En su tercer documental, la realizadora Laura Linares ingresa con su cámara en la intimidad de Elida Baldomir, una ex presa política y guerrillera tupamara que afronta el tiempo de la vejez en un monoambiente de Montevideo. Aunque el lugar no es otro que el icónico Palacio Salvio de Ciudad Vieja, no se le ofrecerá al espectador una vista exterior placentera a lo largo de los 60 minutos de duración de la película. El espacio se acorta y se difumina en torno a la habitación de Elida, quien padece epoc avanzado y sufre en su columna las secuelas físicas de la tortura militar. Lejos de resignarse, esta mujer de 76 años aprovecha la presencia de Linares para revisar, desde el encierro y la soledad, sus años de cautiverio y lucha revolucionaria. En el momento en que se oye su voz, las imágenes despojadas abren el paso a otras que nos revelan un personaje capaz de despertar la empatía del espectador.
Aunque se estrenó esta semana, la película se terminó de filmar antes de la pandemia. “El encierro es triple en Marquetalia: el del pasado en la cárcel, el de Elida en su departamento y el del geriátrico donde están otros compañeros. El encierro era el material que tenía para trabajar, lo que había como hilo conductor entre el pasado, el presente y el posible futuro de Elida en un geriátrico”, dice la directora, quien no siente que la película remita al confinamiento reciente, más allá de que le tocó terminar de montarla durante la cuarentena. Previo al estreno y desde Bariloche, donde vive, Linares conversó con Infobae Cultura.
—¿Cómo surgió este documental?
—Empezó como una cuestión casi anecdótica, con mi equipo de trabajo nos enteramos de que había un geriátrico destinado a ex presos políticos y en su momento nos pareció un poco escalofriante que existiera algo así. Empecé a ir a Montevideo seguido y en principio me contacté con este geriátrico, del cual vemos varias imágenes en la película, filmadas con un tono un poco impreciso y fantasmal. El proceso de la película duró mucho tiempo y en cierto punto comencé a sentir que había algo que en términos políticos yo no quería transmitir, que era la derrota. Como documentalista me di cuenta de que no quería contar el proceso político uruguayo desde un geriátrico, con ex presos un poco abandonados, un poco derrotados.
Básicamente no quería eso porque creo que su lucha no fue en vano, si bien se perdió en muchos aspectos, como se pudo ver en varios países latinoamericanos. Entonces me puse en contacto con ex presos políticos tupamaros que estaban en otras condiciones, aunque tampoco quería caer en el retrato épico del que hoy devino funcionario o referente intelectual o presidente, sin ir más lejos. En esta búsqueda encontré a Elida, y de entrada me pareció que encarnaba la resistencia. Ella con su cuerpo y su lucidez, a pesar de todo lo pasado. Era de este grupo de invisibilizados del que yo quería hablar, pero no en situación de derrota sino de estar plantados.
—¿Este tipo de acercamiento al pasado revolucionario desde un plano más personal lo trabajaste desde un principio o surgió a partir del encuentro con Elida?
—Siempre supe que lo que quería contar eran las marcas de ese pasado pero en el presente. No quería ni un anecdotario explícito sobre los episodios históricos ni trabajar con material de archivo, sino un registro y un retrato mucho más íntimos. Fue una apuesta difícil encontrar esas marcas del pasado en el presente, en este caso las dificultades físicas de Elida y su cansancio, pero creo que finalmente esos rastros se ven en la película. Por otro lado, como ella estaba sola en un monoambiente, el único contrapunto aparte de su gata era yo misma. Entonces hay algunos momentos más puramente testimoniales, como de entrevista. Para algunos si hay entrevista o una marca de enunciación no es cine arte, es periodístico. Pero yo no reniego de eso, hace varios años aprendí de Marta Andreu, una especie de gurú del cine documental de creación, que cuando uno hace documental tiene que estar dispuesto a exponerse a sí mismo tanto como va a exponer al otro. Para mí fue un cambio rotundo esa manera de encarar el documental, sin miedo al intercambio explícito.
—Conviviste con Elida durante alrededor de un mes, ¿en qué momento sentiste que ya tenías el material suficiente para concluir la película?
—Previamente hubo una primera etapa de rodaje en la que viajé con todo un equipo de trabajo, la directora de fotografía Melina Terribili, el productor Hernán Virues y un sonidista. Parábamos en un hotel y filmábamos un par de horas por día. Pero cuando volví a Buenos Aires con ese material, Felipe Guerrero, un montajista y realizador colombiano que yo admiro muchísimo, me dijo lo peor que podía escuchar, que el material estaba técnicamente bien pero que no había llegado al hueso. Entonces pensé que tenía que meter las manos en el barro y viajé sola. Como no soy camarógrafa ni directora de fotografía, me las arreglé con la cámara en automático. Me mudé con Elida al monoambiente y ahí se abrió otro mundo. Tuvimos una empatía inmediata, momentos de mucha intimidad en los que las dos leíamos tiradas en la cama una al lado de la otra o salíamos a tomar un whisky ahí por Ciudad Vieja. Fue una relación que a mí me cambió en términos profesionales y personales.
—La película logra despertar empatía por la figura de Elida, quizás no tanto por su pasado revolucionario, que puede ser cuestionable para cierto espectador, como por su resistencia a la vejez. ¿De qué maneras pensás que se conectan estas dos facetas?
—Yo creo que sí despierta empatía por su pasado revolucionario, o al menos como realizadora mi empatía con ella tiene que ver en gran parte con los ideales en los que creyó y cree, y en función de los cuales vivió. Me parece que las personas a las que les molesta su pasado revolucionario difícilmente puedan hacer empatía con el aspecto vinculado a la vejez del personaje, no sé, habría que ver. Pero es cierto que la película interpela tanto por la cuestión setentista como por la cuestión vinculada a la vejez, aunque son dos líneas que interpelan desde lugares diferentes. No sé si se conectan ambas, tal vez sí desde lo generacional, porque es toda una generación de los 60 y los 70 con una forma muy específica de hacer política y de militar que hoy tiene la edad de Elida.
—El destino de estos ex presos políticos contrasta con el de otros compañeros que han llegado a ocupar un rol dentro del Frente Amplio. ¿A qué atribuís el relativo olvido en el que cayeron?
—Yo creo que ese olvido tiene como una doble cara o dos motivos que convergen. En términos económicos, lo que hizo el gobierno de Mujica fue reconocer que son víctimas del terrorismo de Estado y desde hace ya varios años cobran una reparación histórica de por vida que es bastante buena. Antes de esta medida, estaban en una situación de olvido y precariedad absoluta. Después, por otro lado, me parece que el olvido tiene más que ver con algo intrínseco al paso del tiempo. De algún modo, no hay presente que le pueda ganar a ese pasado glorioso que tuvieron. Fueron jóvenes que lucharon por un ideal y creyeron que iban a cambiar el mundo, pusieron literalmente su vida por eso. Entonces la vejez, más las torturas y los años de cárcel, pesan. Por más reparación histórica que haga el gobierno son muy pocos los que pudieron rehacer su vida y menos aún los que se convirtieron en referentes intelectuales o políticos. En realidad ese olvido y esa decadencia es producto excluyente de la historia que vivieron. Es decir, no sé si hay otra forma en la que podrían estar viviendo este presente.
Lo que tiene de fuerte la sociedad uruguaya, que creo que en Argentina no conocemos tanto, es que conviven los sobrevivientes de la prisión, que son miles, con los represores que no fueron juzgados. Recién hace pocos años el Estado reconoció a las víctimas como víctimas de terrorismo de estado, o sea que del juicio ni hablar, se apuesta a una idea más de reconciliación que personalmente me parece que es equivocada.
—Marquetalia es un nombre vinculado a la guerrilla y a la vez refiere a una película que menciona Elida en el documental. ¿Por qué lo elegiste como título para el documental?
—La referencia es a La batalla de Marquetalia, una película colombiana que a sus 16 años marcó el interés de Elida por la lucha armada. Me pareció fuerte pensar en el poder del cine a través de un material. Creo que en ese sentido funciona como un metamensaje o subtexto. Muchas veces los documentalistas que trabajamos con un cine más social o político dudamos de su función, del valor o el poder político que pueda tener lo que hacemos. Entonces que una guerrillera militante comprometida con la liberación de su país en los 60 haya sido influenciada por un documental a los 16 me pareció interesante como meta. Creo que también tiene un poco que ver con eso que la haya elegido como protagonista en vez de a sus otros compañeros.
—La película fue filmada antes de la pandemia, pero tiene su estreno ahora. ¿Creés que de algún modo se resignifican las imágenes de encierro?
—Nos tocó montar la película en cuarentena y por supuesto era extraño estar trabajando con imágenes de un encierro que además ya era doble o triple, el del pasado en la cárcel y el encierro en un geriátrico o el de Elida en su departamento. Está sobrecargada de encierros la película, pero ahora que estuvo madurando y circulando un poco ya no la relaciono con el encierro de la pandemia. Lo que sí es increíble la capacidad que tenemos tanto para adaptarnos al encierro como para adaptarnos a que nuevamente estamos en otra etapa. Pero el encierro en Marquetalia era el material que tenía ahí para trabajar, lo que había como hilo conductor entre el pasado, el presente y el posible futuro de Elida en un geriátrico. Esta idea se resume en algo que me dijo una vez una ex presa política que entrevisté. Lo formuló mejor de lo que recuerdo, pero la idea es que en su juventud no tenía libertad por un poder externo que era el militar, y que ahora no tiene libertad porque su propio cuerpo no se lo permite.
—El tema del encierro, entre otras cosas, es algo presente en tus trabajos. ¿Ves en este caso una línea con las películas anteriores?
—Me lo han preguntado un par de veces y evidentemente algo parecido a la fascinación o al misterio de la vida en el encierro me genera el tema. Ya mi primera película, Zapatillas nuevas, tiene algo de esto, y también la próxima que voy a filmar. Supongo que me parece una realidad inasible, inimaginable. Aún después de estos trabajos me sigue resultando un misterio la supervivencia a esos encierros, y una de las cosas que voy descubriendo es que muchos, sobre todo las ex presas políticas con las que estuve hablando, añoran ese tiempo de cárcel. Muchas de las presas políticas tupamaras me dijeron que fueron los mejores años de sus vidas. Es difícil de entender evidentemente, pero en la prisión vivían en cierta comunidad porque estaban todas juntas. También creo que es evidente, aunque no me animaría a asegurarlo, que las condiciones de encierro de los presos políticos uruguayos no fueron como las de los argentinos. Tenían libros, era otra cosa.
* “Marquetalia” se exhibe en el Cine Gaumont (Avenida Rivadavia 1635) y en Espacios INCAA de Unquillo (Córdoba) y Rawson (Chubut). Disponible en Cine.ar Play desde el viernes 19.
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