Quedé impactada con la versión que Betty Gambartes hizo de la pianista en la puesta del San Martín ¿Quién es Clara Wieck?. Yo sabía de Clara Wieck porque mi amiga Ana Chávez, que también es pianista, hace un años había hecho una versión teatral, musical, en la que ella hacía de Clara, se leían muchas de sus cartas, y Ana misma hacía de Clara tocando el piano, tocando sus propias piezas, o piezas de Schumman, de Brahms. En ese momento quedé impactada con la historia que Ana me contaba de Clara y con su bellísima interpretación de la música de una mujer compleja, talentosa y deslumbrante más allá del rol que muchas veces se le ha dado en la historia de musa inspiradora. Años más tarde y a partir de la muestra del San Martín pensé en hablar con Betty sobre su elección de este personaje que volvía a entrar en mi vida, esta vez en la piel de la fantástica Anne Dutoit Argerich.
—¿Por qué elegiste a Clara Wieck?
—Esto surge en realidad de una conversación que tuve con el pianista Eduardo Delgado. “Hay que otear el horizonte”. Siempre digo que hay que bajar, me pregunto qué es lo que está esperando ser escuchado, me pongo mucho en esta disposición de percepción. Hablo con él y él me dice que como es un pianista solista, que tenía muchas ganas de hacer otra cosa, y me pongo a pensar, y me gusta inmediatamente la idea de poder generar un espectáculo donde haya música clásica y tocado por un pianista del nivel de Eduardo, entonces le digo que me voy a poner a pensar. Le cuento a Diego Vila la historia con Eduardo, que esto no es para un gran público, no vas a ganar un mango, empezamos a hablar, y qué te parece lo del famoso trío. Él me dice ¿Cuál? Clara, Schumman y Brahms. Ahí nos pusimos a trabajar, y fue un trabajo de ambos, de mucha investigación, de cómo sería esta historia contada. Una actriz, un barítono, y el pianista, y empezamos un trabajo de mucha investigación para después separarse, porque obviamente yo me separo de lo histórico para que entre la ficción, hay cosas que pasan que parecen que son ciertas, pero no, es la historia que nosotros armamos, no sé si son ciertas, hay mucho pero mucho de verosimilitud, y de dato exacto por supuesto, porque el dato exacto es el que te permite entrar en la ficción.
Para mí la poética que surge de la canción popular es algo que me interesó siempre, pero siempre supe que había que sacarle ese aspecto narcótico que te produce la melodía para entrar en la presencia de esta cosa implicada que es la palabra con la música, y poder generar de eso una historia, o sea que lo que importa es el personaje en esa circunstancia. Porque para nosotros la música siempre es parte de la trama, la canción es parte de la trama, continúa la situación narrativa de la historia, no es que está extrapolada, aparte, siempre continúa, y siempre hemos hablado que vos podes entrar en la canción y no te das casi cuenta que entras en la canción, porque es tal la situación del personaje responde al momento del personaje.
—Hay una frase que dijiste al principio, que vos crees en los impulsos y en lo que está esperando a ser bajado. Yo creo que hay en el texto, en tu versión de la historia de esta mujer una actualidad impresionante acerca de la condición femenina que es atemporal.
—Ayer estuve hablando con unos amigos de mi hijo, sociólogos, politólogos, que se dedican a cosas de género y demás y me decían que una de las cosas que le habían gustado estaba implícito sin estar explicitado pero por algo que vos has dicho, es atemporal, que ella no viene a ser alarde del feminismo, no lo hizo ni en aquel entonces, ni ahora, que la pondría en términos de un hoy que a mí no me interesa que esté en ese camino del hoy, porque es pequeño eso, por eso me gusta lo que vos decís que es atemporal.
—La mujer y el arte, la mujer y la creación, la mujer y los hijos, la mujer y la sociedad. A mí lo que me generó verla, yo tengo muchos de años de leer teorías feministas, me considero una feminista de acción... Mi vida ha sido defender mi lugar en el mundo, y renegar y huir de patrones que se me imponían, y trato de no ahogarme. Pero esto del impulso, y lo que está esperando a ser bajado, me pareció que tenía una frescura en la puesta, en el texto, que abría el debate acerca de qué es lo que quiere la mujer. Esa gran pregunta que no se puede responder, y ella sin responderla, lo responde: que queremos todo. Igual que los hombres.
—Por eso ella dice que no es imposible elegir, como si fuera fácil elegir. La obra es más larga, con Diego escribimos más escenas que las que hay pero hubiera sido un agobio de terror y sobre todo situaciones de las muertes de sus hijos muy dolorosas.
—Ya con una alcanza y sobra.
—Claro, no dábamos más nosotros mismos, no es fácil entender a Clara, para nada.
—¿Por qué?
—Porque es una personalidad polémica y porque en mi caso, más que en el caso de Diego, yo no soy Clara, en qué sentido no lo soy. En muchos sí, en la obsesión, en el asombro de que “hoy me salió bien’'. Clara tenía eso, se asombraba. Annie, la persona, también. Yo hubiera optado por los hijos. A mí me costó mucho no juzgarla, eran situaciones de discusión con Diego, pero apasionadas, y siempre cuando uno escribe, no podes juzgar, igual que cuando dirige. Tenes que entenderla, cuando yo hubiera corrido, al carajo todo, yo hubiera ido adonde está mi hijo. Además siempre digo, en un ensayo, o en cualquier cosa, si alguien tiene un problema, lo primero es la familia. A veces le hemos preguntado a Annie, y Marta tampoco hubiera actuado como Clara. Pero bueno, el tema de la elección en situaciones tan extremas entre el hijo y la profesión, más que la profesión, la vocación, en una artista como Clara. El llamado, la vocación. Yo soy hija de un pintor, Leónidas Gambartes, y él todos los días estaba en su taller pintando, por supuesto que fue reconocidísimo en vida, pero antes de ser eso, ¿qué hacía? Llegó porque estaba en su taller todos los días, hasta el día en que muere, con mucha disciplina, y eso es vocación y aquellos que tenemos vocación somos tremendamente afortunados, porque nos guía la vida, nos organiza la vida. El entusiasmo, la palabra sacra para mí, el hálito divino, la respiración, el entusiasmo por descubrir, por conocer. Por eso digo que ojalá la educación estuviera centrada en despertar entusiasmo por el saber y no aburrimiento, rechazo y todo lo demás.
—Si tuvieras que pensar en la idea de entusiasmo, impulso, eso de otear el horizonte. Es ese uno de los roles, o ha sido siempre uno de los roles de los autores, los artistas, un rol fundamental.
—Yo del lugar que vengo, con un padre que ha sido un creador, sobre todo de imágenes mágicas y muy enraizados con la escultura más primitiva, y con la vida primitiva, y con la vida de la gente más sencilla de América, y demás. Lo mágico, esa presencia de lo inefable, aquella cosa que hay que saber descubrir y percibir para mí siempre estuvo presente. Él decía siempre que un artista es un revelador de verdades esenciales y que está solidarizado con la gente a la que de alguna forma representa. Eso dice él, y esto de revelar siempre digo que lo que yo quiero es regalar. Por eso cuando hacemos esto de Clara, yo decía. ¿Quién va a venir? No va a venir nadie a ver a Clara Wieck, ¿Quién es Clara Wieck? A los músicos, si vos les decís Clara Schurmman sí, pero en parte de la provocación y del feminismo y todo lo demás estaba decir ¿Quién es Clara Wieck? Que Clara viniera de su tiempo histórico al presente, porque como bien sabes es muy difícil escribir un unipersonal para que no sea un relato, para mí es la forma más difícil, porque si se te convierte en relato de algo que sucedió deja de tener la sorpresa, la vitalidad y el conflicto del aquí y ahora. Ya está resuelto, entonces esta situación ya sabe que sucedió, solo le resta contarla, y eso no es teatral, deja de ser teatral.
Entonces cómo hacer para que Clara hablara de Clara pero que no fuese solo un racconto o un flashback, que tampoco nos interesaba. Hasta que ver que Clara viene de su tiempo, hasta hoy, y todos los toman con naturalidad, viene a hablar, siempre hablando mal de mí, es la elipsis. Y ella viene para explicar quién es. “Hoy voy a decirles quién soy”. Ha decidido después de 200 años y quemar cartas para que no se supiera la verdad, en venir a relatar quién es y contarnos, en realidad casi a defenderse de lo que se dice de ella. Y por eso para mí el vestuario, y yo tuve mucha suerte, con colaboradores elegidos, como Graciela Galán, con quien tengo un profundo agradecimiento. Yo casi que lo quería arquitectónico el vestuario, pero a la vez que fuera absolutamente atemporal. Es decir, algo me refiere a algo, sí, pero te pone en esta actividad del que escucha. La gente está activa en la sala. Para mí el teatro y asistir al teatro es un deber de no defraudar. Cuando llevaba a mi hijo al teatro, temblaba, porque si lo defraudaban no iba a volver querer ir al teatro. Uno no debe defraudar, ese siempre fue mi lema, uno debe dar de sí lo mejor, no lo que hay.
Aborrezco el término “es lo que hay’'. Es lo mejor que uno puede dar, y eso puede costar mucho esfuerzo, pero porque la gente viene con el mejor ánimo, con entusiasmo e ilusión. Tiene que comprar la entrada, gastar dinero, vestirse, engalanarse para el teatro, llegar al teatro, todo lo que implica, se sienta en su butaca ilusionado, y ¿vos ahí lo vas a defraudar con todo lo que hicieron? Por eso uno no debe defraudar, y debe regalar, en el sentido de brindarles lo mejor. Que esto haya sido una experiencia, y en muchas obras hemos tenido la suerte infinita de que esto pasara.
—Esto está asociado a la idea de estar oteando el horizonte, y la gente cree en lo que está pasando, pero porque está bien hecho. Recuerdo el inicio de El zoo de Cristal, de Tennesse Williams. “Tengo trucos en mi manga, pero soy lo opuesto al mago, el mago te da ilusión bajo la cobertura de la realidad, y yo te doy realidad bajo la cobertura de la ilusión”. Para mí es una descripción perfecta del teatro. Cuando pasa, es cuando sale la magia, la elevación, que siente que le hablan a uno, que eso que estaba esperando ser bajado, bajó.
—Claro. Annie, Eduardo y yo tenemos anécdotas. En diferentes partes del mundo, por ejemplo. Yo doy clase en el Instituto de arte del Colón, llevo el libro porque leo en el subte. Y yo no hago que se vea la tapa, siempre la tengo conmigo, acá se veía, y la pianista que me acompañaba en ese curso, y me dice “¿Maestra que estás haciendo con Clara Schumman?”. “Ah, un espectáculo”, le digo. “La odio”, me dice. “¿Por qué?” “Por lo que le hizo a Schumman”. Eduardo se va a un festival a Armenia, y en Armenia, el director del festival le pregunta. Y dice “voy a hacer un espectáculo sobre Clara Schumman”. “La aborrezco a esa mujer”, le dice también. Me llama y me dice: “No vamos a poder hacer la obra en Armenia”, el director del festival la odia. A Annie la esposa de un famosísimo músico, le dijo: She is a bitch.
—¿Es una perra?
—Quien se lo dijo es un célebre matrimonio de pianistas, para que esta persona le haya dicho eso habla de cómo se la ha juzgado e interpretado a Clara por esa relación con Brahms, y más que nada no por eso, sino por el hecho de que no fue a verlo cuando estaba enfermo. Esto también nos costó como los representábamos, como lo mostrábamos, hasta que bueno, ella se hace cargo, porque ella mira esas paredes, se expone al público y lo mira y le dice: “¿qué pasó?” Pero es algo que cualquiera de nosotros en nuestras vidas hemos hecho. Ella se enfrenta al público, se gira y dice: “¿Cómo pude?”. No le escurrimos el bulto, lo decimos. Y también, después de eso cuando habla de Brahms, que es cuando ella explica la relación, que realmente Brahms la sostuvo mucho, la ayudó mucho a ella y a sus hijos. Y ella mira a un lado, “¿y yo?” y en ese “¿y yo?” está todo lo femenino y lo personal. Ustedes hablan, doscientos años diciendo lo mismo. ¿Y cómo hacía yo para sobrevivir a semejante presión?, ocho hijos, mantenerlos, ¿cómo hacía? entonces esa sencilla pregunta que también nos empatiza, ¿qué pasó? ¿cómo fue que hice esto? Esa es más o menos nuestra historia de Clara Wieck, con una mujer extraordinaria, que es Annie Ditout.
—Hay un momento en la obra que Clara lee una crítica a su obra en el diario que dice que no está a la altura de un hombre. Y luego mira al público y dice: “¿Cuál es la altura de un hombre?”, me pareció maravilloso, porque digo cuál es, en serio, ¿Cuál es la altura? Me pareció de una potencia tan grande. Es la pregunta incontestable, y al ser incontestable, cae.
—Porque el principio es absurdo, por eso no tiene respuesta.
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