Johann Sebastian Mastropiero, Warren Sánchez, la indomable y el pobre Yoghurtu Nghé, que tuvo que huir de la tribu a causa de la escasez de rinocerontes; los relojes Chaque Heure pour la Minorie, la gallinita que dijo ¡Eureka!, el veneno Nopol; la tarantela litúrgica de San Ictícola de los peces, la música proselitista del doctor Alberto Ortega, la candonga de los colectiveros, el bolero “Perdónala”.
Desde hace más de medio siglo, Les Luthiers forma parte de la educación sentimental de varias generaciones de argentinos y latinoamericanos. Cuántos hemos ido a verlos con nuestros padres y luego con nuestros hijos, cuántos nos llevamos sus discos para escuchar en la ruta cuando nos íbamos de vacaciones. Con un humor inoxidable que se mueve entre el absurdo y los juegos de palabras, la creación de unos instrumentos fabulosos —que van desde un violonchelo cruza con bombo legüero hasta una marimba de cocos—, y un asombroso virtuosismo musical, Les Luthiers es un clásico tal vez sólo comparable con Quino.
En estos días, el grupo que se fundó en septiembre de 1967, cumple 55 años de trayectoria. A lo largo su historia han recibido innumerables premios y reconocimientos, fueron los protagonistas de una gran muestra en el Centro Cultural Recoleta, y hasta les dieron voz a las palomas de Bolt, la película de Disney. Han hecho tantas presentaciones que sería ocioso hacer una lista; pero sí se puede mencionar la de 2007, cuando tocaron en Figueroa Alcorta y Pampa ante más de 120.000 espectadores.
Pasa el tiempo y Les Luthiers sigue activo. El fin de semana estuvieron en el Tigre y en unos días, antes de viajar Chile y España, se presentarán en una fecha doble en el Auditorio Belgrano, con función el viernes 16 (ya agotada) y el sábado 17. Se presentan con el espectáculo “Gran Reserva”, una antología que reúne algunos de los grandes éxitos como “La Balada del 7º Regimiento”, “La Hora de la Nostalgia”, “Música y Costumbres de la Isla de Makanoa” y “Rhapsody in Balls”, entre otros.
De la formación original hoy solo permanecen Jorge Maronna y Carlos López Puccio —quien, en rigor, se sumó un poco después—. En los comienzos, Les Luthiers se dirigía a un público melómano, un círculo más receptivo a la parodia de los géneros clásicos y los ritos de la música académica, pero con el crecimiento gradual de la audiencia, los encuadres pasaron a ser más universales.
Sin embargo, ni la popularidad ni los cambios en la formación hicieron que el grupo perdiera su identidad. “Es algo que tenemos bastante claro y que hemos tratado de que no cambie”, dice ahora López Puccio en diálogo con Infobae Cultura, y señala como una norma fundacional el evitar cualquier clase de humor ramplón, burdo, grosero. “Nos obligamos a que esté construido con elegancia y buena estructura”, dice. Y sigue: “además debe contar obligatoriamente con la presencia de la música como elemento propio de la acción dramática, que no es música de fondo”.
—¿Se puede definir el estilo de Les Luthiers?
—Nuestro humor, dentro de esas normas de calidad, siempre fue multicapa. No está dirigido a una determinada edad ni a una franja de cierto nivel cultural, sino que hay un poco para cada uno, y no nos basamos en lo circunstancial, en la noticia o la cara del día, sino en rasgos permanentes del ser humano. Los formatos van desde la payasada ingenua hasta el guiño más refinado, a veces oculto, sobre la Cultura y los estereotipos culturales y sociales. Cada espectador disfruta más con la parte que mejor lo toca, pero todos se divierten. Esto ha ampliado nuestra base de audiencia y —lo decimos con orgullo— ha permitido que nuestros espectáculos puedan ser disfrutados por los padres y los hijos sin por ello ser ñoños. Estas cosas, junto a nuestros siempre —identitarios, sí— instrumentos informales, se suman para definir el estilo de Les Luthiers.
—¿Cuál es el primer recuerdo que tienen de Les Luthiers?
El que responde ahora es Jorge Maronna:
—A pesar de que el grupo era desconocido por el público, y la palabra luthier no parecía ayudar a hacernos populares (era normal que nos preguntaran su significado), recuerdo nuestro comienzo como un tiempo de felicidad plena, de búsqueda, de esperanza, de placer por lo que hacíamos juntos. Fueron momentos vertiginosos de creación de textos, de músicas, de instrumentos. Tan intenso fue ese primer mes de vida, que lo festejamos orgullosos con una reunión en la que Gerardo [Masana] y yo proyectamos un audiovisual alusivo a nuestra incipiente carrera, al que titulamos “El Primer Mesario”, del que todavía conservo el audio y varias de sus diapositivas. Gerardo, Marcos [Mundstock] y Daniel [Rabinovich] eran unos tipos de talento inusual a los que quise enormemente, de los que aprendí mucho y con los que viví momentos inolvidables.
En la actualidad, Les Luthiers está conformado, además de por Maronna y López Puccio, por Tato Turano, Martín O’Connor, Tomás Mayer Wolf y Roberto Antier. Lo cierto es que hay dos figuras que tan asociadas al grupo que es difícil pensarlo sin ellos: Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich.
—¿Cómo es el desafío de hacer humor hoy sin olvidarse de ellos? ¿De homenajearlos, pero a la vez de no poner un tono melancólico?
—La respuesta a esa pregunta —dice López Puccio— se vincula necesariamente a este dato: en noviembre estrenaremos (primero en Rosario y luego en Buenos Aires) “Más Tropiezos de Mastropiero”, el primer espectáculo absolutamente nuevo de Les Luthiers en catorce años. Lo escribimos Jorge y yo, y, en efecto, significó un desafío creativo y afectivo muy fuerte. El último espectáculo no antológico que habíamos escrito fue “Lutherapia”, en 2008. Ya para esa creación no contábamos, dolorosamente, con el aporte de Roberto Fontanarrosa. Luego, Daniel y Marcos fallecieron, y Carlos Núñez se retiró voluntariamente en 2017. Aunque la falta de esos amigos hoy sea un hueco muy grande, con Jorge decidimos mantener vivo a Les Luthiers, continuar escribiendo y estrenar este espectáculo nuevo, escrito dentro del mismo espíritu de siempre. Esperamos que esté a la altura y haga honor al recuerdo y a las cotas de calidad de los compañeros que ya no están con nosotros.
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