“¿Qué otra cosa se podía hacer en aquella Argentina medieval soñada por el presidente Massera?” Fin de siglo XX. Emilio Eduardo Massera planifica un atentado a Videla y consigue que la Junta Militar lo elija como presidente hasta el año 2007. La dictadura, que nunca terminó, acelera sus procesos represivos sofisticándolos. El mundo se baña en un río cyberpunk. Ahora hay clones, o dobles; gente que no es la gente que dice ser. Un plan secreto diseñado para que nadie se mueve de su asiento, para que todos consuman, para que todos obedezcan. Pero un día ocurre algo extraño, rupturista, magnánimo: una matanza: la masacre del Shopping Center Almirante Massera. Un tipo con una máscara de calavera llamado Killing asesina cinematográficamente a decenas de personas en el centro comercial que lleva el nombre del jefe de Estado. No hay motivos aparentes, tal vez la osadía de arrebatarla al Estado el monopolio de la muerte. Pero Killing tampoco es Killing. ¿Es un doble acaso? ¿Existe? ¿Hay un verdadero Killing o es la idea de una idea viralizada en los tiempos previos a las redes sociales? La novela que narra todo esto se llama La venganza de Killing, la escribió Rafael Bini y se publicó hace treinta años, en 1992. Acaba de reeditarla el sello Walden. Su potencia es la misma.
Desde un lugar desconocido en el mapa y en diálogo virtual con Infobae Cultura, el autor cuenta que este libro le llevó dos años para escribirlo y uno más para corregirlo, “un proceso que para un perfeccionista como yo tranquilamente podría ser eterno. Pero en un momento se me hizo evidente que ya estaba terminada y si continuaba modificándola terminaría arruinándolo todo. Buscaba una experiencia inmersiva y que mantuviera viva la posibilidad del humor a pesar de todo. Quería que fuera una experiencia contada de una forma aparentemente sencilla. La sencillez y la fluidez en el texto insume un enorme trabajo. Aunque si bien admiro la claridad narrativa de Osvaldo Soriano, también me atrae muchísimo el desenfreno narrativo del descenso a los infiernos de Osvaldo Lamborghini. Creo que todo eso de alguna manera está en mi narración. Cuando la terminé, presenté mi texto a consideración de la convocatoria de la Fundación Antorchas para autores noveles, que a fines de 1992 eligió mi novela como ganadora en su rubro. De esta forma, asumieron los gastos de publicación y apareció justo cuando comenzaba a trabajar en Ámbito Financiero como cronista”.
La experimentación con las palabras viene de antes. Ya escribía canciones de rock cuando en 1982 fundó Comida China, banda que en sus filas tuvo músicos como Rinaldo Rafanelli, Fabiana Cantilo, Andrés Calamaro, Willy Crook, María Rosa Yorio, Miguel Zavaleta y Hilda Lizarazu. En 1985 editó su único disco, Laberinto de pasiones, y en 1987 se disolvió. Desde entonces, Bini ingresó en el periodismo: La Nación, Telefe, Radio América, Radio El Mundo, Revista Insider y CompuMagazine. Estudió Cine en la Escuela de Avellaneda y Comunicación en la UBA, coordinó la cátedra de Periodismo Digital en TEA y DeporTEA, y en 2012 lanzó su propia radio online: Nube100. Escribió tres novelas: Patria gótica (1990), La venganza de Killing (1992) y El santuario de los telemuñecos (2015). Un día Ariel Pukacz —“valiente editor y difusor de ideas que circulan en los márgenes de la cultura pop”, dice— le propuso reeditar ese texto magnético que resultaba inconseguible. “Ojalá esta reedición sirva para que nuevas generaciones se asomen a una visión que en ese momento se catalogó como ciberpunk, en años en que William Gibson recién asomaba tímidamente con el término. Aunque yo me siento mucho más afín al realismo delirante de Alberto Laiseca, mi mentor y venerado maestro”, agrega.
En la novela, el Massera comanda esta “pacífica granja feudal” llamada Argentina frustrando siempre “las expectativas democráticas” gracias al “apoyo de la liturgia de un neoperonismo pasteurizado y ultrasnob que aceptaba golosos los huesos que le tiraba el comandante”. La aparición de Killing es una preocupación para la Policía del Símbolo y todos los que sueñan con que continúe el adormecimiento. Pero, ¿quién es Killing? En principio, el protagonista de la saga escrita por un tal Kimo Shima, que ya lleva una docena de novelas explotando a este sanguinario disidente. Alguien, entonces, toma prestada la identidad ficcional y comete una masacre. Con ese episodio como puntapié inicial, Rafael Bini construye una historia fragmentaria, rebalsada de personajes y de violencia configurando un mundo muy original: por un lado, ensimismado en su propia lógica de destrucción; por otro, lleno de referencias para pensar el otro mundo, el del otro, el que estamos nosotros, el de la realidad. “¿De qué nos vamos a disfrazar? El siglo se acaba y Plutón ha hecho tan bien su trabajo que serán muy pocos los que disfruten del siglo veintiuno. El resto de nosotros lo veremos por televisión digital desde nuestros cobertizos alquilados a macroempresas de siglas misteriosas”, escribe Bini.
—¿Cómo surgió la idea de la novela?
—En el aspecto conceptual, surgió inspirada en una premisa de una banda post punk llamada DEVO sobre la que escribía por esos años. Esa banda surgida de un suburbio industrial ruidoso y mugriento de Akron, EEUU, alegaba que su propuesta era devolver todo el odio y el desastre que habían experimentado por nacer ahí usando el arte para modificar el mundo de una forma radical. Mi novela fue creciendo apuntando a lo mismo: superar la experiencia del terror y la psicodelia de haber nacido en un país donde se tiraba gente viva desde los aviones, recreando el mundo desde otro punto de vista completamente alternativo. Esta reacción era lo que DEVO llamaba DEVO-LUTION. Por eso abre el libro una cita de Philip K. Dick que dice que si pensás que este mundo es horrible, tendrías que conocer algunos de los otros. La novela transcurre en uno de esos otros mundos o realidades alternativas donde el horror no precisa sustentarse en ninguna lógica.
—¿Cuándo la empezaste a escribir?
—La comencé a escribir en una transición que duró tres años eternos (1989-1992), años en los que pasamos de comprar alimentos a la mañana que a la tarde costaban el doble, con saqueos a supermercados incluidos, debido a la hiperinflación de Alfonsín. Pocos años más tarde el escenario era otro: se ponía de moda brindar por una Argentina que supuestamente pasaba de pronto al primer mundo sin escalas. Una Argentina que prometía surcar “la estratósfera” para llegar al Japón en una hora. Una nueva ilusión que irrumpía con la consigna: un dólar, un peso.
Killing nace, cuenta Bini, “con lecturas adolescentes de estos personajes funambulescos surgidos en los márgenes de la cultura”. En el año 1966 se publicó una fotonovela italiana del género Fumetto Nero (historieta negra), inspirado en personajes como Diabolik y Kriminal. En las imágenes, se ve un criminal con traje de esqueleto. En Francia se lo conoció como Satanik, en España como Sadistik, en Argentina como Killing. “El protagonista principal lo invoca y Killing aparece como una personificación de la desmesura. Una desmesura que sólo le está permitida a los íconos de la cultura trash y que empuja un aspecto de la trama hacia rumbos imprevisibles. Sus propias características lo muestran como un emergente detonado dentro de un contexto social altamente represivo en todos los aspectos; que su soporte más popular haya sido el formato fotonovela no es un tema menor”, cuenta Rafael Bini. En la novela, su figura aparece con la fuerza intempestiva de quienes carecen del aspecto moral. Pero, ¿hay una ética detrás de su violencia? “El asesinato para Killing era algo accesorio, casi un arabesco para producir la ilusión de movimiento en una civilización que consideraba atascada en un punto críptico o por lo menos inescrutable”, se lee.
El prólogo de la edición publicada por Walden tiene como prólogo una reseña de Martín Kohan publicada en 1993 en Página/12. Para Kohan, esta novela es “una apuesta a que las posiciones críticas operen a través de una sonrisa irónica” y celebra “poder reírnos” de Massera. El texto de Kohan se titula “La mirada cínica”, y ahí Bini no acuerda: “Los temas tocados en la novela están teñidos de dolor y han dejado una marca imborrable en nuestra sociedad. Por eso no estoy tan de acuerdo con eso de ‘la mirada cínica’. Nunca lo asimilé de esa manera, mi mirada era omniabarcativa y hasta piadosa, no se proponía una actitud lejana como la del cinismo. A menos que esa mirada de la que habla Kohan haga referencia directa a la escuela cínica fundada por Antístenes en la Antigua Grecia, pero todos sabemos que en la actualidad la palabra ‘cinismo’ alude más que nada al que miente con descaro. Nada más lejos de esta novela, que utiliza la ironía en el sentido de expresar lo contrario a aquello que se está diciendo y a veces también el sarcasmo, entre otras figuras retóricas para narrar algo que, en su intensa psicodelia, me involucraba. Yo intentaba una relectura del horror con otra mirada, para nada cínica, que no cayera en los lugares comunes del ojo por ojo, para explorar el sadismo de una dictadura sangrienta que barrió una generación del mapa desde un relato lo más brutal posible, pero refinado en su elaboración”.
Pasaron treinta años, “el mundo cambió radicalmente”, pero “hoy, leyendo los comentarios de los lectores sub 30 de la actualidad en las redes, compruebo que todavía produce un fuerte efecto, tal vez porque el texto se construye desde una fórmula muy actual al estar constituido por microrrelatos que al unirse forman un rompecabezas mayor a la novela misma. La novela propone varios carriles de lectura. En uno de ellos hay un trabajo muy meticuloso sobre la violencia en el proceso narrativo, con grados de mayor o menor intensidad y otros matices que pueden derivar en parodia o tragedia. La cultura pop es la superficie del universo que despliega la novela. Eso no ha cambiado. Ahora, en mi caprichosa interpretación, la causa de la buena recepción entre lectores jóvenes es completamente diferente. La publiqué en el año en que ellos estaban naciendo. Gente que hoy ronda los treinta años. Cada libro elige su lector, dicen, y mi novela conversa mejor con esta generación”. Antes de terminar esta conversación, cuenta que se propuso una “nueva incursión en el universo Killing para contar otra historia de ese universo alternativo, relacionada con otro evento histórico argentino, pero esta vez relacionado con los viajes en el tiempo”. Parece que Killing nunca se fue.
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