2017, 12 de julio. Solo, en Formosa capital. Mañana iniciaré viaje hacia Las Lomitas y Pozo del Tigre, lugar desde donde la expedición inició su trayecto hacia tierra Pilagá. Por la tarde camino unas cuadras hacia el Museo Histórico. Allí pregunto por mapas de la provincia de 1920, quiero comprender las geografías y, por sobre todo, verificar cómo las dibujaban los cartógrafos de aquel entonces.
El museo está vacío y tardan en atenderme; explico que preparo una película sobre la expedición Haeger de 1920 que llegó hasta lo que es hoy la Comunidad El Descanso, muy cerca del Pilcomayo, cuyo cauce ya está seco hoy. Me miran con estupor: ¿suecos/Formosa/1920? Y, también, que tengo conmigo la película que la misma expedición filmara por aquel entonces. Se comentan entre ellos cosas que no llego a oír. Finalmente, me hacen pasar, no sin desconfianza. Los mapas son muy posteriores a los hechos que me interesan y de los que no hay registro alguno. Al cabo de media hora, les dejo un DVD de la película sueca y prometo volver sabiendo que no lo haré.
13 de julio. El dueño del hotel me recomienda ver a José Luis Pignocchi, fotógrafo de naturaleza y, probablemente, conocedor de la historia de la que busco referencias. En un café de la avenida principal de Formosa me encuentro con él. Efectivamente conoce la historia que le relato aunque creo que la confunde con alguna otra cercana. Me sugiere no dejar de prestar atención al conflicto entre los Pilagá y los Chunupíes y me habla de un tal Pilancho González, fabricante de una trompita, curioso instrumento de la zona de Las Lomitas. Y como si advirtiera mi desesperado intento por ubicarme, algo que siempre me gusta de los lugares en que decido hacer una película, Pignocchi me refiere un mapita que luego me será un buen primer empujón.
14 de julio. En viaje hacia la zona con la antropóloga Anne Gustavsson que está terminando su tesis sobre la expedición. 270 kilómetros a Las Lomitas, y, de allí, unos 100 kilómetros más hasta El Descanso. Anne, que había estado allí ya varias veces antes, está contenta porque será su primera visita a la comunidad.
Bajamos de la camioneta que nos llevó y, con recelo, nos presentamos a las autoridades del la comunidad. Explico que me gustaría filmar la fiesta que se realizaría a la tarde, lo hago con falsa humildad, como asumiendo que la respuesta será inexorablemente positiva. Pero me contestan que lo discutirán en una asamblea. Primer traspié que luego resultará vital para entender: les pregunto si podría filmar la asamblea y, casi sin mirarme, entran en la pequeña iglesia donde debatirán la cuestión. Deambulamos por un rato largo esperando. No hay mucho que hacer allí, me maldigo y pienso que quizá lo he echado todo a perder desde el primer instante.
Ideas para una película sobre la expedición Haeger (anoto en mi libreta): Reponer los tropiezos y el “malentendido”, claves del cine documental y de la relación con los otros. Uno habla porque no sabe qué decir, si no ¿para que?
Agosto, regreso anticipado, ya en Buenos Aires. Me doy cuenta de que no quiero conocer demasiado sobre aquello que muy probablemente formará parte del rodaje. Evitar anticiparme. ¿Qué hacer con las ideas propias sobre aquellos a filmar?
Anotado en mi libreta: Hostal El portal del Oeste, km 1467, Ruta Nacional 81. Single, 700 pesos. Single superior, 800 pesos. Doble, 950 pesos.
En Buenos Aires trabajo sobre el proyecto, mis ideas son solo mapas aislados. Intento recomponer el lugar. Surgen nombres, la sonoridad de los nombres.
La voz como sonido. Pilagás: El cacique Negaladik, Garcete, Pannelik. Muchas “K”. Algunos amigos que van a darnos gran mano: El Gringo de Pozo de Tigre, Marcelo, Alejandra Vidal y Leo Dell Unti. Anne se queda unos días en el lugar.
Árboles. Algarrobo blanco, Negro; Palosanto, Palmeras, Mistol, Chañar. Y el terrible vinal con espinas asesinas.
Octubre en Buenos Aires. Llueve como si no fuera a parar nunca más. Me resuenan aún las palabras pilagás. “Sos blanco, ustedes se llevan siempre todo, no dejan nada a cambio. La película tendrá que contestar a eso. Y, finalmente: “Estás autorizado a filmar, cuando quieras, como quieras”. Embeleso completo. “¿Por qué?”. “Porque para hablar con nosotros te sacaste los anteojos”.
Nota en la libreta. Diciembre. Tal vez haya que considerar que el que estudia no sabe más que el estudiado. Resultado de mi primer viaje, recién ahora puedo verlo con alguna claridad: “Sin ninguna gran pregunta teórica que pueda guiarme. Ir fluctuando al ritmo de la interacción que el mismo trabajo propicie”. Perplejidad. Me acuesto angustiado por estas ideas que se adueñan de mí.
Escribo nuevas notas, esa misma semana: “No es porque se tiene algo en común que se comunica. Sino porque, siendo diferentes, sobreviene el interés en tener una relación con otra cosa que no seamos nosotros mismos. Lo que tienen en común las culturas es mucho menos rico que sus diferencias, aquello que constituye su especificidad”.
Presentado el proyecto al Instituto de Cine, todo entra en zona de vacilación. ¿De qué se trata este tiempo de espera? ¿Demora, retraso, aplazamiento? O, en el mismo movimiento, expectativa, excitación, paciencia, calma. El proyecto a merced de los comités que pueden o no decidir apoyarlo. La historia ya me ha tomado.
Guion, $84050.-; Dirección,$.270.000.-, Viajes, auto en alquiler. Equipo muy reducido para evitar retrasos en la preparación. Filmar sin luz ninguna.
Encuadres frontales, evitar la angulación que designa al fotógrafo. Filmar la naturaleza es escucharla de manera diferente.
El monte. ¿Qué geografía es el monte?
Marzo. Miriam Tai acaba de terminar de traducir el diario de expedición del Coronel Haeger. Con enormes dificultades ha logrado desentrañar lo esencial de ese escrito que nos servirá como guía del trayecto. Haeger habla de los árboles, del monte, de la geografía, del estupor que le genera ese mundo que será llamado, mucho tiempo después, “El infierno verde” por Hugo del Carril.
Nota. ¿Y si los animales hablaran?
Abril 19. El proyecto avanza. Fredy Jara, secretario de Cultura de Formosa, me reitera su apoyo al rodaje: la provincia va a para pagar estadía y comidas. Ayuda decisiva. Llamo a Lucas Koziarski, ex alumno mío, para que se encargue de la cámara y el sonido cuando yo esté dentro de la escena. Nos encontraremos en Resistencia donde alquilamos un auto para el rodaje. Anne estará con nosotros solo una semana, la primera, para acompañarnos en el inicio y en un par de escenas que queremos hacer juntos.
Libreta. No dejar hablar a los archivos solos. Ponerlos en relación, siempre. No matarlos por segunda vez: la primera por ser archivos, la segunda por usarlos como meras ilustraciones. Reponerles el contexto.
Religar: el cuerpo a la palabra y a las geografías. Volver a anudar, a reunir: la palabra y la duración, el cuerpo y el tiempo. Reponer nuestra relación con los otros y con el resto del mundo: eso es lo que solo el cine es capaz de hacer.
Rodaje finalizado. ¿Qué de todo esto terminará sirviendo? El consejo que alguna vez supo darme Hugo Santiago: “No pensar en el final, la película construida ladrillo a ladrillo. Solo pensar en cómo poner de la mejor manera el que sigue”.
Hago esquemas, esqueletos, hipótesis. Algunos logran apaciguarme. A veces el alprazolam hace el resto.
Marzo 20, inicio del montaje en plena pandemia. Desde hace mucho el montaje es, para mí, la escritura del documental, el momento en el que la película va a descubrir su forma, la (larga) etapa en la que todo parece permitido. Armamos un montaje largo con Luiza, casi cuatro horas. Aparece la idea de la duración extendida, aquella en la que el tiempo deja de ser “referido a esto o aquello” sino que pasa a exponerse por sí mismo. No quedar presos de la información y permitir la irrupción de una poética de los espacios y de los tiempos en los que las jerarquías de los humanos, los árboles y los animales tambaleen.
En el invierno entra en escena Nacho Masllorens con quien habíamos montado mi película anterior, Observatorio. Asoma, débil aún, Wagner junto a Thoreau; veo mi libreta y allí esta este recorte en medio del caos:
Primavera. Nacho trabaja solo, de noche, mientras la pequeña Delfina no se lo impide. Yo no paro de hacer esquemas ridículos, quizá solo para enseguida olvidarlos y poder dormir tranquilo. Mientras un bicho minúsculo ha detenido a la humanidad toda, me desvela qué será lo que Nacho hará con las notas (¿precisas?) que me encargo de pasarle detalladamente cada vez que discutimos un nuevo corte. En los momentos en que nada pienso, aparece ya, con todo vigor, la música de Wagner –y los diarios de Cósima que en algún momento iban a ser parte del proyecto final–. Al Parsifal, le inventamos una historia al interior de la película: el padre de Jesperson se la cantaría a Don Mauricio. Nacho encuentra los negros, las sobreimpresiones. Yo encuentro los animales que nos miran. Héctor graba los diarios de Haeger en un sueco que es, para nosotros, pura música: la voz como sonido. Y también hace su aparición la voz de la pareja que pretende impedir que los archivos hablen solos. Los materiales entran en guerra entre sí: el sueco contra el pilagá, el pilagá contra el castellano, la imagen contra el sonido con el que Joaquín y Paula harán gritar al monte: todos pelean sabiendo que de ese combate hay que obtener algo a cambio.
Montaje, el lugar del cine. Poner en vínculo. No mostrar, volver visible.
* El Campo Luminoso se proyecta en El Cultural San Martín (Sarmiento 1551) este domingo a las 17 hs., el sábado 20 a las 17 hs. y el domingo 21 a las 19 hs.
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