Cómo darle cuerpo al sonido. Pero no cualquier sonido: cómo darle cuerpo a ese zumbido que un buen día aparece y no se va nunca más. “Acúfeno”, se llama. El acúfeno es la percepción del ruido sin que exista una fuente exterior, es un sonido que está adentro de uno. La ciencia, la medicina y la psicología intentan dar explicaciones que expliquen el origen de este fenómeno que, como una especie de mampara, aleja del mundo a quien lo escucha.
A comienzos del 2020, Gustavo Friedenberg postuló una obra en la residencia de investigación del Centro Cultural de la Cooperación en la que iba a abordar desde la danza la música de los acúfenos. Aunque es licenciado en Composición Coreográfica y tiene una maestría en Crítica de Artes, él prefiere presentarse como artista escénico. Como bailarín, compositor y director ha participado en distintas obras que se presentaron en Japón, Europa, Estados Unidos.
El proyecto quedó seleccionado, pero, paradójicamente, casi como le pasa a quien oye los zumbidos, la irrupción del Covid dejó el trabajo en suspenso. La pandemia los puso ante una encrucijada: o posponían la obra indefinidamente o la llevaban a otro tipo de relato. Así fue como Acúfenos se convirtió en una película y la trama se pobló de las marcas de la cuarentena: barbijos, pantallas, diálogos por Zoom.
“La transición fue natural”, dice ahora Friedenberg en diálogo con Infobae Cultura, “no queríamos cortar el impulso y entonces nos decidimos a hacer cine. La cuestión de los géneros es un problema para mucha gente, pero para mí es una pavada. ¿Es una película de danza? No, pero hay bailarines y hay danza, y sin los bailarines no sería este proyecto”.
Acúfenos toma como plataforma de despegue la bellísima novela La música de Julia, de Alicia Steinberg. No es la primera vez que Friedenberg reversiona a Steinberg —ya había trabajado con La loca 101, por ejemplo—, a quien, de hecho, la considera como una de sus maestras. “Lo que yo hago”, dice, “es tomar las novelas para construir otro universo”. Así, mientras avanza la historia de Julia, los bailarines arman una coreografía que tiene la particularidad de no seguir una música sino un rumor monolítico y continuo.
“La pregunta era cómo materializar ese sonido constante que no se agota”, dice Friedenberg, “yo me había puesto enfático en que no queríamos bailar la música sino ser la música”.
—¿Las consultas que Julia hace por Zoom son una metáfora de la barrera que imponen los acúfenos?
—En parte, sí. Lo que se pregunta el personaje es de dónde vienen estos sonidos, que finalmente tenemos que pensar que es algo que está dentro de nuestra cabeza. De ahí también lo velado que se puede ver en los bailarines: hay una bailarina a la que directamente no se le ve el rostro. Tiene que ver con esa pregunta y con ese misterio que ronda al fenómeno.
—En la película hay una teatralización manifiesta en escena. Pienso en la actriz que hace de médico y que tiene una gorra para simular que es pelado, pero la tiene mal puesta como haciendo hincapié en el artificio. ¿Por qué querían hacer evidente la teatralidad?
—El personaje del médico con la calva puesta es Débora Longobardi, una actriz que hace los cuatro personajes que aparecen por Zoom. Fue una apuesta que tenía que ver con la construcción del humor. Estábamos encarando algo que podía ser un dramón, y los personajes de Debora son un respiro. Hicimos una primera proyección presencial y pudimos ver cómo la gente se relajaba en ese momento. No solo por las risas, sino porque de verdad distendía. Ahora, en relación a la pregunta concreta, si lo pienso desde la historia, lo teatral es otra manera de hacer la pregunta sobre la locura y la sanidad. Así como uno se pregunta acerca del ruido, también se pregunta si los personajes existen o son una confabulación de su cabeza.
—La obra que se iba estrenar en una sala y terminó siendo una película. ¿Podrías hablar de cómo fue llevar una obra de teatro a una pantalla?
—Por momentos pensaba si estaba loco. Me asocié con una directora de cine, Sofía Introcaso, que es súper jovencita y súper talentosa, y que tenía ganas de investigar el cruce entre el cine y la danza. La película tiene mucho perfume a teatro, lo que para mí se da en un punto porque está filmada en una cámara negra que remite a la caja italiana del teatro, pero eso fue una decisión estética para crear una indistinción entre los espacios. Que no se pueda saber si es adentro, si es afuera, si es de día o de noche, si estamos en su cabeza.
—El plano americano también da idea de estar observando una escena.
—Mmmm, puede ser. Pero también es cierto que en la experiencia escénica no tenés esa cercanía. Es un híbrido y a mí me encanta, porque, al final, es lo que es.
* “Acúfenos” está disponible vía streaming hasta el domingo 31. Entradas para asistir, en venta.
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