Cucuza Castiello, íntimo: el cariño de Maradona, cómo ganarse una pelopincho cantando y por qué “el tango no va a morir nunca”

El cantor de Villa Pueyrredón dará hoy un show gratuito en la calle por los 15 años de su ciclo “El tango vuelve al barrio”. En esta nota, un recorrido por su pasión tanguera, debidamente sazonada con fútbol y rock

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(Foto: Franco Fafasuli)
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Cucuza Castiello es porteño, pero no está apurado. En el bar El Faro, Villa Urquiza, esquina Pampa y Constituyentes, entre cuadros de tango y conversaciones semanales, se siente como en su casa. Sobre la mesa, el plato ya terminado y la copa de tinto a medio llenar. Son las dos de la tarde y afuera el sol está en su esplendor. Saluda con una sonrisa y un apretón de manos. También su amigo, uruguayo, que cruzó el charco exclusivamente para verlo cantar. No es para menos: el sábado se hará una edición especial de El tango vuelve el barrio, ciclo que Cucuza comenzó hace exactamente quince años en este preciso lugar.

El primer año de El tango vuelve el barrio, allá por 2007, se hizo durante dos viernes por mes, luego uno mensual y eso se mantuvo durante, sí, quince años, donde Cucuza cantó tangos y tangos y tangos y más tangos. “En general terminamos el show a la tres de la mañana, pero después seguimos charlando, alguien saca la guitarra, brindamos, y siempre se hace de día”. Para celebrar el aniversario redondo, longevo y vital del ciclo, una edición especial: el escenario se montará acá afuera, en la calle, sobre Pampa. “¡Son quince años!”, dice como quien se excusa en el permitido.

“A él, por ejemplo, lo conocí acá”, y señala a su amigo, que sonríe agradecido. Una noche, tiempo atrás, un grupo de gente cayó en El Faro a celebrar un casamiento. Entre ellos estaba el uruguayo. Esa noche tocó Cucuza. Era uno de los viernes en que hacía El tango vuelve al barrio. Desde entonces se hicieron muy amigos, íntimos. Ahora cambiamos de mesa, nos vamos a una contra la pared. Cucuza se trae la copa de vino; pedimos café. El grabador se enciende, él no se inmuta.

—Decime, con confianza, ¿sos tanguero vos?

Cucuza Castiello sí. Ya desde el nombre. Se llama Hernán pero le dicen Cucuza, “de toda la vida”, por una canción, por un tango. A los cinco años, cuando era Cucuzita, el tango le llegó naturalmente. “Las mejores cosas se dan cuando no son forzadas. O al menos fue así como yo entré al tango. Si mis viejos me forzaron, no me di cuenta, fue algo subliminal”, cuenta.

(Foto: Franco Fafasuli)
(Foto: Franco Fafasuli)

“En mi casa se escuchaba mucho tango: los discos con el Winko, los programas de radio. Siempre digo que mis viejos no eran músicos, pero quiero aclararlo: mi vieja era profesora de piano. En esa época se usaba mucho: o profesora de piano o corte y confección. Mi vieja se recibió de profesora de piano, pero como éramos una familia de clase media venida para atrás, venida a menos, digamos, en su momento lo tuvo que vender. Y yo nunca la vi tocar el piano. Por eso siempre dije que no había músicos en mi casa, pero eso me trajo un problema grande con mi vieja, que ahora tiene ochenta y pico, que un día me dijo: ‘vos siempre decís en las notas que no había músicos en casa...’ Bueno, sí, mi vieja es pianista. Después me enteré que mi abuelo era cantor aficionado, que cantaba fenómeno. Entonces sí, en mi casa había músicos”.

El tango del millón. Así se llamaba el programa ómnibus que conducía Juan Carlos Mareco, más conocido como Pinocho, a principios de la década del setenta. Tenía un segmento que era un concurso infantil de canto. El niño que mejor cantaba se ganaba una pileta de lona, una Pelopincho. Un domingo al mediodía, Cucuza era muy chico, tenía cinco años, estaba toda la familia en la casa de su abuela, todos almorzando, viendo el programa. Entonces dice: quiero ir. “Le pedí a mi vieja que me lleve. Concursé dos veces y en una me gané la Pelopincho. Ahí mis viejos vieron que me gustaba entonces empecé a cantar en las peñas de tango en los clubes de barrio”.

A la par, el fútbol. Siempre el fútbol. Cucuza empezó a jugar en el Club Parque. De ahí salieron el Juan Pablo Sorín, Esteban Cambiasso, Fernando Redondo, entre tantos otros. Era volante por derecha, jugaba de ocho, pero poco a poco se afianzó de cuatro. Desde esa posición marcó a Batistuta cuando jugaba en Newells, recuerda. De Club Parque pasó a Argentinos Juniors. Ahí jugó con Hugo Maradona, el Turco, el hermano mayor de Diego. A los 18 años, cuando entra en la reserva de Argentinos, deja de cantar. “Ya había firmado contrato: no podía cantar a la noche y a la mañana entrenar. Ahí tomé una distancia importante con el tango para dedicarme más de lleno al fútbol. Pero en el ambiente del fútbol siempre era el jugador que cantaba. Entonces en todas la reuniones me hacían cantar”.

“Cuando jugaba en la reserva, la primera de Argentinos era el mejor equipo que hubo en su historia: el Checho Batista, Comizzo, Borghi. Jugaba todo el tiempo con ellos. Y después tengo el máximo honor porque, como yo jugaba con el Turco Maradona, los fines de semana iban a verlo Doña Tota, la hermana, y en una de esas caía el Diego. El Diego ya era el Diego. Era mi ídolo y el de todos los pibes. Él iba en un plan familiar. Pero más allá de mi fanatismo, de mi devoción, tuve un trato más familiar. Él es 60, yo 69. Todas las veces que yo me encontraba con el Diego, que era muy espaciadamente -la última vez que lo vi fue en 2019-, siempre tenía esa cosa cálida conmigo, por la infancia, más allá de que era cálido con todo el mundo. Así que te puedo decir que jugué algún picado con Diego”.

(Foto: Franco Fafasuli)
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—Y supongo que te agarró alguna vez para cantar, ¿no?

—¡Sí! Al Diego le gustaba mucho la música, le gustaba cantar. La última vez que me encuentro con él fue en un partido a beneficio en la cancha de Argentinos Juniors. El Diego fue a dirigir uno de los equipos del partido; yo estaba en la cancha, yo fui jugador. Tengo un encuentro previo en el vestuario con él: abrazo, emoción de mi parte, llanto. Y después, cuando el Diego se está despidiendo de la gente, el Pipa Gancedo, otro gran jugador y compañero mío, le dice: “Diego, Cucu te quiere dedicar un tango”. Yo me quería tirar abajo de la tierra. Por un lado me moría por cantar, pero no quería molestarlo. Y Diego, como era él, dice: “Acá está conmigo Cucuzita, que nos va a dedicar un tango”. Cucuzita me decían cuando era pibe. Y terminamos cantando juntos en la cancha de Argentinos Juniors. Vos me vas a decir: “Este está fabulando”, pero por suerte alguien filmó, está el video.

Efectivamente, en YouTube. Diciembre de 2019. Diego, con el micrófono en la mano, siempre espontáneo, lo presenta. “Ahora va a cantar Cucuzita. No lo conocí, porque tenía unas mechas que se le caían por acá, ¿viste? —y se señala con el micrófono los hombros—, y ahora lo tengo acá, pelado”. Cucuza, pese a su emoción, toma el micrófono y arranca. Lo mira fijo al Diego, que no le saca la mirada. Canta unos versos él, canta otros versos Maradona. El micrófono va y viene. “Yo sé que me espera...”, canta Cucuza. Diego termina: “...la consagración”. Maradona levanta los brazos, el público aplaude y corea “¡Diego, Diego!” El tango es de 1942, la letra la escribió Reinaldo Yiso. Se llama “El sueño del pibe”. “Yo sentí que estaba en la cima —dice ahora Cucuza—, yo sentí que estaba cumpliendo el sueño del pibe”.

(Foto: Franco Fafasuli)
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“Soy cantor de tango tradicional, pero también tengo otras aperturas. Ser tradicional no quiere decir ni ser pacato ni ser cerrado”, dice este hombre de barba, calvo, ojos claros, dos aros —una piedrita negra en la oreja derecha, una argolla en la izquierda— y una remera bien rockera de Aníbal Troilo y su bandoneón. Además de su perfil de tanguero clásico, ha sabido cultivar lazos con otros palos; el rock, por ejemplo. Su disco Tangolesencia rockera es el mejor ejemplo. También, la versión junto a Conociendo a Rusia de “Cabildo y Juramento”. Cucuza es de esos peces que pueden pasar de agua dulce a salada sin cambiar de color.

“Yo las canciones que elijo para ser tangos —dice— tiene tienen que sortear la trampa de la letra. Si a mí la letra no me lleva a una cuestión tanguera, ya no puedo empezar a pensar la manera de cantarla ni el arreglo musical. Como me gusta tanto el rock: Spinetta, Charly, Fito... el tango está ahí. También están Los Visitantes, los Peligrosos Gorriones, Virus. Muchos se sorprenden con el tema que hice de los Babasónicos, que pueden decir ‘la banda ultramoderna de su momento’, y sí. Tiene tango porque el rock nuestro, como pocos del mundo, tiene una identidad propia, muy verdadera, y en nuestra identidad el tango está”.

Todo empezó en la casa. Se escuchaba tango, pero no era un mandato. Su hermano, siete años mayor, escuchaba mucho rock. También folklore, pero mucho rock. De ahí, conoció ese género, de ahí lo mamó. “¡Pero claro! ¡A mí me gusta la música! Y siempre ando investigando. Aparte tengo la suerte de cantar frente a min hijo. Mi hijo tiene 24 años, es guitarrista. Aparte de ser hijo y esta cosa que tenemos los padres de que nos parece que nuestros hijos siempre son unos fenómenos, este es buen músico de verdad. Y se crió dentro del tango. Entonces Mateo, mi hijo, toca tango cuando toca conmigo. Se crió en esa. Pero después hace su música que no tiene nada que ver con el tango. Gracias a él escucho Vándalos Chinos, Conociendo Rusia. Él me hace profundizar en eso”.

“Pero yo siempre fui un bicho inquieto, siempre me gustaba escuchar todo lo que salía y si te digo que no me gusta algo es porque lo escuché. Sigo con mi coherencia de amar la música, pero encima con un pibe de 24 años que me hace escuchar, no sé, Ca7riel. Es que en el trap, como todo género, hay trap y trap. Es como el tango: hay tango y tango, después están los gustos. O te gusta más Ysy-A o Trueno o o Louta o Ca7riel. Ca7riel es un genio musical. Yo le hablo a los tangueros de Ca7riel y se piensan que es el de la novela —y larga una risotada—. Yo soy tanguero, más que nadie quizás, pero eso no quiere decir que no te interese el mundo de la música. Después elegís, como me gusta más Troilo que Piazzolla. La música es así. Lo que sí me parece un pecado es hablar al pedo sin conocer”.

(Foto: Franco Fafasuli)
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—Viste que hay como una idea de que el tango ya no es masivo, pero calculo que cuando vos empezaste a escuchar tango tampoco era masivo.

—Exacto. Cuando yo empiezo a cantar era muy chiquito, tenía cinco o seis; ahora tengo 53. Cuando arranqué eran los setenta y pico y ya había pasado por lejos lo que le llaman la época de oro del tango. Aún así había muchos grandes del tango vivos. Yo pude compartir escenario, siendo muy pibito, con Goyeneche, con Floreal Ruiz, con Rufino: para quienes no los conocen, son ídolos del tango. Ya eran veteranos, estaban en su última etapa, pero existían, todavía estaban. Y después el tango atravesó una época muy fulera, en parte por algo de adentro. En los setenta también hubo una digitación contra el tango, algo que estuvo bastante promovido por empresas discográficas de afuera, por gente que quería entrar en la música, lo cual me parece fenómeno, pero a riesgo de sacar la música nuestra. Ahí volvemos a esa cosa del versus que pasa tanto. El tango ahí entra en una época que no es buena, y es en esa época que yo empiezo a cantar. Por suerte yo pude poner el pie en las dos épocas, en la del setenta y pico, que vivían todavía muchos ídolos del tango, y en esta, en lo que empezó en el 2000, que hubo una especie de resurgimiento del tango. A mí como tanguero eso me entusiasmó pero también me dio miedo: ¿a ver si es una moda que dura un año, como un pantalón, como una camisa? Y no... casi veintipico años después ésto sigue. Mucha gente se piensa que no pasa nada con el tango, ¡pasan montón de cosas!

El fútbol, al que se estaba dedicando, al que había considerado un trabajo, de lo que vivía, finalmente se terminó. Y fue una ruptura abrupta. A los 25 años, jugando en Aldosivi, una lesión: rotura de menisco y ligamento. Fin del sueño. Se la rebuscó en el siempre complicado mercado laboral y se enganchó con la mecánica dental. Se volvió un oficio. Fueron casi veinte años. El tango siempre estuvo, pero un día, como dice su ciclo, volvió. Ahora, en el bar El Faro, que se fundó en 1931, Cucuza levanta la vista, mira a su alrededor, recorre el lugar con la mitrada, y dice: “Esto no es un bar donde solamente se juntan los amigos, lo cual es un montón, sino que también forma parte de un estilo de vida, una forma de ser muy nuestra del porteño. Mi viejo paró como diez años en este bar. Hay una cosa sentimental también, familiar”.

Cucuza vive a dos cuadras. Pasaba siempre por esta esquina. O para ir al supermercado o para tomarse el bondi, lo que sea, pero siempre pasaba. Un día se asomó por la ventana. Qué lástima que acá no se haga tango, pensó. Envalentonado por la idea, entró. Le comentó a los dueños que cantaba, les dejó un demo. Les sugirió la posibilidad de hacer algo algún día: un ciclo. Posiblemente el nombre haya salido después: El tango vuelve al barrio. “Como yo soy vecino, quería cantar tango acá, en mi barrio, para la gente del barrio”, dice. En un momento el ciclo hizo que, efectivamente, el tango vuelve al barrio. A El Faro, puntualmente. Todos los viernes se programaba tango. Una vez al mes, el ciclo; los otros tres viernes, otro tanguero como Lidia Borda y el Chino Laborde, por ejemplo. Se volvió en un epicentro cultural.

El efemérides preciso es el 17 agosto. El miércoles pasado se cumplieron los 15 años exactos y Cucuza decidió sacarlo del bar, solo por ese día: lo llevaron al Teatro 25 de Mayo, también en el barrio, Av. Triunvirato 4444. Fundado en 1929, le llamaban Petit Colón. En el sitio web del teatro se lee: “Hasta Carlos Gardel dejó pedazos de su corazón al estampar su autógrafo en alguna de las paredes del camarín, cuando cantó entre junio y septiembre de 1933″. Ahí, el miércoles pasado, El tango vuelve al barrio dio su show por los 15 años. “Tocaron quince guitarristas por los quince años. Me moría por contarlo, pero me lo guardé; quería que sea sorpresa. El sábado también van a haber muchas sorpresas, pero me las quiero guardar para que sean eso: sorpresas”, cuenta ahora.

(Foto: Franco Fafasuli)
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Otra anécdota. En el CCK, entrega de los Premios Gardel. Charly García, ese año, ganó varios, incluyendo el Álbum del Año por Random. “Cuando termina la entrega nos quedamos los cantarores, los músicos, en una reunión que hicieron. Yo lo conozco al Zorrito, a Fabián Von Quintiero, a veces tocamos juntos”, cuenta Cucuza. De pronto, se encuentra con el Zorrito y se ponen hablar hasta que, de la nada, le dice: “Vení Cucu, te lo presenta a Charly”. “Así me dice, de cero a cien”, y se ríe. “Me lleva al vestuario de Charly. Yo estaba muy nervioso. Charly es un genio y obviamente siempre hay que ver cómo está. No quería molestarlo. Y estaba bárbaro, estaba chocho. El Zorro me presenta, le dice: ‘Cucuza, la nueva generación del tango’.

“Y ahí empezamos a hablar y terminamos cantando ‘Confesiones de invierno’ a capella”. En ese momento venía haciendo un disco que unía tango y rock: Tangolesencia rockera. Ya desde 2013 hacía en vivo canciones rockeras versionas al tango, pero la grabación del álbum es de 2019. Esa canción, “Confesiones de invierno”, en la versión de Cucuza, da la sensación de siempre fue un tango. Como si la esencia, el origen, la primera semilla, estuviera ahí: en el tango.

—¿Qué tiene el tango que es tan particular, tan original, tan único?

—Te lo dice un fanático del tango, aunque por algo me pasó que soy fanático del tango, ¿no?: en el tango hay poetas. Es la música pero también es la letra. Es un género muy variado en su temáticas. Cuando le preguntás gente que no conoce el tango si le gusta, muchos te dicen: ‘No porque es triste’. ¡Y sí!, ¡también es triste! La tristeza es uno de los sentimientos que más nos pasa en la vida. No hay que desmerecer la tristeza. Pero el tango, además de triste, es melancólico, es pícaro y tiene mucho que ver con lo social. Y en general es una obra literaria. Vos leés una letra de tango sin la música y es poesía. El que no conoce le baja un poco el puntaje. A veces se piensa que porque es música popular no tiene calidad. Como género, el tango es de lo mejor del mundo: musicalmente, líricamente. Y a la vez deja de ser solo un género musical para convertirse en un estilo de vida nuestro, muy identificado con lo citadino, lo urbano, lo ciudadano. Muchos años atrás, en la época de oro, eso era más visible. Todo apuntaba a que el tango se escuche, ahora no tanto. Bueno, eso hace que sea heroico hacer tango hoy, porque la condiciones no son tan favorables. Y por otro lado, nos guste o no, lo que nos identifica en el mundo es el fútbol y el tango. Teniendo grandes profesionales, vas afuera y es Gardel, es Troilo, es Piazzolla, es Maradona, es Messi. ¡La puncha!, ¿no? El folclore es más federal, sí, y el tango más local. Pero así y todo es más reconocido el tango.

(Foto: Franco Fafasuli)
(Foto: Franco Fafasuli)

—Todo el mundo le decreta la muerte, pero nunca ocurre: ¿hay algo de inmortalidad en el tango?

—Hay un inicio del tango que es con Gardel: lo que le llaman el tango canción. Antes del tango canción existían los cantores nacionales y se hacían cosas más relacionadas con lo folklore. Cuando Gardel arranca a hacer tango canción, Borges, que era un fanático de la Guardia Vieja, y que era un bravo, dice que el tango murió. No me lo dijo a mí, por supuesto, pero eso fue lo que trascendió, lo que me llegó. Vos fijate: en el momento en que para todos nosotros el tango nace, para Borges muere. ¿Qué quiero decir con esto? Desde que nace el tango están diciendo que murió. Pero el tango se ha ganado la inmortalidad. Para mí ya no tiene que hacer más nada para ser in eternum. Pero quiero ser coherente con mi época: más allá de la inmortalidad, estamos todos nosotros, no para revivirlo, eso me suena pedante, pero sí para darle lucidez o lozanía, para que camine derecho, sin tambalearse. Por suerte también hay un montón de gente haciendo cosas muy lindas por el tango, manteniéndolo. El tango no se va a morir nunca, no necesita a ninguno de nosotros, creo yo.

—¿En qué momento está hoy el tango?

—En un buen momento. Viene de un resurgimiento en el año 2000, un poquito antes también. Se mantiene, y eso ya es un montón. A mí, al Chino Laborde, a Ariel Ardit, a Hernán Lucero, a otros músicos y cantores y cantoras que tienen mi edad nos siguen llamando la nueva generación del tango. Está bien, está en la lógica de que el tango tiene una historia muy grande. Pero cantamos tango hace un montón. Estoy esperando que venga alguien que nos emparde y sacuda el tango de vuelta y pase lo que pasó con El tango vuelve al barrio o con la Fernández Fierro o con La Chicana. Lo digo como expresión de deseo sana. Yo sé que eso está latiendo ahí, cocinándose; en algún momento se va a hacer más visible.

(Foto: Franco Fafasuli)
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El grabador ya está apagado, pero Cucuza sigue prendido a la charla. Los pocillos de café, vacíos sobre la mesa. Antes de despedirnos, me dice: “Pará, ¿tenés un minuto? Te quiero mostrar algo”. El recuerdo de Maradona había quedado flotando, había hecho huella en el mediodía soleado. Se para y va a la mesa de al lado, donde estaba su amigo, el uruguayo, donde había estado almorzando hacía media hora. Busca en la campera, saca el celular. Se sienta y empieza a scrollear. “Dame un minuto”, dice, concentrado. Acá está: me da el celular. En la pantalla, Diego mira a cámara. Está e n un entrenamiento de Dorados en Sinaloa, México.

“Eso fue en 2019, cuando cumplí 50 años. Mi mujer me dice ‘alguien te quiere saludar‘, y me da el celular. Imaginate. Escuchalo, acercátelo a la oreja porque no se escucha sino”, me dice. Las conversaciones de sobremesa se amontonan en el bar. En la pantalla: “¡Cucuzita!”, dice Maradona con una sonrisa radiante. Le manda un saludo que se extiende durante un minuto. Es de un cariño que mociona. Ahora, sentadito en El Faro, el tanguero de ojos claros tiene los ojos más claros que de costumbre. “Si lo llego a ver ahora me largo a llorar”, dice y sonría con una gratitud descarnada, algo muy suyo, algo que parece no perder nunca.

* “El tango vuelve al barrio. 15 años. Cucuza Castiello junto al Trío Inestable (Noelia Sinkunas, Nicolás Perrone y Mateo Castiello) y muchos invitados sorpresa. Sábado 20 de agosto a las 19 horas. Pampa y Constituyentes, CABA.

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