Werner Herzog, Elon Musk y una batalla dialéctica por los sueños de la humanidad

Con encuentros y desencuentros, el veterano cineasta alemán y el polémico magnate tecnológico, formaron un inesperado frente común entre el arte y los negocios contra la tecnología diseñada para no descansar

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Elon Musk en la famosa
Elon Musk en la famosa Met Gala del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, mayo de 2022 (REUTERS/Andrew Kelly/File Photo)

¿De qué manera Werner Herzog y Elon Musk integran una batalla por los sueños de la humanidad? Para avanzar por esta pregunta, primero es necesario entender que la tecnología digital que nos rodea ha fundado un mundo en el que el tiempo, reinventado por una nueva lógica de producción capaz de prolongarse durante las veinticuatro horas de los siete días de la semana, estableció una discrepancia fundamental entre la vida humana y un sistema para el cual no existe botón de apagado.

Por supuesto, nadie puede estar comprando, jugando, trabajando, publicando o descargando contenidos las veinticuatro horas de los siete días de la semana. Pero como ahora no existe momento, lugar o situación en los que uno no pueda comprar, consumir o utilizar los recursos digitales, lo que se revela a partir de este inédito régimen temporal es su intrusión incesante en todos los aspectos de la vida social o personal, incluida nuestra capacidad de dormir y soñar.

Para comprender esta idea, desarrollada por el crítico y ensayista estadounidense Jonathan Crary en el libro 24/7 El capitalismo tardío y el fin del sueño, la compra frustrada de la red social Twitter por parte del magnate tecnológico Elon Musk es importante. De hecho, la razón principal por la cual Musk decidió retirar su oferta de 44.000 millones de dólares para adquirir Twitter, frustrando una operación que sacudió a todo Silicon Valley en abril de este año y que en octubre tendrá su capítulo judicial final en una corte comercial en Delaware, es que la red social fue incapaz de explicar cuántos de sus 300 millones de usuarios activos son humanos y cuántos son “bots”, es decir, usuarios sintéticos que simulan ser humanos.

Desde una perspectiva técnica, un “bot” es, apenas, un programa diseñado para interactuar en las redes sociales bajo la apariencia de un usuario común. Útiles para difundir publicidad, propaganda política o noticias falsas, crear y vender “bots” es una de las actividades comerciales básicas en el interior de la ecología de las redes sociales. Y aunque Twitter considera de manera oficial que apenas un 5% de sus usuarios son “bots”, Musk especula que la cifra real es, al menos, cuatro veces mayor. Desde una perspectiva metafísica, en cambio, un “bot” no es simplemente un usuario falso, sino un paso adelante en el camino hacia lo que la filósofa Teresa Brennan llamó “biodesrregulación”. En otras palabras, un avance en la erradicación de la necesidad humana de dormir y soñar, en beneficio de un nuevo modelo tecnológico de duración y eficiencia infinitas.

Werner Herzog, director de cine
Werner Herzog, director de cine alemán famoso por sus películas "Aguirre: la ira de Dios" y "Fitzcarraldo" entre otras

¿Sueñan los “bots” y los “influencers” con descansar?

La “biodesrregulación” es el proceso por el cual las limitaciones físicas inherentes a la biología de los seres humanos inician un proceso forzado de adaptación al ritmo inhumano del nuevo tiempo digital. En consecuencia, lo que los “bots” vislumbran es la posibilidad de, por ejemplo, “twittear” en cualquier momento del día todos los días, expandiendo hasta la totalidad absoluta del tiempo lo que Eric Schmidt, CEO de Google entre 2001 y 2011, llamó una “economía de la atención”. Abolido el descanso y el sueño, ¿acaso el “bot” insomne no es el precursor inevitable del trabajador o el consumidor insomne?

Más allá de la teoría, basta mirar el régimen cotidiano de los “influencers” de carne y hueso, esclavos de contar, mostrar y monetizar sin pausas y en todas sus redes todo lo que hacen, sienten y consumen, para entender a qué se refería también el pensador francés Guy Debord cuando, pensando en la mercantilización del espectáculo como esencia del capitalismo contemporáneo, hablaba acerca de “un hecho social alucinatorio”. El problema es que estas alucinaciones, cada vez más insomnes y diseñadas para lucrar, no tienen nada en común con los sueños donde se ubica “el verdadero corazón de la existencia humana”, como dice Werner Herzog en El crepúsculo del mundo, su primera novela.

Sin duda, la insólita alianza entre Werner Herzog y Elon Musk contra la disolución de los sueños es más azarosa que estratégica. Y aunque en principio esto sería tan obvio como distinguir las motivaciones de un artista de las de un empresario, lo cierto es que la amenaza común de una comunicación automatizada e inhumana le resulta a uno y otro, por distintas razones, un obstáculo contra sus respectivos intereses.

Para Herzog, en principio, el acto de soñar en completa libertad ha sido el motor creativo de todos sus grandes personajes del cine de ficción y documental. Y si Fitzcarraldo, su famosa película acerca del hombre que se propuso cruzar un barco a través de una montaña en el Amazonas, fijó la medida trascendental de lo que significa el poder de los sueños, con El crepúsculo del mundo la premisa se repite.

Klaus Kinski en "Fitzcarraldo", 1982
Klaus Kinski en "Fitzcarraldo", 1982 (Moviestore/Shutterstock)

Hiroo Onoda, el soldado que soñó con la guerra durante 29 años

Escrita durante la cuarentena estricta por el COVID-19 y publicada en español en 2022, los protagonistas de El crepúsculo del mundo son soñadores de la vida real como el teniente japonés Hiroo Onoda, célebre por haber sido declarado oficialmente muerto en 1959 a pesar de que permaneció en combate activo en lo profundo de la jungla filipina al servicio del Ejército Imperial Japonés desde 1945 hasta 1974. Sumergido en sus propias ensoñaciones, el teniente Onoda decidió ignorar que la Segunda Guerra Mundial había terminado 29 años antes de su rendición definitiva.

“A veces creo que las armas tienen algo innato que escapa a la influencia de los humanos”, dice el teniente Onoda mientras deambula por la jungla convencido de que todas las señales que podrían significar que la guerra terminó son trampas para atraparlo. “¿Cobran vida propia una vez que se inventan? ¿Y la guerra en sí, acaso no tiene una especie de vida propia? ¿Sueña la guerra consigo misma? ¿Y si esta guerra fuera solo un sueño para mí?”.

Lo importante es que soñar, a pesar de tratarse de una fuerza opuesta a la razón, no debe confundirse con la locura. Si el Hiroo Onoda de Herzog representa a quienes deciden abismarse en la profundidad absoluta de sus sueños (sueños perfectamente lógicos de deber, honor y lucha), los “bots” de Twitter en la mira de Elon Musk, en cambio, representan la versión extrema de quienes han renunciado a toda posibilidad de soñar para perpetuar una tarea comercial dispuesta a contaminar todas las conversaciones. Jonathan Crary lo explica cuando, al referirse a los “ataques al sueño”, reflejados a primera vista en el sinfín de terapias y manuales dedicados a conciliar el descanso nocturno, afirma que todo ataque al tiempo para soñar es “inseparable del proceso de desmantelamiento de la protección social en otros ámbitos”. De ahí que, “así como el acceso universal al agua potable ha sido devastado de forma programada en todo el mundo a partir de la contaminación, la privatización y una mercantilización del agua embotellada, no es difícil ver una construcción similar a favor de la escasez del sueño”. Pero, ¿qué pasaría si al eliminar el sueño pudiéramos adquirir nuevas destrezas intelectuales? ¿Nos acercaría eso a un nivel superior de conciencia? ¿O nos condenaría a la verdadera locura?

Por su parte, aunque opta por habitar durante casi tres décadas el sueño febril de la guerra, el teniente Hiroo Onoda sabe que no está loco. Por eso se arrepiente de arremeter contra una brigada de soldados filipinos que lo buscan con su espada de samurái. “Mi ataque con la espada ha sido de cine, me he sentido como si estuviera actuando en una película de samuráis”, les explica a sus pocos compañeros, que pronto morirán o lo abandonarán. “Un error imperdonable. Ahora la guerra es diferente, las heroicidades no tienen cabida en nuestra misión. Debemos ser invisibles, engañar al enemigo, estar preparados para hacer cosas aparentemente deshonrosas sin olvidar el honor del soldado, que sigue latente en nuestro corazón”.

 Hiroo Onoda (AFP)
Hiroo Onoda (AFP)

La cosa de la que están hechos los sueños de un artista y un científico

Para Musk, por supuesto, los “bots” no son una amenaza contra el encantamiento del mundo, sino un conjunto concreto de usuarios falsos que Twitter usa para incrementar su cotización como red social en el mercado. Sin embargo, tal vez sea otro de los proyectos del CEO de Tesla, Neuralink, la empresa que pretende fusionar el cerebro humano con las máquinas, lo que termine de ubicar a Musk con mayor precisión en el revoltoso escenario de la automatización de la vida y la extinción del sueño.

Como el propio Musk dijo en julio de este año durante una de las primeras exposiciones públicas de los experimentos realizados por los neurocientíficos de Neuralink, “un mono fue capaz de controlar una computadora con su cerebro”. Pero el objetivo real de estos ensayos, aclaró Musk, no es controlar máquinas con la mente, sino “alcanzar una simbiosis con las máquinas”, de manera que “la fusión con la Inteligencia Artificial deje a los humanos atrás”.

En este punto, los caminos de Musk y Herzog en la batalla por los sueños se separan. Y Herzog lo dejó claro en uno de sus más recientes documentales, La última salida: el espacio, donde, a propósito del proyecto de Musk para colonizar Marte mediante el programa de cohetes SpaceX, sostiene que lo que alguna vez fue un asunto de “poetas y soñadores” hoy se convirtió en “una competencia de testosterona de multimillonarios inmaduros y desvariados”. En todo caso, si lo que Herzog y Musk encarnan desde el arte y la ciencia son dos modos radicalmente opuestos de pensar los espacios interiores y exteriores de la humanidad, el primer cruce entre ambos ocurrió en cámara en 2016. En Lo and Behold: Ensueños de un mundo conectado, el documental de Herzog sobre la historia de internet y el aceleramiento de la tecnificación de la vida, Musk es presentado como un “emprendedor” convencido, al igual que muchos de sus colegas en Silicon Valley, de que la inteligencia artificial pronto llegará, incluso, a filmar películas. “Pero no mejores que las mías”, interrumpe la escena Herzog con un tono certero.

Unos años después, en medio de los sugestivos viajes de empresarios como Jeff Bezos y Richard Branson al espacio, Herzog volvería contra la idea de colonizar Marte por tratarse de una “obscenidad”. A criterio del director de cine alemán, lo que todos estos proyectos utópicos de millonarios eligen dejar de lado, en especial mientras las crisis climáticas y ecológicas se agravan, son las acciones necesarias para hacer de nuestro propio planeta un lugar más habitable. Y, por si fuera poco, agregó particularmente contra Musk: “Además, los vientos solares de Marte cocinarían a todos como un microondas”.

Elon Musk en la inauguración
Elon Musk en la inauguración de la nueva fábrica de autos eléctricos Tesla Gigafactory en Gruenheide, Alemania (Patrick Pleul/Pool via REUTERS)

¿Cuánto falta para que soñar sea otra actividad mercantil?

Para entender el origen de las reacciones negativas de Werner Herzog contra Elon Musk bastan, otra vez, las ideas de Jonathan Crary. ¿O no es evidente que la fascinación de Silicon Valley con la conquista del espacio, visión que casi todos sus artífices definen como una nueva búsqueda de mayores recursos económicos, es la última actualización de esa otra conquista en marcha de la materia imprecisa y oscura que llamamos sueños? Pero, ¿sabemos exactamente qué son los sueños?

“En su profunda inutilidad y en su pasividad intrínseca, con las incalculables pérdidas que ocasiona en el tiempo de producción, circulación y consumo, el sueño siempre chocará con las exigencias de un universo 24/7″, escribe Crary. Así pues, la enorme porción de nuestra vida que pasamos durmiendo, liberados de una ciénaga de necesidades simuladas por los nuevos entornos digitales, subsiste como una de las grandes afrentas humanas a la voracidad del capitalismo contemporáneo. Es por esto que soñar, explica Crary, “es una interrupción sin concesiones al robo de tiempo que sufrimos por parte del capitalismo”. Entonces, ¿falta mucho para que el acto de cerrar los ojos y soñar sea otra actividad mercantil? ¿La investigación neurológica está tan lejos de aprender a intervenir nuestros sueños con anuncios comerciales, de igual manera que la publicidad asalta todo lo que miramos y pensamos mientras estamos despiertos?

¿Falta mucho para que el
¿Falta mucho para que el acto de cerrar los ojos y soñar sea otra actividad mercantil?

En sintonía con esta percepción de lo que el territorio inalienable de los sueños significa frente a las ambiciones del mercado, en El crepúsculo del mundo el teniente Hiroo Onoda avanza a través de la jungla más salvaje, donde el chirrido de las cigarras suena “como si un gran tren hubiera activado los frenos de emergencia y se deslizara por las vías durante horas”, con la certeza de que “no tenía ninguna prueba de que cuando estaba despierto estuviera realmente despierto ni tampoco tenía pruebas de que, cuando estaba soñando, lo estuviera haciendo de verdad”.

Sin embargo, subraya Herzog, “la batalla de Onoda, formada a partir de la unión de una Nada imaginaria y un sueño, es un acontecimiento grandioso, arrebatado a la eternidad”. En la novela, esto revela su significado más pleno cuando, una vez que Onoda se ha rendido en 1974 frente al mismo oficial japonés que le había encargado permanecer en combate, vuelve a Japón sólo para descubrir que, gracias al “enjambre de medios de comunicación y el consumismo de la sociedad nipona de posguerra, para él la nación había perdido el alma”. Por su parte, en el mundo de cálculos racionales y objetivos dirigido por Silicon Valley, Twitter no renunció a sus “bots” incapaces de soñar, sino que demandó a Elon Musk por negarse a “honrar sus obligaciones” y, en el proceso de cancelar su compra, dañar el valor de mercado de sus acciones. Como el teniente Onoda se prometió a sí mismo en 1944, tal vez serán ahora estos “bots” los que se conviertan en “un fantasma intangible y la pesadilla perpetua del enemigo”.

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