Marcelo corre por el patio de Notanpuan como un potrillo desbocado. Hasta hace unos momentos estaba a upa de Fernando Pérez Morales, el dueño de la librería, pero ahora va y viene por las mesas vacías, llega hasta la parrilla recién encendida, dobla veloz hacia el escenario para ver lo que hace Juan, el encargado de las luces y el sonido, y sigue su camino casi sin parar ni para respirar. Marcelo tiene la curiosidad de los cachorros: es un cachorro. Es un cusquito negro y petiso de edad incierta que llegó a la librería en la pandemia y poco a poco se fue convirtiendo en la mascota —y la figura— del lugar: saluda a los clientes, posa para las fotos y hasta tiene un rol protagónico en el Instagram de la librería, donde recomienda libros y novedades.
El patio de Notanpuan se va llenando. Es la fiesta después de la tempestad. Unos días atrás, una lluvia torrencial se ensañó con el local y provocó una inundación de cinco centímetros que arruinó el mobiliario y centenares de libros. “No es la primera vez”, escribieron los libreros en la cuenta de Twitter señalando que la casa que alquilan tiene problemas con los techos viejos y las cañerías, pero “esta vez fue peor que nunca”. La tragedia, sumada a la caída del sector del libro y la crisis económica, agitó el temor del cierre.
Notanpuan es un símbolo de San Isidro. Con casi cuatro décadas de historia —antes era la Boutique del Libro—, se constituyó como un espacio de referencia para lectores y escritores. Fue una de las primeras, si no la primera, en organizar una agenda cultural dedicada a la Zona Norte, con talleres, encuentros, firmas de libros, etc. Fue sede de festivales como el Filba. Hace unos años abrió un sello editorial que lleva el mismo nombre, y publicó autores como Claudia Aboaf, Camila Fabbri y Mike Wilson.
Ante la situación compleja que estaban atravesando, vecinos y amigos se reunieron a ayudar a la librería con donaciones, transferencias bancarias y la compra de esos ejemplares arruinados, que tal vez no puedan ser leídos, pero que tienen el valor del afecto y la solidaridad. Ahora que pasó el diluvio literal y figurado es tiempo de agradecer.
Después de la tormenta
Las cien personas en el patio ya no le dejan tanto lugar a Marcelo, que, sin embargo, se las ingenia para seguir con su deambular feliz. La gente se acomoda sin demasiado orden: algunos amigos se juntan en dos o tres mesas, otros se sientan con desconocidos, y otros más se sientan en el piso cerca del escenario. Es la hora en que cae el sol y en las mesas se vive la transición a la noche con cafés y budines y cervezas y papas fritas. Más tarde, pero para eso todavía falta bastante, habrá copas de vino y choripanes. Un espíritu de comunidad reúne a todos.
“Esto es una fiesta”, dice Fernando Pérez Morales a modo de bienvenida. Y, antes de retirarse, con esa característica tan suya de correrse del centro de la escena, dice: “Ustedes ya nos ayudaron, ahora nos toca devolverles a nosotros”. Siguen, entonces, Denise Fernández y Daniel Lipara, organizadores del encuentro, que presentan el programa de la tarde haciendo mención a la otra tormenta, la que se desató el jueves a la noche con el intento de asesinato a Cristina Fernández. “Queremos contribuir al cese del discurso del odio”, dice ella; “así como las palabras pueden mover un gatillo, también pueden reunirnos en el amor”, dice él.
Ahora es el tiempo de la poesía y la música. “La intención de la convocatoria”, explica Denise, “fue abarcar distintas trayectorias, generaciones y estéticas”. Así, pasa Mara Berger, de veintipico, que inaugura la tarde con una potencia asombrosa —y recita sin leer—, y Olivia Milberg, que construye sentidos a partir de eufonías y polisemia, y siguen Alejandro Méndez, Liliana García Carril, Verónica Yattah, el escritor y editor Denis Fernández, Andi Nachon, Adrián Agosta, Javier Roldán, Manuel Duarte y Milagros Pérez Morales.
Diana Bellessi no es la última, pero es probablemente la más esperada. Diana lee y algo pasa, y es como si el tiempo se pusiera entre paréntesis. Lee “La tentación de la luz” y “Vestido de su fe” y “Cabritas” y “Chatas” y “La poesía atrás” y cierra con “El mazo”, y una descarga eléctrica cruza el lugar y hay quienes se abrazan y otros se emocionan y todos aplauden.
La noche sigue. Sigue la fiesta. Pasó la tormenta.
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