La escritora mexicana Margo Glantz, una de las más importantes narradoras y ensayistas que escriben en español de la actualidad, está de visita por estos días en Buenos Aires con motivo de la presentación de sus dos libros más recientes publicados en Argentina, Solo lo fugitivo permanece (Cuenco de Plata) y El texto encuentra un cuerpo (Ediciones Ampersand). Luego de su paso por la Feria de Editores el último fin de semana, la autora de 92 años continuó este martes por la tarde su itinerario de encuentros con sus lectores porteños con una conferencia en el Centro Cultural Arnaldo Orfila Reynal, en el segundo piso de la librería que la editorial Fondo de Cultura Económica –con sede en México y Buenos Aires– tiene frente a la plaza Armenia del barrio de Palermo. Glantz fue presentada por Héctor Orestes Aguilar, agregado cultural de la embajada de México en Buenos Aires, quien orientó la charla por el lado de su trayectoria como mujer de las letras, su campo de influencias dentro y fuera de la literatura, y especialmente su vínculo cercano con escritoras y escritores argentinos.
Ya desde antes que iniciara la charla, bastaba una mirada al público para comprobar los lazos que tejió la narradora, ensayista, crítica literaria, traductora y académica mexicana con la cultura argentina. Viejas amistades que vivieron el exilio en México, como Luisa Valenzuela, Tununa Mercado y Noé Jitrik, estaban presentes en la sala, además de otros autores como Martín Kohan, Alicia Genovese y Marcelo Cohen que acudieron a escucharla. Durante la conversación, Glantz también recordó a otras amigas entrañables que ya no están, como Silvia Molloy, con quien compartió los claustros de la Universidad de Nueva York, Tamara Kamenszain, Ana Amado y Josefina Ludmer. Y le dedicó unas palabras a Arnaldo Orfila Reynal, una figura articuladora de ambas culturas. “Fue amiguísimo mío desde el principio y un editor extraordinario”, destacó sobre el ex director de Fondo de Cultura Económica nacido en la ciudad de Córdoba, quien además fundó Eudeba y Siglo XXI.
“Desde muy niña estuve vinculada con la Argentina porque mi padre estaba suscripto al diario La Nación y a la revista Sur. También tenía acceso a Billiken, entonces me leía yo la historia de San Martín y la conocía mejor que la de (Miguel) Hidalgo, por ejemplo. Por otro lado, leí a muchos autores extranjeros a través de traducciones de editoriales argentinas. A los trece años cayó en mis manos La metamorfosis de Kafka traducida por Borges, así que entré en la literatura de Borges desde muy temprano sin saber quién era. También leí Palmeras salvajes de Faulkner traducida por él o por su mamá, no sé por quién de los dos. El caso es que el idioma de Borges fue muy importante desde que yo empecé a leer”, introdujo Glantz, quien estuvo casada con el escritor argentino Luis Mario Schneider. De esos tempranos recuerdos también evocó los tangos de Gardel y de Hugo del Carril que oía en la radio mientras comía chocolates rellenos de aguardiente.
Autora de más de veinticinco libros de ensayo y narrativa, entre los que se destacan obras como Las genealogías (1981), Sor Juana Inés de la Cruz: Saberes y placeres (1995), Zona de derrumbe (2001), El rastro (2002) y Saña (2008), Glantz fue decisiva para la carrera de muchos escritores mexicanos desde mucho antes que iniciara su propio camino en la ficción. Como le señaló Aguilar al público, la entonces profesora universitaria fundó a mediados de los años sesenta la revista Punto de Partida, una publicación de la UNAM que le abrió las puertas a sus alumnos de un seminario de literatura comparada, quienes participaron activamente del movimiento estudiantil del 68, y que también integró talleres a cargo de autores como Salvador Novo, Julieta Campos, Juan García Ponce y Salvador Elizondo.
La escritora además repasó junto a su entrevistador otros hitos de su labor en el campo editorial, como la colección “De la gran literatura” que codirigió junto a Sergio Pitol, con quien publicaron durante los ochenta a muchos autores sajones y eslavos hasta entonces poco difundidos en habla hispana, además de clásicos como Dostoievski y Virginia Woolf. Por otro lado, Aguilar le preguntó sobre su labor como traductora, aunque Glantz le aclaró que “no fue muy larga”. El más grato recuerdo en esa tarea es su traducción de Historia del ojo, de Georges Bataille. “Era muy importante para mí y fue muy fascinante traducirlo. En esa época mi generación era muy adicta a escritores como Bataille y Pierre Klossowski”, señaló. Y hablando de otras figuras influyentes, la autora de Por breve herida y Saña también destacó la presencia en esos dos libros de pintores como Stanley Spencer y Francis Bacon, “el mejor pintor que pudo expresar el Holocausto”, de quien incorporó en su escritura la deformación del cuerpo humano. También la música de Bach a partir de las variaciones Goldberg en El rastro.
Uno de los referentes máximos en la carrera de Glantz es desde luego la poeta y religiosa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, a quien se dedicó a estudiar durante más de veinte años. “Ella es una figura fundamental. Indagar su obra significaba trabajar aspectos inéditos para mí como la teología, la historia novohispana y el barroco. Fue la última gran figura del Siglo de Oro, hizo cosas importantísimas siguiendo la tradición de San Juan de la Cruz, Quevedo, Calderón o Lope de Vega y cultivó todas las ramas literarias del barroco. Sus autos sacramentales son muy novedosos porque trabajan problemas absolutamente mexicanos”, dijo sobre Sor Juana, cuyo legado descubre la pervivencia del espíritu novohispánico en la cultura contemporánea y moderna mexicana.
Lejos de la pesadez académica, Glantz ha desarrollado a través de sus ficciones una escritura fragmentaria que aborda con lucidez e imaginación, combinando distintos géneros, temas que eran considerados frívolos como la moda y el cabello. “Mi primer libro fue un texto que decidí publicar a cuenta de autor y tiene que ver con el cuerpo: Las mil y una calorías: novela dietética. Lo pude publicar gracias a una psicoanalista argentina, Gilou García Reynoso, con quien hice terapia durante varios años. Lo pergeñé en Estados Unidos donde estaba dando un curso y tenía una hija pequeña, entonces comía yo mucho y engordaba. Eran textos muy fragmentarios que a veces se los presentaba a amigos míos pero nadie los quería publicar. Agustín Yañez, mi maestro, me dijo ‘son muy buenos tus textos pero les falta engarzarlos, cuando puedas unirlos como en un collar vas a poder escribir’. Pero era algo que no lograba hacer hasta que me di cuenta que podía engarzarlos en pedacitos”, dijo Glantz.
“Este es el gran momento de las escritoras mexicanas y argentinas, se están leyendo unas a otras como nunca antes y creo que tu presencia aquí va a ser estimulante para seguir ese camino”, le agradeció el entrevistador, que quiso preguntarle a Glantz sobre sus compañeras de ruta. Pero estaba por cumplirse una hora de charla y la escritora quería ir a abrazar a esas compañeras que la habían ido a ver y compartir un vino con ellas. Ya habrá tiempo de seguir conversando frente al público este jueves en el auditorio del Malba.
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