¿Quién sabe?: tal vez desde muy niña era considerada tonta pero hermosa, como si la virtud de la belleza implicara una bienaventuranza que solo podría atraer defectos en los otros órdenes de la existencia. Es muy probable que así sucediera con Norma Jean si se tiene en cuenta que Norma Jeane Mortenson, nacida en Los Ángeles, Estados Unidos, el 1 de junio de 1926, era una bebé preciosa, aunque siempre se suele decir eso sobre los recién nacidos. Su madre Gladys Pearl Baker no era primeriza, había tenido un matrimonio anterior con Jasper Newton Baker (de quien tomó el apellido) con quien tuvo dos hijos que, tras un divorcio violento, fueron secuestrados por su padre y criados en Kentucky. Gladys trabajó como montajista en los estudios RKO, donde conoció a Charles Stanley Glifford con quién tuvo un affaire y quedó embarazada. Glifford no estaba interesado en la parentalidad, Gladys parió a Norma Jeane, que más tarde sería conocida por los siglos de los siglos como Marilyn Monroe, símbolo de la seducción, la sexualidad, la belleza. Pero esto sería mucho tiempo después, porque a los pocos meses de nacer Norma Jeane fue entregada a un hogar de acogida, el primero de los diez hogares por los que pasaría, mientras su madre, Gladys Pearl, era internada en instituciones de salud mental.
Una infancia de esta naturaleza promueve inseguridades, miedos, flaquezas, pero quien unos años después sería Marilyn Monroe tenía autoconciencia de sí, primero del cuerpo infantil y de su cara, más tarde sus formas que habían conformado otro cuerpo, otras líneas, otras redondeces; era consciente de su mirada estremecedora y unos labios perfectos que conjugaba con una boca ligeramente abierta y una rubia cabellera para ganar el corazón de todos, de tantos. Primero modelando pero luego permitiendo que la cámara cinematográfica la atrape, la esculpa en el tiempo, la resalte con la luz. Fueron entonces las películas y el physique du rol: bomba sexual, rubia ingenua, enfundada en brillos y diamantes, que eran –como cantaba en Los caballeros las prefieren rubias– “diamonds are a girl best friends”, los diamantes son los mejores amigos de una chica. Physique du rol: bomba sexual rubia y ambiciosa. No es que no lo fuera, ¿pero era tonta como decían que era en su infancia, tonta pero hermosa?
No parece. Por el contrario, Marilyn no solo tenía una inteligencia física (ella se posaba delante del lente de la cámara naturalmente como si estuvieran enamorados la una del otro, y viceversa) sino que estaba interesada en formarse culturalmente, intelectualmente: se esforzaba (zigzagueantemente: su tendencia a la desorganización y el desorden eran bíblicos), leía, escribía de manera secreta y también escribía cartas como si la fábrica de estampillas estuviera pronta a terminarse. Así lo decía Miss Constance Collier, una actriz inglesa que daba clases a actrices consagradas como Katherine Hepburn o Vivien Leigh y también Marilyn Monroe, según el escritor Truman Capote, que las había presentado: “Tiene algo. Es una hermosa niña. No lo digo por lo obvio, tal vez demasiado obvio. No es una actriz, en absoluto, en el sentido tradicional. Lo que ella tiene, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, nunca podría salir a relucir en el escenario. Es algo tan frágil, tan sutil, que solo la cámara puede captarlo. Es como un colibrí en vuelo: solo la cámara puede congelar su poesía. Pero quien piense que la chica es otra Harlow, o una puta, está loco. Hablando de locura, es de eso que nos estamos ocupando: de Ofelia. Supongo que la gente se reiría de solo pensarlo, pero realmente podría ser la Ofelia más deliciosa del mundo. Estaba hablando con Greta la semana pasada, y le hablé de Marilyn como Ofelia, y Greta dijo sí, que lo creía porque la había visto en dos películas, muy comunes y vulgares, pero que de todos modos dejaban entrever las posibilidades de Marilyn”. Pues claro: Greta era la legendaria Greta Garbo.
Truman Capote, que a pesar de sus orígenes provincianos había logrado convertirse en una persona de sociedad, amigo de artistas, actrices y actores, escritores y aristócratas neoyorquinos, era él mismo el prototipo del New Yorker al que jamás se le hubiera ocurrido negar su homosexualidad. Fue presentado a Marilyn por el director John Houston, cuando la leyenda sexual de Hollywood se personificaba en ella. Fue un flechazo de enamoramiento amistoso y eterno, de acuerdo con como vive la eternidad la humanidad. Él, además de invitarla cada vez que podía a tomar champagne y de presentarle a Miss Collier, le rogó que hiciera un taller literario, de escritura, que preservara su identidad para que las madamas de las páginas de chimentos no se hicieran una fiesta. Estos son algunos de sus poemas, encontrados en sus cuadernos post mortem.
Tuve un sueño horrible.
Yo sola en el ascensor
y el ascensor se detenía
y el resto de mi vida
la pasaba sola en el ascensor.
Exactamente igual
como paso mi vida.
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Vida: soy de tu cara y tu cruz.
Casi siempre
colgada boca abajo,
pero fuerte como una telaraña al viento.
Mi corazón arde,
pero yo soy escarcha fría resplandeciente.
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Me gustaría estar muerta.
Me gustaría no haber existido.
Me gustan los puentes,
especialmente el de Brooklyn,
tan tranquilo a pesar
del rugido de los automóviles
debajo de los pies de los transeúntes.
Pero no hay ningún puente feo.
Quizá alguno no demasiado alto.
Marilyn no se perfumaba solo con Chanel N° 5. Su biblioteca personal, con libros anotados en sus márgenes, constaba de alrededor de 400 ejemplares donde se podían encontrar obras de los clásicos John Milton o Fiodor Dostoievski a Ernest Hemingway o Jack Kerouac. Le gustaba sacarse fotos leyendo, quizás por esa mentada inseguridad con la que cargaba desde una infancia de diez hogares de acogida o quizás tan solo porque sí. Hay una foto famosa y es una pena, porque está leyendo las últimas páginas del Ulises de James Joyce, del que Borges decía: “Yo (como el resto del Universo) no he leído el Ulises de Joyce”, y entonces la foto de Marilyn parece impostada. No aquellas en las que se la ve leyendo Hojas de Hierba, de Walt Whitman o Un enemigo del pueblo, de Arthur Miller. Entre otros libros de su biblioteca están Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca; La última tentación de Cristo, de Nikos Kazantakis; La muerte en Venecia, de Thomas Mann.
Estuvo casada con Arthur Miller, el dramaturgo central de los Estados Unidos en los años cincuenta, autor de Muerte de un viajante, perseguido por el Comité de Actividades Antinorteamericanas, condenado por el macartismo. Delatado él por Elia Kazan, nunca delató a nadie. ¿Se hubiera casado un escritor así con, por decirlo de algún modo, “una rubia boba”? Todo puede ser, pero no parece ser el caso de este matrimonio que duró entre 1956 y 1961. Miller escribió el guion de la última película que protagonizó Monroe, The Misfits, antes de su muerte.
Antes, en 1961, había decidido continuar su formación actoral en el Actor’s Studio, dirigido por Lee y Paula Strasberg, que seguían las pautas actorales del ruso Konstantin Stalinavsky, conocido como El Método. Ingresar al Actor’s Studio era todo un desafío, pero ella lo zanjó. Strasberg le recomendó que hiciera psicoanálisis (una aclaración: en los Estados Unidos, salvo una minoría de consultorios en Nueva York, el psicoanálisis es una extravagancia parisina) y le presentó a Ralph Greenson, un psicoanalista muy prestigioso, que la trató hasta el fin (para muchos, su terapia era polémica). Lee Strasberg declaró que sus dos mejores alumnos en el Actor’s Studio habían sido Marlon Brando y Marilyn Monroe.
En uno de esos maravillosos retratos realizados por Truman Capote, recuerda cómo se encontraron con Marilyn en una capilla. Su conversación, esos diálogos delirantes:
TC: La reina Isabel nunca lleva dinero encima. No le está permitido. El vil metal no debe mancillar la palma de la mano real. Hay una ley, o algo así.
M: Ojalá pasaran una ley parecida para mí.
TC: Sigue así y a lo mejor sucede.
M ¿Cómo paga cuando va de compras?
TC: Su dama de compañía trota a su lado con una bolsa llena de peniques.
M: ¿Sabes una cosa? Te apuesto a que le dan todo gratis. Como pago cuando ella dice que usa el producto.
TC: Es muy posible. No me sorprendería en lo más mínimo. Proveedores de Su Majestad. Perros galeses. Todas esas golosinas Fortum & Mason. Marihuana. Preservativos.
M: ¿Para qué quiere ella preservativos?
TC: Ella no, tonta. Para ese bobo que la sigue dos pasos atrás. El príncipe Felipe.
M: Para él. Oh, sí, me gusta. Debe tener un lindo aparato. ¿Te conté esa vez que Errol Flynn sacó el aparato y tocó el piano con él? Bueno, fue hace cien años. Yo recién empezaba y fui a una fiesta tonta. Estaba Errol Flynn, muy contento consigo mismo. Aporreó las teclas. Tocó “Eres mi rayo de sol”. ¡Cristo! Todo el mundo dice que Milton Berle tiene el schlong más grande de Hollywood. Pero ¿a quién le importa? Eh, ¿tienes dinero encima?
TC: Unos cincuenta dólares.
M: Eso nos debe alcanzar para un poco de champagne.
Marilyn le había preguntado antes y le recordaba después: “Recuerda, te dije que si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era, en realidad, Marilyn Monroe ¿Cómo contestarías esa pregunta?”.
Y el texto, escrito luego del fin, termina de este modo lleno de la emoción por quien ya no está:
“(Ya se iba la luz. Ella parecía desvanecerse con la claridad, mezclarse con el cielo y las nubes, retroceder y ocultarse detrás. Yo quería alzar la voz por encima de los gritos de las gaviotas y preguntarle: “Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?”)
TC: Yo diría…
M: No te oigo.
TC: Diría que eres una hermosa criatura.
Su fallecimiento, tanto atribuido a un suicidio, como a un accidente, como a la mafia (Marilyn tenía un affaire con Bobby Kennedy, fiscal general de los Estados Unidos que unos años después también sería asesinado mediante un atentado) causó conmoción en todo el mundo.
En todo el mundo.
En Nicaragua, en 1965, tres años después de la muerte de Marilyn, Ernesto Cardenal se ordenaba sacerdote en Managua y fundaba una comunidad en la isla de Solentiname, donde convivían pescadores, artistas, visitantes y religiosos, que compartían la misa con Cardenal del modo en que lo hacían los antiguos cristianos. Ese año publicó Oración por Marilyn Monroe y otros poemas. Algunos versos a Marilyn dicen:
Señor
en este mundo contaminado de pecados y de radiactividad,
Tú no culparás tan solo a una empleadita de tienda
que como toda empleadita de tienda soñó con ser estrella de cine.
Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del tecnicolor).
Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos,
el de nuestras propias vidas, y era un script absurdo.
Perdónala, Señor, y perdónanos a nosotros
por nuestra 20th Century.
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