Los hechos fueron así.
El periodista árabe Jamal Khashoggi concurrió el 2 de octubre de 2018 al consulado del Reino de Arabia Saudita en Estambul, Turquía, donde se había establecido -su condición era la de exiliado. Debía buscar unos papeles que le permitirían casarse con su novia Hatice Cengiz luego de comprobar la nulidad de su matrimonio anterior en Arabia Saudita Saudita. Concurrieron juntos, ella lo esperó afuera. Era de mañana. Kashoggi ingresó al consulado. Pasaron las horas y no salía. A las cinco de la tarde, desesperada Hatice Cengiz llamó a sus amigos. Estaba segura de que algo había pasado. Ella no se había movido de la puerta del consulado árabe mientras esperaba a Kashoggi, que nunca salió vivo.
Protestas en todo el mundo se desarrollaron pidieron por el paradero del periodista que publicaba en The Washington Post y cuyo pasado en Arabia Saudita (su familia estaba ligada a la casa real e incluso había sido primo de Dodi Al Fayed, novio de la princesa británica Diana, con quien había perecido en un accidente). Kashoggi fue Jefe de Redacción de varios medios escritos en Arabia Saudita e incluso construyó y dirigió un canal de televisión con un perfil aperturista (se debe recordar que Arabia Saudita es una monarquía autocrática), invitó a dos opositores de una nación árabe vecina el primer día de emisiones del canal, que a la noche fue cerrado por orden de la censura estatal. Cuando comenzó una nueva purga y detenciones de periodistas, Kashoggi no lo dudó y con la oposición de su esposa y familia, tomó un avión hacia los Estados Unidos.
Se involucró desde el extranjero en los asuntos de su país.
Conoció a Hatice Cengiz.
Luego desapareció.
El documental The Dissident (HBO Max) explora, con detenimiento, testimonios y pruebas que no sólo brindan un perfil preciso de Kashoggi, sino que dan a conocer por primera vez los audios de la tortura y muerte que se procesaron en el consulado árabe, es decir, territorio del Reino de Arabia Saudita Saudita, asesinato cuyo principal sospechoso como autor intelectual es el príncipe Mohammed bin Salman, el joven hijo del rey que se postula a heredar la suma del poder público en la nación que posee la mitad de las reservas petrolíferas del planeta.
El perfil
Omar Abdulaziz es un joven que inició su camino en las redes sociales luego del estallido de la Primavera Árabe en 2010-2012, que luego sería bañada en sangre por gobiernos reaccionarios. Sin embargo, dejaría un rasgo poco habitual en las sociedades: si en EEUU dos de cada diez personas usan Twitter, en Arabia Saudita ocho de cada diez lo hacen. Frente a la censura del régimen, las redes sociales continúan teniendo una potencia perdida (o detenida) en otras partes del orbe. Esto lleva al Estado a construir dispositivos y entrenar a decenas de miles de empleados como trolls para contrarrestar la verdad y agobiar con ataques a los opositores a la monarquía absolutista.
Kashoggi, ya en el exilio, tomó contacto con Abdulaziz. “No era un disidente, era un opositor, un reformista”, explica Abdulaziz a cámara. Ese sería su rol hasta que un grupo secreto de activistas aceptan la participación de Kashoggi en su grupo de debate de Telegram. Su objetivo era construir un contracomplejo a los trolls oficialistas que pudiera imponer su temario no opositor, no reformista, sino contra el régimen monárquico. Se llamaron las abejas. “Si vas a participar, serás un disidente”, Kashoggi fue advertido. Aceptó participar.
El asesinato
Con fuentes oficiales de la inteligencia turca y de su gobierno, el director Bryan Fogel reconstruye desde el momento cuando cinco dias antes de la cita en el consulado, Kashoggi va a solicitarla. Un memo: “No podía creer que fuera él. En cinco días estará de vuelta”. En cinco días prepararon todo. Quince personas viajaron desde Arabia Saudita con status diplomático: el asesinato como una de las formas de la diplomacia. Cuando ingresa al consulado, es controlado por la fuerza. Lo quieren llevar de vuelva al Reino de Arabia Saudita, mientras tanto una cámara permite que todo lo que acontece se vea desde algún otro lugar (¿el palacio de Mohammed bin Salman?). Antes de morir, pide que le quiten una bolsa de la boca: “Soy asmático, me asfixiaría”. Últimas palabras antes de morir de un periodista disidente.
Luego lo descuartizaron. Luego lo quemaron junto a 32 kilográmos de carne de una carnicería de lujo para que el olor de la carne humana quemándose no predominara en el ambiente.
Pero dejaron huellas. Muchas.
El documental lleva a niveles de estremecimiento ante la sofisticación de un crimen de Estado, de las internas palaciegas en las que un joven principe ambicioso se juega su reino como si fuera Ricardo II, de Shakespeare, y el derrotero de Kashoggi, cuya coherencia y posterior incremento de su conciencia política determinarían que debía ser eliminado por las fuerzas del rey árabe.
Dos señalamientos últimos. El documental muestra cómo se plantean sanciones de “mentirita” contra Arabia Saudita, ya que la prohibición de la venta de armas es rápidamente vetada por el entonces presidente Donald Trump. Recientemente, el presidente Joe Biden (como hace notar Juan Pablo Mansilla en su newsletter sobre documentales, el mejor se que puede encontrar en la web): “La visita del presidente estadounidense Joe Biden a Arabia Saudita fue uno de los eventos más esperados de su reciente gira por Medio Oriente. Fue el reencuentro con un socio estratégico de la región, dueño de la mitad de las reservas mundiales de petróleo y un aliado comercial en plena crisis por la guerra entre Rusia y Ucrania”. El petróleo de la monarquía árabe, en el que flotan unas gotas de sangre de Kashoggi, sigue siendo vendido con honores a las potencias del mundo occidental y Rusia, por igual, ¿para qué hacer diferencias?
Lo mismo se puede decir acerca de las compañías de streaming, como Netflix (que había emitido el anterior trabajo de Fogel, el documental ganador del Oscar Ícaro) o Prime Video, que se negaron a comprar los derechos de The Dissident: “La decisión de no adquirir The Dissident no tuvo nada que ver con sus reseñas críticas, no tuvo nada que ver con el apetito de una audiencia global por ver un docu-thriller, pero tuvo todo que ver con los intereses comerciales y la política y, quién sabe, tal vez presiones del gobierno saudí. Dicen: “No somos compañía que busca la verdad, somos una empresa de entretenimiento”. Ha sido una lucha llevar esta película al mundo y arrojar luz sobre los abusos a los derechos humanos que están ocurriendo en ese reino. Estas empresas, que han optado por no distribuir esta película, en mi opinión, son cómplices”.
Lo que se puede decir al respecto es que HBO tiene una tradición de realización de documentales políticos, algunos radicales, desde la época anterior al streaming. Digamos que el documental sobre el asesinato de Kashoggi los honra. Luego se puede ver una serie pasatista en la misma plataforma.
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