Una banana pegada en la pared, un mingitorio exhibido en un museo y la eterna pregunta sobre qué es arte

El millonario artista conceptual Maurizio Cattelan volvió a pasearse por Tribunales: un colaborador lo acusa de no darle el merecido crédito por su trabajo. Pero entonces, ¿qué significa crear una obra?

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"El comediante" de Maurizio Cattelan
"El comediante" de Maurizio Cattelan (banana pegada con cinta en la pared) y "La fuente" (mingitorio) de Marcel Duchamp

Estas últimas semanas, y no por razones artísticas sino judiciales, la obra de Marcel Duchamp, el precursor, se hizo presente en las mentes de estudiosos, aficionados, coleccionistas, delincuentes y hasta brokers del mercado del arte mundial. Es que Maurizio Cattelan, artista conceptual de origen italiano y obra variopinta, había sido demandado no una sino dos veces por antiguos colaboradores que habían participado de sus obras. Como se dice habitualmente en la Argentina respecto a los políticos una vez que terminan sus mandatos, Cattalan se estaba cansando de recorrer Tribunales (aunque, famoso y rico, simplemente llevaba a sus abogados al juzgado y que dios y la patria y aquella mujer de vendados ojos decidieran). Una demanda llegó a su domicilio a través de carta documento en referencia a su obra El comediante. Seguro que ustedes la recordarán.

Se trataba de aquella obra que causó conmoción en el Miami Art Basel 2019 en la que una banana (es decir, una banana de las que se compran en la frutería, no una banana de plástico o acrílico) estaba adherida a la pared de la galería que la exponía con una cinta adhesiva de cierto grosor. ¿Algo más? Nada más, esa era la obra. ¿Y la denunciaron por estafa al público, por intrascendente, por atentar contra la flora de Miami? Claro que no. Fue denunciada por “plagio”. Es que sí: parece que otro señor se animó, años antes, a pegar una banana con una cinta a un panel, justo debajo de una naranja adherida a un panel similar. La obra de Joe Morford, de 2000, se llamaba, sin muchas vueltas ni ditirambos, Banana & Orange. Que traducido, se imaginarán, quiere decir: Banana y naranja. Cattelan fue, hay que reconocerlo, un poquito más original, con una mayor amplitud de miras comerciales. El comediante (es decir, “la banana”) fue vendida en 390 mil dólares.

Aún con toda la inflación que hay en la Argentina y la crisis económica y la guerra mundial y los silobolsas, una banana debe andar por los 60 pesos. Pero eso diferencia a usted, que va a la frutería a comprar una banana pensando en hacer un budincito o comerla, así, al natural, de un artista que vende esa misma banana en 390 mil dólares. Cattelan señalaba que la banana indicaba la perdurabilidad de la materia viva, que es limitada y, aunque objeto artístico, también sufre la putrefacción y la extinción. La banana, señores y señoras, era una reflexión sobre la vida y sobre la muerte. Lástima que en el Art Basel apareció un artista performativo por la galería de la banana, la tomó entre sus manos, la peló y se la comió. Todos aplaudieron la audacia del artista performativo, que le brindaba nuevos sedimentos de significación a la banana. Cattelan también. Total él ya había cobrado el cheque por los 390 mil dólares. Ah, y a Morford le fue mal en los tribunales de Miami. Pobre Morford. Mirando a Cattelan y su chequera debe haber pensado: “El que tiene y no convida / tiene un sapo en la barriga”.

Daniel Druet contra Maurizio Cattelan
Daniel Druet contra Maurizio Cattelan

Más importante fue la demanda de Daniel Druet contra Maurizio Cattelan. Partamos de la base de que Cattelan -según él mismo ha dicho- no sabe pintar, esculpir, moldear sino que es un “artista conceptual” (volveremos sobre el tema) y que, en tanto “artista conceptual”, encargó al genial escultor Daniel Druet (que unas figuras de cera ligadas al realismo, pero que también se desligan de él mediante la exageración de un método: una situación, unos personajes, una edad aparente de la escultura que sus manos crean) unas figuras para su próxima serie artística. Como el galerista de Cattelan había visto un Juan Pablo II de Druet, le pidió que le hiciera uno, acostado en el piso, con un meteorito que parecería haberlo golpeado. La escultura fue celebrada por la crítica, que conoció su nombre: La nona ora, de Maurizio Cattelan y que fue vendida por casi 3 millones de euros.

Otra obra famosa de Cattelan encargada a Druet es Him, que muestra a un Hitler arrodillado, rezando, con elegante traje gris. Him, de Maurizio Cattelan, fue vendido en 15,8 millones de euros. Cuando Druet pidió aumentos en las tarifas de mantención de las obras, el artista lo despidió. Contrató otros. Hasta que llegó la carta documento con la demanda de Druet que exigía que se reconociera su parte en la creación de las obras de Cattelan. Claro, Druet perdió.

El arte conceptual revolucionó al mundo y todo al dar vuelta las categorías de obra de arte, autor, público, los espacios de exhibición de las obras y las performances como obras de arte. Si recuerdan, un mingitorio firmado por R. Mutt expuesto en una muestra en Nueva York en 1917: ¿Cómo era posible? ¿Un urinario, firmado, era “arte”? Comenzó una nueva era para siempre. Marcel Duchamp había logrado reinventar el concepto de arte: no debía ser más una obra del virtuosismo, la trascendencia o dios, sino que cualquier objeto denominado “arte” en “situación de arte” era arte, entonces. ¿Qué era, sino, Alberto Greco caminando por Florida y rodeando mediante un trazo a un caminante y firmando “AG” a su nueva obra, ese peatón que ni bien se iba culminaba la experimentación? ¿O Marta Minujín construyendo un Partenón de libros al caer la dictadura con los títulos que habían sido prohibidos? ¿O la cena organizada por Federico Peralta Ramos con el dinero de la Beca Guggenheim que, cuando fue reprochado, dijo que esa cena era su obra de arte y así usaba el dinero bien ganado?

Tenemos cantidad de artistas conceptuales hoy muy potentes realizando obras en sus estudios, en talleres, en museos, en fundaciones. Y muchos de estos artistas contratan asistentes para que colaboren en la realización de sus obras. Cómo se les paga de manera general es una discusión que parece no haber sido realizada en el campo artístico en general.

Las esquirlas de las balas de Duchamp llegan hasta hoy, aunque lo que una vez era un golpe sacrílego al anquilosado mundo del arte, se convirtió con el tiempo en una banana en una pared festejada mientras coleccionistas toman champagne con una mano y sacan la billetera con la otra. Oh, el mercado, ese Saturno devorándose a sus hijos. Y es que está muy bien que se pague bien a los artistas (y a sus colaboradores, como Druet), sin embargo, todo el mundo sabe que el sistema del coleccionismo ha tendido puentes muy rigurosos con el lavado de dinero y que esas cifras milagrosas por la venta de un cuadro o una obra en particular están desfasadas de los ciclos regulares del mercado.

Marcel Duchamp
Marcel Duchamp

Una investigación del The New York Times, firmada por Graham Bowley y William K. Rashbaum, dice: “Cuando alguien vende obras de arte en una subasta —incluso una que vale 100 millones de dólares, mucho más que una casa— por lo general no se revela la identidad del vendedor. Los papeles de la compra quizá digan que la obra proviene de “una colección europea”. Pero el comprador no suele tener ni idea de con quién está tratando en realidad. Algunas veces, de manera sorprendente, ni siquiera la casa de subastas conoce la identidad del vendedor”. Y luego “Las obras de arte son especialmente susceptibles de convertirse en vehículos para el lavado de dinero, dicen los expertos, debido a que cambian de mano fácilmente y se almacenan de inmediato, tal vez en un sótano o en un paraíso fiscal en el extranjero. A diferencia del mercado de bienes raíces, donde las subidas relámpago de precios son infrecuentes, los valores en el arte pueden impulsarse repentinamente por motivos intangibles como la moda y el gusto personal”.

Bien, es posible entonces que el lavado de dinero negro influya en la dinámica económica del mercado del arte y que esa sea una de las razones por las que se coticen obras a precios desmesurados para cualquier tipo de parámetro humano.

Aparte, es posible que la obra bien cotizada de los artistas sea justa primero con los artistas y luego con galeristas y con representantes después. Que al convertirse la obra en un proceso que va más allá de un proceso constructivo individual –pese a que la firma del autor se mantenga como un bien ganado no solo por el artista, sino por el público también– se pague de manera justa a los asistentes (una actividad que no está regulada) y que es, en Buenos Aires, una actividad de lo más común.

Bertolt Brecht
Bertolt Brecht

¿Le hubiera gustado a Duchamp la banana de Cattelan? Cuando estuvo en Buenos Aires parece que se dedicaba a jugar al ajedrez, solamente, con cara de pocos amigos. Probablemente se hubiera resbalado con la banana. Y, por favor, que vuelva Cattelan a hacer esos sumos pontífices a los que llega un meteorito cual una pelota del partido de fútbol del potrero, que de frutas se encargan en la verdulería del super de la esquina.

Para terminar, ya que se habló tanto sobre autorías y no autorías y sobre quién hace las cosas, un poema de Bertolt Brecht, el magnífico escritor y dramaturgo alemán, una de las grandes plumas del siglo XX. Este poema se llama “Preguntas de un obrero que lee”. Y es magnífico.

¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas?

En los libros figuran sólo los nombres de reyes.

¿Acaso arrastraron ellos bloques de piedra?

Y Babilonia, mil veces destruida,

¿quién la volvió a levantar otras tantas?

Quienes edificaron la dorada Lima, ¿en qué casas vivían?

¿Adónde fueron la noche en que se terminó La Gran Muralla, sus albañiles?

Llena está de arcos triunfales Roma la grande.

¿Quiénes los erigieron?

Sus césares ¿sobre quiénes triunfaron?

Bizancio tantas veces cantada, para sus habitantes ¿sólo tenía palacios?

Hasta la legendaria Atlántida, la noche en que el mar se la tragó,

los que se ahogaban pedían, bramando, ayuda a sus esclavos.

El joven Alejandro conquistó la India.

¿Él solo?

César venció a los galos.

¿No llevaba siquiera a un cocinero?

Felipe de España lloró al saber su flota hundida.

¿No lloró más que él?

Federico II ganó la guerra de los Siete Años.

¿Quién más la ganó?

Un triunfo en cada página.

¿Quién preparaba los festines para los vencedores?

Un gran hombre cada diez años.

¿Quién pagaba los gastos?

Tantas historias.

Tantas preguntas.

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