el comienzo (1991) y siguen siendo un clásico en la producción de la editorial -también rosarina- Beatriz Viterbo, en 1991. El isotipo original del sello, la mujer sentada y leyendo, también salió de su cabeza.
Hay algo intenso en la relación entre el arte de García y la literatura y tal vez tenga que ver con su propio vínculo con las Letras (carrera en la que estudió algunos años), acentuado a través de los años como lector, como narrador de su trabajo en su blog y en las redes y, también, sin dudas, por la relación que lo unió a la poeta, periodista, docente y editora Gilda Di Crosta, fallecida en 2019.
La presencia de Gilda -o, en rigor, su ausencia- domina gran parte de la muestra del Castagnino, compuesta por más de 75 obras que fueron realizadas bajo el influjo del duelo al que se sumó la pandemia, en tiempos en los que se hacía difícil pensarse vivo agobiado como estaba entonces el artista.
Una de las obras más impactantes de la muestra es Eurídice, inspirada en fotografías de Edward James Muybridge. La mujer desnuda se cubre el rostro con el pliegue del codo, es Eurídice queriendo volver a la vida pero es también Eva expulsada del Paraíso. Su piel tiene el matiz del rojo sangre; la imagen lleva la clásica marca de los rayones que puede verse en gran parte de la obra de García. En el mito, Orfeo desciende vivo al Inframundo a buscar a su amada muerta. Se le permite regresarla pero con una condición: no darse vuelta en el camino de regreso y no mirar su rostro hasta que salga el sol.
Pero él no resiste la tentación y entonces la pierde para siempre. “Es una metáfora de lo que me pasa cada vez que trato de pintarla”, le dijo el artista a la gran poeta Beatriz Vignoli, quien incluyó esta confesión en una hermosa nota en Página 12. “Desciendo al Inframundo y pinto su retrato, creyendo que así voy a poder recuperarla, pero en el último minuto me doy cuenta de que fracasé. De que no la tengo a ella viva de nuevo conmigo, sino que sólo tengo una pintura, un cuadro”, narraba su frustración García.
Lo que se puede encontrar en la muestra de Rosario son obras de gran formato y color, con diferentes registros, algunas vinculadas a muestras anteriores, como las pinturas de temática china, sus damas y jarrones, trabajos en papel impresos en cuadernos de espiral, pinturas que son citas de trabajos de otros, algo que, en realidad, parece ser una de las marcas de la producción de García.
Gilda es, sin embargo, el rostro y el cuerpo que dominan la muestra y perduran en el impacto. Gilda en vida, con flores, con sonrisa, con pudor. Gilda más allá, en el recuerdo y el ansia de una recuperación que seguirá instalada en el deseo.
No soy crítica de arte pero me gusta ver arte y también leer y escuchar a los que saben. Por eso, transcribo esto que escribió el Licienciado en Filosofía y crítico Jesu Antuña para el catálogo:
“En Trance y otras pinturas, Daniel García reúne un conjunto heterogéneo de obras, una característica de la producción del artista, que de esta manera impide el cierre temático o la clausura de sentido. Realizadas durante los últimos tres años, el conjunto de obras de mayor densidad trágica se quiebra con series como Improvisaciones, ligada al juego pictórico y el espanto y la belleza confluyen en la serie de los jarrones chinos. Alrededor de Trance circulan ángeles rebeldes, seres mitológicos, acróbatas y bailarinas que extreman las posibilidades de los cuerpos.(...) Una comunidad de dolientes que se disgregan hacia devenires orgánicos, animales y monstruosos. La pintura de García, proclive en apariciones espectrales y en manifestaciones anacrónicas, actúa como médium: raspando una y otra vez las capas de pintura acerca el mundo de los vivos al de los muertos, elaborando así el vacío de una pérdida”.
“Cuadros en una pared”, en Mardulce
“¿No son acaso una especie de Paraíso las imágenes de las cuales cada uno de nosotros querría estar siempre acompañado?” Esta frase del filósofo italiano Giorgio Agamben abre el texto que ilumina desde un tríptico la muestra que García inauguró días atrás en Buenos Aires y que podrá verse hasta el 22 de octubre.
La obra que puede verse en esta galería de Palermo se vincula con la del Castagnino a partir de ciertas referencias y la repetición de algunas figuras pero tiene también grandes diferencias. Por empezar, el tono, de belleza serena y caricia al corazón. Hay citas entre pinturas, pero en esta exposición no hay ángeles rebeldes, ni espectros ni acrobacias entre mundos. El proyecto de estas obras arrancó en pandemia, como refugio. La búsqueda y necesidad de la belleza se vio plasmada en estas miniaturas de sentidos múltiples e inagotables.
Se trata de pinturas en abismo de pequeño formato, veinticinco obras de 17×25 en acrílico sobre pared, donde es posible leer homenajes a grandes artistas como Francis Bacon (Irlanda), James Whistler (EEUU), Marlene Dumas (Sudáfrica), Max Beckmann (Alemania) y Guillermo Kuitca (Argentina), entre otros.
Las pinturas muestran delicadas reproducciones de empapelados en cuyo centro hay un cuadro o una máscara. A veces el homenaje es más explícito, otras no. En el caso de Whistler, lo que está pintado es en realidad el cuadro que se ve en la pared del fondo del famoso retrato que Whistler pintó de su madre. Una curiosidad hermosa. El fondo -pintado- de las paredes donde se ven las obras son citas y homenajes a otros artistas como Matisse o Vuillard, o surgen de diseños aparecidos en películas (el artista dice que suele detener las películas cuando aparece un motivo que le resulta atractivo) o son simplemente inventados por Daniel García.
Los cuadritos solitarios que se ven en la pared de Mar Dulce y que, en realidad, se ven colgados de una pared en los cuadros de García, fueron pintados en pandemia, etapa de aislamiento general y de duelo personal para el artista. Dice García que son imágenes “calman el dolor”, un concepto que en griego se dice curiosamente con la palabra “anodino”, y el conjunto conforma un museo propio en el que acaso buscó recrear un Paraíso íntimo para ser reconfortado en el momento de mayor aflicción.
*Trance y otras pinturas, de Daniel García. Museo Juan B. Castagnino, Av. Pellegrini 2002, Rosario. Visitas: miércoles, jueves, viernes, sábados y feriados de 12 a 18 h y los domingos desde las 11. Recorridos para público general a las 16 h. Sin reserva de turnos. Hasta el 6 de noviembre.
*Cuadros en una pared, pinturas de Daniel García. Galería Mar Dulce, Uriarte 1490 (CABA). De martes a sábado de 16 a 19. Hasta el 22 de octubre.
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