En su tercer largometraje, luego de La inocencia de la araña y El corral, Sebastián Caulier deja atrás el mundo adolescente de las aulas escolares para adentrarse en la selva formoseña siguiendo los pasos de la difícil relación de un hijo con su padre, a quien no ve hace años pero se apresta a buscar en medio del monte con la intención de devolverlo a la civilización. Acostumbrado a mezclar la intriga con distintos géneros, el director lleva un poco más allá los vaivenes de este vínculo –conformado con sólidas actuaciones de Juan Barberini y Gustavo Garzón– a partir de la presencia de un entorno natural cautivante y misterioso que lentamente avanza en la película.
“Este padre es un poco salvaje, alguien que se interna a vivir en el monte atraído por fuerzas sobrenaturales y que deja a toda su familia renegando de la vida anterior. Siempre me atrae poder salirme de mí mismo y abordar otras conductas, otros cuerpos y otras miradas”, le dijo Gustavo Garzón a Infobae Cultura sobre el desafío de encarnar un personaje con luces y sombras. “Más que intelectualizar los personajes o pensarlos psicológicamente, creo en el trabajo de afuera hacia dentro, a partir de lo físico, de comprometer el cuerpo y buscar instintivamente una manera de caminar y de mirar en esa geografía, que te lleva a otro lugar”, agregó acerca de su composición. El actor, que no conocía previamente el trabajo de Caulier, destacó la empatía que logró con el director: “Me dio la libertad de entregarme a la posibilidad de hacer un trabajo más arriesgado de lo habitual en mí”. Antes del estreno, Infobae Cultura también dialogó con Caulier.
–Tus dos primeras películas compartían el universo de la adolescencia y de las aulas, incluso tenías en mente una tercera que cerrara una trilogía. ¿Cómo surgió este trabajo que se introduce en el mundo adulto?
–Originalmente había pensado la idea de la trilogía, pero me parece que la temática se me agotó y tenía ganas de contar otras cosas. El monte nació como un drama que no tenía nada de fantástico en un principio, era solo la historia de un padre y un hijo que son muy distintos y que pasan un período juntos en esta casa en medio del monte. La idea inicial del guion es más o menos lo que uno puede ver en los primeros 10 minutos de la película: un hijo que intenta convencer a su padre de volver a su casa y retomar su trabajo y un padre que se resiste porque aparentemente está harto de todo, por eso se internó a vivir de manera ermitaña en medio del monte. Por lo general tengo una relación con la escritura muy de exploración, no es que planifico todo el argumento en mi cabeza y después me siento a escribir. En este caso, a medida que iba escribiendo el drama me iba tentando esto de meter lo sobrenatural, que a mí siempre me gustó mucho.
–Como en las anteriores, en El monte hay una intriga que avanza a través de la fusión de géneros. ¿En qué se basa este recurso?
–El cine de género está muy presente en mi educación cinematográfica porque fue el primer tipo de cine con el que me relacioné en mi vida. Entonces, si bien quería escribir un drama, había una parte de mí que tiraba a que pasara algo más que simplemente las enemistades entre padre e hijo. Al principio me resistía a meter lo fantástico y después me di cuenta de que evidentemente quería ir por ahí. El gusto natural que siempre tuve por el fantástico, por el terror y por el suspenso me salvó de ese estancamiento en el que estaba el guion. Dejé que me invadiera completamente el género así como al personaje de Garzón lo toma el monte. Es curioso ver cómo en la misma estructura de la película está reflejado este proceso por el que pasé a la hora de escribirla.
–Lo sobrenatural tiene sus momentos de intensidad en la película, sin embargo el relato mantiene una estructura realista. ¿Pensaste en algún momento trabajar más fuertemente con el género fantástico?
–Me gusta este tipo de fantástico presente en la película, que no está tan diferenciado de la realidad, donde no queda tan en claro qué es fantasía y qué no. No sé si me metería en el proyecto de una película que transcurra directamente en un mundo de fantasía, porque me interesan más estas manifestaciones extrañas apareciendo en la vida ordinaria de cada uno. Así encaré la entidad del monte cuando empecé el guion, mi idea era que este no fuese algo maligno ni diabólico, ni tampoco una cosa sobrenatural, sino como una manifestación de la naturaleza que los seres humanos no llegan a comprender, simplemente por las limitaciones de nuestras estructuras cognoscitivas.
–Hay dos historias que se desarrollan en simultáneo en la película, la relación padre-hijo y la relación del hombre con la naturaleza, una tan insondable como la otra. ¿Cómo las relacionaste?
–Creo que fueron convergiendo de manera muy natural. Yo creo que para el hijo el padre es algo como desconocido y ominoso, y a la vez para ambos, el monte es algo desconocido y ominoso, imposible de comprender desde la razón. Pero este paralelismo entre esas dos relaciones no me lo planteé racionalmente, son cosas de las que me di cuenta a posteriori. La película habla un poco de eso, de cómo enfrentarse a lo desconocido, sea un vínculo familiar o la mismísima naturaleza.
–El monte es también una película anclada en los personajes. ¿Cómo fue el trabajo con los actores?
–El vínculo entre ese padre y ese hijo es el verdadero tema de la película, así que ni bien me junté con Juan Barberín y con Gustavo Garzón, de lo primero de lo que hablamos fue cómo íbamos a encarar esa relación. Para mí era muy importante que no existiese una reconciliación final, sino que la película es en cierto modo una defensa del desacuerdo, se trata de la imposibilidad y de las distancias insalvables que a veces tenemos con nuestros familiares y eso ni es bueno ni es malo, es así. Asumir esa distancia nos permite intentar encontrar los puentes posibles, así fue que encaramos esa relación de este padre y este hijo tan disímiles que están ahí como intentando acercarse de modo frágil. El principal desafío fue que el padre no quedara como un ogro, es decir que el personaje de Garzón conservara cierta inocencia o ternura a pesar de las reacciones que tiene y de su temperamento. Creo que es un personaje que simplemente no sabe cómo vincularse, está ensimismado con el entorno y tropieza todo el tiempo en su intento por ser padre.
–Así como el bullying era un tema candente en los medios cuando estrenaste El corral, hoy está muy presente en lo social todo lo que tiene que ver con el cuidado de la naturaleza. ¿Te interesa trabajar con temáticas de actualidad?
–Nunca arranco un guion desde una perspectiva temática, en el sentido de querer reflexionar sobre un tema. No es algo que me funcione arrancar una historia desde una tesis. Es cierto que cuando salió El corral estaba muy a flor de piel el tema del bullying, pero en ningún momento se me había cruzado por la cabeza que quería filmar una película que hiciera un comentario al respecto. Lo que me interesaba contar era el trayecto de ese personaje dentro del cual este maltrato constante formaba parte. Con esta película me pasó algo parecido, si bien me interesan mucho todos los temas ambientales y estoy bastante al tanto de todas las problemáticas y de la disociación que tenemos con la naturaleza, nunca encaré la historia desde un punto de vista crítico. Jamás me lo planté así, aunque soy plenamente consciente de que después la película podrá tener todas las lecturas pertinentes independientemente de mis intenciones.
–¿Dónde se filmó exactamente la película y cómo elegiste esa locación?
–Desde el principio supe que quería filmar en Herradura, una localidad rural a 40 kilómetros de la ciudad de Formosa que está en una zona muy hermosa de vegetación exuberante y con muchos animales. Mi familia tiene una casa quinta ahí, así que me crie un poco en ese lugar, lo conozco plenamente y siempre me cautivó mucho ese entorno y esa atmósfera de misterio que hay en el monte. El plan fue filmarla por completo ahí, pero nos agarró la pandemia finalizando la tercera semana de rodaje y tuvimos que interrumpir el rodaje con seis jornadas pendientes. Cuando pudimos retomar un año después, no podíamos ingresar a Formosa ni disponer de gran parte del elenco, porque eran actores y actrices de la provincia que si salían, después no tenían cómo volver a entrar por las fuertes restricciones. Ahí me vi forzado a modificar el guion, porque el tercio que faltaba filmar estaba disperso a lo largo de todo el argumento y nos faltaban escenas clave. Por suerte eran en su mayoría interiores que terminamos filmando en Buenos Aires, aunque hubo que reconstruir la casa y usar dobles o también eliminar personajes y una subtrama. Fue un desafío a la imaginación que nunca tuve en mis trabajos anteriores, y paradójicamente la película ganó con todos los cambios que tuve que hacerle a raíz de otras limitaciones de las que no me había dado cuenta antes con respecto al guion.
–Aunque vivís hace tiempo en Buenos Aires, hasta ahora filmaste tus películas prácticamente en Formosa. ¿Es una decisión consciente de mostrar algo distinto o te surge naturalmente?
–Para mí es muy natural, me surge así. También es paradójico porque cuando me fui de Formosa a los 18 años para estudiar cine no pensaba ni loco volver, y después todas las historias se me iban ocurriendo en Formosa. Me dan muchas ganas siempre de ir y filmar allá. Hay un factor muy lúdico porque ahí está mi familia y los amigos del colegio, entonces toda la ciudad se transforma en un set de filmación y todo el mundo termina involucrado. Tiene más que ver con eso, es el lugar donde se me ocurren las ideas y las quiero concretar ahí, a pesar de todas las trabas que supone filmar fuera de Buenos Aires. Después sí, esa decisión trae aparejado esto que decís de que finalmente terminamos teniendo una película que muestra otras realidades y otros escenarios.
*Estreno en salas el jueves 18 de agosto
SEGUIR LEYENDO: