Un viaje por la extraordinaria vida de Jonas Mekas y su máquina de hacer películas

Caja Negra publicó “Destellos de belleza”, una biografía muy particular del director-ícono del cine experimental estadounidense. Testigo y protagonista de una floreciente etapa contracultural, aquí Mekas se muestra como siempre: activo, atrevido, amistoso

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Jonas Mekas y su pequeño happening: plantar un árbol en pleno Soho, NYC
Jonas Mekas y su pequeño happening: plantar un árbol en pleno Soho, NYC

Un día normal en la maravillosa vida del director de cine independiente y de vanguardia Jonas Mekas (1922- 2019) podía incluir de forma azarosa: un café irlandés con John Lennon y Yoko Ono, pedirle serigrafías a Andy Warhol para subastarlas y no perder su Anthology Film Archives, conversar con el escurridizo artista Joseph Cornell, bailar al lado de Fred Astaire en un video de Yoko Ono, hacerle de baqueano por Nueva York a Federico Fellini, entrevistar junto a su hermano a Fritz Lang, crear una revista mítica (Film Culture), escribir luminosas columnas para el Village Voice, integrar una mesa de debate junto a Pasolini, hablar con Al Pacino sin saber que tiene enfrente a Al Pacino, entre otras cosas. Nada mal para alguien que había sido expulsado del paraíso.

Mientras esto sucedía, Mekas nunca dejaba de filmar, juntar rollos con su cámara que luego se volverían películas independientes e iconoclastas y que demostraban que había una vida cinematográfica extraordinaria (esta sería la plataforma que luego le daría lugar al primer Scorsese y demás representantes del cine de autor de los setenta) por afuera de la industria de Hollywood y sus estudios hegemónicos. Y Mekas pudo establecer una concepción que tomó de las artes plásticas: si para el pintor el pincel se vuelve una extensión de la propia mano (lo que acorta la distancia entre el inconsciente, el arrebato creador y la existencia del trazo), él también haría que la cámara se vuelva una prótesis natural de su cuerpo, un acoplamiento insustituible de su mano, una extensión de sí mismo. Fue un devenir. Es así como filmar para Mekas tuvo la forma de lo cotidiano, lo existencial, el deseo y la necesidad. Puro corazón intuitivo en pleno viaje a la verdad del día a día.

(EFE)
(EFE)

De este modo, hacer películas se alejó de cualquier pretensión de relacionarlo con el arte, la experimentación (“quienes experimentan son los científicos”), la búsqueda de belleza (“Estar con amigos y pasarlo bien puede ser belleza”) y de posteridad (“me importa el presente, porque acá, en el presente, están todos los tiempos”). “Hacer películas es lo que hacemos”, dice Mekas y va directo al corazón de su experiencia. Todo lo que quiere decir está en esa superficie. Después viene la racionalización y la exigencia de explicaciones. Sin embargo, Mekas, como todo artista, desprecia las explicación porque él intenta mantener todo a un nivel de verosímil y realidad. Las palabras, para alguien que trabaja con imágenes, enredan lo que tocan, limitan. De todas maneras, ese trabajo que hace con su cámara, se percibe así también en cómo escribe. Es decir: la operación que vemos en sus películas parece trasladarse al contar sus recuerdos.

Por ejemplo, relata en Destellos de belleza (Caja negra, 2022): “No sé cómo sucedió, pero en 1967 hubo un día en que quise vivir como un perro. Es decir, vivir como un perro entre otros perros. El hecho de estar hospedado en la vieja mansión de Minnie Cushing en Massachusetts, repleta de una familia de perros grandes y pequeños, jóvenes viejos, posibilitó esta idea. No fue realmente idea mía, sino de Peter Beard, a quien a menudo se le ocurren locuras así. Pero me gustó tanto que decidí ponerla en práctica. Entonces pasé casi todo ese día en cuatro patas”.

Jonas Mekas junto a Andy Warhol
Jonas Mekas junto a Andy Warhol

La aparición de Destellos de belleza de Jonas Mekas en la mesa de novedades de las librerías llega en un momento muy especial y conmemorativo: se está por cumplir el centenario de su nacimiento. En ese aspecto, ese número confronta con nuestra capacidad de imaginar la cantidad de cosas que atravesó Mekas para, finalmente, convertirse en un faro digno en el mundo del arte occidental (lo suyo excede el marco Nueva York) donde la independencia, lo alternativo, la disidencia, la autogestión, la capacidad de trabajo, la organización entre pares y la rebeldía son medallitas de honor.

Por otra parte, este libro tiene un ensamble donde se van intercalando de forma aleatoria (el azar es una herramienta con la que Mekas, como ocurre en las historias de Paul Auster, disfruta aprovechar y llevar a su terreno) recuerdos, con cartas, con fragmentos de diarios, entre otros. Y este corpus de textos en esa presentación tienen, digamos, una lengua llana que no busca más que transmitir tal como llegan las palabras: “Me sangra la nariz. Pensé en escribirte esta carta dado que eres mi amigo de nariz sangrante. Recuerdo que una vez me dijiste eso”, dice en la pág. 75. Es en este lenguaje totalmente utilitario y pragmático donde Mekas logra sus vuelos poéticos: “Había aceptado el hecho de que todas las grandes personalidades del periodo surrealista estaban muertas hace muchos años, de pronto allí estaba aquella voz viviente de ese mismo pasado grandioso en mi teléfono, muy real y llena de vida. A través de la voz de esta mujer, todo ese movimiento de la historia del arte cobró vida: ¡Ella era real y estaba aquí! Era una conexión verdadera. La voz en el teléfono era real, muy real. Estaba entre nosotros”, escribe al hablar de Dorothea Tanning.

Jonas Mekas junto a Al Pacino
Jonas Mekas junto a Al Pacino

Hablar del modo de contar de Mekas en Destellos de belleza nos lleva a pensar directamente en dos cuestiones: la presencia de la edición tan particular que tienen sus películas (Walden, Lost, Lost, Lost, Scenes from the Life of Andy Warhol, entre otras de ese caudal muy rico y extenso que es su filmografía). Y en su voz y, sobre todo, su pronunciación del inglés, su manera de expresión. En esto, la apropiación de otra lengua para poder contarse, se cifra una señal, una suerte de marca: su condición de exiliado y desterrado. Nacido en Lituania en un pueblo de no más de 20, 25 familias, Mekas siempre dijo que creció en el paraíso. Cuenta Mekas sobre sus vicisitudes con la lengua: “Crecí en una pequeña aldea campesina que hablaba su propio dialecto. Solíamos reírnos del idioma oficial lituano y bromear al respecto. Luego ingresé en la escuela primaria y tuve que aprender el idioma oficial lituano. Luego, en la secundaria, comencé a aprender latín y francés. Tuve dos años de cada idioma. Cuando llegaron los soviéticos en 1940, declararon que el francés y el latín no eran aceptados. En cambio, impusieron el ruso. Entonces comencé a aprender ruso. Dos años de estudios. Cuando llegaron los nazis en 1942, anunciaron que el ruso ya no era aceptable, solo el alemán. A partir de allí estudié alemán durante dos años más. Entonces sucedió que terminé en un campo de prisioneros de guerra en Hamburgo, Alemania, junto a italianos y franceses”.

Jonas Mekas, Yoko Ono y John Lennon
Jonas Mekas, Yoko Ono y John Lennon

La llegada de la Segunda Guerra Mundial, de este modo, le arrebató la tierra prometida para ponerlo, junto a su hermano Adolfas, en un viaje que desembocaría en Nueva York. Es ahí sigue su destino con el cine. Aunque eso empezó en Lituania. Relata sobre su primera cámara: “Tenía 16 años cuando mi hermano mayor, Povilas, me regaló ¡mi primera cámara fotográfica! Fue un momento muy excitante de mi vida. La guardé debajo de mi almohada, atesorándola y esperando el momento de usarla. Solo tenía un rollo de película y no quería desperdiciarlo en cualquier cosa. Quería que mis primeras fotografías significaran algo para mí”. En 1940, Rusia invade Lituania. Tanques ingresan al pueblo de Mekas y encuentra la oportunidad de usar su cámara para retratar un momento único. Saca sus primeras fotos y se acerca un soldado, le quita la cámara de un manotazo y se la destruye frente a toda su familia. Concluye Mekas: “Así fue mi inicio en las artes fotográficas. Y también el comienzo de mi educación política”.

Los retazos de historia que componen Destellos de belleza, que cuentan con un excelente prólogo del traductor Pablo Marín (“Volver a humanizar el rol de la cultura en un mundo cada vez más fragmentado y desmaterializado”), pueden leerse en vórtice con Ningún lugar adonde ir y con Cuaderno de los sesenta, escritos 1958-2010. Textos que dialogan, se alimentan, generan sus propias coordenadas de lectura, crean un mundo y una cosmovisión (un tipo de curiosidad) de una época que llega hasta nuestros días. Se leen como el tríptico de alguien que pudo reconfigurar su propia vida como material de creación fílmica y donde la palabra está utilizada para registrar la experiencia cotidiana. Cerca del final (este libro resiste el spoiler), Mekas cuenta cómo empezó su camino de pasión por el registro escrito: “Comencé mi diario personal a los 6 años. Todavía no sabía escribir o leer, aprendí tarde…Mis diarios de esa época se componían de dibujos. Cuando supe escribir, comenzó mi diario en el que registraba lo que mi padre y hermanos habían hecho ese día. Era un diario muy concreto. Incluía referencia al clima y los animales. Durante mi infancia fui un buen granjero”.

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