Cuando abría el diario de adolescente, nunca dudaba en comenzar en la sección “Mundo”. Años más tarde, aquellos momentos que entremezclaban ocio y aprendizaje se habían transformado en el disfrute de una carrera profesional y un norte alcanzado: había finalizado mi doctorado con la tesis El escenario económico de la inmigración mexicana en los Estados Unidos. Del dilema social al conflicto interestatal.
En aquel momento, título en mano, hice mi primer ‘click’: con algunos retoques, confié en que podía explicar de forma didáctica y sencilla, cómo la decisión de un colectivo de individuos de emigrar y buscar una vida mejor, podía derivar en una diversidad de aristas económicas que, a su vez, confluyen hasta finalizar en tensiones o acuerdos diplomáticos estratégicos. De aquella reconversión resultó mi primer libro.
De a poco fui desarrollando mi pasión por la escritura y, ya con algunos años de docencia universitaria y varios artículos publicados, comencé a escribir La sociedad anestesiada. El sistema económico global bajo la óptica ciudadana. El anterior ensayo había sido muy específico, muy minucioso sobre un escenario puntual. Pero Wallerstein y su ‘sistema-mundo’ se habían impregnado en mi mente y en mi corazón: deseaba hacer un trabajo totalizador, aquel que pudiera poner a disposición mi conocimiento para intentar explicar no solo como funciona el mundo, sino – y sobre todo - como lo comprenden las personas que lo habitan.
Es que en la historia de la humanidad los dilemas son cíclicos, se ‘aggiornan’ a cada coyuntura espacial y temporal, pero nunca desaparecen: la ambición por el poder y la riqueza, la permanente lucha -prolongada y compleja- por la libertad y la justicia, la comprensión del posicionamiento que tiene cada uno en un mundo eminentemente clasista, y así podríamos continuar. Si bien podrá existir un diferencial en cuanto a lo tecnológico, la esencia, aquella que conjuga lo que nos apasiona, los deseos, lo que nos motiva a perseguir nuestros sueños, no cambia.
En el mientras tanto, las obligaciones de la vida cotidiana no lograron detener mi pasión por la lectura de novelas distópicas, especialmente aquellas con una relevante impronta ideológica, donde la economía, la política, y las temáticas sociales relucen a flor de piel; desde las clásicas como 1984, Rebelión en la Granja o Mercaderes del Espacio, hasta las más recientes V de Vendetta, Rendición, o El Círculo.
Entonces me pregunté a mi mismo: ¿por qué no escribir una novela? ¿Por qué no animarme a conjugar mis conocimientos de economía y relaciones internacionales, con todo lo que había absorbido a través de mis lecturas sobre escenarios de distopía? Por supuesto tuve dudas: adentrarme en un nuevo mundo, sin todas las herramientas que uno entiende debe tener todo escritor de un género específico, podía resultar demasiado audaz. “No importa que no tengas experiencia en la temática, vos arrancá a escribir”, me dijo mi amigo y escritor Fernando Chulak. Ese fue el empujoncito que me dio la confianza necesaria para comenzar; con los temores lógicos, pero también con todas las expectativas que implica escribir una novela que guste, que se disfrute, que ayude a reflexionar.
Digo esto porque a pesar de ser una historia que se centra en la familia, la pasión, el altruismo y el amor, se trasvasa permanentemente por la economía, la política, los temas internacionales. También se tocan cuestiones judiciales, medio ambientales, de recursos y tecnología. Pero sobre todo hace referencia a la puja de intereses de los que menos tienen con los poderes fácticos. Y ello implica un legado de lucha, de nunca rendirse, que se refleja a través de las decisiones firmes, la estrategia, el valor y la ética. El poder expresar, como se pueda –en este caso el de una protagonista adolescente– lo que se piensa, y posteriormente llevarlo a cabo, cumplir con la palabra. Que no es poco.
Hubo tiempos donde pude avanzar más rápido; otros más lentamente. Durante la pandemia, junto a mi esposa Fanny los días se destinaban al cuidado de la pequeña Malena, mientras estábamos en la dulce espera de Camila. Pero las noches eran mías, y me dieron el tiempo suficiente para, con la paciencia necesaria, darle los arreglos apropiados que permitan generar ese dinamismo atrapante que necesita todo relato. Pero además -y sobre todo– pulir algunos detalles para que se vieran reflejados claramente aquellos valores en los que creo fervientemente.
En este sentido, y tal como lo refleja mi prologuista Daniel Blanco Gómez, nunca dudé en que los ejes centrales fueran el amor, la ética que tenemos como individuos y en sociedad, la familia, la transgresión para alcanzar un deseo anhelado. No por nada la novela se encuentra ambientada a finales de este siglo XXI, cuando una pareja decide tener un hijo por fuera de las normas establecidas por el gobierno argentino. Ello desata una variedad de episodios en la tierra, pero también en una Base Espacial donde se profundizan las problemáticas y se plantea la necesidad de un cambio. Una historia que se encuentra embebida en un argentinismo a flor de piel, donde se expone la dificultosa búsqueda del preciso equilibrio entre libertad y equidad, entre el yo y el nosotros, entre el pequeño micromundo personal y el medioambiente que nos impacta a todos. En definitiva, creo los dilemas que se les presentan a los protagonistas simbolizan una gran parte de la disyuntiva presente y futura de la humanidad.
Finalmente cuando finalicé la obra y esperaba con ansiedad su publicación, revoloteaba permanentemente en mi cabeza un pensamiento: ojalá la novela interpele al lector sobre qué tipo de mundo desea vivir, cuáles son sus prioridades, y hasta qué tipo de injusticias se encuentra dispuesto a tolerar. En un ‘mundo líquido’, donde todo parece ser negociable, creo que es un debate interno que nos debemos dar.
* “La equilibrista que llegó del espacio” se puede conseguir en formato papel o digital a través de Editorial Almaluz, como así también en las principales librerías del país.
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