“Lo que Campos no sabe”, la otra perspectiva

La autora cuenta que se animó a escribir una novela metatextual que, a su vez, es parte del universo de su anterior creación. Aunque aclara: “No es ni la segunda parte ni la continuación”

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Lo que Campos no sabe no es ni la segunda parte ni la continuación de Lo que me hizo Fernández, mi primera novela, editada en plena pandemia. Aunque calificarla de “segunda parte” o de “continuación” puede resultar práctico, la verdad es que no es ninguna de esas cosas. Sí es, en parte, la otra voz, la otra perspectiva, la otra experiencia. Y en otra parte, se trata de la vida y la vivencia de un hombre, Carlos Fernández, el que descalabra el corazón de Lucía Campos, protagonista de la primera novela.

Fernández y Campos son dos escritores que transitan el under de la literatura porteña. Los dos escriben bien pero, como tantos otros, no gozan del reconocimiento masivo que tal vez hubieran tenido en tiempos en que el libro era el Instagram de la época. Ella tiene veinte años más, él tiene veinte años menos. Ella es una señora algo opaca, acomplejada, plantada en su rol de cincuentona (aunque no tanto, porque se permite escribir). Él la va de malevo, de maldito, de misterio, de secreto inconfesable. Ellos se atraen y se ponen a jugar ajedrez. Figuradamente, claro. La ciudad y su periferia hacen de tablero, hay casilleros blancos y casilleros negros, hay avances directos y laterales, hay saltos, hay retrocesos. De vez en cuando se comen piezas. Una o dos veces hay jaque.

Este sería más o menos el resumen del universo narrativo de la serie Fernández-Campos, compuesta por dos novelas que pueden leerse en cualquier orden: primero la primera y segundo la segunda, o al revés. Pensé a cada una como complemento (no necesario pero sí deseable) de la otra; de ahí que en Lo que me hizo Fernández se esbocen situaciones que se desarrollan en detalle en Lo que Campos no sabe, y viceversa. Cosas que “quedan picando”: ¿son ciertas las especulaciones de ella con respecto a él? ¿cómo vivió él tal escena narrada por ella?

"Lo que Campos no sabe" (Azul Francia Editorial, 2022)
"Lo que Campos no sabe" (Azul Francia Editorial, 2022)

La complementariedad se juega también en las voces. En Fernández... elegí darle cuerpo al pensamiento de Lucía Campos, más apasionado y cándido, más honesto y carnoso, repleto de palabras. Mientras que en Campos... es el turno de Carlos Fernández, una voz como un rebenque; dolorida, directa, llena de desprecio hacia sí y, de rebote, hacia el resto. Además, en general, él resuelve en un párrafo lo que a ella le toma cinco páginas decir. “Fernández tiene esa economía de palabras propia de los hombres de su tipo”, me dijo Francisca Mauas, mi editora, cuando terminó de leer el manuscrito de Lo que Campos no sabe.

Los textos también tienen otros cruces. Fernández escribe. Campos escribe. ¿Cómo resistir la tentación? En los dos libros hay una especie de intertextualidad recíproca, de ficción: en Fernández aparecen cuentos de Lucía, y en Campos, cuentos de Carlos; además de que los dos personajes aluden a libros del otro, mencionan títulos, ofrecen pistas en cuanto a trama y calidad. Obras inventadas que, la verdad, quisiera escribir algún día.

Repaso algunas de mis notas y compruebo que no tan curiosamente empecé a escribir Lo que Campos no sabe el 29 de octubre de 2019, seis meses antes de que Lo que me hizo Fernández fuese publicada. Si bien no escribí Fernández pensando en su complemento, es evidente que poco después de terminarla ya me surgió la idea y comencé a llevarla a la práctica.

"Lo que me hizo Fernández", de María Staudenmann (Azul Francia Editorial, 2020)
"Lo que me hizo Fernández", de María Staudenmann (Azul Francia Editorial, 2020)

Si tuviera que comparar Lo que me hizo Fernández con Lo que Campos no sabe, en primer lugar diría que esta última es más literaria que la otra. En Fernández escribí desde la pulsión absoluta, desde una necesidad apremiante como el hambre o el sueño. Tal vez por eso Campos hable en exabruptos, exclame, vacile, decida una cosa y después decida la contraria y diga lo que se le viene a la cabeza. No quise limar demasiado las desprolijidades de su discurso, pasarlo y pasarlo por el tamiz del floreo literario; no quise buscar muchos sinónimos ni acompasar párrafos. Campos, en cambio, es otra cosa. Me animé a jugar con la estructura —un poco desestructurada, aunque no demasiado—; a sumarle a la primera persona un tercer narrador, un narrador omnisciente, más objetivo; a sacarle punta a mi pluma poética para escribir los cuentos de Carlos; a contar su pasado a través de una serie de escenas breves y autónomas. Pensé en el significado tanto como en el significante. Las palabras y sus encadenamientos, los ritmos y las pausas, las metáforas, las elipsis, los sonidos. En síntesis, corregí con ganas de hacer una sinfonía, y gracias, siempre, a Enzo Maqueira, mi acompañante literario, por ayudarme a afinar.

María Staudenmann, autor de "Lo que Campos no sabe"
María Staudenmann, autor de "Lo que Campos no sabe"

Pero Lo que Campos no sabe es distinta también en otro sentido, ya que desplaza ligeramente el foco de la relación entre Fernández y Campos incorporando un personaje (casi) ausente en la primera novela. Un personaje importante, central. Se trata de Marita, amiga-hermana-amante de Carlos Fernández (sí, el nexo no es muy claro, porque los vínculos humanos nunca son claros, porque las etiquetas son vanas e injustas: que cada quien decida). Un personaje cuya importancia me sorprendió: todavía estoy pensando de dónde salió Marita, qué viene a representar esa mujer que a primera vista (o lectura) parece el tipo de persona a la que Carlos miraría desde arriba. Y sin embargo, si lo pienso bien… sí: Marita es el amor inofensivo, tiene las caras del amor que Carlos puede tolerar.

Porque todo tiene que ver con eso. Con el hallazgo o el reencuentro con el amor y el deseo. Y con lo que hacemos con esas cosas cuando aparecen. ¿Nos quedamos a pelear o salimos corriendo? ¿Son indisociables de origen, vienen de la mano? ¿Son aterradoras? ¿Son bondadosas? ¿Son edificantes o destructoras? ¿Se enseñan o se imponen? ¿Cuántos tipos de amor y de deseo existen? ¿Es posible contarlos? ¿Es posible establecer categorías? ¿Por qué solo existe la palabra amor para designar afectos y pasiones tan diferentes? ¿Cuánto del amor por otro es amor por uno mismo? ¿En qué medida nuestra forma de amar está condicionada por la forma en la que nos amaron?

En un momento de un reportaje reciente para el podcast de literatura y arte Tren insomne, la entrevistadora, Soledad Hessel, se detuvo en el amor ideal de Lucía hacia Carlos, en cómo Lo que Campos no sabe dinamita gran parte de lo que ella piensa que él es y que al final no lo es tanto. Entonces le dije algo así como “ahora que decís eso, me doy cuenta de que podría renombrar las dos novelas como Fantasía y Realidad”. Porque, en definitiva, y aquí me permito abrir una última pregunta: ¿cuánto de lo que llamamos amor es verdad?

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