“La pasión de mi vida”. Así describe Yeruham Scharovsky a la música, esa que le despertó un interés de muy joven en Argentina y que a principios de la década del 70 lo llevó a Israel para estudiar y desarrollarse profesionalmente como director de orquesta. Hoy, con 65 años, tiene en su haber miles de conciertos en los teatros más emblemáticos del mundo.
A días de su presentación en el Teatro Colón con la Orquesta Sinfónica de Jerusalén, Scharovsky, de nacionalidad argentina-israelí, dialogó en exclusiva con Infobae Cultura sobre su extensa carrera, lo que representa la música en su vida y la emoción de volver a tocar en su país natal.
- ¿Por qué decidió emigrar a Israel?
- Vine a Israel tanto por motivos ideológicos como profesionales. Me fui de Argentina en la década del 70, una época difícil para el país con los militares y los desaparecidos. Quería desarrollarme artísticamente y sabía que en Israel había academias y escuelas de música muy buenas. También estaba al tanto de los contactos que tenía con Europa y Estados Unidos, parte de ellos a través de la Orquesta Filarmónica y de Zubin Mehta. Él establecía de manera personal contactos para artistas. Por eso decidí venir de muy joven para continuar mis estudios y nunca me fui.
- ¿Qué le enseñó vivir en un kibutz apenas llegó?
- De joven tenía el idealismo de compartir todo, de vivir en comunidad y trabajar en conjunto. El principio de un kibutz es dar todo lo que uno puede y recibir lo que uno precisa. Fueron años muy lindos. Vivíamos juntos, compartíamos todo. Es una sociedad diferente que uno no sabe que existe. La gente del kibutz es una parte social de Israel muy especial. Conocer el país a través de ellos fue un muy buen comienzo para mí, me preparó muy bien para luego vivir aquí. Tuve la suerte de conocer a la mejor gente de Israel, la más íntegra, la más enamorada de su tierra y dispuesta a dar todo por el país. Son personas con principios e ideales. Soy un privilegiado por haber vivido allí.
- ¿Cuándo se dio cuenta de que se quería dedicar de manera profesional a la música?
- En Argentina ya de muy joven me gustaba la música. A los 16 años conocí personas muy importantes que me marcaron muchísimo. Una de ellas fue Alfredo Montanaro, un profesor de flauta de la Filarmónica del Teatro Colón. Otra fue el contrabajista Alberto Bellomo, también del Colón. Al mismo tiempo empecé a estudiar con el gran compositor Jacobo Ficher. Conocer a todos ellos me dio una motivación enorme para profundizar más en la composición y en la interpretación de la música clásica. Decidí viajar a Israel básicamente para estudiar instrumentos y composición. En la academia de música de Jerusalén hice los exámenes para el departamento de composición y para flauta y contrabajo, y me aceptaron en las tres. En 1980 tomé un curso de iniciación a la dirección orquestal y coral con el gran maestro Mendi Rodan. La primera clase con él cambió mi vida. Fue un shock eléctrico a los 22 años cuando lo vi y cuando vi lo que hacía y cómo enseñaba.
- ¿Cuál es la imagen de la música israelí en el mundo?
- Es muy reconocida. La Filarmónica de Israel es una de las grandes orquestas a nivel mundial. Se habla de la filarmónica de Viena, de Berlín, de Nueva York y también la de Israel. Los grandes músicos que salieron del país siempre fueron muy reconocidos en Europa y Estados Unidos. Eso nos facilitó el camino. Gracias a eso, yo me convertí en el el primer director israelí en dirigir la Filarmónica de Moscú en Rusia cuando todavía no había relaciones diplomáticas entre ambos países, en 1991.
- ¿La música hermana a la gente?
- Sin ninguna duda. Estoy convencido de eso. Dirigí en más de 25 países, en 60 diferentes orquestas profesionales, pero cuando estás en el escenario después de dar el buen día en el idioma que sea, somos todos del mismo país, compatriotas de la misma nacionalidad, que es la música. Me pasa hasta hoy que con gente que no conozco en lugares inimaginables de repente terminás como íntimos amigos. Tenemos una cosa muy fuerte que nos une, miradas de comprensión y cariño de que estamos haciendo algo en común que nos apasiona y que estamos comprometidos con el resultado. Te olvidás por completo de que no tenemos nada en común a nivel cultural, a nivel de país, de idiomas, de nacionalidad. En el escenario somos hermanos.
- ¿Cómo hace para conciliar la vida familiar y la profesional con tanto tiempo viajando?
- Es muy difícil. Muchas veces se dice que un director tiene que decidir entre la carrera o la familia. Las parejas de los directores dicen: “me casé con un hombre casado con su profesión y su pasión”. Y es verdad. De joven mi esposa y mis hijos viajaban conmigo, pero después de 25 años de casado me separé por ese motivo, porque es difícil llevar la vida profesional con la vida de casado.
- ¿Qué representa para usted la Orquesta Sinfónica de Jerusalén?
- Yo los adoro. Dirigí por primera vez esa orquesta en 1984 como estudiante. En ese momento era el más joven y hoy soy el más viejo. Soy uno de los pocos que quedó de mi generación porque hoy hay músicos jóvenes excelentes, increíbles y excepcionales. Es la tercera generación que pasa conmigo mientras yo sigo dirigiendo. Es una orquesta muy especial para mi. Me encanta trabajar y viajar con ellos. Es la quinta gira que hacemos juntos en Sudamérica. Tenemos un pasado común, no solo a nivel profesional, sino también a nivel afectivo. Cada músico que está ahí lo conozco desde que llegó. Trato de hacer todo lo que puedo por cada uno de ellos. Hay una química y un cariño muy especial, y la música solo se puede hacer de esa forma, con colaboración, afecto y sentido común.
- ¿Qué le genera dirigir en el Teatro Colón?
- Cada vez que voy al Colon me tiemblan las piernas. Es la meca de los músicos. También me pasa en el Lincoln Center, en el Carnegie Hall y en Múnich, pero el Colón es especial, es muchas cosas. La sala maravillosa, lo que representa para mí como músico… Me acuerdo de las clases de flauta con Montanaro. Miraba el escenario desde lejos como si fuera tierra santa. Todavía tiene esa potencia e influencia sobre mi. Me siento en tierra santa. Es un lugar muy especial, donde siempre estoy excitado, ansioso y tenso. Siento un honor enorme de estar ahí como director.
- Después de tantos años en Israel, ¿se siente más israelí que argentino?
- Al principio, después de vivir muchos años en Israel, me sentía más israelí que argentino. Me adapté y adopté mi identidad israelí porque yo viajaba como director israelí. Pero en los últimos 15 años que estuve yendo a dirigir a Argentina empecé a sentirme cada vez más identificado con mi argentinismo, con mi sentimiento hacia el país y Buenos Aires. Me siento un privilegiado de haber comenzado mi carrera en Argentina. Tenemos el Teatro Colón y un repertorio de profesores de orquesta y del conservatorio de un nivel altísimo. Comencé mi carrera con profesores excelentes sin saberlo. En Israel me destacaban la base que tenía de Argentina. Siento un amor profundo hacia mi país natal y me emociona volver. Cada concierto en Argentina tiene un valor extra distinto a todo el resto del mundo. Argentina sigue siendo diferente.
Yeruham Scharovsky se presenta con la Orquesta Sinfónica de Jerusalén el lunes 22 de agosto a las 20hs en el Teatro Colón. Para adquirir entradas, hacer clic aquí.
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