Pasamos un tercio de nuestras vidas durmiendo, en camas en general, por lo menos en esta parte del mundo. Sin embargo, este noble mobiliario ha pasado desapercibido para los artistas salvo poquísimas excepciones.
Sí, obras con personas en la cama hay infinitas: de lectura, de enfermedad, en reposo, solos o en pareja, metafóricas y costumbristas. También hay todo un movimiento, como el surrealismo, que ingresó en la imaginería de lo que sucede en los momentos de descanso como en el incosciente. Pero allí, lo que importaba era lo mental.
Sin embargo, el objeto que hace todo posible no ha sido objeto de retrato, aunque sí de soporte, como lo hizo Robert Rauschenberg, quien en Cama (1955) realizó una de sus piezas de pintura combinada: enmarcó el lecho junto a una almohada, una sábana y un edredón, a los que intervino con pintura al estilo del expresionismo abstracto o la argentina Marta Minujín, que a partir de Revuelquese y viva (1964), realizó toda una serie de esculturas blandas con colchones coloridos bien Pop Art.
La cama denota intimidad, puede revelarnos una unión desnuda o una separación expectante. Allí, no hay espacio para ser otros, es el mayor de los espejos ya que siquiera se puede fingir. En la cama se es.
Quizá el primero, por lo menos de las que se pueden documentar, haya sido Eugène Delacroix con La cama deshecha, una acuarela de 1827 que se encuentra en el museo dedicado al artista en París. Una pieza más bien pequeña, de 18,5 x 30 cm, que se puede entender como un ejercicio para trabajar sobre la movilidad de la tela y la luz, algo no del todo extraño si se considera que las vestimentas, sobre todo los vestidos con pliegues, eran una parte fundamental de los encargos de la realeza o la aristocracia. Sin embargo, la pieza es un trabajo acabado, no queda solo en intenciones en grafito.
Mucho más acá en el tiempo, la cama más famosa le pertenece a Tracey Emin, con una instalación con la que participó del Premio Turner en 1999 en la Tate Gallery y que si bien no ganó (fue Steve McQueen), despertó tanta controversia que cuando se habla del galardón de aquel año es su nombre el que la memoria rescata con mayor rapidez.
Mi cama era un ready-made en la que además del mobiliario, deshecha como en el caso de Delacroix, presentaba sábanas manchadas y sobre el suelo había zapatillas, botellas de vodka vacías, cajas de cigarrillos, condones, ropa interior con manchas de sangre menstrual, medicamentos varios, periódicos y otro tipo de basura. A su lado, una mesita de luz mostraba el mismo desorden.
De acuerdo a la artista, la obra surgió como una continuación de un momento depresivo de su vida en el que permaneció en cama durante cuatro días sin comer ni beber nada más que alcohol. Se sabe que el premio Turner puede lanzar o destruir una carrera, por eso se realizan invitaciones para posibles finalistas que deben aceptarla, ya que suele haber muchísima controversia y una enorme repercusión en los medios con rebote en la sociedad.
Como creadora autorreferencial Emin no iba a dejar pasar la oportunidad y cuando la crítica arreciaba defendió su pieza hasta el hartazgo. La llamaron farsante y la acusaron de que cualquiera podía exhibir su cama deshecha, a lo que respondió: “Bueno, no lo hicieron, ¿verdad? Nadie había hecho eso antes”. Lo que no es enteramente cierto.
La cama fue adquirida por Charles Saatchi, publicista millonario dueño de la galería que lleva su apellido y desde donde se promocionaba a lo que se llamó Young British Artists (Jóvenes Artistas Británicos), como Damien Hirst y por supuesto Emin para luego salir a subasta en Christie’s por alrededor de USD 3 millones.
“Nadie había hecho eso antes” dijo Emin. Si bien es cierto que en lo que hace a instalaciones lo suyo fue original, y con las apreciaciones del valor de la pieza a parte, también es real que el concepto ya se había realizado en la pintura y no hablamos de la Cama deshecha de Delacroix, sino de una pintora bastante menos famosa y reconocida, en su tiempo y en la actualidad, como la estadounidense Elizabeth Okie Paxton y La bandeja del desayuno (1910).
Okie Paxton (1878–1972) fue una pintora estadounidense de la Escuela de Boston, grupo que reunió a una serie de pintores en las primeras décadas del siglo XX, que si bien conjugaron una obra más bien conservadora, cercana al academicismo, tenían una influencia impresionista y se especializaron en retratos, detallismo en interiores, paisajes y costumbrismo con mujeres en el centro de la escena.
Estudió en la Cowles Art School y tomó clases particulares con William McGregor Paxton, referente de la Escuela, y quien en 1899 se convertiría en su esposo. Y aquí, como muchas historias de la época, la carrera de Elizabeth, si bien fue bastante exitosa con ventas y exposiciones, se convirtió en la de seguir y organizar el trabajo de su marido.
Elizabeth, como Lilian Westcott Hale, otra talentosísima artista bostoniana, debió trabajar a la sombra de su esposo a tal punto que, en el caso de Okie Paxton, debió concentrarse en gran medida en las naturalezas muertas y las escenas de interiores, algo que se esperaba de la “delicada pintura femenina”.
El, por su parte, se dedicó a la “pintura seria”: los retratos, entre ellos los de los dos presidentes —Grover Cleveland y Calvin Coolidge—, como a interiores con mujeres, siendo la propia Elizabeth la protagonista de muchas de sus obras. De hecho, en la actualidad las obras de William se encuentran en muchos museos de los Estados Unidos, mientras que los de Elizabeth forman parte, en su gran mayoría, de colecciones privadas. Sin embargo, no son pocos lo críticos que consideran al trabajo de Elizabeth de una mayor belleza y técnica que la de su afamado esposo.
Ahora, por qué decimos que la pieza de Elizabeth es, en muchos sentidos, una obra similar en la composición a la de Emin. O viceversa. Primero hay que situarse en la época y despejar los elementos tempo culturales que las diferencian y notaremos que las dos en realidad nos cuentan una historia similar, la de las circunstancias de su creadora y que la cama es en sí cómplice de la escena que ya se ha desarrollado.
En un caso, los restos de un desayuno burgués sobre una silla, zapatos sin orden y un diario que parece haber sido arrojado en el piso, mostrando una suerte de anarquía para los cánones estéticos del momento; en el otro, el caos reina tanto en el suelo como en una mesa de luz. Y si bien ambas piezas nos hablan de un estado mental, de situaciones que difieren, nos marcan también una ruptura con lo esperado.
Mientras la cama de Emin nos habla de la soledad y una disrupción, la de Okie Paxton, de la liberación. La escena de la norteamericana fue, en su momento, una provocación, una invitación a la fantasía que rompía con la proligidad perfeccionista de la escuela bostoniana que seguía los designios estéticos de Vermeer en muchas obras. Elizabeth nos cuenta la historia de un encuentro íntimo de manera sutil, a partir de los detalles mínimos que se sentían familiares a partir de la propia experiencia.
La historiadora del arte Rena Tobey, expecialista en la obra de Okie Paxton, sostiene que “la protagonista de La bandeja del desayuno es una mujer nueva” que “aboga por el derecho de las mujeres al voto, a trabajar fuera de casa, a ir solas al teatro y a comprar objetos que utiliza para crear un espacio íntimo propio. Pero el suyo no es un mundo sin hombres. Ella está encontrando una nueva libertad sexual”.
La bandeja del desayuno no es una obra de vanguardia en el sentido que se suele utlizar con los movimientos europeos de aquellos años, pero sí lo es en lo conceptual. A tal punto, que una versión aggiornada, realizada 89 años después, despertó tal polémica y debates que la convirtieron en una pieza referencial de finales de siglo.
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