“Nunca hay que privarse de hacer un chiste”, dice Marcos López en la presentación de su exhibición que se despliega en la fotogalería del primer piso del renovado Centro Cultural Borges. La selección de obras de Marcos López: Clásico y Moderno reúne una serie de sesenta imágenes halladas por el autor en anticuarios y luego, pintadas e intervenidas a mano.
Una vez más, López sabe cómo sorprender al espectador. A través de un montaje experimental, las obras impactan y salen de lo esperado. ¿Es una muestra de fotografías? Sí. Pero… ¿Es acaso lo que imaginamos de una muestra de fotografías? Para nada. Y eso es lo maravilloso de esta propuesta. López pasó más de tres años comprando las fotos en anticuarios o mercados de pulgas de Buenos Aires y otras ciudades de América Latina, para luego trabajarlas, resignificarlas y convertirlas en piezas únicas. “Creo que esta muestra tiene algo de exorcismo, de salud, porque fue todo un trabajo que el núcleo central, lo hice en el encierro de la pandemia con el miedo y la angustia que todos conocemos. Durante ese tiempo salía a los anticuarios de San Telmo a comprar fotos y me dedicaba a pintar”, afirma en diálogo con Infobae Cultura.
López utilizó infinitas variables a la hora de trabajar las imágenes para provocar una suerte de “surrealismo precario” según sus propias palabras, conservando al mismo tiempo la magia original de las fotografías. La obra está llena de guiños y mensajes que brotan por fuera de las imágenes. Hay monstruos por doquier, colores, líneas, formas que se escapan del plano, recortes, superposiciones, elementos como cuchillos, ramas, ropa, una jaula, pelos. Hay una lluvia de sentidos rupturistas a las formas conservadoras del posar para la imagen establecida. Hay humor. Hay respuestas de vanguardia a los arquetipos clásicos del poder. “Los temas se repiten y son todos temas centrales a mi estructura emocional, cultural, de identidad, de formación y de traumas irresueltos: el pecado, la culpa, la formación católica, patriarcal, autoritaria y los casamientos para toda la vida”, afirma el autor.
Es una muestra muy contemporánea, que establece un diálogo implícito con un público que entiende el mensaje porque se encuentra aquí y ahora, porque es partícipe y testigo de un tiempo presente compartido con el artista. El montaje en sí mismo también establece otra conversación. Las imágenes se unen unas a otras y arman un camino de lectura. Hay obras pintadas directamente sobre la pared, obras ocultas, un sin fin de signos y posibilidades semióticas para descubrir. No son sólo obras en una pared, es una gran composición visual, pop, muy del estilo de López, que sólo hubiera sido posible en el renovado Borges, que desde marzo de este año funciona bajo la órbita del Ministerio de Cultura de la Nación, con una agenda de fuerte impronta federal.
Marcos López es uno de los artistas más importantes de Argentina. Sus fotografías forman parte de las colecciones del Museo Nacional de Arte Reina Sofía de España, de la Daros Latinamerica Collection de Suiza y de la Tate Modern Gallery de Londres, entre otras colecciones públicas y privadas. Realizó documentales e innumerables proyectos artísticos. Sus libros publicados son Retratos (1993, reeditado en 2006), Pop latino (2000), Sub-realismo criollo (2003), El jugador (2007), Pop latino plus (2007) y Marcos López (2010).
—¿Desde hace cuánto sentís interés por las fotografías antiguas?
—Decir la palabra fotografía “antigua” es una especie de reiteración, de redundancia, o sobreentendido, ya que -exagerando- toda fotografía (hasta las selfies) son antiguas. Con esto quiero decir que la fotografía en sí misma intrínsecamente tiene que ver con el pasado, con el paso del tiempo. Puede ser antigua de una semana o de cien años. La esencia de la fotografía tiene que ver con tratar de conservar un tiempo detenido: puede ser plasmado en una placa de vidrio en el S. XIX, un negativo en los años 60s, o hasta las que tengo en el archivo de mi celular. Cuando las miro, el sentimiento que aparece es revivir ese momento del pasado.
En los últimos 3 ó 4 años, empecé a revisar los cajones de los anticuarios de San Telmo y de las ferias callejeras de la Ciudad de México (como el Mercado de La Lagunilla) donde se pueden encontrar piezas fotográficas impresionantes. Empecé a comprar fotos antiguas con el objetivo concreto de hacer collages y de pintarlas -intervenirlas-, ya que nunca me gustó coleccionar nada.
—El humor y lo monstruoso son temas recurrentes en la serie. ¿Por qué se da ese abordaje?
—Freud escribió un libro entero llamado El chiste y su relación con lo inconsciente en 1905, donde de alguna manera dice que el chiste no existe. Es una forma de decir algo que está pasando, que uno lo siente; o hablar de un tema tabú que socialmente no está aceptado y decirlo de un modo gracioso. El chiste me permite meterme en temas complejos con subtextos trágicos o traumáticos. Es una estrategia de comunicación muy seria.
—Siempre trabajé con humor porque la realidad existencial me resulta tan agobiante que sin un poco de humor es más difícil transitar la vida. Los monstruos son mis fantasmas, los demonios que me persiguen en mis pesadillas. El trabajo de las fotos pintadas es un trabajo de autocuración de mis miedos y fantasías apocalípticas. Al ponerlas en el papel las saco de mi cuerpo por un rato al menos y al espectador le sirve sentirse espejado. La mayoría de este trabajo que estoy exponiendo en el Centro Cultural Borges lo hice en pandemia, cuando todos los días en la televisión daban la estadística de muertos por coronavirus y yo casi no salía a la calle.
—En el texto curatorial aparece la cuestión de la culpa. ¿Cómo es crear una obra y al mismo tiempo experimentar ese sentimiento contradictorio?
—Siempre traté de ser “transgresor” con mi obra y siempre lo viví con miedo y culpa. Esos sentimientos están en esta muestra. Me da culpa convertir en diablo al novio en una fotografía de estudio técnica y artísticamente maravillosa de los años 30, y a la novia cambiarle la cola del vestido por una cola de sirena. Pienso que esos novios ahora pueden ser una pareja de ancianos y qué dirían si se ven en un libro o una exposición. Me da culpa pintar arriba de un objeto único, irrepetible, bello, a veces anónimo y otras con la firma del autor. Me pregunto si tengo derecho a hacerlo por más que haya comprado la foto. Tengo registrado 30 años de distintos tratamientos terapéuticos y técnicas de psicoanálisis, y es evidente que todo lo que me da placer y además me permite ganarme la vida, divertirme, hacer un aporte, generar una reflexión, un análisis de formas sociopolíticas y opinar sobre nuestra idiosincrasia cultural, me da culpa. Y como me va bien, me da más culpa. Entonces sigo adelante igual.
—¿Cómo fue el armado del montaje?
—Hicimos una experimentación en el montaje. No pienso nada previo, me lanzo sobre las paredes con un martillo y un puñado de clavos. Improviso y encuentro relaciones entre las imágenes. Es lo que más me divierte.
—¿Esta muestra inaugura una nueva nueva etapa en tu carrera?
—Creo que me cansé de tomar fotos y siento que ya dije lo que tenía que decir con la fotografía, sea en retratos, paisaje urbano, o puestas en escena teatrales. Me sucede, por ejemplo, que voy en el auto por un pueblo o por el conurbano y veo algo que me interesa: un chevy rosado en la puerta de un hotel alojamiento con dos corazones gigantes de chapa de fondo. En estas situaciones miro y disfruto, pero no hago la foto porque siento que ya lo hice antes. A veces tomo algunas fotos con el teléfono para Instagram, pero me interesa más la experiencia de comunicación con la crónica breve que permite Instagram que la imagen. De hecho estoy preparando un libro recopilando textos breves desde hace diez años hasta ahora que escribí en Facebook y luego en Instagram.
*“Marcos López: Clásico y moderno” se puede visitar hasta el 2 de octubre de miércoles a domingo de 14 a 20 en el Centro Cultural Borges, Viamonte 525, CABA. Entrada libre y gratuita.
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