En su cumpleaños número 30, Rebeca Linke se mira y frente al espejo decide que ya está bien de ese peso sobre los hombros. Se decapita a sí misma para liberar el cuerpo. A continuación la cabeza vuelve a colocarse, pero ya algo está perdido. Algo que ganó el cuerpo y perdió la razón.
Falta todavía un paso para la transformación: desnudarse. Luego, tomar un tren. Internarse en el bosque. A ver si algo pasa. El terror de Rebeca Linke es que nada haya ocurrido realmente en su vida hasta ahora.
Rebeca Linke es la protagonista de La mujer desnuda, de Armonía Somers, una de las cuentistas más influyentes de la literatura uruguaya moderna. La novela, reeditada en versión original por Criatura, editorial independiente de Uruguay, puede leerse como una ficción alegórica: intenta materializar en el cuerpo femenino desnudo y libre -no atado a la pornografía, a los shows de la tele, a la publicidad- un miedo profundo e infundado, agresivo, guardián. Un miedo que se enraíza y pudre en el sustrato social.
Escándalo
Es octubre del 2020; Gabriela Borrelli escribió desde Buenos Aires el prólogo a la nueva edición de La mujer desnuda: “La primera edición fue en 1950, edición del escándalo y de la controversia, esa misma edición que es la que tenemos entre las manos”.
En Montevideo y en ese año, la revista literaria Clima Cuadernos de Arte publicó -íntegra- la primera versión de la novela. El escándalo fue general; se dividía en esencia entre los horrorizados por su carga erótica, y los que la consideraron una obra valiosa.
La autora, previendo quizás las consecuencias, decidió publicarla con el seudónimo por el que luego sería conocida en el mundo. Además de asegurarle cierto resguardo, disfrutaba con las distintas hipótesis que los lectores inventaron. Un texto así debería haber sido escrito por un hombre, quizás un hombre homosexual, decían. Un cuerpo desnudo y femenino solía -¿suele?- ser terreno de hombres.
El texto tuvo tanto éxito que la revista lo reeditó por separado. La segunda reedición -la tercera, contando la de la revista- fue prácticamente adquirida en su totalidad por el director de la Biblioteca Nacional, fascinado por La mujer desnuda. Otros autores uruguayos no pensaron lo mismo; el tiempo no les dio la razón. Armonía Somers es considerada hoy (junto a Cristina Peri Rossi, Premio Miguel de Cervantes 2021) una de las cuentistas más importantes de la literatura uruguaya.
Fantástico erótico
Hay dos sensaciones que predominan al empezar esta novela: el principio, la historia de una mujer joven que padece de preguntas existenciales (¿qué he logrado? ¿Esto es la vida?); a partir de la cabeza cortada, otro es el relato que empieza, una aventura de iniciación que combina elementos del género fantástico con escenas de erotismo explícito.
Rebeca Linke entra en el bosque desnuda y comienza a llamarse Eva. Como la que mordió la manzana en el primer paraíso, ella también es la primera mujer en esta historia en traspasar la frontera. La diferencia es que en la novela de Somers, son los otros y no Eva los que sucumben a la mordida. La manzana es su cuerpo. Ella lo pasea, primero por la casa de un leñador, luego por el poblado vecino. “Ven, toca, estoy desnuda”, dice Eva al leñador, “tomé mi libertad y salí. Y no tengo ni he tenido amante. He dejado los códigos atrás”. Como el hombre no logra poseerla, la locura se dispara y brota en los hombres del pueblo: la condena ya está en marcha.
Se organiza la caza. Rebeca “Eva” Linke huye porque no quiere cubrirse, negarse a sí misma. Los habitantes mutan en muchedumbre iracunda, como la que rechaza una y otra vez al monstruo de Frankenstein. La conclusión entonces fue -nuevamente- la huida, a un lugar inhóspito. El monstruo de Frankenstein, el moderno Prometeo de Mary Shelley, termina vagando solo por la región Ártica.
La venganza de los buenos
Al final, Eva encuentra a un posible Adán, un muchacho del pueblo; un amor breve, pero honesto. “Nadie debe ser obligado a sufrir por la liberación del otro”, le dice frente a la inminencia de un final que ellos -solo dos- no pueden revertir.
La narradora se vuelve cada vez más lúcida y lapidaria en su análisis de los acontecimientos: “¿Y ella, desnuda y pura, había encendido ese infierno? ¿O era el infierno que ellos llevaban oculto lo que la había tomado como estopa de guerra [estopa: material muy inflamable]? No, no podía ocurrir de nuevo, era inaudito que Helena se repitiera”. Helena de Troya, por cuyo amor tantos hombres murieron en batalla como cuenta Homero en la Ilíada. Pero también Judith, la que seduce y decapita y así cumple los designios de Dios (el Libro de Judith, pertenece a la literatura hebrea antigua). O María Magdalena (nombrada “Magdala”). La lista de las mujeres consideradas femmes fatales a lo largo de la historia es larga.
Armonía Somers integra una larga lista de autoras que se adelantaron a la época del feminismo viralizado: Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Silvina Ocampo. Incluso la misma Mary Shelley. La mujer desnuda no es la primera en despertar a la fiera que vigila con sus tres cabezas la entrada. Tampoco será la última.
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