Lucrecia Martel aseguró que “la simplificación es un modo de ordenar una comunidad” al arribar a Tucumán para participar de la apertura del Festival Internacional de Literatura (FILT), donde vino a presentar su última producción, el documental-mediometraje Terminal Norte. Martel dialogó acerca de ese trabajo en el que emerge una vez más la peculiar economía de su universo: una idea de provincia, la complejidad de las personas y el orden arbitrario del mundo.
En 1997, durante una de las cada vez más raras entrevistas que por ese entonces concedía, cuando ya se había encontrado a sí mismo y entonces parecía decidido a replegarse, David Bowie le decía a David Cavanagh, de la revista Q: “Me gustan los músicos que no tratan de probar lo grandes que son con su instrumento, sino que tratan de mostrarte lo que son como personas: que acaso te dejan asomar a las grietas de su psiquis”.
Lucrecia Martel pertenece a esa clase de artistas y Terminal Norte se abre frente a nuestros ojos como el recorrido de una rajadura sobre la pared blanca. Una grieta, el túnel hacia las profundidades de una mente brillante. Si alguien le pregunta, después de un enredo de vueltas y desórdenes, qué significa para ella la palabra provinciano, Martel responde: “En los museos de provincia está lo provinciano. Pero en una terminal de ómnibus, no. ¿Por qué?”. Es que quizás las psiquis contundentes, como aquellas que le gustaban a Bowie, solo necesitan de un único instrumento: las pocas palabras.
Durante el primer año de la pandemia, la cantante Julieta Laso se refugió en el Norte del país para ensayar un show que fue cancelado. Allí conoció a otras músicas con quienes cantó y conversó durante largas tertulias nocturnas que fueron registradas por la cineasta y arcillaron las sutiles tramas narrativas que componen Terminal Norte, el mediometraje recién estrenado en la plataforma Mubi, que antecede a lo que será su próximo trabajo, un documental sobre el activista diaguita Javier Chocobar, asesinado en 2009 en el territorio de Chuschagasta, Tucumán.
Martel construyó su película sobre los cimientos de la música. Es una historia de encuentros de mujeres, de hombres -de personas, esa es la palabra- en situación de musicalidad. El centro material de esta historia no es un lugar, sino la reunión de esas personas, quizás, la poderosa voz de la cantora Julieta Laso. Un ir y venir entre las canciones y las rutas inespecíficas. No importa dónde. La realizadora, a cargo de una clase magistral titulada “Phonurgia” dentro de la programación del Festival, dice que no es la imagen sino el sonido lo que en realidad ocupa más espacio en una película. Porque es el sonido lo que genera efectos físicos en el cuerpo; es allí, señala, donde el espectador está inmerso. Martel piensa que hay que sumergir al espectador en un universo sonoro, “un universo que ponga en duda la verdad de las imágenes, que permita compartir la experiencia extraordinaria que nos da el cine de comprender que la realidad es una construcción”.
En Terminal Norte se pueden identificar una serie de lecturas posibles: que hay allí un componente de misterio, que en los planos de esos viajes nocturnos aparece lo inquietante, que esas reuniones de mujeres para hacer música bien podrían entenderse como un aquelarre, o que podría leerse también en esta historia una reivindicación de derechos de la mujer, de las diversidades sexuales. Pero el documental también parece representar una discusión sobre la idea imaginaria de la provincia y sobre los estereotipos en torno a las personas que habitan ese lugar. En un momento, la coplera Mariana Carrizo dice: “sin carnaval no hay reseteo de la vida”. La mirada de Martel sugiere que hay una idea construida acerca del folclore y otra para definir a las personas de la provincia. En esa trama, la palabra resetear parece la más hermosa forma de desmentir ese estereotipo.
— Hay en “Terminal Norte” imágenes que hablan de la provincia y de las personas que habitan ese lugar que, desde la capital se denomina “interior”. Eso aparece muy potente ya desde la primera línea, cuando la voz en off de Julieta Lazo dice “en el año que asoló la peste, una cantora del Río de la Plata se refugió en el norte del país”. En un primer movimiento, tu historia viene a contradecir un imaginario tan presente como silenciado en nuestro país: la idea de que la capital es un lugar seguro y que más allá de la frontera está la tierra donde habitan el peligro y las personas inferiores. ¿Ese imaginario existe, por ejemplo en el cine o en la literatura? ¿Es posible ver en tu trabajo una mirada otra, que se planta frente a esa idea de la provincia como lugar peligroso? Porque Julieta, que es de la capital, se refugia en la provincia. Y no al revés.
— Entre las muchas absurdas fantasías que componen la patria está esa del interior. Tan sólidamente constituida como los continentes parados sobre el Sur. Hay un ejercicio intelectual muy sencillo, seguramente muchos ya lo han hecho: abrir el Google Earth y mirar la tierra poniendo los polos a izquierda y derecha. Si uno mira el continente latinoamericano de ese modo, dejando la cordillera hacia arriba y Brasil hacia abajo, Salta parece una ciudad costera. Es desesperante. El orden espacial, tan arbitrario como la fecha del tiempo, tiene lo bueno que tiene cualquier esquema, la velocidad para situarse. Y lo malo: el olvido de que era arbitrario. Que una parte del país se defina como interior sincera algo profundo de nuestra cultura: la perspectiva de orilla, de recién llegados al continente. Los últimos presidentes de nuestra democracia han tropezado con esto en desafortunadas frases, revelando la imposibilidad de reconocerse en la mirada inversa, la que mira a los recién llegados. En fin. La producción audiovisual de noticias porteñas confirman diariamente lo decididos que estamos a mantener las cosas de esa manera.
— En este mismo sentido, es posible leer en tu obra una discusión a lo que se supone que es el interior. En el cortometraje vemos un viaje en auto, aparece una luz confusa y se escucha una conversación en la que las mujeres se preguntan si serán las luces de las sectas y entonces una de ellas responde “no la mires”, como si lo peligroso estuviera solo en nuestra mente. ¿Lo que definimos como seguro y aquello que calificamos como peligro siempre está en nuestra imaginación?
— Puede ser. La frase “no lo mires”, es de lo más reveladora. Cuando éramos chicos no había que mirar a la gente que tenía algo inusual: una pierna ortopédica, un dedo de menos, síndrome de down, una cicatriz que le cruzaba toda la cara, un ojo de vidrio, unas maneras raras. Pisoteábamos la curiosidad como si fuera un bicho. El mundo que no puede sujetarse a nuestras ideas debe ser abolido. “No lo mires” está a tres centímetros de “algo habrá hecho”.
— Hay una tercera cuestión en relación al lugar en Terminal Norte”. Parece una historia contada por alguien que no se ha dejado llevar por esto que algunos de los que viven en la provincia identifican como un mandato capital: aquel que la estereotipa con la ruralidad y el atraso. Esto resulta contundente en el momento en que ocurre otro viaje en auto, esta vez por una ruta de montaña, donde de fondo se escucha una música y unos versos en inglés, y la toma está a una velocidad de ciudad. ¿Cómo ves y cómo describirías el espacio de provincia hoy?
— Bueno, justamente Julieta y yo nos vinimos a vivir a Salta para lanzarnos a mayores aventuras. Indudablemente la maraña de cables ha reconfigurado el espacio. Sobre todo la idea de centralidad dentro de la periferia. Porque a nivel planetario todavía hay centralidad, pero en la periferia, que es donde estaremos como país por un buen rato, el centro se vuelve difuso. Ahora que he pasado de Youtube a Tik Tok, sin ninguna melancolía, es muy claro que lo que me detiene en un video, nada tiene que ver con cierta idea de novedad que uno esperaba de las grandes ciudades. Lo misterioso, lo extraordinario, definitivamente crece en todos lados.
— Si nos detenemos en la palabra provinciano. ¿Es un gentilicio? ¿O es un adjetivo? Si es un adjetivo, qué es lo que te parece que indica. Es decir, ¿qué es lo que se quiere decir cuando se dice que algo “es provinciano”?.
— Hoy justo pensaba sobre eso. En los museos de provincia está lo provinciano. Pero en una terminal de ómnibus, no. Por qué?
— Terminal Norte parece una historia que efectivamente está poniendo en un primer plano aquello que se define como minorías, en este caso, la minoría sexual a la que pertenece la coplera trans Lorena Carpanchay. Al situarte en ese no lugar que construís, ese paisaje en el que por momentos aparece una ruta y una urbanidad otra, tan característica de las provincias, ¿también querías hablar de otras minorías? ¿querías hablar sobre cómo es ser personas?
— Creo que todo lo que venimos hablando aplica para esto de minorías. ¿Qué es realmente una minoría sexual? Porque si pudiéramos definir eso, significa que tendríamos muy claro qué es la mayoría sexual. Lo bueno de envejecer es que ya podés confiar en algunas estadísticas propias: en 55 años no conocí ni un adulto, ni una persona que podamos llamar “normal sexual y emocionalmente”. Entiendo que la simplificación es un modo de ordenar una comunidad. Esto va a ser lo normal, esto no. Todos los días podemos leer entre los títulos más importantes de cualquier diario, que el apocalipsis ambiental ha llegado. Y más arriba o más abajo de ese título, vas a encontrar uno que aplaude la aparición de una mega empresa interplanetaria. Daría la impresión que ya no somos capaces de trazar las líneas que unen unas cosas con otras. Ojalá podamos derrotar estas ideas sobre minorías, interior, en fin, antes que partan las naves a otros planetas.
Fuente: Télam S.E.
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