La Patagonia es el nuevo western, en la cosmovisión de una revista de relatos

“Salvaje Sur” posa su mirada en un territorio inmenso y desierto, lleno de bandidos rurales y toda clase de pintorescos personajes. “Sobran las historias”, dice su editor ¿El resultado? “Una rareza bien orquestada”, según la mirada de uno de sus colaboradores

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Matías Castro Sahilices y la revista que edita, "Salvaje Sur"
Matías Castro Sahilices y la revista que edita, "Salvaje Sur"

En La epopeya de América (1931), el historiador James Truslow Adams (creador del concepto de “the American Dream”, el Sueño Norteamericano) describía a los Estados Unidos de la siguiente manera: “En un país de extensiones tan vastas, el panorama y las condiciones locales varían enormemente. El nordeste del mismo, formado por colinas onduladas y montañas bajas, totalmente cubierto de selvas y tachonado de centenares de hermosos lagos, nada tiene de común con los desiertos del sudoeste, carentes de agua y sembrados de cactos. Tampoco tiene semejanza alguna con el sudeste, de bajos y arenosos eriales de pinos, pantanos y lentos ríos turbios…” Adams continúa comentando sobre el clima, los ecosistemas y la historia de los humanos en el país del norte. Hacia 1830, tres millones y medio de hombres y mujeres vivían en el Oeste, intentando establecerse entre condiciones adversas, comerciantes aprovechadores, aventureros variopintos y conflictos con las tribus originarias. Para ellos ha sido el Oeste, para nosotros el Sur.

Pueden intentarse varias comparaciones entre los Estados Unidos y Argentina además de lo meramente histórico-geográfico. Existe un punto de contacto literario fundamental entre ambas naciones: los cuentos de Edgar Allan Poe, quien fue publicado aquí por primera vez en 1860. Precursor del relato policial, Poe tuvo admiradores como Leopoldo Lugones, quien en El payador (1916) elogia a George Washington como héroe por haber asegurado la libertad de los norteamericanos.

Nuestro país cuenta con una larga tradición que va desde la literatura gauchesca hasta el policial, desde Martín Fierro escapando de la ley o Juan Moreira, gaucho pendenciero devenido en mártir, hasta películas como El bonaerense, en su garita/fortín, o Un oso rojo, que se ha descrito como un western urbano —recordemos el tiroteo con aires de duelo en el bar de El Turco— el listado es enorme y variado.

Así, la revista Salvaje Sur, editada en la Patagonia por Matías Castro Sahilices, viene a servir como puente entre un género y otro, entre una época de antes del centenario de la patria y la nuestra, de un contexto global que recurre constantemente a la nostalgia como solaz o como estrategia de marketing. Salvaje Sur parece no operar así. Existe en la revista un deseo genuino de recuperar aquellas historias del bien contra el mal, del orden contra el caos, de la civilización y el peso de la ley contra el terror que produce la anomia, de la que ya tenemos más que suficiente.

Castro Sahilices es narrador desde que recuerda, y siempre estuvo relacionado con las artes gráficas. En su niñez y adolescencia pintaba, ilustraba catálogos de artefactos inventados (algo que hoy se replica en las fabulosas publicidades apócrifas que encontramos en la revista) y publicó su primer fanzine a los 15 años. Estudió Comunicación Social, diseño y letras, pero el editor comenta: “La formación más importante me la dio la posibilidad de mudarme asiduamente y poder trabajar de los más variados empleos. Mientras hacía todo esto, me llenaba de historias, conocía decenas de personajes y no paraba de escribir y de participar en muchos proyectos editoriales ligados a la literatura”.

Respecto de los géneros que predominan en Salvaje Sur, Castro Sahilices comenta que la idea “siempre fue la de abarcar la mayor cantidad de géneros pulp posibles” pero que cuando inició el proyecto no dudó en comenzar por el western, “un amor a primera vista” para él. El punto de inflexión, señala el editor, fue El bueno, el malo y el feo, de Sergio Leone, una de las primeras películas que recuerda haber visto de niño. En cuanto a la literatura del lejano oeste, recuerda que fue gracias a la colección Robin Hood, aquellos libros de tapa amarilla y coloridas ilustraciones. Leyó Buffalo Bill y luego El último de los mohicanos, de James Fenimore Cooper. Sus lecturas se complejizaron con autores como Jack London, Ambrose Bierce, Marcial Lafuente Estefanía y Silver Kane (Francisco González Ledesma), y con la llegada de los lectores electrónicos y las digitalizaciones de viejas revistas pulp norteamericanas pudo acceder a títulos inaccesibles en otras épocas.

El editor considera que la trascendencia del género tiene que ver con su adaptabilidad: “la idea es apropiarse del género y transformarlo a gusto y piacere”, señala. “En una Patagonia plagada de bandidos rurales, ladrones de bancos, tahúres, buscadores de oro y cazadores de pieles, todos luchando para sobrevivir en la inmensidad de un territorio salvaje, sobran las historias. A eso sumale los episodios de las guerras civiles, las relaciones con los pueblos originarios, el culto al caballo, las actividades pastoriles: todos ingredientes del western, de la gauchesca, del relato de aventuras”, añade Castro Sahilices. Para él, las historias de este tipo logran su cometido porque “se acercan al arquetipo de historia primigenia, al viaje del héroe compilado por Joseph Campbell, a La Ilíada, a La Odisea. Ahí lo tenés a Butch, a Sundance, a Evans, a Wilson, a Elena Greenhill, a Vairoletto, a Hormiga Negra, a Moreira, a Facón Grande, a Santos Guayama, todos sentados en la misma tribuna”.

Muchas de estas historias fueron difundidas en folletines, que hallan un paralelismo con las mentadas publicaciones pulp, de papel barato y encuadernación sencilla. Salvaje Sur continúa en esa línea, e incluye publicidades (cómicas en su mayoría: “Publicite aquí y vuélvase rico”, bromea el editor en una de ellas) de jabones, rifles y otras vituallas que le confieren un tono apropiado para una publicación que bien podría haberse encontrado en un puesto de diarios de principios del siglo XX. Magistralmente realizadas por Diego Fiorucci y Javier Mattano, las ilustraciones que acompañan los relatos también suman a la atmósfera del Lejano Oeste/Salvaje Sur de la revista.

Uno de los números de "Salvaje Sur"
Uno de los números de "Salvaje Sur"

Consultado para esta nota, el novelista y ensayista Matías Bragagnolo (Petite Mort, La balada de Constanza y Valentino) comenta que fue gracias a otro escritor que se enteró de la revista, y que este lo había recomendado como posible autor para las próximas ediciones. El editor contactó a su tocayo y le mostró fotos de Salvaje Sur, publicación que Bragagnolo considera “una rareza bien orquestada”, por lo que no pudo negarse a la convocatoria: su apoyo fue total desde el primer momento. Bragagnolo, sin embargo, no tenía ningún relato del lejano oeste en su arsenal de inéditos, de manera que tuvo que escribir uno adrede, por encargo y con exclusividad, cosa que rara vez hace. El resultado es “Regreso a Thurber”, una eficaz y por momentos tenebrosa historia sobre un caso de justicia por mano propia publicada en el número 2.

Bragagnolo observa con optimismo que la relevancia que se le puede atribuir al western o a la literatura gauchesca, para lectores hipertecnologizados del siglo XXI tiene que ver con una cuestión tipológica que perdura: “Son géneros, como otros, que van a ganar cada vez más atractivo”. Y argumenta que “basta ver el éxito de las dos películas que hizo Tarantino (Django sin cadenas, 2012, y Los ocho más odiados, 2015)”. Concluye Bragagnolo con un gran acierto: “Tampoco es que por el salvajismo y precariedad de esos ambientes uno va a sentir nostalgia, pero, como se dice a veces, ‘la aventura es la aventura’, con o sin redes sociales”.

Una página interior de "Salvaje Sur"
Una página interior de "Salvaje Sur"

Para el escritor Martín Di Lisio, autor de Paraguay (Alto Pogo, 2019) y colaborador en el número 3 de la revista con el seudónimo de José Gaucho Lagunero, esta vigencia del western y la gauchesca pasa por el modo en que influyen en la composición de las ficciones que escribimos: “Hoy en día creamos personajes que terminan de algún modo aislados en la pampa, en el desierto, que se enfrentan a peligros nuevos, fuera de las ciudades. Es una añoranza que evocamos a menudo: un personaje sin celulares ni redes sociales que tenga que resolver las cosas de otro modo, a la antigua, en parajes sin señal, en rutas de tierra, en pueblos abandonados. Esa mística debe venir de alguna literatura, y el western y el gauchesco tienen esos condimentos: poca gente, distancias inmensas, atravesar territorios desconocidos para llegar del otro lado. Nos arreglamos para, todavía hoy, ambientar nuestras ficciones en esas lógicas, que se resolverían en dos páginas si el personaje pide un taxi o una hamburguesa a través de una app”.

El logrado texto de Di Lisio “Pañuelo rojo, pañuelo negro” tiene que ver más con bandidos rurales que con el western propiamente dicho. Los elementos clásicos están, el ferrocarril, un sitio desértico, los maleantes, la persecución a caballo... pero todo ocurre en la puna jujeña. “Es difícil adaptar un texto a la acción, que pase algo, que alguien salte del tren, que un personaje persiga a otro”, comenta Di Lisio, quien además explica que “la literatura actual tiende a las cosas mínimas, y es un ejercicio complejo adaptarse a las lógicas del western cuando no estás acostumbrado. Complejo, pero interesante”.

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