No hay cómo no sentir algo, un apretón en el pecho, cuando esa mujer pálida, transparente, se levanta de la cama pasa delante de los tubos de oxígeno, abre la ventana y pregunta por qué rezan tanto por ella ahí abajo. “Me voy, la flaca se va a descansar”, dice. Y no, no se va a descansar; ella es Eva Perón, tiene 33 años, ya se la comió un cáncer, se va a morir.
No hay manera de no estremecerse un poquito cuando, copas en mano, un grupo de militares sueltos de cuerpo, de fiesta, gritan “Viva el cáncer”. No hay manera de no espantarse cuando uno de ellos, tiempo después, le hace una cruz al cadáver, para distinguir el verdadero de las tres copias que le acaban de mostrar.
Esto -el primer capítulo de la serie Santa Evita- se vio este lunes por la noche en el Teatro Colón y hoy, a 70 años de la muerte de ese mito de la historia argentina -alcanza decir “Esa mujer” y ya se sabe de quién se habla- la serie completa se estrena en la plataforma Star+.
Noche de gala, los invitados especiales acaban de hacer una cuadrita de cola para acreditarse y obtener su silla en el gran teatro. Trajes negros, muchos pantalones plateados, selfies. Media hora antes ya estamos todos sentados y es hora de conversaciones, de “esta silla está ocupada”, de “¡ahí está Merlí!” -sí, el español Francesc Orella tiene un papel importantísimo aquí-, de “en aquel palco está Mirtha”, de Nati.
Nati -acá todo el mundo habla como si acabara de desayunar con ella- es, claro, Natalia Oreiro. La indudable estrella de la noche: en la serie, Oreiro es Evita, la flaca, la pálida, la muerta, pero acá está espléndida y, en este ratito previo a la proyección, se para en un palco alto, en el medio de la sala, y saluda con una mano, con la otra. No dice “Compañeros”, pero está en papel. Sonríe. Reina.
La serie -se sabe- está basada en el libro Santa Evita que Tomás Eloy Martínez publicó en 1995 y que fue uno de los más grandes best sellers argentinos. La novela cruza realidad y ficción sin avisar, así que más de uno ha patinado en su relato, que muchas veces es prácticamente periodístico, y ha tomado por cierto lo que era inventado. A esta altura, se puede decir que Santa Evita, la novela, es indiscernible del mito de Evita, que es parte de su construcción.
Por ejemplo en la novela -y en la serie, donde se las ve de manera extraordinaria- se hacen tres copias del cadáver de Eva Perón y a cada una se le dará otro destino, lo que ayudará a la confusión general. O a tratar de impedir que ese cuerpo, que había sido embalsamado para tratar de conservar su “magia”, su conexión con el pueblo que la seguía- fuera tomado como bandera, tras el golpe que derrocó a Perón en 1955.
La serie también toma recursos de la realidad -filmaciones de época- y los cruza con situaciones de época. De nuevo: hay que ver -a todo lo ancho de la pantalla del Teatro Colón- los aviones con que la Armada, apoyada por la Fuerza Aérea, bombardeó la Plaza de Mayo (un sino argentino: el único ataque contra la Plaza de Mayo no fue de un ejército extranjero sino del propio).
La premiere del Colón tuvo, además, una sorpresa para los asistentes. Cuando terminaron los saludos y se apagaron las luces, una mujer con un paraguas y varios chicos subieron al escenario. Quietos, juntos, abrazándose, pronto sabríamos que se trataba de una representación de Juana, la mamá de Eva Perón, y sus hijos, ante la muerte de Juan Duarte, el padre de Eva, que no estaba casado con Juana.
Enseguida se verá que los actores son bailarines -los dirigió el director Peter Mcfarlene- y veremos una escena fundante del mito de Evita: cuando la familia legal de Duarte los echa del velorio. Ese dolor, con el tiempo, será interpretado como el rencor que empuje a Eva.
Los bailarines, en ocho minutos, contarán toda la historia: una Eva adolescente un baile (¿con Agustín Magaldi?), su viaje a la Capital, su aparición como actriz, su encuentro con Perón, las masas, la enfermedad, la muerte.
Parece que ya empieza, que ya veremos ese primer capítulo pero no, ahora sube al escenario Diego Lerner, presidente de The Walt Disney Company Latin America, es decir, el anfitrión, y muestra su orgullo por la producción que está por verse: dice que se estrenará en 27 países, que este lanzamiento es mundial, que se trata de la búsqueda de temas locales con proyección internacional.
No podía estar mejor elegido el personaje: Evita, la chica pobre que llega a lo más alto, que es amada y odiada con igual fervor, que muere joven y bella... lo tiene todo. Eso y hasta elementos de realismo mágico, como la chica que le escribe 5, 6 cartas por día o las maratones de trabajo que se hacen para tratar de que sane. Y el destino errante de su cadáver, que en la realidad sí fue embalsamado, sacado de la CGT, donde estaba, y finalmente enterrado clandestinamente en Italia.
Lerner también destaca a Natalia Oreiro quien, cuenta, antes de firmar el contrato le dijo que “haría gratis este papel”. El teatro la aplaude, ella sonríe, se diría que con timidez. El hombre, por si acaso, aclara que gratis no fue.
Entonces sí, arranca la función. Acá, en un palco grande, están muchos de los actores y allá, un poco más arriba, está sola la protagonista. Están el director del Teatro Colón, Jorge Telerman, y el ministro de Cultura porteño, Enrique Avogadro. En tres palcos, están los -muchos- hijos y nietos de Tomás Eloy Martínez.
Pasan los créditos -que en esta función de amigos se aplauden uno por uno, muchos están aquí- y vamos a la serie: 1952. Evita está en la cama. Se queja, le duele. El resto es historia (y novela).
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