A Alejandro González Iñárritu ya no le interesa la realidad, y por eso en Bardo, presentada este jueves en la competición oficial de la Mostra de Venecia, construye un juego desafiante para el espectador, una “reinterpretación emocional” de la memoria, en su trabajo más personal.
Una película que ha deslumbrado por su brillante puesta en escena y por cómo el director se abre y cuenta mucho de su vida, aunque en la rueda de prensa aseguró que es un viaje emocional y que “no tiene nada de autobiográfico”.
Algo difícil de creer cuando el director comenzó la rueda de prensa destacando que hoy se cumple un aniversario muy especial para él y su familia: “El 1 de septiembre de 2001, dejamos México y nos fuimos a vivir a Los Ángeles, con gran ilusión, fuimos para un año y ya han pasado 21″.
Lo mismo que le ocurre a Silverio, el protagonista de Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (un título tan largo como la película, que dura casi tres horas), al que interpreta de manera magistral Daniel Giménez Cacho, que se ha situado inmediatamente como un fuerte candidato a la Copa Volpi a mejor actor.
La película refleja los sentimientos de ausencia que sufren las personas que dejan su país, algo que ocurre en la ficción y que le pasa al director. “México es un estado mental para mí, cada país es un estado mental” que se construye con los mitos y las historias que se aprenden de niño.
Historias que se disuelven y transforman con la distancia, y de ahí que Iñárritu no considere autobiográfico el filme -la película “no pretende ser verdadera, sino honesta”, insistió-, aunque refleja claramente acontecimientos importantes en su vida.
Esa salida de México, la nostalgia del país, el crecimiento de los hijos en otra cultura, la pérdida de un bebé al nacer o el contraste entre el país del que salió y al que se vuelve, como un emigrante de éxito que se encuentra de golpe con la realidad.
También la violencia en el país de origen, marcado por el narcotráfico, la discriminación, los asesinatos de mujeres, la pobreza... hechos que están contados a través de una narración en la que el límite entre la realidad y los sueños está pretendidamente difuminado y que se beneficia de una propuesta visual apabullante.
Y aunque pueda parece lo contrario, todo estaba controladísimo en esta película, “Teníamos muy clara la construcción de cada set, fue como un ballet, nada improvisado, hubo un control absoluto, riguroso y casi obsesivo, todo estructurado desde el principio”, explicó el realizador, que, con Bardo, ha vuelto a rodar en México, algo que no hacía desde Amores perros (2000).
“Esta película, a diferencia de las otras, no la hice con la cabeza, la hice con todo mi corazón, y a partir de ahí, el parto es más sensible pero también muy liberador”, reconoció Iñárritu, que aseguró que este trabajo marca un punto de inflexión en su carrera porque se ha dado cuenta de que ya no le interesa la realidad.
Llevaba siete años sin rodar un largometraje, y no sabe cuándo se volverá a poner detrás de la cámara, pero sí tiene claro que le interesa el cine, porque es “el instrumento más poderoso para soñar”.
En el cine no existe el tiempo, y en los sueños, tampoco, permite una fragmentación del tiempo y el espacio, algo imposible en la vida real. “Son mucho más interesantes los recursos que te ofrece el cine para poder explorar, como hicieron Buñuel, Jodorowski, Fellini, Roy Anderson... maestros que nos han enseñado tanto”.
Directores cuyo espíritu aparece en la película de Iñárritu, cuyo título, Bardo, alude al concepto budista de estado de transición tras la muerte.
“El cine es mi instrumento para la certeza de la incertidumbre”, porque la realidad la “filtramos a través de nuestro sistema de valores, religión...”, lo que hace que los recuerdos se interpreten en función del lado en el que estés.
Como ocurre en el filme, en una secuencia en la que Silverio discute con Hernán Cortés sobre la conquista de América, una eterna discusión entre españoles y latinoamericanos cuya realidad “nunca se va a saber”.
“No hay verdad, todo es ficción y la película es eso, habla de la arena, del agua, de elementos en constante transformación, es un estado mental”.
Una transformación que también está sufriendo el cine, pero que no tiene por qué ser negativa. es consciente del poder de las plataformas, de los nuevos medios para ver las películas y de que en el futuro las salas igual se quedan solo para ciclos especiales.
“Es parte del sistema que estamos viviendo”, afirmó el director de Babel o Birdman. Mientras ese momento llega, él ha conseguido que Netflix estrene su película en salas durante siete semanas, “algo sin precedentes”.
Fuente: EFE.
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