De la misma manera que todas las formas de arte tienen una historia, en el caso especial de la animación hay muchas historias que todavía están siendo investigadas. Una de ellas corresponde al particular modelo de la animación japonesa, más conocido como anime. A pesar de su indiscutible expansión por todo el mundo, situar su origen puede despertar aún algunas controversias de relevancia, sobre todo si ello conlleva modificar el estatus de ciertos hitos que se han considerado incuestionables en la historia de la animación.
El origen de la animación en Japón está fuertemente vinculado a la importante tradición artística de elaboración de estampas narrativas en papel y grabados pertenecientes a la época feudal. Estas ilustraciones del siglo XVII serían las primeras representaciones gráficas y narrativas de lo que posteriormente se convertiría en el cómic japonés, el popular manga, que representa el primer paso en el desarrollo de muchas series anime.
1917…
Aunque casi todas las enciclopedias relacionadas con la historia de la animación japonesa fracasan a la hora de localizar en el tiempo sus orígenes, se reconoce 1917 como la fecha clave en la que surgen los primeros animadores nipones, como Ōten Shimokawa o Seitarō Kitayama, quien filma Saru Kani Gassen (1917) –La batalla del mono y el cangrejo– , una curiosa fábula protagonizada por estos dos animales en la que ya se adelantaba la temática folclórica japonesa propia de algunos animé actuales.
La fecha de 1917 como origen de la primera obra animada japonesa puede parecer tardía, especialmente si se compara con los trabajos pioneros de artistas franceses como Émile Cohl o los americanos James Stuart Blackton y Winsor McCay, cuyas aportaciones más importantes tuvieron lugar entre 1906 y 1914.
Sin embargo, la primera animación nipona no llegó tan tarde si la comparamos con los inicios de la animación en otros países, como por ejemplo España, cuya primera obra animada data del mismo 1917: El toro fenómeno de Fernando Marco.
¿O 1907?
La historia de la animación es un proceso vivo y su registro está en perpetuo cambio, lo que a menudo puede producir confusiones que distorsionan la visión global de las aportaciones realizadas. Al igual que ocurre con Osamu Tezuka en Japón –al que se le atribuye habitualmente el papel de padre tanto del manga como del anime, a pesar de existir animaciones previas–, es cierto que Winsor McCay fue una inspiración decisiva para las generaciones más tempranas de animadores: sus personajes estaban dotados de personalidad propia y fue pionero en la utilización del procedimiento de animación por claves, inherente a la animación clásica. Todo ello, unido a que es el primero en autorretratarse en sus películas, de alguna forma ha llevado a muchos historiógrafos a considerar –erróneamente– a McCay padre de la animación y a Gertie the Dinosaur (1914) como la primera película de la historia de la animación.
Por su parte, el descubrimiento de arqueología cinematográfica, realizado en 2005 por el profesor Natsuki Katsumoto, del fragmento de animación titulado Katsudō Shashin y datado en 1907, suscita no sólo reflexiones, como la que señalan Clements y McCarthy en The Anime Encyclopedia: A Guide to Japanese Animation since 1917 –al dudar de incluir 1917 como fecha clave para el título de su enciclopedia–, sino que también introduce interrogantes sobre la hegemonía estilística estadounidense en la animación dibujada.
Esta película podría ser anterior a las primeras animaciones producidas en Estados Unidos y Francia con posterioridad a 1907, y refuerza el hecho de que los japoneses no se limitaron simplemente a tomar la animación occidental y añadirle su sello de identidad, como sustenta la historia de la animación tradicional, sino que fueron capaces de crear sus propias animaciones simultáneamente a las primeras animaciones occidentales conocidas.
Los últimos estudios realizados sobre este peculiar fragmento demuestran que se trata de una producción seriada realizada aproximadamente en 1907. El investigador Frederick S. Litten, en su libro Animated Film in Japan until 1919 (2017), sitúa esta pequeña animación como una producción en masa elaborada por el entonces estudio cinematográfico Yoshizawa Shōten.
Igualmente se sabe que las 50 imágenes del marinero fueron transferidas a la superficie de la película en un proceso de estampado tradicional denominado estarcido o kappazuri, una técnica utilizada con anterioridad para decorar las linternas mágicas y que apoyaría las hipótesis tanto de su producción seriada como la de su inconfundible origen japonés.
¿O volvemos a 1917?
Sin embargo, y a pesar de tratarse verdaderamente de la primera animación de origen japonés que ha podido datarse dentro del periodo Meiji, el periódico Asahi Shimbun –que hizo público este descubrimiento en agosto de 2005– muestra cierta prudencia sobre su inclusión dentro de la cronología del animé, al indicar que podría ser controvertido llamar animación a Katsudō Shashin en el sentido contemporáneo.
Ello ha dado lugar a que, a día de hoy, Katsudō Shashin no disponga del reconocimiento que se merece dentro de la historia de la animación japonesa y se considere a la ya popular Namakura Gatana (1917) de Jun’ichi Kōuchi como la primera animación de Japón, posiblemente por ser un cortometraje con una técnica reconocible, de duración considerable –unos 4 minutos– y de cuyo autor se tiene constancia tanto de su biografía como de su producción artística.
No obstante, no debemos olvidar que la gran producción de microanimaciones y cortos animados acontecida durante las primeras décadas de la historia de la animación japonesa muestra cómo, surgiendo prácticamente de la nada, Japón ha formado un imperio en el mundo de la animación que, en la actualidad, está siendo imitado y tiene reconocimiento internacional.
Publicada originalmente en The Conversation
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