Desde el título mismo, San Miguel, que evoca a la capital provincial, la novela más reciente de la escritora y periodista tucumana María Lobo tematiza la identidad regional, la producción literaria fuera de la metrópolis y la capacidad de relacionarse que tienen las personas, en una historia que combina el formato de una novela epistolar con las interacciones entre autores que ponen en cuestión el sistema de valores literarios y la materialización misma de la escritura.
El texto de la autora de El interior afuera reflexiona sobre el mandato que rige para los escritores de provincia en cuanto a la temática de su historia, pero también cuestiona el mandato de la temporalidad: por un lado metafóricamente, porque el relato va hacia atrás y hacia adelante, pero también gráficamente, ya que los personajes escritores desordenan sus propios manuscritos o los de los demás para crear otras posibilidades discursivas.
“Podría presentarme a las escritoras del interior. Si me escucharas referirme a ella de ese modo, dirías que “del interior” es una expresión etnocéntrica y que nosotros no somos así; dirías ‘de la provincia’; dirías que vos y yo no somos como los de las ciudades”, le cuenta la narradora del libro que publicó Qeja a su pareja, Keylor, a quien le transmite todo lo que sucede en esa residencia de escritores, que reúne a gente de distintas procedencias en un escenario en el que se combinan paisajes distópicos de cerros nevados en el Chaco con referencias culturales muy concretas, como la película ET y la música de David Bowie o R.E.M.
Sobre la necesidad de desterrar las distinciones entre autores de ciudades y de provincias y la imposibilidad de comunicación entre las personas conversó la autora, que estudió Comunicación y es Doctora en Humanidades y docente en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT).
—¿San Miguel es una novela o un proyecto de novela, el revés de la trama en la voz de la narradora que es también escritora?
—Quizás podría leerse de ese modo, ¿por qué no? Como el revés de la trama. El arte es así, hay una obra distinta según cómo pueda entrar cada quien a ese mundo que una solo propone, sin ninguna seguridad. Una siempre está a la intemperie de las lecturas. En distintos momentos, incluso, una obra puede ser distinta para la misma persona porque esa persona, en ese otro momento, llega a esa obra desde un lugar diferente. Una lectura, entonces, podría ser esta que me señalás: cómo es que las escritoras y escritores van llenando de palabras el blanco de las páginas.
Aunque yo no lo haya pensado así cuando la escribía. Parece difícil de desmentir, porque San Miguel es una novela llena de escritores, pero para mí es una novela acerca de las personas. Te diría más. Una novela sobre esa clase de personas que simplemente no saben cómo ser con los demás. Y eso no es algo que les suceda solo a quienes se dedican a la escritura.
—Además de reflexionar sobre la escritura, lo hacés sobre la lengua, sobre la posibilidad de que dos personas se identifiquen por el uso del pretérito perfecto compuesto…
—La definición del pretérito perfecto compuesto es tan hermosa. Dice: “Tiempo verbal que expresa una acción acabada dentro de una unidad de tiempo que incluye el presente”. Cosas que ya acabaron, pero que al mismo tiempo están en el presente. Qué tristeza. Es la diferencia entre la nostalgia y la melancolía; la nostalgia es esa pena que sentimos por algo que, en el tiempo presente, ya no está. En cambio la melancolía es esa otra tristeza que puede venir arrastrándose desde el pasado o no, lo que importa en la melancolía es que la tristeza está siempre. Es un estado constante.
Nunca me interesó el concepto de nostalgia, pero sí el de melancolía. Y esto que decís de la identificación entre los personajes: ellos no se reconocen en una forma de hablar, sino en la melancolía. Las cosas deberían ser así. Que hubiera identificaciones por lo que está implicado en una tonada, y no en relación con el lugar de donde esa tonada proviene. Porque el concepto de tonada, tal como está hoy, siempre hace emerger ese otro lado de la identificación: la diferencia. Y de la diferencia al desprecio hay muy poca distancia.
—Contás sobre autores encerrados en una residencia de escritura en tiempos de pospandemia, ¿es otro modo de metaforizar el encierro creativo?
—En el año de la pandemia yo estaba en pleno proceso de escritura. Y una de esas tardes, me di cuenta de que estaba escribiendo sobre un montón de gente que estaba aislada del mundo. Y que esas personas habían ido a parar ahí por voluntad propia. La novela tenía originalmente mucho en torno a esta cuestión de aislarse del mundo, porque la protagonista viaja al Chaco a la residencia de escritura. Pero entonces ocurrió lo que ocurrió. Y entonces, cuando leía en voz alta, a medida que reescribía, leía esos párrafos que hablaban de la semántica del silencio, y me aterraba la idea de no ser capaz de tomar distancia. De no encontrar una perspectiva.
—Tanto los personajes que están en la residencia, como Keilor, la pareja de la narradora, parecen representar “especímenes” distintos de la fauna literaria, ¿buscaste hacer un muestreo del ambiente?
—Del mundo. De un mundo que está lleno de personas dispuestas a invertir demasiadas palabras en hablar de sí mismas.
—¿Es la escritura de tu novela circular, como la de San Miguel?
—Ahí tenés otra idea tan hermosa. Esta es de Franco Moretti. Él dice que hay una enorme confusión acerca de lo que creemos que es la geografía. No hay tal cosa, sino geometría. Porque los mapas son diagramas. Y los lugares en sí no son nada: nosotros les atribuimos cosas en función del lugar que ocupan en el mapa. San Miguel podría dibujarse con un círculo. Pero eso solo significa que San Miguel no existe.
—¿Qué clase de amor se profesan los personajes de la novela?
—Hace poquito Mariano Quirós me preguntó si San Miguel era una distopía amorosa. A mí me gusta pensarla como esa clase de amor que se expande y que crece hasta un punto en que el agua te ha tapado por completo. Ese transcurrir del amor en el que las cosas llegan a un punto inesperado. Pero ese estado no es la oscuridad. Es luz, porque a pesar de que el amor a veces se comporte de esa manera, las personas todavía existen. Ahora escribo una novela que va más claramente en la dirección de esa forma de amor, el de la melancolía. Ese amor que, cuando está extinguiéndose en el presente, ya sabés que de todas maneras se irá con vos, para siempre, hacia el futuro.
—¿El nombre del protagonista es una reivindicación de lo provinciano frente a los estereotipos porteños?
—Hay en esa palabra, reivindicar, un aire de reclamo. Tal vez los haya, pero yo no me he encontrado nunca con un provinciano que sienta que se le debe algo. Vivimos en un país en el que las provincias se definen por lo que no son. Y la mirada hacia nosotros, los que hemos nacido y decidimos permanecer en la provincia, se mueve como un péndulo entre el desprecio y la condescendencia. En el medio, siempre también va a aparecer esa mirada que te observa con sorpresa si acaso no entrás en el estereotipo. Pero frente a eso, las personas que conozco no andan reclamando nada. Veo, más bien, una forma de ser de quienes vivimos en la provincia que también es pendular: hay personas que hacen oídos sordos, otras que piensan que el que no sabe mirarnos simplemente se la pierde.
Esa mirada por sobre nosotros siempre está, pero se cuela invisible, naturalizada, como si la idea de que somos seres inferiores nos viniera aparejada. Y como si frente a esa mirada solo pudiéramos blanquear los ojos, hacer un chiste o resoplar. Ojalá esa mirada de centro sobre la provincia no fuera esa imposibilidad de soportarnos en la diferencia, porque las consecuencias de eso, por más que parezca algo inocuo, es tremenda: los que estamos en la provincia de verdad nos pensamos a nosotros mismos, sin darnos cuenta, inferiores. San Miguel sí intenta señalar que el estereotipo que se tiene de la provincia existe. Pero no porque considere que haya que indicar lo que está mal y lo que está bien: me alcanza con poner en evidencia la construcción y lo arbitrario de nuestras ideas. No soy de las que piensan que sea necesario reivindicar.
—Por su temática, tu novela contradice a Tolstoi, sobre la necesidad de pintar la propia aldea…
—Todo lo que escribimos es nuestra propia aldea. Porque no existe una aldea real. Nuestra existencia es una construcción que se erige a partir de una serie de determinaciones arbitrarias: el lugar donde nos ubicamos para mirar, las categorías que hemos podido anclar a partir de nuestra historia, y las formas que usamos para hacer algo con todo eso. A mí me interesan los autores que no eligen los imaginarios de orden para construir su propia aldea.
Una editorial con compromiso social
Al igual que su novela anterior, El interior afuera, María Lobo eligió editar San Miguel en la editorial Qeja, un proyecto que une a Leticia Martin y Nazareno Petrone y que edita tanto textos de ficción como poesía y escritos psicoanalíticos, y cuenta en su fondo editorial con nombres como Luciano Lutereau, Gustavo Cingolani, Julia Grink, Gabriela García Rey y Macarena Trigo.
Cada volumen se inicia con una declaración en favor del proyecto de ley del libro y cierra con la promesa de que se planta un árbol por cada libro publicado. “Ese final de libro, con la invitación a mirar los árboles que crecen en San Andrés de Giles, es una metáfora perfecta de Qeja: personas que creen en la literatura como espacio de discusión, de encuentro, una forma de hacernos mejores, más allá de cualquier cosa. Que alguien te invite a leer debajo de un árbol, en estos tiempos. Cuánta sustancia hay detrás de eso. Qué especial”, reflexiona Lobo.
“Nazareno y yo somos pareja y tenemos este proyecto editorial conjunto desde poquito tiempo después de conocernos. Publicamos ebooks y libros en papel de poesía, ensayo, cuento y novela y también tenemos una variante que es ensayo psicoanalítico. Nos interesa publicar autores de todo el país para tener una mirada federal”, cuenta Leticia Martin, y agrega que también armaron la antología de poesía Tu lugar en la Argentina , con obras de autores de todas las regiones del país.
Luego relata que la idea de la reforestación surgió junto con un proyecto de ampliarse hacia las afueras de la ciudad de Buenos Aires que surgió después de la pandemia: “Compramos un lugar en San Andrés de Giles, pasando Luján, y nuestra idea con Nazareno es irnos a vivir allá y crear una residencia de escritores y artistas y allí convocar a salir de la ciudad para realizar eventos y talleres”.
Ese espacio a una hora y media del centro porteño es el que recibe los ejemplares que plantan: “Empezamos plantando semillas en maceta en la terraza del edificio de Almagro en el que vivimos, con el permiso de los vecinos. Por cada libro publicado plantábamos un fresno o un jacarandá. Ahora por cada libro llevamos a San Andrés de Giles esas macetas y las plantamos. Elegimos una especie distinta por cada género literario”, detalla y analiza que se trata de una forma de devolverle a la naturaleza algo de lo que ella da.
“También nos preocupamos por nuestro insumo básico: el papel, cuya producción está monopolizada. Por eso nos asociamos a la Unión de Escritores, y junto con ellos estamos bregando por la Ley del Libro y también para una regulación para que las las librerías tanto como las distribuidoras liquiden a tiempo para que nosotros podamos también pagar en tiempo a los autores”, agrega.
Además, velando por la sostenibilidad económica de sus plumas, la editorial propone en su sitio web: “Queremos escritores vivos produciendo en una época en la que se compran menos libros”, e invita a donar entre 50 y 500 pesos por mes para ayudar a los autores.
Fuente: Télam S. E.
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