Buenos Aires no solamente es la ciudad de las librerías: también puede hacer gala de una serie de cafés que ofrecen a sus visitantes tomar un libro de sus heterogéneas bibliotecas. Infobae Cultura recorrió cuatro de estos bares enraizados en distintos barrios porteños.
Con sus numerosos libros, Musetta, en Almagro, fue escenario de varias películas e inmortalizado como sitio mítico por el escritor Enrique Vila-Matas. A menos de un kilómetro, el palermitano Café Cortázar invita a acercarse a obras de y sobre el autor de Rayuela.
Un poco más lejos, en Villa General Mitre, se encuentra el Café Artigas, sede de la Biblioteca Popular Ansible, especializada en ciencia ficción, fantasía y terror. Y, en el corazón de la metrópoli, despunta la Biblioteca Café, en el histórico Palacio Guerrico.
Algunas de estas bibliotecas se poblaron en pos de un catálogo; otras, con alegría y desorden cronopios. En diálogo con Infobae Cultura, los dueños y dueñas de estos espacios repasan anécdotas sobre cómo fueron reuniendo sus libros, incluida la donación de un príncipe persa, los hábitos de los lectores y el infaltable robo de ejemplares.
Musetta - Billinghurst 894
Ni bien se ingresa a Musetta, se divisan, expuestos al azar sobre un piano, Limónov, de Emmanuel Carrère, Gog, de Giovanni Papini, y La noche sagrada, de Tahar Ben Jelloun. Apenas es el comienzo.
Porque los libros, donados principalmente por clientes y viajeros, tienen una presencia predominante en este cálido bar en la esquina de Billinghurst y Tucumán. Desde una biblioteca principal y otras supletorias, le dan un toque decisivo a su carácter bohemio.
La propuesta bibliófila de Musetta ya alcanza cerca de un millar de volúmenes. La mayor parte se despliega en orden caprichoso por la biblioteca tras un sofá color crema. Más libros se acomodan en la otra punta del local, en anaqueles en la proximidad de otro piano. A pocos pasos, antes de una escalera que desciende, aparece una encantadora biblioteca que se abre lugar en la pared, desde un antiguo pasaplatos.
Hernán Coviello, dueño del bar, cuenta a Infobae Cultura que un día descubrió que Enrique Vila-Matas menciona a Musetta en su novela Mac y su contratiempo.
El autor catalán escribió: “He pensado en los turistas, y también en todos esos amigos que viajan para ver aquello que tanto soñaron ver: la torre de Pisa, el Palacio de Cristal en Madrid, las Grandes Pirámides en las afueras de El Cairo, las siete colinas de Roma, la Gioconda en París, la silla del bar Melitón de Cadaqués en la que Duchamp se sentaba a jugar al ajedrez, el Musetta Caffé en el barrio de Palermo en Buenos Aires...”.
¿Estuvo realmente Vila-Matas en Musetta? “Pudo ser”, medita Coviello. Pero aclara que el escritor se equivocó al citar las coordenadas geográficas: “El día que yo reproduzca su texto acá, voy a poner ‘cita del corrector: en realidad, Almagro’”. El café fue escenario además de varias películas, entre ellas, Nocturnos de Edgardo Cozarinsky.
Musetta tuvo entre sus clientes incluso a un extravagante príncipe persa, que donó dos libros. “Pertenecía a algún país de Medio Oriente, era muy encantador y ceremonial. Vino durante mucho tiempo mientras estuvo en Buenos Aires”, rememora Coviello.
¿Qué géneros encontrarán allí los lectores? No solo ficción, sino también libros técnicos y científicos, así como de historia, filosofía e historietas, entre otros. Y, quien se decida a hojear un libro, puede hallar textos en inglés, francés, alemán e italiano, así como en ucraniano, ruso, flamenco, danés, polaco y japonés.
Musetta asume el compromiso de cuidar los volúmenes donados, lo que implica no intercambiarlos ni venderlos. “Personas que valoraron la biblioteca resolvieron dejar sus libros para que el público que viene los encuentre. Hay gente que por ahí está leyendo un libro y viene durante varias semanas. Y entonces, si permitiera que alguien se llevara ese libro, quizás estoy interrumpiendo una lectura”, afirma Coviello, sentado a una de las mesas de madera.
Mientras el café comienza a llenarse, observa que “la biblioteca se comporta en apariencia como un organismo vivo, en el sentido de la actividad de la gente que quita, saca, pone libros. Lo ordenás una vez y al poco tiempo empiezan a aparecer libros torcidos o en otro lugar”.
Coviello inauguró Musetta –nombre inspirado en un personaje central de La Bohéme- con su pareja italiana en 2009. Por eso, no sorprende su combinación de café porteño con impronta italiana, donde se sirven pizzas, bruschettas, dips, burratas y tiramisú, entre otros. Y aún conserva los techos altos y el piso original en damero de la vieja casona antigua.
Desde la pandemia, Musetta abre sus puertas a partir del atardecer. “Eso a los lectores les perjudica un poco, porque el momento del café por la tarde es el más propicio para la lectura. Aunque podés ver alguno que está leyendo a las diez de la noche en medio de gritos”, señala Coviello.
¿Les faltan libros cada tanto? El dueño de Musetta traza su balance: “Digo un poco en broma y un poco en serio que, por suerte, evidentemente son más los libros que nos traen que los que se llevan, porque la biblioteca nunca deja de estar llena”.
Y se enorgullece porque la biblioteca musettiana es “la expresión de un colectivo”, en el que cada ejemplar refleja “un aspecto de la intimidad” de quien decide ponerlo a circular de ese modo particular que es donarlos al café. Donde, al decir de Coviello, “parece ser que los libros se sienten cómodos”.
Café Artigas - Gral. José Gervasio Artigas 1850
Las letras blancas sobre una pizarra en la fachada del Café Artigas adelantan la identidad de este espacio cultural independiente: “sala – librería – biblioteca”.
En este ambiente diáfano rápidamente salta a la vista el mueble que alberga, del piso al techo, incontables libros. Ese es el hogar de los más de mil volúmenes de la Biblioteca Popular Ansible, especializada en ciencia ficción, fantasía y terror. Una escalera de una docena de peldaños permite alcanzar los volúmenes más lejanos.
Y, unos pasos más hacia el fondo, se despliega la sala de teatro, epicentro de este espacio gestionado por una cooperativa de artistas. Café Artigas abrió sus puertas justo antes de la pandemia, a comienzos de 2020, en el apacible barrio de Villa General Mitre.
La ciencia ficción es “un género que inquieta nuestra realidad cotidiana en un momento en que imaginar y crear otros mundos, más que entretenimiento, es un reflejo de supervivencia”, dice Carles Ros Mas, a cargo de la biblioteca. Y, como la ciencia ficción suele tener fronteras difusas con la fantasía y el terror, “nos pareció mejor que los tres géneros formen parte del catálogo”, agrega este catalán que lleva 13 años viviendo en Buenos Aires.
Ros Mas detalla cómo se gestó la colección, en su gran mayoría a partir de donaciones: “Diego, uno de los fundadores, donó todos sus libros para empezar la biblioteca. En diciembre de 2020 me sumé al proyecto para ocuparme de la biblio. La bauticé Ansible en honor a un dispositivo de comunicación instantánea entre galaxias que inventó Ursula K. Le Guin en Los desposeídos y empecé a organizar la búsqueda de donaciones, la catalogación y el sistema de préstamos”.
El mueble de piso a techo es escoltado por un aparador con un tocadiscos Wincofon y las mesas redondas de hierro y de madera. El café se encuentra sobre la calle Artigas, a mitad de cuadra entre Camarones y Alejandro Magariño Cervantes, en una zona arbolada donde aún se respiran aires de los barrios de antaño.
“La gente se detiene mucho a mirar, porque ve una biblioteca hermosa, grande, que ocupa mucho espacio” y que convoca a preguntar, comenta Catalina Gutiérrez desde el bar especializado en comida casera, vegana y vegetariana.
Ros Mas cuenta que a veces hay lectores que comienzan a leer un libro en el local y luego se lo llevan prestado. Quien quiera asociarse, simplemente tramita su carnet en el café y ya puede acceder gratuitamente a los préstamos.
El encargado de la biblioteca -que abre a la par del espacio cultural- asegura que les pasan “pequeñas grandes cosas”. Como el caso de un socio que leyó los dos primeros tomos de una trilogía de ciencia ficción china de la biblioteca y, como no tenían el tercero, lo compró y lo donó.
Y también consiguieron una donación de más de un centenar de libros de una biblioteca pública de Barcelona especializada en ciencia ficción. “Pero nos encontramos con el problema de cómo traerlo todo hasta acá. Así que estamos trayendo de a puchitos cada vez que sabemos de alguien que viaja para allá”, explica Ros Mas.
El público muchas veces concurre a ver una función en la sala “y se da cuenta de que hay libros, biblioteca, café o al revés. Es un entramado por el que la gente por ahí se acerca por una cosa y termina descubriendo otra”, agrega Gutiérrez, quien trabaja en el bar y en la curaduría de la Librería Astronauta. Con un catálogo selecto, sus ejemplares comparten estantes con la biblioteca.
A pasos de la barra, Gutiérrez destaca las hermosas experiencias que fueron reuniendo con los habitantes del barrio, que se transformaron en verdaderos fanáticos de la biblioteca. “Vecinos y vecinas que te cuentan que no leían tanto y ahora están empezando a leer cotidianamente gracias a nosotres, y eso es lindo”.
Café Cortázar - José A. Cabrera 3797
El Café Cortázar revive vida y obra del autor de Rayuela en una vieja casona de Palermo, en Cabrera y Medrano. Con paredes pobladas de fotografías, ilustraciones y citas, pero también con libros de y sobre el mítico escritor. Porque, junto a su propuesta gastronómica, este típico bar porteño ofrece a sus clientes una biblioteca integrada por alrededor de medio centenar de ejemplares, entre ellos varios raros y curiosos.
“Siendo un café de inspiración literaria (más aún, un café cronopio), la biblioteca era obligatoria. No solo sirve como excusa para leer (para quienes nunca tienen tiempo, es un recreo para acompañar el café al paso, el almuerzo, o la espera), sino también como un evento en sí mismo: hay clientes que vienen al Cortázar exclusivamente para leer, como si fuera una extensión de su casa o un refugio en el que ese ritual es sagrado”, indica Romina de Nashi Contenidos, a cargo de la comunicación del bar.
Tras las vitrinas de la biblioteca de madera rústica, los lectores pueden elegir ensayos para ahondar en la obra cortazariana como Los ríos metafísicos de Julio Cortázar: de la lírica al diálogo de Cynthia Gabbay, Viaje al corazón de Cortázar de Juan Camilo Rincón y La vuelta a Cortázar en nueve ensayos, con aportes entre otros de Noé Jitrik y Alejandra Pizarnik.
Junto a las tradicionales mesas de disco de mármol o con tapa de fórmica, asimismo se encuentran traducciones al portugués (Fora de hora, Todos os fogos o fogo) o al francés (Les gagnants, Livre de Manuel).
Y, por supuesto, los clientes del café palermitano tienen la posibilidad de sumergirse en títulos infaltables del autor que supo privilegiar el enfoque lúdico en la literatura como Rayuela, Bestiario, Queremos tanto a Glenda y Los autonautas de la cosmopista. O directamente en los voluminosos tomos de las Cartas o de los Cuentos completos.
También se destacan ediciones como Algunos pameos y otros prosemas, publicada por Plaza & Janés con selección de Ana Becciu, o un volumen sencillamente titulado Cuentos de Julio Cortázar (Ediciones Cuzco).
“Disfrutá un libro de Julio Cortázar durante tu visita al café”, invita un cartel desde lo alto del mueble. Los volúmenes tras las vitrinas conviven con latas de Bizcochos Canale o Bagley, dibujos, un bolo antiguo de madera, sifones antiguos y, en su epicentro, una Olivetti Lettera 31 R celeste y blanca.
“La primera versión de la biblioteca nació con nuestra curaduría”, cuenta Romina de Nashi Contenidos. Para armar la colección, recorrieron ferias, librerías de usados y bibliotecas propias. “Lucio Aquilanti nos ayudó con recomendaciones y elegimos varios títulos de su librería. También contamos con la generosa donación de Alfaguara, que nos regaló varios ejemplares de Rayuela y las Cartas, y de clientes y amistades de la casa, que siempre se acercan con algún libro o revista”.
Los lectores pueden sentarse a leer con tranquilidad junto a los grandes ventanales del bar que abrió sus puertas a fines de 2015. “Les encanta que haya una biblioteca, aunque también llevan sus propios libros. El ritmo del barrio y el espíritu del café acompañan y fomentan la actividad lectora”, afirma Romina.
Para acceder a un ejemplar del café es necesario dejar un documento en la caja, porque en los últimos años el robo de libros se volvió sistemático. “La idea de que la literatura circule es maravillosa, pero esta colección se reunió con esfuerzo y cariño, y está pensada para completar la visita de quienes se acercan al café”, explica Romina.
En el módulo inferior del gran mueble de madera, saleros, aceiteros, cubiertos y servilleteros dan cuenta de la movida gastronómica del bar, donde puede encargarse una ensalada Cortázar o La Maga, o bien una picada Rayuela, Bestiario o, simplemente, Julio.
La Biblioteca Café - M. T. de Alvear 1155
Al atravesar la entrada del imponente Palacio Guerrico, en el barrio de Retiro, enseguida aparece a la izquierda un arco de madera. “La Biblioteca Café” se lee en un cartel indicador bordó.
Después toca descender una escalera antigua, ya que este club de música está algunos metros por debajo del nivel de la calle. Aunque se dedica principalmente a ofrecer eventos en vivo, sus paredes están pobladas de antiguos anaqueles con incontables libros de los más diversos géneros e idiomas.
Quien se dedique un rato a curiosear los volúmenes descubrirá que muchos aún llevan el sello de la Asociación Biblioteca de Mujeres (ABM), ya que en el actual espacio cultural y gastronómico funcionaba la biblioteca de esa entidad. La asociación compró el edificio en 1924 para dedicarlo a la educación de la mujer. Actualmente alberga la escuela de diseño de ABM y también el Teatro del Globo.
Edith Margulis, dueña y programadora de espectáculos del lugar, comenta a Infobae Cultura que los libros le dan una identidad. Y repasa la historia del espacio, que alquila desde el año 2000: “Esto era la biblioteca, hasta que se les ocurrió pasarla a un lugar en el primer piso y poner acá un café interno. Trasladaron los libros que interesaban para que los alumnos consultaran, pero (parte de) la biblioteca quedó”.
Frente a la Plaza Libertad, sobre los estantes de Marcelo T. de Alvear al 1100 se alinean además numerosos volúmenes procedentes de donaciones. Y suele suceder que durante los eventos a algunos artistas “se les ocurre sacar un libro de la biblioteca, leer un versito, y seguir”, dice Margulis.
Aún persisten carteles en los anaqueles con las clasificaciones de género y temática de la época de la biblioteca, pero el orden original se fue perdiendo. “De repente hay un policial y, al lado, un libro sobre la Antártida”, afirma la dueña del local. Y aclara que, aunque en principio no está permitido retirar ejemplares del lugar, “si uno se lleva un libro para leer, no me parece grave. Está bien que circulen los libros. No le llamaría robo, ni siquiera”.
Entre los géneros predominantes, asimismo en inglés y francés, aparecen la ficción y el ensayo, así como textos científicos y técnicos. Además abundan donaciones de tratados de derecho que, “más que interesantes, son lindos como decoración”.
Margulis observa que actualmente los clientes toman menos libros entre manos que antes. “En una época sí, ahora cada vez menos. La gente casi no lee libros de papel”. El plato estrella de La Biblioteca Café es el gulash, aunque también ofrece otras comidas en cenas temáticas que combinan con los shows musicales.
Los volúmenes no solo le dan identidad al lugar, puntualiza Margulis, sino que a la vez son funcionales a los espectáculos: “La biblioteca tiene una acústica muy buena y los libros tienen mucho que ver, porque el sonido no rebota”.
Quien quiera aventurarse a conocer los títulos que habitan al azar los antiguos anaqueles puede programar su visita durante el día, antes de que comience a sonar la música.
Finalmente, para quienes duden sobre cuál sería el mejor lugar para dejarse sorprender por los libros, pueden emprender este periplo porteño dejándose llevar por las palabras de Vila-Matas en su novela: “Un amigo sugirió un día que en realidad era mejor descubrir lo que no se ha visto ni se espera ver y que seguramente, decía, no era ni lo grandioso, ni lo impresionante, ni lo extranjero, más bien al contrario, podía ser lo familiar recobrado”.
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