El Juicio a las Juntas bajo el análisis de Luis Moreno Ocampo, León Arslanian y Ricardo Gil Lavedra

La reedición de “Cuando el poder perdió el juicio”, del fiscal del Juicio, permitió la reunión entre integrantes de aquel histórico tribunal, quienes reflexionaron sobre los temores y en cómo se transmite hoy en la educación ese acontecimiento, entre otros temas

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La reedición de “Cuando el poder perdió el juicio” se presentó en la Biblioteca Nacional
La reedición de “Cuando el poder perdió el juicio” se presentó en la Biblioteca Nacional

En la tarde del martes se presentó en el Auditorio de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno la tercera edición del libro Cuando el poder perdió el juicio, de Luis Moreno Ocampo. El fiscal del juicio a las juntas militares que ejercieron el poder de facto en la Argentina entre 1976 y 1983 estuvo acompañado, en la mesa coordinada por la periodista Nieves Zuberbühler, por León Arslanian y Ricardo Gil Lavedra, integrantes del tribunal del inédito juicio que tuvo lugar en 1985. En la presentación conversaron también el politólogo José Natanson –director de Capital Intelectual, editorial que publicó el libro– y la historiadora Camila Perochena.

Dada la coincidencia entre la publicación de Cuando el poder perdió el juicio y el inminente estreno de la película de Santiago Mitre Argentina, 1985, uno de los ejes del debate fue el motivo de la reedición del volumen, además de las diferentes perspectivas desde las que el libro y el filme comunican el mismo hecho y cómo se transmiten estos acontecimientos a los estudiantes de los diferentes niveles educativos.

Natanson se refirió al interés de publicar la tercera reedición del libro en el contexto actual. El politólogo señaló que, si bien la Argentina es un país más bien pobre, “es un país con una vocación insólitamente universal”: ha producido dos acontecimientos que son motivo de estudio y análisis en todo el mundo. Uno de esos hechos es la desnuclearización en la relación con Brasil, que produjo un modelo de relación de confianza mutua; el otro hecho es el Juicio a las Juntas, “que tiene una impronta universal, y es leído y estudiado en todo el mundo”.

Argentina, 1985 “repone el tema en la agenda en un momento de baja autoestima nacional –sigue Natanson–. Ese acontecimiento colectivo se refleja muy bien en el libro”. A su vez, Moreno Ocampo consideró que la película, si bien es una ficcionalización, “es una oportunidad única de transmitir a los jóvenes de hoy lo que pasó en 1985″. “Me gusta que el libro haya salido antes que la película –agrega–. En el libro se cuentan los hechos, pero la película permite llegar a los jóvenes”.

“¿Era posible hacer justicia en una democracia tan incipiente?”, preguntó la coordinadora. Quien responde ahora es Ricardo Gil Lavedra: “Los fenómenos históricos son multicausales. La sociedad argentina del 82, del 83 no tenía entre sus prioridades básicas hacer un juicio a los militares, sólo se pedía saber dónde estaban los desaparecidos, se pedían listas. Fue Alfonsín el que propuso enjuiciar, era una propuesta revolucionaria. Lo que ayudó al cambio de conciencia en la sociedad fue la difusión del horror que había pasado, con el informe de la CONADEP”.

¿Implicó el juicio una transformación política o judicial? “El juicio tuvo un carácter singular –continúa Gil Lavedra–, fue oral y público, cuando no se hacían juicios de este tipo. La organización fue original, pero no sentó modificaciones en el sistema jurídico. Se decidió seguir las reglas de la Justicia militar porque permitía imprimirle un tinte acusatorio. En este juicio, es la fiscalía la que tiene el peso de la acción, el tribunal le transfiere el peso de la acusación”.

“La sentencia fue un acto milagroso –agrega León Arslanian–, fundamentalmente porque cuando Alfonsín, en plena campaña, pone en su propuesta el juicio a las Juntas, lo creían mera demagogia. La sociedad quería saber, pero no ansiaba el juicio. Nosotros, al principio, cuando se conformó el tribunal, teníamos una gran intriga: ¿Es cierto que va a haber un juicio?, pensábamos. La opinión pública seguía el tema, y nosotros escuchábamos a la opinión pública, entonces vimos que había razones para suponer que esto llegaría a buen puerto”.

“¿Cuál fue el rol de la defensa en el juicio?”, preguntó Zuberbühler. “No había argumentos para fundamentar una defensa, así que el rol de los defensores fue complicado –responde Arslanian–. La primera defensa que tuvieron fue una estrategia rupturista, iban a hacer cualquier cosa para que el juicio no progresara. Eso tuvo su correlato en actitudes hostiles de los defensores; a uno de ellos dimos la orden de sacarlo de la sala y detenerlo. Luego apelaron al argumento de que ejercían la legítima defensa de la ciudadanía frente al creciente terrorismo, justificando la necesidad de apelar a un mal gravísimo para evitar otro mal mayor, amparados en que el Código Militar los habilitaba a la acción”. “Nosotros fuimos muy serios y honestos –sigue Arslanian– porque incorporamos todas las pruebas ofrecidas por los defensores. A esto dedicamos un gran capítulo de la sentencia”.

De la mesa participaron Nieves Zuberbühler, por León Arslanian y Ricardo Gil Lavedra
De la mesa participaron Nieves Zuberbühler, por León Arslanian y Ricardo Gil Lavedra

“¿Qué preocupaciones o miedos tenían en ese momento?”, indagó la coordinadora. “Mi preocupación era llevar a cabo semejante empresa –responde Gil Lavedra–. Y lo que temíamos es que se nos fuera la audiencia de las manos, que se armara una trifulca”. “Es común a todos lo que describe Ricardo –acota Arslanian–. Yo tenía miedo al fracaso, a defraudar las expectativas. A medida que el juicio se desarrollaba, con testimonios brutales, el dolor generalizado era cotidiano. Entonces a esas personas que estaban esperando justicia, una acción positiva del Estado, no se las podía defraudar”.

Luego la conversación se centró en el modo en que el tema del Juicio a las Juntas y la transición democrática se enseña en las escuelas. La historiadora Camila Perochena, con experiencia en la elaboración de manuales escolares, cuenta que “el tema se enseña, pero no se enseña el juicio en sí, queda diluido entre otros hechos. Se recuerda mucho más el inicio de la dictadura, porque está muy marcado en la memoria social, y el calendario incluye un feriado en esa fecha. Pero no hay ningún feriado que recuerde la transición democrática. Se enseña el juicio como un acontecimiento chiquito, encima se da a fin de año, cuando ya no se presta mucha atención. Incluso a veces no se llega a ver el tema de la transición democrática, se da a las apuradas”.

“Por otro lado, hay una dificultad pedagógica –señala Perochena–, porque no es lo mismo plantear un debate con estudiantes universitarios que transmitir los hechos de aquella época a estudiantes de escuela primaria. Hace un tiempo estaba escribiendo un manual para sexto grado –recuerda– y el editor me pide quitar el tema de la violencia política, porque podía ser interpretado como que justificaba la teoría de los dos demonios. Manuel Becerra me decía que es difícil transmitir la comprensión del pasado sin justificarlo, algo que es difícil incluso para los adultos”.

“Creo que en temas de memoria social –resume la historiadora– hay que hacer hincapié en la transición democrática. Y el tema del juicio ayuda a abordar el tema desde el punto de vista ético-ciudadano y además histórico”.

“¿Por qué decidiste lanzar de nuevo el libro?”, preguntó la coordinadora a Moreno Ocampo. “Para hacer este debate –respondió el fiscal–. Para recordar también que Alfonsín acordó con Brasil la desnuclearización, en momentos en que en Europa se está planteando una segunda guerra fría. Los países europeos están comprando armas, y yo esta semana voy a estar en la OEA y quiero plantear que el concepto de guerra no debe instalarse en Sudamérica. Sudamérica tiene que estar libre de guerras, hay que extender en la región el modelo de relación entre Brasil y Argentina”.

“Con respecto a los temores en el juicio –retoma Moreno Ocampo una pregunta anterior–, yo temía no encontrar pruebas. El equipo que armó la prueba eran jóvenes de entre 20 y 27 años. Eso está en la película; The Guardian lo tomó como algo ficcional, pero fue real. El juicio fue bueno porque los testigos le creyeron a Strassera y nos trajeron la prueba. En cuanto a la educación, tenemos que explicar la memoria de los procesos, cómo aparecen esos procesos en la Constitución. Las visiones ideológicas no miran los procesos; son los procesos legales los que permiten articular las posiciones ideológicas”.

Para ilustrar este concepto, Moreno Ocampo recuerda una anécdota ocurrida con un militar juzgado por una sublevación en Aeroparque, en 1988: “El vicecomodoro, al final del juicio, dice: ‘Yo quiero que me entiendan, que yo doy mi vida por el pueblo argentino, pero no me pidan que dé la vida por la Constitución, sería como ofrecer mi vida por el sistema métrico decimal’. Justamente, la adopción del sistema métrico decimal en Francia fue lo que pacificó a ese país; antes de eso las disputas originadas por la falta de un patrón común causaron todo tipo de crímenes, y la Constitución son reglas de procedimiento a las que se atiene la sociedad”.

“Luego, tenemos que ver cómo meter estos temas en la educación –cierra Moreno Ocampo–. Las películas son buenas para instalar el tema, pero después hay que ver cómo seguirla, cómo conectarla con la realidad”.

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