Nelly Richard: “Sin el feminismo, no es posible pensar en transformaciones”

La destacada crítica cultural chilena, que recibirá el diploma de Doctora Honoris Causa de la UBA a fines de agosto, dialogó con Infobae Cultura. Entre otros temas, reflexionó sobre la nueva Constitución de su país, la fuerza social de las mujeres, la cultura de la cancelación y si el arte debe ser “político” o no

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Nelly Richard, crítica cultura chilena (@villa_grimaldi)
Nelly Richard, crítica cultura chilena (@villa_grimaldi)

Desde la década del ‘80, Nelly Richard (Caen, Francia, 1948) se ha convertido en una de las voces de la crítica cultural más destacadas de la región debido a un pensamiento que, traducido en una extensa obra, se hibrida la filosofía con la teoría del arte, la crítica literaria y las teorías feministas.

El 25 de agosto recibirá, de parte de la Universidad de Buenos Aires, el diploma a la Doctora Honoris Causa, pero no es esta fecha la que la intelectual, que reside en Chile desde 1970, espera con mayor expectativa, ya que el 4 de setiembre se votará en un plebiscito la aceptación o rechazo de la Nueva Constitución del país trasandino, proceso sobre el que ha reflexionado vía mail en este diálogo con Infobae Cultura, así como también sobre los peligros que acechan al feminismo, la cultura de la cancelación, el rol del arte en las sociedades actuales y los efectos de la pandemia.

Estudiante de la Sorbona de París, entre los ´70 y ´80, Richard dio forma teórica a la Escena de Avanzada, reconocida internacionalmente como principal referente experimental del arte de resistencia a la dictadura militar; fue una de las organizadoras del Primer Congreso de Literatura Femenina Latinoamericana de 1987, uno de los actos de resistencia cultural más significativos contra el pinochetismo, y, más acá en el tiempo, del ‘90 al ‘08, estuvo al frente de La revista de Crítica Cultural, además de dirigir luego el Magister en Estudios Culturales de la Universidad ARCIS, en Santiago y ser coordinadora Cátedra “Políticas y estéticas de la memoria”, del Centro de Estudios Museo Reina Sofía, de Madrid.

Entre la decenas de libros que ha escrito se encuentran títulos como La insubordinación de los signos (cambio político, transformaciones culturales y poéticas de la crisis) (1994); Residuos y metáforas. Ensayos de crítica cultural sobre el Chile de la transición (1998); Crítica y política (2013); Diálogos latinoamericanos en las fronteras del arte (2014); Latencias y sobresaltos de la memoria inconclusa (2017); Abismos temporales. Feminismo, estéticas travestis y teoría queer (2018), y Zonas de tumulto: memoria, arte, feminismo (2021).

El 25 de agosto recibirá, de parte de la Universidad de Buenos Aires, el diploma a la Doctora Honoris Causa
El 25 de agosto recibirá, de parte de la Universidad de Buenos Aires, el diploma a la Doctora Honoris Causa

A modo de adelanto, ¿cuáles serán los ejes de su discurso en la Universidad de Buenos Aires?, ¿por qué eligió esos temas?

—El texto que compartiré lleva por título “Tramas: lo político, lo crítico y lo estético” y se propone repasar los nudos que me hicieron reflexionar sobre el lugar de la creación y el pensamiento crítico en los agitados contextos sociales y políticos por los que me ha tocado transitar: desde la dictadura militar hasta la revuelta social y la Nueva Constitución en Chile. Como soy de las que cree en las reflexiones “situadas”, me pareció honesto urdir el discurso atravesando los espacios y tiempos que le sirvieron de contexto a mis ensayos.

¿Qué ha cambiado en Chile desde la revuelta social del 2019 hasta la Convención Constitucional?, ¿cuál es su opinión sobre la posible Nueva Constitución?

—Lo primero que ocurrió, inmediatamente después de la revuelta, fue la pandemia que nos obligó a trasladarnos del tiempo intensivo de la revuelta cuyo deseo utópico era cambiarlo todo al tiempo detenido, secuestrado, de las cuarentenas que dilataron las perspectivas de futuro dejándolo casi todo en suspenso. Así y todo, Chile retomó el impulso vital de las aspiraciones de la revuelta para organizar las fuerzas de cambio que votaron en el Plebiscito del 25 de octubre del 2020, aprobando mayoritariamente (80%,) la iniciativa de redactar una Nueva Constitución. 154 integrantes electos por votación popular, con reglas de paridad de género y escaños reservados para los pueblos originarios, fueron los encargados de redactar el texto constitucional que deberá reemplazar a la Constitución de 1980 dictada por Augusto Pinochet. El nuevo texto está orientado por una clara voluntad transformadora que, entre otras definiciones, propone un reparto descentralizado del poder político, formula un Estado garante de los derechos sociales y establece mecanismos de inclusión y participación de los sectores postergados. Son muchas las innovaciones propuestas y estos cambios, obviamente, asustan a quienes viven aferrados a la Constitución del 80 cuyo modelo autoritario y excluyente de democracia restringida ha beneficiado a la élite política y económica del país.

Las encuestadoras, hasta el momento, muestran un rechazo al “Apruebo”, ¿por qué cree que sucede?

La amenaza de que la Nueva Constitución les quite sus privilegios a los “ricos y poderosos” ha desatado una brutal arremetida mediática de la derecha y la ultraderecha en contra del “Apruebo”. Por otro lado, está el conservadurismo valórico y cultural de una composición del país dominada por un modelo patriarcal y colonial que se resiste, entre otros, a los avances del feminismo, al reconocimiento del pueblo indígena y otras ampliaciones de derechos. Lo que está en juego es la oportunidad histórica de derogar una Constitución ilegítima (la de Pinochet), viciada en su origen, sustituyéndola por una propuesta de cambios que recoge las demandas mayoritariamente expresadas durante el estallido social y que proyecta una sociedad ya no basada en el lucro y la ganancia como la anterior sino en valores más comunitarios. Es cierto que, por el momento, las encuestas indican que ganaría el “Rechazo”. Pero bien sabemos que las encuestas, más que reflejar la opinión pública, la modelan en función de los intereses de los grupos empresariales de la derecha que controlan la prensa hegemónica. Yo confío en que los jóvenes y las mujeres (aquellos sectores que le dieron el triunfo al actual presidente Gabriel Boric en noviembre pasado) salgan a votar enfáticamente “Apruebo una Nueva Constitución”: una Constitución cuyo texto declara “Chile es un Estado social y democrático de derecho. Es plurinacional, intercultural, regional y ecológico. Se constituye como una república solidaria. Su democracia es inclusiva y paritaria”.

"Abismos temporales. Feminismo, estéticas travestis y teoría queer" (Ediciones Metales Pesados); "Diálogos latinoamericanos en las fronteras del arte" (Universidad Diego Portales) y "Zonas de tumulto: memoria, arte, feminismo" (Clacso)
"Abismos temporales. Feminismo, estéticas travestis y teoría queer" (Ediciones Metales Pesados); "Diálogos latinoamericanos en las fronteras del arte" (Universidad Diego Portales) y "Zonas de tumulto: memoria, arte, feminismo" (Clacso)

El ejemplo de lo que ha sucedido en Chile deja en evidencia que, contra lo que cierto discurso sostiene, el pueblo en las calles todavía tiene un peso específico en los destinos del país como sucedía en el siglo pasado, ¿considera que es un ejemplo que se podría repetir en otros países de América del Sur?, ¿por qué?

—El gigantesco trastocamiento político-social de las estructuras de gobernabilidad desatado por el estallido social de noviembre de 2019 en Chile no hubiese podido ocurrir sin “el pueblo en las calles”. Por lo demás, se trata de un “pueblo” cuya fuerza de movilización y participación, durante los largos años de la transición, fue dejada de lado al sustituir su categoría por la de “la gente”: una categoría mucho más dócil que designa una masa anónima dispuesta a ser moldeada por las estadísticas del consumo y las encuestas de opinión. El estallido social le devolvió al “pueblo” una carga de energías rebeldes que había desactivado la transición con su combinación de Consenso y Mercado como base de sustentación homogeneizadora de la “democracia de los acuerdos”. La multiplicidad de la revuelta popular de octubre 2019 impugnó con vehemencia todo el aparato político-institucional que, durante la transición, había querido neutralizar la potencia contestaria y protestataria de las organizaciones sociales. Sin embargo, no se trata del mismo “pueblo” que pretendían conducir los partidos de izquierda en el siglo pasado: un pueblo depositario de la verdad de la historia que seguiría de modo unívoco el camino de la emancipación. Si bien es cierto que, a la hora de las rebeliones en América Latina y en el resto del mundo, el “pueblo” es lo que se invoca y convoca como fuerza soberana, ya sabemos que no existe el pueblo -uno como sustrato ontológico de una identidad-esencia de lo popular. Basta con ver la disputa conceptual y política entre populismos de izquierda y populismos de derecha para saber que la categoría de “pueblo” está en litigio de definiciones y representaciones y que este es uno de los complejos desafíos que enfrentan los gobiernos transformadores que se proponen redefinir la democracia desde la(s) izquierda(s).

La revuelta comenzó a partir de una suerte de rebeldía joven, que se negaba a pagar un aumento en el transporte público. En ese sentido, en los últimos años convergen movimientos juveniles en todo el mundo que a partir de la hiperconexión llevan adelante reclamos que hasta no hace mucho estaban solapados, como el ambientalismo o las cuestiones de género. Sin embargo, hay también jóvenes y ciertos espacios de la sociedad más conservadora que enfrentan estos cambios, ¿cuál es su mirada del fenómeno?

—La Plaza de la Dignidad fue el lugar en Santiago de Chile donde convergieron todos los cuerpos durante la revuelta para protestar contra los abusos del neoliberalismo y formular algunos de los reclamos que señalas. Lo que unía básicamente a estos cuerpos era el manifestar colectivamente su “estar en contra”, sin que compartieran necesariamente un programa de cambio político que unificara sus voluntades a mediano o largo plazo. Y, justamente porque el pueblo no es Uno y que las multitudes son impuras, las identidades que se juntan en las plazas para rechazar el poder establecido pueden luego dispersarse o bien girar hacia direcciones contradictorias. Los trayectos híbridos de identidad que se agrupan en el “nosotros” de la revuelta se bifurcan a veces de modo abrupto debido a la fragmentación de las demandas de los grupos y comunidades. A dos años de la revuelta social en la que todo Chile parecía haber dado un giro pronunciado hacia una izquierda anti-neoliberal, triunfó en la primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales un candidato de extrema derecha que sumó una votación del 44%. Este es el mejor ejemplo de que los estados de ánimo del pueblo, de la población y de las multitudes oscilan velozmente, según el tipo de emociones (miedos, resentimiento, odios, etc.) que hacen fluctuar a las subjetividades en estado de crisis.

La intelectual reside en Chile desde 1970 (Twitter)
La intelectual reside en Chile desde 1970 (Twitter)

¿Cuál ha sido el lugar del arte en este momento histórico? ¿Considera que el artivismo por sobre el arte “oficial” (me refiero a los que se presentan en museos o distintas exposiciones, etc) tiene en la actualidad una mayor capacidad para ayudar a cambiar la sociedad?, ¿propone un cambio de paradigma del rol del arte en las sociedades contemporáneas?, ¿por qué?

—Durante la revuelta, las calles se llenaron de murales y grafitis, de performances callejeras, que se celebraron como un “arte de la protesta”. La vitalidad comunicativa y participativa de estas manifestaciones las hizo aparecer en consonancia directa con la agitación de las calles y su consigna “Chile despertó”. Como suele ocurrir en los contextos de efervescencia social, se produce una valorización del activismo artístico que disuelve los límites institucionales del arte recurriendo a medios y mediaciones socio-culturales para que el arte se torne comunitario. Yo no le quitó méritos a estas estrategias sociales y comunicativas de inserción directa del arte en la comunidad pero debo confesar que, al igual que Ranciére, desconfío un poco de la fe ciega en “el modelo pedagógico de la eficacia del arte” como si existiese una cadena lineal de causa y efecto entre la (buena) intención del autor, la transmisión explícita del mensaje políticamente comprometido y su repercusión masiva en la sociedad. Yo no creo que la relación entre “arte” y “política” deba ser simétrica en su correspondencia de significados, tiempos, ritmos y secuencias. No todas las obras deben, para ser “políticas”, entrar en un diálogo en vivo y en directo con el acontecer. Pueden reflexionar indirectamente sobre los sucesos y acontecimientos, revisitando historias y memorias a través del desfase o la anacronía. No todas las obras que aspiran a leerse como “políticas” tienen que ser performances que reclaman presencia para los cuerpos victimados según el guion, estético y político, de la re-presentación. En lo personal, me interesa más aquel arte crítico que reflexiona sobre el régimen de visibilidad de las formas deconstruyendo la mirada y sospechando de la transparencia de las imágenes.

En ese sentido, las movilizaciones feministas han sido en los últimos años las que han tenido mayor capacidad para poner en disputa los funcionamientos de la sociedad en muchos niveles, de lo cotidiano y casero hasta lo macro, y, por ende, también han despertado una contrarespuesta que busca deslegitimar. ¿Cuál es a su criterio el estado de las cosas?

—Es indiscutible el protagonismo de las movilizaciones feministas que destacas. En el caso de Chile, por ejemplo, no habría cómo comprender la revuelta de octubre 2019 sin el antecedente dela insurrección feminista de mayo 2018 que puso en escena una performatividad de los cuerpos cuya desobediencia callejera impugnó toda la simbólica de los poderes instituidos. Además, al igual que en España, Argentina y otros países de América Latina, el feminismo ha sabido hacer visibles las intersecciones entre patriarcado y capitalismo de un modo que debería hacernos pensar que ya no es posible, para la izquierda, pensar en transformaciones anti-neoliberales sin incorporar decisivamente el feminismo a sus proyectos.

¿Considera que los cambios llegaron para quedarse y cuáles deberían ser los caminos naturales para que esto suceda?

— Sabemos que nada de lo ganado es definitivo y que las conquistas, lamentablemente, son reversibles. Basta con tomarle el peso a la sentencia reciente de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos que revocó la protección al derecho de aborto, aprobado en 1973. En España y América Latina, asistimos hoy a cómo se despliega la ofensiva en contra de la “ideología de género” de parte de la derecha y la ultraderecha que no están dispuestas a aceptar que se desmorone su moral de la “familia” o que se ponga en cuestión el binarismo masculino-femenino como esquema de clasificación anatómica de los cuerpos sexuados. El feminismo, con todos sus avances, sigue bajo amenaza.

"Crítica de la memoria" (Universidad Diego Portales); "Fractura de la memoria" (Siglo XXI), y "La insubordinación de los signos (cambio político, transformaciones culturales y poéticas de la crisis)" (Cuarto Propio)
"Crítica de la memoria" (Universidad Diego Portales); "Fractura de la memoria" (Siglo XXI), y "La insubordinación de los signos (cambio político, transformaciones culturales y poéticas de la crisis)" (Cuarto Propio)

¿Qué opina de los colectivos de mujeres que consideran que el patriarcado no existe?

— Esta afirmación no resiste para mí el menor análisis (ni práctico ni teórico) ya que es fácil comprobar los modos en que la jerarquía de lo masculino-dominante regula tanto los mundos privados como las estructuras públicas. Esto es precisamente lo que el feminismo pone al descubierto. Hablo del feminismo no sólo como movimiento social sino, también, del feminismo como una teoría crítica que ha reformulado el campo del pensamiento contemporáneo en torno a identidades y subjetividades. Es esta doble dimensión la que le otorga su fuerza de interpelación.

Vivimos en una época de “cancelaciones” que se articulan a través de las redes sociales y que en muchos casos tienen efecto directo sobre la vida de las personas y también en las decisiones de las instituciones, ¿cuáles creen que son los beneficios y los peligros de esta conducta?

—Se ha escrito muchísimo sobre el rol de las redes sociales en el mundo contemporáneo. Se ha destacado su capacidad -positiva- de conectar a sujetos y comunidades para que interactúen horizontalmente entre sí o bien, al contrario, se ha destacado sus efectos -negativos- de degradación de la política y la democracia, de exacerbación de la agresividad a través del insulto camuflada por el anonimato, etc. Habría que remitirse a la discusión ya instalada sobre capitalismo digital, sobre el impacto de las tecnologías cuyas redes fabrican comportamientos y subjetividades en serie. En lo personal, no soy usuaria de redes sociales. Tengo una relación con la escritura que me lleva a apreciar la calma reflexiva, la demora en la búsqueda de la palabra afín y esto es, por supuesto, incompatible con la velocidad de tráfico del intercambio de opiniones vía Twitter que hace circular masivamente reacciones primarias aprovechando la instantaneidad del momento.

Uno de los discursos sociales durante el momento más álgido de la pandemia es que de ésta “saldríamos mejores”, ¿cuál es su opinión al respecto?, ¿es algo que se verá a largo plazo o los eventos del mundo ya demuestran que solo fue un eslogan cargado de optimismo utópico?

—Lo que hizo la pandemia es suspender abruptamente la certeza de los diagnósticos y pronósticos sobre la evolución del capitalismo y el devenir social y político del mundo a escala planetaria. Resultó curioso que, apenas iniciada la pandemia, fueran pensadores “hombres” (Agamben, Zizek, Badiou, Byung-Chul Han, etc.) los que salieron primeros a reconfirmar la verdad de sus tesis desde las tribunas filosóficas de un saber autorizado. Parecían no haberse percatado de que, junto con demostrarse la fragilidad de la existencia humana, la pandemia también afectó los dominios de la ciencia y la filosofía que proclamaban verdades absolutas.

Durante la pandemia, el feminismo supo desocultar el reverso feminizado-precarizado del productivismo capitalista tal como se manifestó en el cotidiano del trabajo informal, de los cuidados domésticos, etc. A su vez el feminismo puso en cuestión los controles (masculinos) de aquel conocimiento que pretende abarcarlo todo mirando desde arriba, dominando la perspectiva. Todos estos dispositivos de autoridad superiores se han vuelto desconfiables. La pandemia nos enseñó que nos encontramos sumergidos en la incertidumbre respecto del futuro y olvidarnos de esta lección sería pecar de soberbia intelectual.

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