Por qué seremos tan sirenas, tan reinas
abroqueladas por los infinitos marasmos del romanticismo
tan lánguidas, tan magras
(“¿Por qué seremos tan hermosas?” –fragmento–, de Néstor Perlongher)
Y entonces, ese viernes, después de los aplausos estremecedores, la salida una y otra vez desde detrás del escenario de Marha Argerich, la pianista total, aquella mujer que conquistó al mundo hace varias décadas y lo sigue haciendo hoy, decidió darle el gusto al público que ya aplaudía rítmicamente demandando un bis. Antes de sentarse al piano delante de la orquesta dirigida por Charles Dutoit, Argerich se internó una vez más tras escenas. Antes, había interpretado junto a la orquesta dirigida por su ex marido Dutoit el Concierto en Sol, de Ravel. Luego la Orquesta Filarmónica sería precisa con la Sinfonía Fantástica de Berlioz. Para los bises, Argerich regresó con su nieto, que vestía la camiseta de la Selección Argentina, y juntos dieron vuelo a cuatro manos el Mi madre, la oca, de Ravel. Fue un cierre muy feliz de una de las fechas del Festival Argerich, verdadero fenómeno cultural en Buenos Aires, que se desarrolla hasta este sábado en el Teatro Colón.
¿Cuándo empezamos los argentinos a amar a Martha Argerich? El imaginario social, el desarrollo mítico de la Argentina contemporánea, la visión histórica revisionista del país, debería estipular la fecha en la que ua niña de poco más de doce años, conoció a Perón. Ella ya era célebre: desde los 7 años daba recitales de piano en teatros del centro porteño. Su sueño era estudiar con el vienés Friederich Gulda, cuyo método original combinaba con su personalidad excéntrica y su talento pianístico, y que conjugaba el repertorio clásico con una incorporación posterior del jazz. Frente al presidente, Martha le había dicho en una audiencia compartida con su madre, ya que tenía doce años, que quería ir a estudiar con Goulda. Perón vio su talento y no se negó, por el contrario: nombró al padre de la joven pianista “agregado económico” en la embajada en Austria, a la vez que a su madre le consiguió trabajo en la misma delegación. Martha Argerich partiría a Europa y ya nada sería lo mismo.
El sábado y el domingo Martha Argerich tocó a Johann Sebastian Bach, la Partita N°2 en Do menor. Esta pieza le permite mover sus dedos en las teclas como si recorrieran un mapa de la armonía que caracteriza al compositor, en cuya ejecución ella es una especialista. Fueron menos de veinte minutos de ejecución, suficientes para que la pianista recibiera la efusividad de los aplausos del público que, en cierto momento, como es tradicional volvió a pedir los bises que provocaron que regresara, posara una mano sobre el teclado y tocara una frase de notas caprichosas, sin perder una sonrisa irónica, antes de regresar al detrás del escena.
Ese momento fue tomado por La historia del soldado, de Igor Stravisky, una larga fábula musical actoral con ensamble de violín, contrabajo, clarinete, fagot, trompeta, trombón y percusión. La parte musical, dirigida por Charles Dutoit, como la dramaturgia realizada por Rubén Szuchmacher, cumplieron con amplitud sus metas, con una sonoridad moderna que no era escenario sino protagonista de la historia de Stravinsky, a la vez que una escenificación minimalista albergaba el desarrollo de una fábula moderna sobre la ambición, que fuera compuesta por Charles Ramuz en 1917).
La parte actoral fue despareja. Peter Lanzani como el soldado mostraba una construcción del personaje, que también lo incluía en la coreografía con la Princesa interpretada por Cumelén Sanz; a la vez Joaquín Furriel le brindaba un matiz a su personaje del Diablo en uno atravesado por la picaresca gauchesca argentina (que bien podría ser tomada como una extrañeza que brindara una dinámica distinta a la obra). La narración realizada por Annie Dutoit Argerich, hija del director y la pianista, qno implicó demasiadas dificultades escénicas, pero que sumó extrañeza con el duro acento alemán y la confusión de tiempos verbales permanente. De conjunto, La historia del soldado cumplió su cometido por la ejecución musical y la interpretación de Lanzani, que sobresalió.
En 1965, Martha Argerich obtuvo el primer premio en el Concurso Internacional de Piano Frédéric Chopin, que se desarrolla en Varsovia, Polonia, y que fue consagratorio para la pianista que se mostraba temperamental, dueña de una soberbia y una belleza extraordinarias, vestida de negro siempre y siempre, cuando no tocaba el piano, con un cigarrillo entre los dedos. “Me apasiona tocar el piano, pero odio ser pianista”, explicaba por su negativa a firmar contratos draconianos con un solo sello discográfico o someterse a una disciplina si se desajustaba a la posibilidad de vivir la vida. Decía estar en contra del negocio con la música y cada vez más le interesaba no tocar en la soledad del escenario, sino hacerlo en un conjunto de cámara, o a dos pianos. “Si puedo, elijo tocar música de cámara, que es un diálogo con otros músicos que ofrece mucha riqueza. Tocar sola es a veces temible. Nadie nos sostiene en escena. La soledad nos desampara”, dijo una vez. Las tapas de sus discos o las fotos de esa joven hermosa, de mirada esquiva, de pelo suelto y hermosura eran, en los años sesenta, también posters que adornaban las habitaciones adolescentes.
El martes el Colón fue el escenario para el concierto a dos pianos de Martha Argerich y Sergei Babayan, pianista armenio que fuera considerado “un genio” por la prensa musical norteamericana y que entrelazaba su talento al de Argerich con gran fluidez y suceso. Su set fue prolífico: Romeo y Julieta de Sergei Prokofiev; Sonata para dos pianos de Mozart; y varias piezas más de Prokofiev, que es uno de los autores en los que Argerich se especializa y con quien más, se nota desde el público, disfruta. La apuesta de realizar los arreglos de Bayaban para dos pianos prescindiendo de los instrumentos orquestales que caracterizan a Prokofiev no menoscabaron en nada a las partituras sino que permitieron que dos pianistas excepcionales mostraran unas obras con mirada, y escucha, nuevas. Se trató de un concierto grandioso que fue agradecido de pie por el público del Colón, de la platea al gallinero.
Y dio un motivo más para seguir amando tanto a Martha Argerich, a sus 81 años, tan hermosa como cuando la filmaban o tomaban esas fotos en los años sesenta.
Las últimas funciones del Festival Argerich se transmitirán en vivo en www.teatrocolon.org.ar Este jueves 18 a partir de las 20 hs. Enrique Arturo Diemecke dirigirá a la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, nuevamente con la presencia de Dong Hyek Lim, esta vez, en carácter de solista y cuyo programa musical tendrá el Concierto N°1 en si bemol menor, Op. 23 de Tchaikovski y la Sinfonía N°8 sol mayor, op. 88 de Dvorak. El gran cierre de este ciclo de conciertos será el sábado 20 a las 20 hs. Allí, participarán la Orquesta Estable del Teatro Colón bajo la dirección de Luis Gorelik junto a Martha Argerich y Dong Hyek Lim como solistas y Annie Dutoit como narradora.
Para la función de este jueves, los menores de 35 años que lo deseen podrán comprar localidades a 200 pesos. La compra se deberá realizar de manera presencial en la boletería del Teatro Colón (Tucumán 1171) con DNI desde las 14 hs. Podrán obtenerse un máximo de 2 entradas por persona. La ubicación será elegida por orden de llegada.
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