Hagamos la prueba. Si le preguntáramos a cualquier persona qué sabe de Norah Lange, lo primero —y casi lo único— que nos va a decir es que le rompió el corazón a Borges cuando se fue con Oliverio Girondo.
La anécdota la cuenta muy bien Daniel Balmaceda en Romances de escritores. En 1926, Borges fue con Norah a un almuerzo en honor a Ricardo Güiraldes, autor de Don Segundo Sombra, que se hacía en la Rural. Norah tenía veintiún años y la madre de ella no la dejaba salir de noche; era una bellísima pelirroja de rasgos nórdicos, ojos claros y un cuerpo impactante. Él esperaba encontrar allí la oportunidad para declarársele, pero apareció Oliverio Girondo. El autor de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía y Calcomanías se le sentó al lado y ella, torpe o distraída, volcó la botella de vino que él había llevado. “Me dijo con su voz (de caoba, de subterráneo)”, recodaba Norah en sus memorias, “parece que va a correr sangre entre nosotros”.
Borges perdió a la mujer, pero, al final, hizo lo que hacía siempre: la incluyó en el relato autobiográfico hasta convertirla en un personaje. Hay quienes incluso la reconocen en la Beatriz Viterbo de “El Aleph”. Todavía en los años 70 —recordaba Jay Parini en Borges y yo—, Borges decía que Norah era su gran amor y que Oliverio se la había robado. Ya había sufrido de amor por Estela Canto y María Esther Vázquez, ya se había casado y divorciado de Elsa Astete, pero seguía hablando de Norah. Porque hablar de ella era, de alguna forma, someterla.
Un erotismo púdico
Norah fue una gran escritora que iba mucho más alla de ser el objeto de disputa entre dos hombres. Un año antes de aquel almuerzo, Norah había publicado su primer libro de poemas, La calle de la tarde, que justamente salió con prólogo de Borges y un grabado de Norah Borges en la portada. Los poemas de La calle de la tarde son breves y sentimentales, hay un erotismo recubierto por el amor y el pudor; un algo que ha quedado reprimido, dice Beatriz Sarlo en Una modernidad periférica.
“El rosario de tus besos / ha iluminado mi tarde. // Mi alma se anuda a la cruz / que besas diariamente. // Cuando vuelvas / te diré —exhalando todo mi grito / sobre tus labios—. / Mirándote, parecía que no te ibas / y me dormí esa noche / bajo el crucifijo santo de tus recuerdos”.
Norah se formó en las tertulias que los fines de semana se hacían en su casa de Belgrano R. Marechal, Alfonsina, Brandán Caraffa, Horacio Quiroga, Macedonio y, por supuesto, Borges, eran algunos de los invitados habituales. Ese entorno le daba cobijo y la formaba, pero, como dice Sarlo, era también donde padecía “las restricciones y los límites de una mujer joven cuyos poemas [iban] a ser leídos por esos amigos de la familia y por la familia misma”. La Norah de los primeros libros es una mujer que quiere ser poeta, pero que también quiere ser aceptada.
De días y marineros
Es interesante la observación de Andrés Di Tella en Cuadernos. Después de Girondo, Norah definitivamente toma distancia de Borges, al punto de escribir una crítica feroz sobre su libro de poemas, Cuaderno San Martín, de 1929. ¿Cuánto le dolió a Borges? Recién volvió a publicar poesía en 1960.
Para ella, en cambio, la nueva etapa la llevó por una exploración lejos de las vanguardias y del deber ser. Se volvió más libre. Empezó a escribir narrativa. Oliverio Girondo era un escritor con muchísimo humor, pero también muy metódico y estricto. “Oliverio comienza a ser el vigía estético de lo que Norah escribe”, dice Beatriz Sarlo, y hasta le exige una cantidad de horas diarias de trabajo. En 1927, Norah publica la novela Voz de la vida y seis años después, pese a la censura del novio, 45 días y 30 marineros.
Girondo creía que ese era un mal libro, pero estaba equivocado. Es la gran obra de Norah Lange. Parte de un hecho autobiográfico: poco después de aquel almuerzo, Girondo tuvo que volver a Francia, donde vivía y ella fue en su busca. Norah era la única mujer en un barco noruego —la escena, casi es un eco de las tardes con los escritores martinfierristas en la casa de la calle Tronador— que viajaba gracias al favor del capitán, amigo de la familia. En la novela, sin embargo, Ingrid no espera encontrarse con nadie, lo que habilita un permanente juego de seducción de los hombres, que ella esquiva.
“Hay una pregunta fundamental por el deseo femenino”, escribió hace poco Tamara Tenenbaum, “y por la forma en que las mujeres aprendemos el deseo primero de la mirada de los otros”. Quizá fue eso lo que Oliverio no conseguía entender.
Una obra en las sombras
Norah y Oliverio fueron tema de conversación recurrente en la casa de Bioy, cuando Borges iba a comer. Hay muchas entradas del diario de Bioy en las que aparecen. A ella la critican por nazi, a él por peronista, a los dos por borrachos.
En 1956, Norah publicó Los dos retratos, y Silvina Ocampo propuso enviarle un telegrama de felicitación. “¿Por qué?”, se escandaliza Borges. Bioy dice que no puede saber cuál de ellos —Norah o Girondo— es el peor escritor. “Han hecho mucho mal”, dice Borges. Qué lejos quedaba aquel prólogo en el que le elogiaba “la enhiesta esperanza” de sus poemas.
Norah escribió mucho, pero publicó poco: cuatro novelas, cuatro libros de poemas, dos memorias y un libro de misceláneas y discursos. Su literatura mereció mejor suerte. Sin la sombra terrible de Borges, seguramente la habría tenido. El día de su muerte, Bioy registra un diálogo con Borges y Donald Yates. Hablan del clima y otras banalidades. No hablan de Norah ni ese día ni en los siguientes.
Norah Lange murió el 4 de agosto de 1972. Hoy se cumplen 50 años.
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