Una tarde recibí un mensaje de Hilario Quinteros, el actor que hace el protagónico en mi obra Zoom para dos: estaba buscando un monólogo. Empezamos a intercambiar wasaps. Yo le prometí escribir una pieza, él sugirió que el contexto fuera la pandemia; me pareció bien, aunque no quería repetir el clima dramático de mi obra anterior sobre un virus invisible que convertía a Buenos Aires en un escenario siniestro. Me propuse encarar el texto con otro rumbo: mirar la reclusión con un aire más ligero. Y en lugar de monólogo compuse una pieza de dos personajes.
Empecé a escribir Zoom para dos, tal como Stephen King hace con sus novelas: una palabra por vez. Las palabras ayudan a soltar sentimientos y organizar ideas. Durante la pandemia hubo muchas palabras soterradas que no salían fácilmente, porque estaban encerradas como las personas. Desbloquearlas fue un camino que me permitió elaborar ese tiempo de aislamiento y soledad.
En la famosa obra de Pirandello, el autor pierde el manejo de la historia, que pasa a manos de los distintos personajes; en mi caso fue el personaje central –Beto-, el que comenzó a adquirir vida propia. Dueño de una pequeña pyme de barrio (Betito Premium Fletes), en plena pandemia y a lo largo de meses con la cortina baja, casi sin clientes, su mente se concentró en la búsqueda de un amor. Demolido por sus pensamientos contradictorios, Beto hacía tiempo que esperaba encontrar alguna mujer con quien compartir su vida, pero no sabía dónde encontrarla; menos en los tiempos de encierro. Beto era consciente de que, en general, más allá de cualquier bacilo, los tiempos se habían vuelto difíciles para establecer vínculos. Pero un día de diciembre, en plena reclusión pandémica, una mujer se conectó con él por zoom para que le trasladara unos muebles y él de inmediato quedó subyugado por sus ojos color miel. Empezó a fantasear con ella, y en su fuero íntimo la convirtió en su novia virtual, idealizada.
La clienta, Lucita. es una señorita desquiciada por el retiro obligado: se había vuelto hipocondríaca por el aislamiento, la aterraba contagiarse. Así se fue dibujando una historia en las que las consecuencias del encierro desencadenaban escenas por momentos desopilantes. Una vez terminada la obra, quedé de acuerdo con Hilario en que la dirigiese nada menos que Tina Serrano, su talentosa madre.
Yo había conocido a Hilario años atrás gracias a mi querida amiga, la gran actriz y directora de teatro Luz Kerz. Cuando ella dirigió en La Manzana de las Luces otra pieza mía (Julita Pietra y el Juntahuesos) Luz propuso a Hilario para el papel central; ella lo conocía desde que él era un niño, porque era amiga de Tina Serrano, con quien además solían coincidir en algunos escenarios (como lo hicieron, centralmente, en la experiencia Teatro Abierto, en el crepúsculo de la tiranía militar). Luz murió en 2019. Sin ella en este mundo, quién mejor que Tina para dirigir Zoom para dos. Cuando Tina vio el texto respondió afirmativamente.
Faltaba una actriz para el papel de Lucy. Como en un principio pensamos en estrenar la obra en Mar del Plata (Tina vive en las afueras de La Feliz, en un lugar donde no llega el ruido de la ciudad sino el murmullo del mar), Hilario comenzó a buscar allí, pero no fue fácil. Por otra parte Tina argumentó que no estaba entusiasmada por estrenar en Mar del Plata. Apreciaba, con razón, que la ciudad estaba en declive económico y no iba a ser sencillo convocar al público. De modo que el objetivo pasó a ser debutar en Buenos Aires. Entonces propuse convocar a Chili Ramos, una actriz muy sensible e inteligente de amplia trayectoria en la comedia, que ya había actuado en La Aparición, otra obra que escribí para un ciclo de teatro breve. Después de leer Zoom para dos, Chili aceptó.
El trabajo, de allí en adelante, adoptó las modalidades híbridas de la época. Empezamos presencialmente: nos reunimos todos en Mar del Plata para hacer las primeras pasadas de letra en casa de Tina, que hizo allá las marcaciones centrales. Después el trabajo continuó con una mezcla de presencialidad (en Buenos Aires) y zooms semanales con Tina, que seguía la tarea desde su casita junto al mar.
El lugar de ensayo se trasladó a Agronomía, específicamente al quincho de mi terraza, donde nos reunimos dos veces por semana Hilario, Chili, Tina (vía electrónica) y yo, como la escritora que observa el desarrollo de los diálogos y el largo monólogo de Beto, con la atención y algún recelo propio de una madre cuidando a su criatura. Aunque suele producirse alguna controversia entre el director y el que escribe el libro, este no fue el caso. Por suerte.
La etapa final han sido los ensayos en la sala El Fino, un ambiente particular, con una estética que realza la puesta de la obra, más la ayuda de Fabio, el dueño del teatro. Los personajes se afianzaron y desarrollaron un camino propio. A Betito y a Lucy en escena puede sentírselos respirar. Siempre es así; en cada ensayo, y luego en cada función, los personajes avanzan sobre el alma de quienes los encarnan para que nada les impida ser lo que son. Así ocurre con los buenos actores.
Surgido de la reclusión de la pandemia, Zoom para dos transforma el aislamiento en contacto y comunicación con las herramientas y la magia del teatro.
* “Zoom para dos” se presenta los viernes a las 20:30 en El Fino, Espacio Escénico, Paraná 673, de la Ciudad de Buenos Aires.
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