Miguel Ángel Diani, presidente de Argentores, por una nueva ley para las industrias culturales

“Es importante que las asignaciones provengan también del IVA que pagan las plataformas de streaming”, dice el escritor y dramaturgo que está al frente de los autores argentinos desde 2013

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Crédito: Magdalena Viggiani
Crédito: Magdalena Viggiani

Va por su tercer mandato al frente de Argentores y por su tercer libro de teatro. La presidencia de la entidad que vela por los derechos de autores y guionistas la asumió por primera vez en 2013; escribir, en cambio, es algo que hace desde mucho antes, allá por los 80, cuando se inició como actor de sus propios textos. “Monólogos, lo que en los últimos años llamamos stand up”, dice. Miguel Ángel Diani reparte su tiempo entre la gestión y la escritura, y habla con la misma pasión de ambas actividades, que concentra en su teléfono. “Tengo una tablet, y a veces uso la computadora, pero donde más escribo es acá”, dice y enarbola el mismo smartphone en el que recibe reclamos de socios y socias de Argentores o desde el que llama a funcionarios y legisladores para pedir la sanción o actualización de una ley.

Lo primero lo prueba mostrando en la pequeña pantalla el texto completo de una de sus últimas obras; lo segundo, en la aprobación en Diputados de, por ejemplo, la ley que prorroga por 50 años la vigencia de las asignaciones específicas para las industrias e instituciones culturales que una ley de 2019 da por finalizadas a fines de este año. “Es una ley que salió durante el Gobierno anterior, impulsada por un grupo de personas que considera que la cultura es un gasto y no una inversión, algo con lo que no estoy de acuerdo”, explica Diani. “Así que durante tres años estuvimos trabajando en una nueva ley, presentada por el diputado Pablo Carro, del Frente de Todos, a a partir de la cual la cultura tendría asegurado su fomento hasta el año 2072. Fue aprobada por 132 diputados y ahora pasó a la Cámara de Senadores, que tiene que tratarla antes de que termine 2022″.

—¿Entonces no es una ley que incorpora algo nuevo sino que viene a recuperar lo que de otro modo se perdería?

—Claro. Y sería gravísimo, porque el movimiento de teatro independiente que hay en C. A. B. A. no existe en ningún otro lugar del mundo. La asignación específica no es un impuesto nuevo sino que sale de uno que ya se cobra. Es un porcentaje, aproximadamente la mitad, del IVA del 21% que se cobra en las entradas de cine, a los cables, a las televisoras, y que va asignado a los distintos institutos de cultura: teatro, cine, música, bibliotecas populares. Lo que sí prevé esta nueva ley es que por ejemplo. Esa cantidad de series y películas españolas que ves en Netflix, de muy buen nivel, son posibles porque Netflix en España tiene una regulación que la obliga, por ley, a que un porcentaje determinado sea de producción local. Es decir que la plataforma tiene que apostar al país con una ventana de producción nacional. Eso es importantísimo, porque si esto pasara aquí, se abriría un grifo de trabajo para todo el mundo.

Miguel Ángel Diani es escritor y dramaturgo, autor de la popular comedia de televisión de los años 90 "Son de diez" (Foto: Magdalena Viggiani)
Miguel Ángel Diani es escritor y dramaturgo, autor de la popular comedia de televisión de los años 90 "Son de diez" (Foto: Magdalena Viggiani)

—¿Hay alguna manera de que instituciones como Argentores no estén siempre corriendo detrás de lo que proponen las nuevas tecnologías?

—Bueno, 15 años atrás, la crítica que había hacia la entidad era esa, que estaba anquilosada y con personal al frente que no trabajaba en los medios y no estaba al tanto de los cambios que se iban dando. Hoy la junta directiva está integrada mitad por hombres y mitad por mujeres, y la edad promedio es de 40 años. Son personas que trabajan en los medios y haciendo éxitos. Y hoy ya no estamos atrás, pusimos el caballo adelante del carro, como debe ser. Trabajamos a nivel global impulsando entidades y legislación en otros países, por ejemplo. Porque, para que un autor o una autora de acá pueda cobrar lo que se emite en otro país, en ese país debe haber una ley y una entidad como la nuestra que lo gestione. Y a mí me gusta eso. Me gusta sentarme y discutir con las entidades que agrupan a las radios o los canales. Y con las plataformas, lo mismo. Hace como tres años que estamos cobrando y liquidando a autores y autoras por lo que se emite en Netflix, en YouTube, en Facebook. También estamos cobrando y liquidando por los guiones de los podcasts. No es fácil, porque, por ejemplo, la mayoría de estas plataformas no tienen domicilio legal en el país, entonces tenés que negociar con alguien que está en Miami o en Polonia, en cualquier lado. Y todo se atrasa.

—La irrupción de las plataformas también motivó el proyecto que busca modificar la ley de cine. ¿En qué estado se encuentra esa ley?

—Esto requiere un breve contexto. Argentores forma parte de un espacio llamado EAN (Espacio Audiovisual Nacional), formado por directores de cine y televisión y otras asociaciones del sector. Desde hace dos o tres años venimos trabajando en la modificación de la ley de 1994, que fue la ley de cine en la que se basó la creación del Incaa (Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales). ¿Por qué? Porque esa ley, por razones lógicas, no considera la existencia de las plataformas. Claro, lo que no existían. El nuestro es un proyecto que está armado, trabajado con profesionales, abogados especialistas en derechos de autor, constitucionalistas, que cuenta con el visto bueno del ministro de Cultura, Tristán Bauer, y que ahora tiene que hacer su camino en el Congreso. Es una reforma que tiene por objetivo regular las plataformas.

Diani detalla su labor al frente de Argentores con la misma pasión con la que habla sobre su oficio de dramaturgo. A la gestión autoral llegó de la mano de Alberto Migré: fue el creador de Rolando Rivas, taxista y Piel naranja –entre muchos otros éxitos– quien le abrió las puertas de Argentores. Su trabajo como autor también gozó de un padrinazgo crucial: después de verlo en uno de sus monólogos, Jorge Maestro y Sergio VaimanNosotros y los miedos, Zona de riesgo, Clave de sol, entre otros clásicos– lo convocaron a colaborar con ellos en sus libros para televisión. De a poco dejó la actuación (su maestro en el ese rubro fue Carlos Ganfolfo) y puso el foco en los guiones. Su primer programa como autor fue Detective de señoras. Y el éxito llegó con Son de Diez, una comedia familiar que estuvo cuatro años en el aire de canal 13. Después vinieron Vivo con un fantasma, Aprender a volar, La nena, Un cortado (historias de café). Ganó premios como el Martín Fierro, Broadcasting, Prensario, del Fondo Nacional de las Artes. En paralelo, desarrolló una vasta carrera como autor teatral en el circuito independiente. Testimonio de ese trabajo es Elefantes y otros textos teatrales, su tercer libro, que acaba de publicar la editorial El Zócalo. Allí, en cinco obras (que se complementan con un estudio crítico y una entrevista a cargo, ambos, de Luis Sáez), Diani despliega su faceta más personal, en la que la crudeza y el absurdo conviven en personajes oscuros y a veces delirantes.

Miguel Ángel Diani (Crédito: Magdalena Viggiani)
Miguel Ángel Diani (Crédito: Magdalena Viggiani)

Uno de los textos incluidos en Elefantes... está actualmente en cartel. Dirigida por Enrique Dacal y protagonizada por Amancay Espíndola, Hugo Men y Gabriel Nicola, El chico de la habitación azul se presenta todos los sábados en El Teatro del Pueblo. El chico... fue escrito en plena pandemia y es, como la mayoría de las obras de Diani, una historia inquietante que combina la angustia de una historia de abuso con personajes grotescos, casi siempre de clase media, que no eluden el humor negro.

—¿Cómo afecta el auge de la corrección política y las cancelaciones a un autor teatral que usa humor como herramienta al momento de abordar ciertos temas?

—Hay cosas que son de sentido común. Situaciones con las que hay que tener cuidado, como la violencia de género. Pero eso fue siempre así. Vos podés denunciar una situación o plantearla sin hacer una desvalorización del tema ni transformarlo en algo amarillento. Ese cuidado lo tengo siempre cuando escribo. Pero después no me limito en ningún tema. El teatro independiente, además, da esa posibilidad: la de decir lo que quiero y de la forma en que quiero. De una manera poética, propia. Esta obra, por ejemplo, aborda una situación de abuso: una familia “normal” de clase media, en un barrio “normal”; él es carnicero, ella es ama de casa, sesentones largos. Para el afuera parece estar todo en orden, pero hace 40 años que tienen encerrado a su hijo en una habitación. Entonces empiezan las preguntas: ¿por qué está ese muchacho ahí, quién es ese muchacho? Según los padres, hicieron eso por su bien, la sociedad es tan violenta que eligieron encerrarlo durante 40 años en una habitación de 4x4 para que no se contamine del afuera. Lo encerraron a los 5 o 6 años y ahora que cumplió los 40, como regalo de cumpleaños, la madre decide dejarlo salir. Y cuando sale se desata en el barrio una problemática muy complicada. Y aparte hay una historia por detrás: la del padre... No voy a contar todo, pero bueno, puede haber gente a la que le moleste la temática; forma parte de las posibilidades.

Pero yo lo hago con respeto, desde un punto de vista creativo y con una poética determinada que está ligada al humor negro, el teatro del absurdo, el teatro de la crueldad... Amancay Espíndola (protagonista de El chico...), lo definió como “grotesco siniestro”. Y está bueno. En mis obras vas a ver grotesco, crueldad y también situaciones absurdas que ayudan a romper con una risa esa angustia que se produce ante una situación muy grave. Es mi forma de contar, y puede haber quien cree que no es su estilo y que prefiera otro tipo de teatro. Y todo de teatro es respetable.

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